OPINIÓN / El futuro de Europa se juega en el Este
Ucrania vive en una espiral de violencia que ha sacado a la luz la corrupción de una casta oligárquica
Natividad Fernández Sola, El País
El conflicto de Ucrania ha llevado a una situación no esperada hace nueve meses cuando comenzaron las protestas del Maidán. El país vive en una espiral de odio y violencia que ha sacado a la luz el sempiterno problema de la corrupción rampante de una casta oligárquica, siempre en el poder, de una u otra forma.
Los países de la UE, cuya torpeza estratégica ha sido evidente, se enfrentan a un veto ruso a las exportaciones de frutas y hortalizas que, aunque no esencial para la economía europea, sí produce efectos de manera inmediata en un mercado muy sensible por lo perecedero del género y la rápida repercusión en los consumidores. Al tiempo, se vive con angustia el futuro, cuando comience el descenso de temperaturas, con la incertidumbre acerca del suministro de energía por parte de Rusia y con el veto de Ucrania al paso por su territorio de dicha fuente de energía.
Rusia, por su parte, ha reaccionado a las sanciones occidentales con una nueva estrategia nacional que termina con el lenguaje de la cooperación y el entendimiento con el resto de Europa, vuelve a catalogar a la OTAN como adversario, y propugna una mayor autarquía económica y el afianzamiento de socios alternativos.
Angela Merkel, la canciller alemana, ha querido en la última semana encontrar soluciones a la congelación de las relaciones de la UE con Rusia, su tercer mayor socio comercial, sin desatender las llamadas de Kiev por el respeto de su integridad territorial. Cualquier acuerdo pasa por el cese de la violencia armada y la negociación diplomática como cauce. Pero no nos engañemos, la diplomacia cada vez tiene un margen más estrecho por lo enconado de las posiciones y la progresiva escalada del enfrentamiento, según denuncia Ucrania.
Las buenas palabras de Merkel al presidente Poroshenko en su reciente visita al país no deben hacernos olvidar su carácter inflexible cuando se trata de hacer frente a situaciones complicadas. Si Alemania ha impuesto sus duras condiciones a los socios europeos para salir de la crisis, no debería hacer menos con Ucrania exigiendo el cumplimiento de los acuerdos alcanzados, el empuje al proceso de reforma constitucional y de las instituciones del Estado.
Ucrania no reporta beneficio económico alguno a la UE y sí cuantiosos gastos a sumar a las pérdidas producidas por la negativa relación comercial con Rusia. De ahí que el acuerdo fundamental deba producirse entre Ucrania y Rusia para una convivencia pacífica y acorde con los principios de buena vecindad. A corto plazo, no hay alternativa energética ni económica para Ucrania que no pase por Rusia. A su vez, Rusia no puede seguir planteando sus relaciones con los antiguos Estados de la Unión Soviética en términos de poder, sometimiento y dominación. La independencia soberana de los mismos es el punto de partida para una nueva relación.
La Ucrania actual es fruto de una historia convulsa particularmente ligada a Rusia, pero también a Polonia y Lituania, a quienes ha pertenecido en diferentes momentos desde el siglo IX hasta el XX. Su existencia independiente es necesaria, como Estado con identidad propia y como garantía de seguridad hacia sus vecinos. Su estabilidad conlleva la estabilidad de todo el continente, a uno y otro lado de las fronteras ucranias.
Por impactante que resultara una reacción de la OTAN, poco probable, la solución a la crisis no es militar. Urge por tanto una solución negociada que mire al futuro y no a inútiles revanchismos históricos, que garantice los derechos de todos los ucranios de acuerdo con las pautas acordadas en el marco de la OSCE, particularmente el respeto de las minorías nacionales, y que no suponga una amenaza ni para los vecinos occidentales ni para el oriental. El mantenimiento de la situación conflictiva no beneficia a ninguno de ellos sino tan solo a agentes externos, productores o grandes consumidores de energía, como Estados Unidos y China respectivamente, que pueden sacar partido de la situación en este importante mercado.
