Caso Duncan muestra patrón de muerte del ébola
AFP
A pesar del tratamiento intensivo que recibió durante cinco días, el estado de salud de Thomas Eric Duncan se deterioraba. Entonces, la tarde del 2 de octubre se presentó de súbito una señal de esperanza. Duncan tenía hambre.
El personal de enfermería de un hospital de Texas logró sentar al soldador, de 45 años, que había llegado de Liberia; le dieron galletas saladas y un poco de Sprite.
Seis días después, Duncan había fallecido. Era la primera persona a la que se le diagnosticó la infección del temible virus del ébola en Estados Unidos y se convertía en la primera en morir por la enfermedad en el país.
Miembros de la familia de Duncan, afectados por el duelo y el enojo, se preguntan si Duncan podía haber sobrevivido si los médicos no lo hubieran enviado a casa cuando se presentó por primera vez en un hospital el 25 de septiembre.
También se preguntan si los doctores hicieron de verdad todo lo que estaba a su alcance para salvarlo.
Centenares de páginas de expedientes médicos facilitados a The Associated Press dan cuenta del inexorable avance de la enfermedad en el organismo de Duncan.
También permiten un vistazo sin precedentes al fallecimiento de un infectado de ébola a pesar de los intensos esfuerzos de los médicos para salvarlo.
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El 28 de septiembre, una ambulancia transportó a Duncan al servicio de emergencias del hospital de Presbyterian en Dallas.
Menos de 55 horas antes, Duncan había acudido al hospital, en el que se quejó de dolor de cabeza y abdominal. Su temperatura aumentó a 39,4 grados centígrados (103 F) en un momento y en una escala de uno a 10 calificó su dolor con un ocho.
Los médicos efectuaron exámenes y decidieron que se trataba de sinusitis; lo enviaron a casa con antibióticos y le dijeron que acudiera a la consulta de su médico al día siguiente.
Una enfermera señaló en una nota que Duncan dijo que había llegado recientemente de África. La información no llamó la atención del médico que atendía al enfermo.
Duncan regresó al hospital, sólo que esta vez los síntomas incluían vómitos y diarrea. Su temperatura subió más, a 39,5 grados centígrados (103,1 F).
Esta ocasión, las notas de la enfermera decían claramente que Duncan "acababa de llegar de Liberia". Esta vez, el médico captó el problema.
"Observé estrictamente el protocolo del organismo federal Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés)", escribió el doctor Otto Javier Márquez-Kerguelen, en referencia a la guía para el tratamiento de pacientes con enfermedades potencialmente infecciosas.
Provisto de una máscara, guantes y un traje completo de protección, el medicó comenzó el examen y abrió un expediente.
Duncan fue puesto en una unidad de aislamiento. Las enfermeras avisaron a las autoridades del condado y el médico llamó a los CDC.
Esa noche, Duncan sufría una fuerte diarrea, dolor abdominal, náusea y vómitos severos. Fracasaron los intentos para bajarle la fiebre.
Los análisis de sangre mostraban daños en el hígado y los riñones, y los doctores maniobraban a toda prisa ante la fluctuación de los niveles de azúcar en la sangre.
A través de exámenes se descartó que se tratara de gripe, hepatitis, parásitos y clostridum difficile, un germen que causa diarrea en hospitales y asilos.
Finalmente a las dos de la tarde del 30 se septiembre, los doctores recibieron la confirmación que todos temían: "El paciente dio positivo para ébola".
El 1 de octubre, Duncan ya tenía sepsis y dos días más tarde - tras la leve mejoría del 2 de octubre cuando pidió comer - la situación era terrible para el enfermo.
Los médicos se pusieron en contacto con Chimerix, una pequeña firma de investigación farmacéutica con sede en Durham, Carolina del Norte. Querían probar en el enfermo el medicamento antiviral experimental brincidofovir de la firma.
La Administración de Alimentos y Medicamentos dio su autorización.
Poco después de la medianoche del 4 de octubre, Duncan registró una insuficiencia multiorgánica. Para la mañana, llegó un envío de brincidofovir y se aplicó la primera dosis a Duncan.
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El lunes en la mañana, el sobrino de Duncan, Josephus Weeks, viajaba desde Luisiana en medio de una tormenta de granizo. Lo acompañaban su hijo, Josephus Jr., la hermana de Duncan, Mai Wureh, y la madre del enfermo, Nowai Korkoyah.
Después escuchar durante más de una semana la voz débil de su tío por teléfono desde su casa en Charlotte, Carolina del Norte, Weeks decidió visitarlo.
Esa noche, personal del hospital acompañó a los miembros de la familia a una habitación en el sótano del hospital Presbyterian. La única manera que permitiría el personal para ver a Duncan sería por circuito cerrado de televisión.
"Mi hijo está muerto", gritó Kerkoyah cuando lo vio.
Para el miércoles en la mañana, las enfermeras advirtieron una caída en el ritmo cardiaco de Duncan a 40 latidos.
Le administraron medicamentos pero ya todo fue inútil.
"No tiene pulso", dijeron. "Hora del fallecimiento", eran las 7:51 de la mañana.
El cadáver de Duncan fue cremado debido ya que la enfermedad era igual de infecciosa que cuando estaba vivo.
