La mentira de los ‘gordiflacos’: delgadez parece, sobrepeso es
Una moderna medición de la grasa corporal desvela formas físicas sorprendentes. No todo es lo que aparenta. ¿Pero acaso importa?
Marta Cámara, El País
El mensaje de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es rotundo: “La obesidad se ha convertido en la gran epidemia del siglo XXI”. La organización estima que en 2015 habrá en el mundo 2.300 millones de personas adultas con sobrepeso. El ejercicio físico y una dieta equilibrada son las dos grandes claves para moldear la figura, y no solo por tintes estéticos, sino fundamentalmente por una cuestión de salud y calidad de vida. ¿Pero qué ocurre cuando un exceso de peso no es la única señal de alarma?
El doctor Steve Blair, profesor de la Universidad de Carolina del Sur, abría recientemente la caja de los truenos asegurando que los obesos en buena forma física podían estar más sanos que los delgados en mala forma. La clave reside en el índice de grasa. “Las personas de fisionomías más generosas tienen donde albergar el excedente, pero en el caso de las anatomías más escuetas, este va a parar a los órganos o arterias”, explicaba. Se convierte entonces en “grasa visceral” y provoca una nueva realidad: la delgadez moderada ya no es sinónimo inequívoco de salud. La comunidad científica, tan dada a las nomenclaturas novedosas, ha bautizado a estos “falsos delgados” como skinny fat (en español, “gordiflacos") o TOFI (thin outsider, fat inside; en español "delgado por fuera, gordo por dentro"). ¿Existe la posibilidad de que grandes abanderadas de la delgadez, como Victoria Beckham, Kate Moss o Angelina Jolie, escondan un excedente graso amenazante en las zonas más vulnerables del cuerpo? La respuesta es afirmativa.
Se puede estar expuesto a riesgos similares a los de la obesidad con un peso ligero y una aparentemente saludable talla 38. En España, el primero en hablar del tema ha sido el doctor Ángel Durántez, director médico de Neolife. El especialista defiende la teoría recurriendo al concepto de la composición corporal: “Nuestro peso total es la suma de distintos tejidos, el graso, el óseo, el muscular, el residual, el de agua… De modo que podemos pesar poco, pero esconder un alto nivel de grasa corporal”. Sucede con aquellas personas que comen "como pajaritos", pero no perdonan la pieza diaria de bollería industrial.
En el otro extremo, están los “falsos gordos”, individuos que pueden transmitir una imagen de sobrepeso, pero gozan de una salud de hierro. Pongamos, como ejemplo, a un Schwarzenegger de la vida. Su Índice de Masa Corporal (IMC), hasta el momento la cifra fijada para valorar los distintos tipos de sobrepeso, se va a situar por encima de 25, señal de gordura. Sin embargo, es probable que este hipotético individuo corpulento, que vestido con ropa ancha puede parecer grueso, dé unos niveles correctísimos de peso en las nuevas y modernas básculas de bioimpedancia, capaces de desglosar el peso en masa muscular, grasa y agua. Efectivamente, el IMC se ha quedado anticuado. ¿Sería entonces Schwarzenegger un falso gordo? Como señala Flavia Bonina, especialista en estética y nutrición en Instituto IDEI, “una persona que practica el culturismo o acude mucho al gimnasio puede tener un alto IMC y no padecer obesidad, ya que son los músculos los que elevan ese índice de forma engañosa al no haber un porcentaje alto de grasa corporal”. El problema se presenta cuando un paciente tiene un IMC alto con un porcentaje elevado de grasa corporal, ya que el riesgo de enfermedad cardiovascular se multiplica. Agarrándonos al mismo juego de palabras, aquí sí estaríamos hablando de un gordo por fuera y gordo por dentro.
En busca del equilibrio
Siempre hay una receta adecuada. En este caso, la detalla la doctora Bonina: “Para llegar a un equilibrio saludable entre IMC [por debajo de 25 es peso normal; por encima de 30, obesidad; y menos de 16, delgadez severa] y masa grasa es fundamental la alimentación. No es necesario eliminar las grasas de la dieta por completo, sino reemplazar las 'malas' (saturadas y trans, presentes en mantequillas, embutidos y lácteos grasos) por las 'buenas' (insaturadas y monoinsaturadas, propias del aceite de oliva, el pescado azul, el aguacate y los frutos secos)”.
