A Renzi se le resiste Italia
El líder socialdemócrata aún no ha sacado adelante ninguna de las reformas que prometió
Pablo Ordaz, El País
Matteo Renzi las está pasando canutas. El líder político al que todos los socialdemócratas europeos se quieren parecer, el que logró el 40’8% de los votos en las elecciones europeas dejando con un palmo de narices a Beppe Grillo y a Silvio Berlusconi, el mismo que, el pasado 2 de julio, causó una excelente impresión en Estrasburgo al hacer votos por “recuperar el alma de Europa”, no ha sido capaz todavía de sacar adelante de forma completa ninguna de las reformas a las que se comprometió tras ser investido –que no elegido-- primer ministro de Italia hace ya cuatro meses y 10 días. Para completar el cuadro, las cuentas no le salen: ya se ha comprometido a gastar más de lo que tiene previsto ahorrar.
Renzi salió disparado de la línea de salida. Sólo unas horas después de que, lógicamente con cara de pocos amigos, Enrico Letta le entregara el testigo, el joven líder del Partido Democrático (PD) reafirmó su intención de llevar adelante una gran reforma al mes: “En febrero”, dijo, “reformaremos la ley electoral y el Senado; en marzo, sacaremos adelante la reforma del trabajo; en abril, la de la administración pública; en mayo, la del fisco; en junio, la justicia”. Aquellas prisas no sólo estaban justificadas por la situación de crisis que atravesaba –y atraviesa— Italia. El nuevo primer ministro sólo disponía de 28 días hábiles antes de las elecciones europeas de finales de mayo y, si quería frenar la bien nutrida rabia de los electores hacia la política tradicional, no tenía otra opción que respaldar con hechos sus palabras. Así que el “enérgico y ambicioso” Renzi, según lo definió Barack Obama durante su visita a Roma, logró tres grandes golpes de efecto: la Cámara de Diputados aprobó el primer borrador de una nueva ley electoral, llamada Italicum, destinada a favorecer la gobernabilidad del país; el Consejo de Ministros dio luz verde a una reducción del IRPF para que los 10 millones de italianos que cobran menos de 1.500 euros al mes recibieran un plus mensual de unos 80 euros; anunció que subastaría el lujoso parque móvil al servicio del Gobierno –incluidos 15 Maserati Quattroporte valorados en 117.000 euros la unidad que compró Berlusconi en los peores años de la crisis— y, por si fuera poco, se comprometió a meter en cintura los estratosféricos sueldos –hasta 850.000 euros al año— de algunos dirigentes de empresas públicas o participadas por el Estado.
Aquello funcionó. El Partido Democrático (PD), célebre por su histórica afición a la derrota, barrió en las europeas y Renzi se hizo confeccionar un gran cartel con el resultado obtenido –el 40’8%-- y lo colocó en el escenario, a su espalda, durante una cumbre del centroizquierda, por si alguno, corto de vista o largo de ambición, aún dudara de quién era el nuevo capo. Sin embargo, desde entonces hasta ahora, el camino se le ha ido poniendo a Renzi cuesta arriba. El primer ministro italiano está chocando de frente con la resistencia, a veces feroz, de sectores muy poderosos y muy variados de la política y la sociedad. Unos, porque no están dispuestos a perder privilegios que hasta ahora nadie osaba poner en duda. Otros, porque legítimamente creen que la manera que tiene Renzi de imponer sus ansias de reforma refleja un deje de autoritarismo e improvisación que, a la larga, será perjudicial para Italia. El ejemplo más claro y más reciente es el de la reforma del Senado. La decisión de Renzi de eliminar el Senado o, en su defecto, de convertirlo en algo prácticamente simbólico para terminar de una vez con el bicameralismo perfecto –hasta ahora ambas cámaras tenían la misma importancia y las leyes tenían que aprobarse por partida doble, provocando muchas veces la parálisis--, ha provocado una auténtica rebelión entre los senadores, incluidos algunos del PD. Se han llegado a presentar 7.800 enmiendas en un intento manifiesto de bloquear la reforma. La firme respuesta de Renzi, que amenazó a los senadores con dejarlos sin vacaciones, provocó altercados y acusaciones gruesas, pero al final se salió en parte con la suya: el nuevo Senado quedará reducido a un centenar de senadores, no electos, sino elegidos entre diputados regionales y concejales. Pero crece el temor que el resto de las reformas tengan también que transitar por el viejo camino de las componendas de salón mientras en la calle la situación, lejos de mejorar, empeora.
Para evitar que la llama de la confianza se apague, Renzi sigue prometiendo inversiones con cargo a un dinero que todavía no ha ahorrado. Carlo Cottarelli, un comisario nombrado por Enrico Letta para revisar el gasto público, ya ha advertido que, si el Gobierno sigue así, gastándose lo que todavía no ha ahorrado, peligran las previsiones y no se podrán bajar los impuestos.
