Draghi urge a la UE a tomar medidas para evitar una recaída en la recesión
El jefe BCE tiende puentes con Berlín tras una semana de tensión, pero reclama más inversiones y un calendario de reformas
Claudi Pérez
Bruselas, El País
“No comparto el pesimismo de mucha gente”. Así ha cerrado este viernes José Manuel Barroso su década larga al frente de la Comisión Europea, a pesar de los 25 millones de parados en el continente, pese a que la economía continental flirtea de nuevo con la recesión y quién sabe si también con la deflación. Van ya más de siete años de vacas flacas y ningún dirigente europeo se atreve a decir con seguridad dónde está el final del túnel, cuándo florecerán los escurridizos brotes verdes o por qué demonios la eurozona está peor que el resto de grandes economías del mundo. Nadie, excepto quizá un italiano menudo y enérgico llamado Mario Draghi. En un clima político y social cada vez más crispado, el presidente del Banco Central Europeo ha hecho sonar las alarmas en la cumbre de Bruselas. Ha elevado el tono con ciertas dosis de dramatismo. Y ante los 19 primeros ministros y jefes de Estado de la eurozona ha lanzado un mensaje claro y directo: la recaída está ahí si Francia e Italia siguen sin comprometerse con las reformas, si Alemania no acomete inversiones y si la Comisión Europea se empeña en amagar con aplicar las reglas fiscales sin la flexibilidad que requiere una situación económica, de nuevo, tremendamente delicada.
Todas las grandes crisis económicas acaban convertidas en graves crisis políticas. En Europa asoman ya los extremismos —Marine Le Pen en Francia—, los separatismos —España, Reino Unido— y reverdece la eterna eurofobia británica. Nada de eso tiene que ver con la economía, al menos aparentemente, pero Draghi insiste en avisar de que las cosas van de mal en peor y pronostica malos tiempos si los líderes no se dan por avisados y siguen sin ponerse manos a la obra: “Hace un par de años se salvó la ruptura del euro con un enorme esfuerzo conjunto; ahora hay que concentrarse en actuar conjuntamente para evitar una recaída en la recesión”.
Tras un lustro de debates estériles entre austeridad y crecimiento —galgos o podencos—, la crisis vuelve a asomar y los mandarines del euro tienen dudas acerca de si la eurozona resistiría un tercer embate de recesión. Y el BCE prefiere no tener que comprobar de nuevo la capacidad de resistencia del euro. Tras avisar repetidamente de los riesgos que corre el continente, ahora exige a los líderes que actúen de una vez por todas. Draghi ha reclamado en la cumbre del euro “una agenda de reformas para diciembre”, con calendarios por países sobre la aprobación y la puesta en marcha de esas reformas. Y ha insistido en que Berlín y los países con más músculo “deben pensar seriamente en estimular la demanda”, en políticas keynesianas que, combinadas con las políticas de oferta, juzga imprescindibles para evitar la recaída. Poco dado a gesticulaciones y aspavientos, se ha permitido incluso un golpe de teatro: “No se pregunten lo que Europa puede hacer por ustedes, sino lo que cada uno de ustedes puede hacer por Europa”, ha espetado a los líderes parafraseando a John Kennedy.
El BCE y el Bundesbank —el banco central alemán— llevan semanas a la greña. Tras un discurso en Jackson Hole (Estados Unidos) del pasado verano, en el que Draghi esbozó la receta para dejar atrás los problemas —estímulos monetarios y fiscales, reformas y consolidación fiscal allá donde sea imprescindible—, varias fuentes alemanas filtraron que la tensión entre Fráncfort y Berlín iba en aumento y que los recelos habían llegado a la altura de la canciller Angela Merkel, ante las diversas rondas de medidas extraordinarias aplicadas ya por Draghi y la posibilidad de que se embarque en la compra de deuda pública a gran escala si la inflación sigue ronzado el 0%. Merkel desmintió en Bruselas cualquier desavenencia: “Le doy las gracias a Draghi por toda su ayuda y cooperación”, dijo la canciller en un mensaje teledirigido hacia su propio banco central, que no consigue normalizar sus relaciones con el BCE. “Hacen falta política monetaria y política fiscal para salir de esta situación”, dijo.