El ejercicio es otro de los factores clave. Si le puede la pereza, piense que, como señala la dietista, “no solo consigue quemar grasas, sino que también aumenta la masa muscular que acelera el metabolismo, ayudando a quemar más grasas incluso cuando se está en reposo”. Hasta aquí, todo aclarado, pero Steve Blair complica más las cosas con esta afirmación: "Hay obesos en forma que pueden ser más sanos que los delgados que no hacen ejercicio físico". Es decir, aunque si nivel de grasa sea equilibrado y su IMC aceptable, una carencia de desarrollo muscular lo puede situar por detrás de alguien con sobrepeso en lo que a salud se refiere.
Consecuentemente, ¿qué es mejor: gordo deportista o delgado sedentario? Bajo parámetros médicos, no es fácil determinarlo. El doctor Daniel Nan, médico adjunto de medicina interna del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla de Santander, señala que no se pueden comparar las dos situaciones. “La cantidad de factores que influyen son muchos: la predisposición genética, los hábitos de vida (el tabaco a la cabeza), la dieta, el grado de actividad física y el estrés”.
Por otra parte, en el caso de los delgados extremos, como añade el especialista, habría que tener en cuenta otras posibles causas: "La existencia de enfermedades 'adelgazantes' como el hipertiroidismo, las neoplasias ocultas, enfermedades inflamatorias no diagnosticadas o la mala absorción de los nutrientes”. Para el doctor Nan, si hay que elegir, la situación ideal sería la que responde a un estilo de vida saludable. “Si la persona mantiene un IMC de entre 20 y 25, hace ejercicio periódicamente, no fuma, consume alcohol con moderación (un vaso de vino tinto al día) y aprende a controlar el estrés, todo permanecerá en orden”. Y lo de gordo flaco, flaco gordo o flaco flaco, no será más que una anécdota divertida para comentar una noche entre amigos.
Marta Cámara, El País
El mensaje de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es rotundo: “La obesidad se ha convertido en la gran epidemia del siglo XXI”. La organización estima que en 2015 habrá en el mundo 2.300 millones de personas adultas con sobrepeso. El ejercicio físico y una dieta equilibrada son las dos grandes claves para moldear la figura, y no solo por tintes estéticos, sino fundamentalmente por una cuestión de salud y calidad de vida. ¿Pero qué ocurre cuando un exceso de peso no es la única señal de alarma?
El doctor Steve Blair, profesor de la Universidad de Carolina del Sur, abría recientemente la caja de los truenos asegurando que los obesos en buena forma física podían estar más sanos que los delgados en mala forma. La clave reside en el índice de grasa. “Las personas de fisionomías más generosas tienen donde albergar el excedente, pero en el caso de las anatomías más escuetas, este va a parar a los órganos o arterias”, explicaba. Se convierte entonces en “grasa visceral” y provoca una nueva realidad: la delgadez moderada ya no es sinónimo inequívoco de salud. La comunidad científica, tan dada a las nomenclaturas novedosas, ha bautizado a estos “falsos delgados” como skinny fat (en español, “gordiflacos") o TOFI (thin outsider, fat inside; en español "delgado por fuera, gordo por dentro"). ¿Existe la posibilidad de que grandes abanderadas de la delgadez, como Victoria Beckham, Kate Moss o Angelina Jolie, escondan un excedente graso amenazante en las zonas más vulnerables del cuerpo? La respuesta es afirmativa.
Se puede estar expuesto a riesgos similares a los de la obesidad con un peso ligero y una aparentemente saludable talla 38. En España, el primero en hablar del tema ha sido el doctor Ángel Durántez, director médico de Neolife. El especialista defiende la teoría recurriendo al concepto de la composición corporal: “Nuestro peso total es la suma de distintos tejidos, el graso, el óseo, el muscular, el residual, el de agua… De modo que podemos pesar poco, pero esconder un alto nivel de grasa corporal”. Sucede con aquellas personas que comen "como pajaritos", pero no perdonan la pieza diaria de bollería industrial.