Pablo Ordaz, El País
Matteo Renzi las está pasando canutas. El líder político al que todos los socialdemócratas europeos se quieren parecer, el que logró el 40’8% de los votos en las elecciones europeas dejando con un palmo de narices a Beppe Grillo y a Silvio Berlusconi, el mismo que, el pasado 2 de julio, causó una excelente impresión en Estrasburgo al hacer votos por “recuperar el alma de Europa”, no ha sido capaz todavía de sacar adelante de forma completa ninguna de las reformas a las que se comprometió tras ser investido –que no elegido-- primer ministro de Italia hace ya cuatro meses y 10 días. Para completar el cuadro, las cuentas no le salen: ya se ha comprometido a gastar más de lo que tiene previsto ahorrar.
Renzi salió disparado de la línea de salida. Sólo unas horas después de que, lógicamente con cara de pocos amigos, Enrico Letta le entregara el testigo, el joven líder del Partido Democrático (PD) reafirmó su intención de llevar adelante una gran reforma al mes: “En febrero”, dijo, “reformaremos la ley electoral y el Senado; en marzo, sacaremos adelante la reforma del trabajo; en abril, la de la administración pública; en mayo, la del fisco; en junio, la justicia”. Aquellas prisas no sólo estaban justificadas por la situación de crisis que atravesaba –y atraviesa— Italia. El nuevo primer ministro sólo disponía de 28 días hábiles antes de las elecciones europeas de finales de mayo y, si quería frenar la bien nutrida rabia de los electores hacia la política tradicional, no tenía otra opción que respaldar con hechos sus palabras. Así que el “enérgico y ambicioso” Renzi, según lo definió Barack Obama durante su visita a Roma, logró tres grandes golpes de efecto: la Cámara de Diputados aprobó el primer borrador de una nueva ley electoral, llamada Italicum, destinada a favorecer la gobernabilidad del país; el Consejo de Ministros dio luz verde a una reducción del IRPF para que los 10 millones de italianos que cobran menos de 1.500 euros al mes recibieran un plus mensual de unos 80 euros; anunció que subastaría el lujoso parque móvil al servicio del Gobierno –incluidos 15 Maserati Quattroporte valorados en 117.000 euros la unidad que compró Berlusconi en los peores años de la crisis— y, por si fuera poco, se comprometió a meter en cintura los estratosféricos sueldos –hasta 850.000 euros al año— de algunos dirigentes de empresas públicas o participadas por el Estado.
Aquello funcionó. El Partido Democrático (PD), célebre por su histórica afición a la derrota, barrió en las europeas y Renzi se hizo confeccionar un gran cartel con el resultado obtenido –el 40’8%-- y lo colocó en el escenario, a su espalda, durante una cumbre del centroizquierda, por si alguno, corto de vista o largo de ambición, aún dudara de quién era el nuevo capo. Sin embargo, desde entonces hasta ahora, el camino se le ha ido poniendo a Renzi cuesta arriba. El primer ministro italiano está chocando de frente con la resistencia, a veces feroz, de sectores muy poderosos y muy variados de la política y la sociedad. Unos, porque no están dispuestos a perder privilegios que hasta ahora nadie osaba poner en duda. Otros, porque legítimamente creen que la manera que tiene Renzi de imponer sus ansias de reforma refleja un deje de autoritarismo e improvisación que, a la larga, será perjudicial para Italia. El ejemplo más claro y más reciente es el de la reforma del Senado. La decisión de Renzi de eliminar el Senado o, en su defecto, de convertirlo en algo prácticamente simbólico para terminar de una vez con el bicameralismo perfecto –hasta ahora ambas cámaras tenían la misma importancia y las leyes tenían que aprobarse por partida doble, provocando muchas veces la parálisis--, ha provocado una auténtica rebelión entre los senadores, incluidos algunos del PD. Se han llegado a presentar 7.800 enmiendas en un intento manifiesto de bloquear la reforma. La firme respuesta de Renzi, que amenazó a los senadores con dejarlos sin vacaciones, provocó altercados y acusaciones gruesas, pero al final se salió en parte con la suya: el nuevo Senado quedará reducido a un centenar de senadores, no electos, sino elegidos entre diputados regionales y concejales. Pero crece el temor que el resto de las reformas tengan también que transitar por el viejo camino de las componendas de salón mientras en la calle la situación, lejos de mejorar, empeora.
Para evitar que la llama de la confianza se apague, Renzi sigue prometiendo inversiones con cargo a un dinero que todavía no ha ahorrado. Carlo Cottarelli, un comisario nombrado por Enrico Letta para revisar el gasto público, ya ha advertido que, si el Gobierno sigue así, gastándose lo que todavía no ha ahorrado, peligran las previsiones y no se podrán bajar los impuestos.