La división de los chiíes en Irak bloquea otra vez la formación de Gobierno
El Parlamento aplaza sus sesiones hasta agosto, tras el fin del Ramadán
Óscar Gutiérrez Garrido
Bagdad, El País
Lo que en las calles de Bagdad parece estar cerca como para dar un paseo se halla en realidad muy distante: enrevesado por muros de tierra y hormigón, portones de metal, controles de seguridad, blindados mal camuflados y uniformados metralleta en mano —o sobre el talón—. No es cosa nueva. La inseguridad, como llaman con benevolencia en la capital iraquí a la situación de alerta por la arremetida de los yihadistas del Estado Islámico (EI) y la sacudida diaria de los atentados —el último, ayer, dejó cuatro muertos, entre ellos el general Neshm Abdalá Ali—, es uno de los dos temas que surgen en todas las conversaciones. El otro es Nuri al Maliki, primer ministro saliente tras las elecciones parlamentarias de abril. Pocos le quieren para un tercer mandato. El último en sumarse a las críticas ha sido el influyente líder religioso chií —rito musulmán que profesa también Al Maliki— Múqtada al Sáder, que desafió a las autoridades provisionales implantadas por EE UU tras la invasión de 2003.
Porque de aquellos polvos, que Washington lanzó sobre las fuerzas de seguridad iraquíes, purgadas en gran medida, ven aún muchos los lodos que empantanan hoy Irak. “No tenemos una estrategia de seguridad para hacer frente al EI”, señala Ali Atwany, portavoz del partido Consejo Supremo Islámico de Irak (CSII). “Sufrimos mucho en la frontera, algunos países vecinos [en relación a Qatar y Arabia Saudí] alientan a los terroristas y nuestro Ejército no tiene armas nuevas”, prosigue. Todos esos males tendrían otra apariencia si Al Maliki no aspirara de nuevo a la jefatura de Gobierno, según sostiene el CSII, formación chií como la de Al Sáder y como del ex primer ministro Iyad Allawi, quien ha expresado también su rechazo a que el primer ministro mantenga las riendas del poder. “Al Maliki ha tenido tiempo para cambiar el país pero no ha sabido manejarlo”, afirma Atwany. “La estabilidad política y tener una nueva estrategia, influiría en la seguridad”.
Y si no es él, ¿quién puede ser? El CSII, nacido en los años ochenta en Irán, maneja tres nombres: el economista de su partido Abdul Madi; el otrora hombre vinculado a EE UU Ahmed Chalabi, e incluso Tareq Najim, exjefe de Gabinete del propio Al Maliki. Un puñado de aspirantes, como otros muchos más, que enredan el diálogo en el Parlamento iraquí. Los diputados electos, debieran haber abordado el martes, por segunda vez, la votación sobre los candidatos a dirigir el Parlamento (suní), la Presidencia (kurdo) y el Gobierno (chií), pero la sesión se aplazó hasta el 12 de agosto.
Mientras, en un nuevo control de seguridad amodorrado por los más de 40 grados de temperatura que soporta Bagdad se sube la barrera que da paso al cuartel general de la Organización Bader, con raíces también iraníes y con una potente milicia chií que lucha en el frente contra el EI —un grupo formado por suníes, principalmente—. Aquí, Al Maliki, es visto de otro modo. “Está luchando por la esperanza del pueblo”, dice tras la oración y un receso en el trabajo Hassan al Saadi, diputado y uno de los líderes de este partido. ¿Pero muchos chiíes critican al primer ministro? “Se debe a intereses personales, la relación con los saderistas [fieles a Al Sáder] siempre fue mala”, asegura.
Para Al Saadi, para la combativa Organización Bader —algunos de sus miembros siguen las noticias del frente en una habitación contigua—, Maliki es “el único que puede enfrentarse a la crisis que vive el país”. ¿Y por qué cayó Mosul en manos de los yihadistas? “Eso fue culpa de los kurdos, que tienen acuerdos con los baazistas [seguidores del partido único de Sadam Husein] y los turcos”, culpa el diputado. La “calle iraquí”, defiende Al Saadi, ataviado en un uniforme de camuflaje, “decidió apoyar a Al Maliki, que ganó de forma legal”.
Sin duda, el primer ministro saliente fue el líder iraquí más votado de las elecciones del pasado mes de abril. La coalición Estado de la Ley, en la que está encuadrado su partido, Dawa, obtuvo 92 escaños en el Parlamento. Pero la mayoría se sitúa en 165 (de un total de 328) y ahí es donde viene la disensión interna chií. Porque Al Maliki no se mueve de su sitio. “El pleno del Parlamento no se reunirá hasta después del Ramadán” [28 de julio], advierte el doctor Wafeq al Hachemi, analista del Grupo Iraquí de Estudios Estratégicos. Si el tira y afloja continúa, prosigue Al Hachemi, “las consecuencias serán gravísimas para el pueblo; todo eso afecta a la moral del soldado iraquí”. Y que Al Maliki fuese el más votado en abril no lo es todo para este analista: “Este no es un sistema presidencialista, sino parlamentario, y Al Maliki no tiene la mayoría”.