En el otro extremo, están los “falsos gordos”, individuos que pueden transmitir una imagen de sobrepeso, pero gozan de una salud de hierro. Pongamos, como ejemplo, a un Schwarzenegger de la vida. Su Índice de Masa Corporal (IMC), hasta el momento la cifra fijada para valorar los distintos tipos de sobrepeso, se va a situar por encima de 25, señal de gordura. Sin embargo, es probable que este hipotético individuo corpulento, que vestido con ropa ancha puede parecer grueso, dé unos niveles correctísimos de peso en las nuevas y modernas básculas de bioimpedancia, capaces de desglosar el peso en masa muscular, grasa y agua. Efectivamente, el IMC se ha quedado anticuado. ¿Sería entonces Schwarzenegger un falso gordo? Como señala Flavia Bonina, especialista en estética y nutrición en Instituto IDEI, “una persona que practica el culturismo o acude mucho al gimnasio puede tener un alto IMC y no padecer obesidad, ya que son los músculos los que elevan ese índice de forma engañosa al no haber un porcentaje alto de grasa corporal”. El problema se presenta cuando un paciente tiene un IMC alto con un porcentaje elevado de grasa corporal, ya que el riesgo de enfermedad cardiovascular se multiplica. Agarrándonos al mismo juego de palabras, aquí sí estaríamos hablando de un gordo por fuera y gordo por dentro.
En busca del equilibrio
Siempre hay una receta adecuada. En este caso, la detalla la doctora Bonina: “Para llegar a un equilibrio saludable entre IMC [por debajo de 25 es peso normal; por encima de 30, obesidad; y menos de 16, delgadez severa] y masa grasa es fundamental la alimentación. No es necesario eliminar las grasas de la dieta por completo, sino reemplazar las 'malas' (saturadas y trans, presentes en mantequillas, embutidos y lácteos grasos) por las 'buenas' (insaturadas y monoinsaturadas, propias del aceite de oliva, el pescado azul, el aguacate y los frutos secos)”.
El ejercicio es otro de los factores clave. Si le puede la pereza, piense que, como señala la dietista, “no solo consigue quemar grasas, sino que también aumenta la masa muscular que acelera el metabolismo, ayudando a quemar más grasas incluso cuando se está en reposo”. Hasta aquí, todo aclarado, pero Steve Blair complica más las cosas con esta afirmación: "Hay obesos en forma que pueden ser más sanos que los delgados que no hacen ejercicio físico". Es decir, aunque si nivel de grasa sea equilibrado y su IMC aceptable, una carencia de desarrollo muscular lo puede situar por detrás de alguien con sobrepeso en lo que a salud se refiere.
Consecuentemente, ¿qué es mejor: gordo deportista o delgado sedentario? Bajo parámetros médicos, no es fácil determinarlo. El doctor Daniel Nan, médico adjunto de medicina interna del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla de Santander, señala que no se pueden comparar las dos situaciones. “La cantidad de factores que influyen son muchos: la predisposición genética, los hábitos de vida (el tabaco a la cabeza), la dieta, el grado de actividad física y el estrés”.
Por otra parte, en el caso de los delgados extremos, como añade el especialista, habría que tener en cuenta otras posibles causas: "La existencia de enfermedades 'adelgazantes' como el hipertiroidismo, las neoplasias ocultas, enfermedades inflamatorias no diagnosticadas o la mala absorción de los nutrientes”. Para el doctor Nan, si hay que elegir, la situación ideal sería la que responde a un estilo de vida saludable. “Si la persona mantiene un IMC de entre 20 y 25, hace ejercicio periódicamente, no fuma, consume alcohol con moderación (un vaso de vino tinto al día) y aprende a controlar el estrés, todo permanecerá en orden”. Y lo de gordo flaco, flaco gordo o flaco flaco, no será más que una anécdota divertida para comentar una noche entre amigos.