El dilema de Obama: cómo destruir a EI sin fortalecer a Al-Assad
Beirut, lanacion.com
Barack Obama dijo que los ataques aéreos liderados por Estados Unidos en Siria tenían el propósito de castigar a las organizaciones terroristas que amenazan a su país, pero que no haría nada para ayudar al presidente sirio, Bashar al-Assad, en guerra con los mismos grupos.
Pero tras cuatro días de ataques, cada vez queda menos claro si Washington podrá mantener ese delicado equilibrio. Un diplomático sirio advirtió, no sin cierta sorna, en un diario oficialista, que "el liderazgo militar norteamericano ahora está peleando en las mismas trincheras que los generales del ejército sirio, en una guerra contra el terrorismo dentro de Siria". Y en Nueva York, el nuevo premier iraquí, Haider al-Abadi, dijo en una entrevista que le había enviado un mensaje privado a Al-Assad en nombre de Washington, para asegurarle que el gobierno sirio no era el objetivo de los ataques norteamericanos.
Las confiadas declaraciones de los líderes sirios y sus aliados demostraron hasta qué punto ya es difícil para Obama perseguir a los terroristas que operan desde Siria sin verse arrastrado en una guerra civil que lleva tres años y medio. De hecho, los ataques norteamericanos le ofrecen a Al-Assad cierta cobertura política, ya que los sirios que apoyan su gobierno se quejaban antes de la incapacidad del presidente para derrotar a los rebeldes.
Por su parte, los aliados de Estados Unidos en el Golfo, a quienes Obama señaló como cruciales para la credibilidad de la campaña aérea, expresaron su descontento con la reticencia estadounidense de enfrentar directamente a Al-Assad. Durante años, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos presionaron a Washington para que se uniese a la lucha para derrocar al sirio.
Y durante años, Estados Unidos se negó. "Necesitamos crear un ejército para combatir a los terroristas, pero también hay que combatir al régimen -dijo, anteayer, en una entrevista con los editores de The New York Times el jeque Tamim bin Hamad al-Thani, emir de Qatar-. Hacen falta las dos cosas."
Obama dijo el miércoles ante la Asamblea General de Naciones Unidas que su país trabajaría con los aliados para hacer retroceder a Estado Islámico por medio de la acción militar, y para apoyar a los rebeldes moderados. Pero agregó: "La única solución duradera para la guerra civil siria es política: una transición política inclusiva que responda a las legítimas aspiraciones de todos los ciudadanos sirios, sin importar su etnia ni su credo".
Pero a medida que el conflicto sirio dejó de ser un pedido popular y pacífico de cambio para transformarse en una sangrienta guerra nacional, también se convirtió en un campo de batalla de otros intereses regionales y globales. Irán y Rusia se alinearon con Al-Assad. Las naciones del Golfo apoyaron a los rebeldes, aunque no siempre los mismos grupos. Y Estados Unidos pidió la renuncia de Al-Assad, pero nunca terminó de involucrarse del todo.
Las líneas de conflicto son más claras de lo que parecen, ya que ambos bandos intentan capitalizar la participación de Estados Unidos en su beneficio, presionando a Washington para que cambie su política hacia Siria, por más que Obama esté decidido a seguir su línea. Los aliados árabes, para satisfacción de Washington, no hacen el menor esfuerzo por ocultar su participación en los ataques aéreos. De hecho, hasta se jactan de ello.
"Los Estados clave del Golfo accedieron a la petición norteamericana, en gran parte para intentar modificar la política de Washington hacia Siria, después de años de frustración -dijo Emile Hokayem, analista de Medio Oriente del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos-. Ellos creen que de haberle dicho que no a Washington, la esperanza de un cambio en la política norteamericana hacia Siria sería nula."
Al mismo tiempo, esos aliados árabes ven que, una vez más, Estados Unidos depende de los caudillos y monarcas con poder absoluto para la consecución de sus metas.
Durante un tiempo parecía que Washington se estaba apartando de su política de las últimas décadas, para dar apoyo a los movimientos populares prodemocráticos en la región. Ese cambio enfurecía a los sauditas y a otras monarquías, pero con el colapso del despertar árabe y el ascenso de Estado Islámico, las viejas alianzas salieron vigorizadas.
Los funcionarios norteamericanos saben que la participación de cinco países árabes en la campaña siria es esencial para combatir la idea de que Estados Unidos está en guerra contra los musulmanes. Pero los activistas de derechos humanos temen que esa alianza dificulte aún más la posibilidad de que Occidente los presione en pos de reformas.