A pesar del tratamiento intensivo que recibió durante cinco días, el estado de salud de Thomas Eric Duncan se deterioraba. Entonces, la tarde del 2 de octubre se presentó de súbito una señal de esperanza. Duncan tenía hambre.
El personal de enfermería de un hospital de Texas logró sentar al soldador, de 45 años, que había llegado de Liberia; le dieron galletas saladas y un poco de Sprite.
Seis días después, Duncan había fallecido. Era la primera persona a la que se le diagnosticó la infección del temible virus del ébola en Estados Unidos y se convertía en la primera en morir por la enfermedad en el país.
Miembros de la familia de Duncan, afectados por el duelo y el enojo, se preguntan si Duncan podía haber sobrevivido si los médicos no lo hubieran enviado a casa cuando se presentó por primera vez en un hospital el 25 de septiembre.
También se preguntan si los doctores hicieron de verdad todo lo que estaba a su alcance para salvarlo.
Centenares de páginas de expedientes médicos facilitados a The Associated Press dan cuenta del inexorable avance de la enfermedad en el organismo de Duncan.
También permiten un vistazo sin precedentes al fallecimiento de un infectado de ébola a pesar de los intensos esfuerzos de los médicos para salvarlo.
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El 28 de septiembre, una ambulancia transportó a Duncan al servicio de emergencias del hospital de Presbyterian en Dallas.
Menos de 55 horas antes, Duncan había acudido al hospital, en el que se quejó de dolor de cabeza y abdominal. Su temperatura aumentó a 39,4 grados centígrados (103 F) en un momento y en una escala de uno a 10 calificó su dolor con un ocho.
Los médicos efectuaron exámenes y decidieron que se trataba de sinusitis; lo enviaron a casa con antibióticos y le dijeron que acudiera a la consulta de su médico al día siguiente.
Una enfermera señaló en una nota que Duncan dijo que había llegado recientemente de África. La información no llamó la atención del médico que atendía al enfermo.
Duncan regresó al hospital, sólo que esta vez los síntomas incluían vómitos y diarrea. Su temperatura subió más, a 39,5 grados centígrados (103,1 F).
Esta ocasión, las notas de la enfermera decían claramente que Duncan "acababa de llegar de Liberia". Esta vez, el médico captó el problema.
"Observé estrictamente el protocolo del organismo federal Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés)", escribió el doctor Otto Javier Márquez-Kerguelen, en referencia a la guía para el tratamiento de pacientes con enfermedades potencialmente infecciosas.
Provisto de una máscara, guantes y un traje completo de protección, el medicó comenzó el examen y abrió un expediente.
Duncan fue puesto en una unidad de aislamiento. Las enfermeras avisaron a las autoridades del condado y el médico llamó a los CDC.
Esa noche, Duncan sufría una fuerte diarrea, dolor abdominal, náusea y vómitos severos. Fracasaron los intentos para bajarle la fiebre.
Los análisis de sangre mostraban daños en el hígado y los riñones, y los doctores maniobraban a toda prisa ante la fluctuación de los niveles de azúcar en la sangre.
A través de exámenes se descartó que se tratara de gripe, hepatitis, parásitos y clostridum difficile, un germen que causa diarrea en hospitales y asilos.
Finalmente a las dos de la tarde del 30 se septiembre, los doctores recibieron la confirmación que todos temían: "El paciente dio positivo para ébola".
El 1 de octubre, Duncan ya tenía sepsis y dos días más tarde - tras la leve mejoría del 2 de octubre cuando pidió comer - la situación era terrible para el enfermo.
Los médicos se pusieron en contacto con Chimerix, una pequeña firma de investigación farmacéutica con sede en Durham, Carolina del Norte. Querían probar en el enfermo el medicamento antiviral experimental brincidofovir de la firma.
La Administración de Alimentos y Medicamentos dio su autorización.
Poco después de la medianoche del 4 de octubre, Duncan registró una insuficiencia multiorgánica. Para la mañana, llegó un envío de brincidofovir y se aplicó la primera dosis a Duncan.
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El lunes en la mañana, el sobrino de Duncan, Josephus Weeks, viajaba desde Luisiana en medio de una tormenta de granizo. Lo acompañaban su hijo, Josephus Jr., la hermana de Duncan, Mai Wureh, y la madre del enfermo, Nowai Korkoyah.
Después escuchar durante más de una semana la voz débil de su tío por teléfono desde su casa en Charlotte, Carolina del Norte, Weeks decidió visitarlo.
Esa noche, personal del hospital acompañó a los miembros de la familia a una habitación en el sótano del hospital Presbyterian. La única manera que permitiría el personal para ver a Duncan sería por circuito cerrado de televisión.
"Mi hijo está muerto", gritó Kerkoyah cuando lo vio.
Para el miércoles en la mañana, las enfermeras advirtieron una caída en el ritmo cardiaco de Duncan a 40 latidos.
Le administraron medicamentos pero ya todo fue inútil.
"No tiene pulso", dijeron. "Hora del fallecimiento", eran las 7:51 de la mañana.
El cadáver de Duncan fue cremado debido ya que la enfermedad era igual de infecciosa que cuando estaba vivo.