Natividad Fernández Sola es profesora de la Universidad de Zaragoza y profesora visitante en la Higher School of Economics-Moscú.
Natividad Fernández Sola, El País
El conflicto de Ucrania ha llevado a una situación no esperada hace nueve meses cuando comenzaron las protestas del Maidán. El país vive en una espiral de odio y violencia que ha sacado a la luz el sempiterno problema de la corrupción rampante de una casta oligárquica, siempre en el poder, de una u otra forma.
Los países de la UE, cuya torpeza estratégica ha sido evidente, se enfrentan a un veto ruso a las exportaciones de frutas y hortalizas que, aunque no esencial para la economía europea, sí produce efectos de manera inmediata en un mercado muy sensible por lo perecedero del género y la rápida repercusión en los consumidores. Al tiempo, se vive con angustia el futuro, cuando comience el descenso de temperaturas, con la incertidumbre acerca del suministro de energía por parte de Rusia y con el veto de Ucrania al paso por su territorio de dicha fuente de energía.
Rusia, por su parte, ha reaccionado a las sanciones occidentales con una nueva estrategia nacional que termina con el lenguaje de la cooperación y el entendimiento con el resto de Europa, vuelve a catalogar a la OTAN como adversario, y propugna una mayor autarquía económica y el afianzamiento de socios alternativos.
Angela Merkel, la canciller alemana, ha querido en la última semana encontrar soluciones a la congelación de las relaciones de la UE con Rusia, su tercer mayor socio comercial, sin desatender las llamadas de Kiev por el respeto de su integridad territorial. Cualquier acuerdo pasa por el cese de la violencia armada y la negociación diplomática como cauce. Pero no nos engañemos, la diplomacia cada vez tiene un margen más estrecho por lo enconado de las posiciones y la progresiva escalada del enfrentamiento, según denuncia Ucrania.
Las buenas palabras de Merkel al presidente Poroshenko en su reciente visita al país no deben hacernos olvidar su carácter inflexible cuando se trata de hacer frente a situaciones complicadas. Si Alemania ha impuesto sus duras condiciones a los socios europeos para salir de la crisis, no debería hacer menos con Ucrania exigiendo el cumplimiento de los acuerdos alcanzados, el empuje al proceso de reforma constitucional y de las instituciones del Estado.
Ucrania no reporta beneficio económico alguno a la UE y sí cuantiosos gastos a sumar a las pérdidas producidas por la negativa relación comercial con Rusia. De ahí que el acuerdo fundamental deba producirse entre Ucrania y Rusia para una convivencia pacífica y acorde con los principios de buena vecindad. A corto plazo, no hay alternativa energética ni económica para Ucrania que no pase por Rusia. A su vez, Rusia no puede seguir planteando sus relaciones con los antiguos Estados de la Unión Soviética en términos de poder, sometimiento y dominación. La independencia soberana de los mismos es el punto de partida para una nueva relación.
La Ucrania actual es fruto de una historia convulsa particularmente ligada a Rusia, pero también a Polonia y Lituania, a quienes ha pertenecido en diferentes momentos desde el siglo IX hasta el XX. Su existencia independiente es necesaria, como Estado con identidad propia y como garantía de seguridad hacia sus vecinos. Su estabilidad conlleva la estabilidad de todo el continente, a uno y otro lado de las fronteras ucranias.
Por impactante que resultara una reacción de la OTAN, poco probable, la solución a la crisis no es militar. Urge por tanto una solución negociada que mire al futuro y no a inútiles revanchismos históricos, que garantice los derechos de todos los ucranios de acuerdo con las pautas acordadas en el marco de la OSCE, particularmente el respeto de las minorías nacionales, y que no suponga una amenaza ni para los vecinos occidentales ni para el oriental. El mantenimiento de la situación conflictiva no beneficia a ninguno de ellos sino tan solo a agentes externos, productores o grandes consumidores de energía, como Estados Unidos y China respectivamente, que pueden sacar partido de la situación en este importante mercado.
Natividad Fernández Sola es profesora de la Universidad de Zaragoza y profesora visitante en la Higher School of Economics-Moscú.