Óscar Gutiérrez Garrido
Bagdad, El País
Lo que en las calles de Bagdad parece estar cerca como para dar un paseo se halla en realidad muy distante: enrevesado por muros de tierra y hormigón, portones de metal, controles de seguridad, blindados mal camuflados y uniformados metralleta en mano —o sobre el talón—. No es cosa nueva. La inseguridad, como llaman con benevolencia en la capital iraquí a la situación de alerta por la arremetida de los yihadistas del Estado Islámico (EI) y la sacudida diaria de los atentados —el último, ayer, dejó cuatro muertos, entre ellos el general Neshm Abdalá Ali—, es uno de los dos temas que surgen en todas las conversaciones. El otro es Nuri al Maliki, primer ministro saliente tras las elecciones parlamentarias de abril. Pocos le quieren para un tercer mandato. El último en sumarse a las críticas ha sido el influyente líder religioso chií —rito musulmán que profesa también Al Maliki— Múqtada al Sáder, que desafió a las autoridades provisionales implantadas por EE UU tras la invasión de 2003.
Porque de aquellos polvos, que Washington lanzó sobre las fuerzas de seguridad iraquíes, purgadas en gran medida, ven aún muchos los lodos que empantanan hoy Irak. “No tenemos una estrategia de seguridad para hacer frente al EI”, señala Ali Atwany, portavoz del partido Consejo Supremo Islámico de Irak (CSII). “Sufrimos mucho en la frontera, algunos países vecinos [en relación a Qatar y Arabia Saudí] alientan a los terroristas y nuestro Ejército no tiene armas nuevas”, prosigue. Todos esos males tendrían otra apariencia si Al Maliki no aspirara de nuevo a la jefatura de Gobierno, según sostiene el CSII, formación chií como la de Al Sáder y como del ex primer ministro Iyad Allawi, quien ha expresado también su rechazo a que el primer ministro mantenga las riendas del poder. “Al Maliki ha tenido tiempo para cambiar el país pero no ha sabido manejarlo”, afirma Atwany. “La estabilidad política y tener una nueva estrategia, influiría en la seguridad”.
Y si no es él, ¿quién puede ser? El CSII, nacido en los años ochenta en Irán, maneja tres nombres: el economista de su partido Abdul Madi; el otrora hombre vinculado a EE UU Ahmed Chalabi, e incluso Tareq Najim, exjefe de Gabinete del propio Al Maliki. Un puñado de aspirantes, como otros muchos más, que enredan el diálogo en el Parlamento iraquí. Los diputados electos, debieran haber abordado el martes, por segunda vez, la votación sobre los candidatos a dirigir el Parlamento (suní), la Presidencia (kurdo) y el Gobierno (chií), pero la sesión se aplazó hasta el 12 de agosto.
Mientras, en un nuevo control de seguridad amodorrado por los más de 40 grados de temperatura que soporta Bagdad se sube la barrera que da paso al cuartel general de la Organización Bader, con raíces también iraníes y con una potente milicia chií que lucha en el frente contra el EI —un grupo formado por suníes, principalmente—. Aquí, Al Maliki, es visto de otro modo. “Está luchando por la esperanza del pueblo”, dice tras la oración y un receso en el trabajo Hassan al Saadi, diputado y uno de los líderes de este partido. ¿Pero muchos chiíes critican al primer ministro? “Se debe a intereses personales, la relación con los saderistas [fieles a Al Sáder] siempre fue mala”, asegura.
Para Al Saadi, para la combativa Organización Bader —algunos de sus miembros siguen las noticias del frente en una habitación contigua—, Maliki es “el único que puede enfrentarse a la crisis que vive el país”. ¿Y por qué cayó Mosul en manos de los yihadistas? “Eso fue culpa de los kurdos, que tienen acuerdos con los baazistas [seguidores del partido único de Sadam Husein] y los turcos”, culpa el diputado. La “calle iraquí”, defiende Al Saadi, ataviado en un uniforme de camuflaje, “decidió apoyar a Al Maliki, que ganó de forma legal”.
Sin duda, el primer ministro saliente fue el líder iraquí más votado de las elecciones del pasado mes de abril. La coalición Estado de la Ley, en la que está encuadrado su partido, Dawa, obtuvo 92 escaños en el Parlamento. Pero la mayoría se sitúa en 165 (de un total de 328) y ahí es donde viene la disensión interna chií. Porque Al Maliki no se mueve de su sitio. “El pleno del Parlamento no se reunirá hasta después del Ramadán” [28 de julio], advierte el doctor Wafeq al Hachemi, analista del Grupo Iraquí de Estudios Estratégicos. Si el tira y afloja continúa, prosigue Al Hachemi, “las consecuencias serán gravísimas para el pueblo; todo eso afecta a la moral del soldado iraquí”. Y que Al Maliki fuese el más votado en abril no lo es todo para este analista: “Este no es un sistema presidencialista, sino parlamentario, y Al Maliki no tiene la mayoría”.