Lo que Merkel denomina “esta situación” se caracteriza por un cóctel deprimente que combina un paro superior al 11% (frente al 6% en EE UU), un estancamiento que va para largo (frente a un alza del PIB estadounidense del 4% en el último trimestre), y por un mercado de deuda que ha dado ya algún que otro aviso serio. Frente a la gravedad de la situación, las capitales le piden más a Draghi (“estoy convencido de que el BCE sabrá lo que tiene que hacer para situar la inflación entre el 1,5% y el 2%; el BCE ya ha tomado algunas decisiones muy buenas, pero es independiente y creo que sabe lo que tiene que hacer en todo momento”, ha dicho el presidente español, Mariano Rajoy, informa Carlos E. Cué). Y viceversa: Draghi reclama activismo, pero ni Bruselas ni las capitales son capaces de arrancar; cada uno desconfía de que los demás hagan sus deberes. Ni Francia ni Italia ni Alemania han hecho lo que el BCE les exige. La tensión se eleva por momentos: Bruselas se ha enzarzado con París y Roma por recortes de apenas unas décimas de PIB en los presupuestos. “No creo que esas décimas supongan un problema gigante; esa polémica es menor con los problemas que afronta Europa”, ha criticado el presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, en su última cumbre.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
“No comparto el pesimismo de mucha gente”. Así ha cerrado este viernes José Manuel Barroso su década larga al frente de la Comisión Europea, a pesar de los 25 millones de parados en el continente, pese a que la economía continental flirtea de nuevo con la recesión y quién sabe si también con la deflación. Van ya más de siete años de vacas flacas y ningún dirigente europeo se atreve a decir con seguridad dónde está el final del túnel, cuándo florecerán los escurridizos brotes verdes o por qué demonios la eurozona está peor que el resto de grandes economías del mundo. Nadie, excepto quizá un italiano menudo y enérgico llamado Mario Draghi. En un clima político y social cada vez más crispado, el presidente del Banco Central Europeo ha hecho sonar las alarmas en la cumbre de Bruselas. Ha elevado el tono con ciertas dosis de dramatismo. Y ante los 19 primeros ministros y jefes de Estado de la eurozona ha lanzado un mensaje claro y directo: la recaída está ahí si Francia e Italia siguen sin comprometerse con las reformas, si Alemania no acomete inversiones y si la Comisión Europea se empeña en amagar con aplicar las reglas fiscales sin la flexibilidad que requiere una situación económica, de nuevo, tremendamente delicada.
Todas las grandes crisis económicas acaban convertidas en graves crisis políticas. En Europa asoman ya los extremismos —Marine Le Pen en Francia—, los separatismos —España, Reino Unido— y reverdece la eterna eurofobia británica. Nada de eso tiene que ver con la economía, al menos aparentemente, pero Draghi insiste en avisar de que las cosas van de mal en peor y pronostica malos tiempos si los líderes no se dan por avisados y siguen sin ponerse manos a la obra: “Hace un par de años se salvó la ruptura del euro con un enorme esfuerzo conjunto; ahora hay que concentrarse en actuar conjuntamente para evitar una recaída en la recesión”.
Tras un lustro de debates estériles entre austeridad y crecimiento —galgos o podencos—, la crisis vuelve a asomar y los mandarines del euro tienen dudas acerca de si la eurozona resistiría un tercer embate de recesión. Y el BCE prefiere no tener que comprobar de nuevo la capacidad de resistencia del euro. Tras avisar repetidamente de los riesgos que corre el continente, ahora exige a los líderes que actúen de una vez por todas. Draghi ha reclamado en la cumbre del euro “una agenda de reformas para diciembre”, con calendarios por países sobre la aprobación y la puesta en marcha de esas reformas. Y ha insistido en que Berlín y los países con más músculo “deben pensar seriamente en estimular la demanda”, en políticas keynesianas que, combinadas con las políticas de oferta, juzga imprescindibles para evitar la recaída. Poco dado a gesticulaciones y aspavientos, se ha permitido incluso un golpe de teatro: “No se pregunten lo que Europa puede hacer por ustedes, sino lo que cada uno de ustedes puede hacer por Europa”, ha espetado a los líderes parafraseando a John Kennedy.
El BCE y el Bundesbank —el banco central alemán— llevan semanas a la greña. Tras un discurso en Jackson Hole (Estados Unidos) del pasado verano, en el que Draghi esbozó la receta para dejar atrás los problemas —estímulos monetarios y fiscales, reformas y consolidación fiscal allá donde sea imprescindible—, varias fuentes alemanas filtraron que la tensión entre Fráncfort y Berlín iba en aumento y que los recelos habían llegado a la altura de la canciller Angela Merkel, ante las diversas rondas de medidas extraordinarias aplicadas ya por Draghi y la posibilidad de que se embarque en la compra de deuda pública a gran escala si la inflación sigue ronzado el 0%. Merkel desmintió en Bruselas cualquier desavenencia: “Le doy las gracias a Draghi por toda su ayuda y cooperación”, dijo la canciller en un mensaje teledirigido hacia su propio banco central, que no consigue normalizar sus relaciones con el BCE. “Hacen falta política monetaria y política fiscal para salir de esta situación”, dijo.
Lo que Merkel denomina “esta situación” se caracteriza por un cóctel deprimente que combina un paro superior al 11% (frente al 6% en EE UU), un estancamiento que va para largo (frente a un alza del PIB estadounidense del 4% en el último trimestre), y por un mercado de deuda que ha dado ya algún que otro aviso serio. Frente a la gravedad de la situación, las capitales le piden más a Draghi (“estoy convencido de que el BCE sabrá lo que tiene que hacer para situar la inflación entre el 1,5% y el 2%; el BCE ya ha tomado algunas decisiones muy buenas, pero es independiente y creo que sabe lo que tiene que hacer en todo momento”, ha dicho el presidente español, Mariano Rajoy, informa Carlos E. Cué). Y viceversa: Draghi reclama activismo, pero ni Bruselas ni las capitales son capaces de arrancar; cada uno desconfía de que los demás hagan sus deberes. Ni Francia ni Italia ni Alemania han hecho lo que el BCE les exige. La tensión se eleva por momentos: Bruselas se ha enzarzado con París y Roma por recortes de apenas unas décimas de PIB en los presupuestos. “No creo que esas décimas supongan un problema gigante; esa polémica es menor con los problemas que afronta Europa”, ha criticado el presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, en su última cumbre.