Barack Obama dijo que los ataques aéreos liderados por Estados Unidos en Siria tenían el propósito de castigar a las organizaciones terroristas que amenazan a su país, pero que no haría nada para ayudar al presidente sirio, Bashar al-Assad, en guerra con los mismos grupos.
Pero tras cuatro días de ataques, cada vez queda menos claro si Washington podrá mantener ese delicado equilibrio. Un diplomático sirio advirtió, no sin cierta sorna, en un diario oficialista, que "el liderazgo militar norteamericano ahora está peleando en las mismas trincheras que los generales del ejército sirio, en una guerra contra el terrorismo dentro de Siria". Y en Nueva York, el nuevo premier iraquí, Haider al-Abadi, dijo en una entrevista que le había enviado un mensaje privado a Al-Assad en nombre de Washington, para asegurarle que el gobierno sirio no era el objetivo de los ataques norteamericanos.
Las confiadas declaraciones de los líderes sirios y sus aliados demostraron hasta qué punto ya es difícil para Obama perseguir a los terroristas que operan desde Siria sin verse arrastrado en una guerra civil que lleva tres años y medio. De hecho, los ataques norteamericanos le ofrecen a Al-Assad cierta cobertura política, ya que los sirios que apoyan su gobierno se quejaban antes de la incapacidad del presidente para derrotar a los rebeldes.
Por su parte, los aliados de Estados Unidos en el Golfo, a quienes Obama señaló como cruciales para la credibilidad de la campaña aérea, expresaron su descontento con la reticencia estadounidense de enfrentar directamente a Al-Assad. Durante años, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos presionaron a Washington para que se uniese a la lucha para derrocar al sirio.
Y durante años, Estados Unidos se negó. "Necesitamos crear un ejército para combatir a los terroristas, pero también hay que combatir al régimen -dijo, anteayer, en una entrevista con los editores de The New York Times el jeque Tamim bin Hamad al-Thani, emir de Qatar-. Hacen falta las dos cosas."
Obama dijo el miércoles ante la Asamblea General de Naciones Unidas que su país trabajaría con los aliados para hacer retroceder a Estado Islámico por medio de la acción militar, y para apoyar a los rebeldes moderados. Pero agregó: "La única solución duradera para la guerra civil siria es política: una transición política inclusiva que responda a las legítimas aspiraciones de todos los ciudadanos sirios, sin importar su etnia ni su credo".
Pero a medida que el conflicto sirio dejó de ser un pedido popular y pacífico de cambio para transformarse en una sangrienta guerra nacional, también se convirtió en un campo de batalla de otros intereses regionales y globales. Irán y Rusia se alinearon con Al-Assad. Las naciones del Golfo apoyaron a los rebeldes, aunque no siempre los mismos grupos. Y Estados Unidos pidió la renuncia de Al-Assad, pero nunca terminó de involucrarse del todo.
Las líneas de conflicto son más claras de lo que parecen, ya que ambos bandos intentan capitalizar la participación de Estados Unidos en su beneficio, presionando a Washington para que cambie su política hacia Siria, por más que Obama esté decidido a seguir su línea. Los aliados árabes, para satisfacción de Washington, no hacen el menor esfuerzo por ocultar su participación en los ataques aéreos. De hecho, hasta se jactan de ello.
"Los Estados clave del Golfo accedieron a la petición norteamericana, en gran parte para intentar modificar la política de Washington hacia Siria, después de años de frustración -dijo Emile Hokayem, analista de Medio Oriente del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos-. Ellos creen que de haberle dicho que no a Washington, la esperanza de un cambio en la política norteamericana hacia Siria sería nula."
Al mismo tiempo, esos aliados árabes ven que, una vez más, Estados Unidos depende de los caudillos y monarcas con poder absoluto para la consecución de sus metas.
Durante un tiempo parecía que Washington se estaba apartando de su política de las últimas décadas, para dar apoyo a los movimientos populares prodemocráticos en la región. Ese cambio enfurecía a los sauditas y a otras monarquías, pero con el colapso del despertar árabe y el ascenso de Estado Islámico, las viejas alianzas salieron vigorizadas.
Los funcionarios norteamericanos saben que la participación de cinco países árabes en la campaña siria es esencial para combatir la idea de que Estados Unidos está en guerra contra los musulmanes. Pero los activistas de derechos humanos temen que esa alianza dificulte aún más la posibilidad de que Occidente los presione en pos de reformas.