Víctimas y verdugos en la misma trinchera
La guerra en Ucrania provoca la alianza de los activistas del Maidán y quienes los reprimieron
Jerónimo Andreu (eviado especial)
Dnipropetrovsk, El País
Para media Ucrania, Volodymyr Parasiuk es un héroe. La gélida noche del 21 de febrero los representantes de la oposición salieron al escenario de la plaza central de Kiev a explicar que habían llegado a un acuerdo con Víktor Yanukóvich para que dejara la presidencia en 10 meses. Entonces Parasiuk, de 26 años, les arrebató el micrófono y pronunció el que se considera el discurso que terminó con el entonces presidente.
Mientras la multitud acercaba al escenario los ataúdes con manifestantes muertos a manos del Berkut —las fuerzas especiales del Ministerio del Interior— Parasiuk aseguró que nadie se iría a casa mientras Yanukóvich y sus hombres no asumieran responsabilidades por el centenar de víctimas de las protestas. La plaza se vino abajo en ovaciones. A las pocas horas, el presidente huía en helicóptero.
Tres meses después de aquel discurso, Parasiuk se sienta en una silla de plástico de la comandancia militar de Dnipropetrovsk. Hace unos días que dio un paso que nadie habría imaginado al oírle pedir la caída del sistema: alistarse para la guerra. “Cuando nos enteramos de lo que estaban haciendo las brigadas voluntarias, vinimos una veintena de mi grupo de autodefensa del Maidán”, cuenta: “Queremos combatir a los prorrusos para reconstruir un país más democrático”. Parasiuk, originario de Lviv (oeste del país) aún no es oficialmente miembro del Batallón Dniéper de voluntarios, pero ya ha trabajado con él en tareas que, dice, no puede revelar. Ante la pregunta de si no le molesta luchar codo a codo con los restos de su odiado Berkut pasea la vista sobre la mesa: “No sabían lo que hacían. Seguían órdenes crueles de sus superiores. Ahora la situación ha cambiado: ya no son el Berkut”.
La crisis de Ucrania ha reunido a los compañeros de cama más improbables: reformistas proderechos humanos y la extrema derecha del Sector de Derechas; activistas contra la corrupción y oligarcas como Ihor Kolomoisky (que en Dnipropetrovsk los sostuvo contra los partidarios de Yanukóvich); y, en el lado prorruso, jóvenes anticapitalistas, nostálgicos de la URSS y oportunistas en busca de una tajada de poder. Pero pocas alianzas sorprenden tanto como la de los voluntarios del Maidán y las fuerzas armadas que los reprimieron. El Ministerio de Interior despidió a los escuadrones directamente responsables de la matanza, pero fueron muchos los soldados ucranios que pasaron por la plaza para defender al Gobierno. El lunes en Dnipropetrovsk lo recordaba un grupo de familias de reclutas que se manifestaban pidiendo su vuelta a casa después de dos meses adicionales de servicio militar: “Nuestros niños sufrieron patrullando el Maidán. Ahora luchan en Slaviansk”, se quejaba una madre.
En el hospital militar, una rápida encuesta entre heridos del Ejército regular revela que para ellos no representa un conflicto compartir trincheras con los voluntarios del Maidán. Algunos de estos sí reconocen tener sentimientos encontrados, aunque vean claras las prioridades. Vadyn se sienta en un banco de madera podrida en unos viejos jardines donde está su cuartel. Tiene 48 años. En Donetsk era profesor de Economía y pasó tres meses en el Maidán local. Ahora es el segundo oficial del escuadrón Donetsk, perteneciente al Batallón Dniéper. “Cuando empezó la invasión rusa, me pusieron en la lista de enemigos de la República Popular de Donetsk. Intenté organizar un batallón, pero hace un mes unos amigos me llamaron una noche diciendo que mi mujer y yo teníamos que huir”, cuenta.
Mientras habla, tres hombres de su unidad lanzan cuchillos contra un árbol. No siempre aciertan; por eso dedican buena parte de su tiempo de ejercicio a buscar los cuchillos perdidos entre la maleza. Vadyn cuenta que no le molesta colaborar con las antiguas Berkut, pero tampoco le entusiasma. “No hay odio entre nosotros, aunque está claro que tampoco confianza. No hablamos de cosas importantes unos delante de otros, pero nos concentramos en que tenemos un enemigo común”.
En el escuadrón Donetsk incluso hay antiguos policías de la ciudad. Todos conviven en un instituto en ruinas en los mismos jardines. Los techos son altos y las ventanas están rotas, opacas por el polvo. Los hombres se agrupan en habitaciones con 10 camas, la ropa colgando de cada una como velas de veleros.
Vadyn reconoce que no están bien equipados, y que una parte importante de sus compañeros no tiene experiencia. Él hizo el servicio militar en la URSS. Los que saben más guían al resto en sus ejercicios de tiro en un polígono cercano. Cuando se le plantea si, como piden muchos defensores del Maidán, en el futuro estas milicias deben ser la base de las nuevas fuerzas de seguridad en lugar del antiguo ejército profesional, Vadyn sonríe con sarcasmo: “Primero salgamos con vida de ésta. Luego ya veremos”.
Al fondo, sus hombres presumen de unas camionetas con las que esperan luchar en Donetsk. “Regalo de Kolomoisky”, admiten entre risas. Extrañas alianzas en tiempos de guerra.
Jerónimo Andreu (eviado especial)
Dnipropetrovsk, El País
Para media Ucrania, Volodymyr Parasiuk es un héroe. La gélida noche del 21 de febrero los representantes de la oposición salieron al escenario de la plaza central de Kiev a explicar que habían llegado a un acuerdo con Víktor Yanukóvich para que dejara la presidencia en 10 meses. Entonces Parasiuk, de 26 años, les arrebató el micrófono y pronunció el que se considera el discurso que terminó con el entonces presidente.
Mientras la multitud acercaba al escenario los ataúdes con manifestantes muertos a manos del Berkut —las fuerzas especiales del Ministerio del Interior— Parasiuk aseguró que nadie se iría a casa mientras Yanukóvich y sus hombres no asumieran responsabilidades por el centenar de víctimas de las protestas. La plaza se vino abajo en ovaciones. A las pocas horas, el presidente huía en helicóptero.
Tres meses después de aquel discurso, Parasiuk se sienta en una silla de plástico de la comandancia militar de Dnipropetrovsk. Hace unos días que dio un paso que nadie habría imaginado al oírle pedir la caída del sistema: alistarse para la guerra. “Cuando nos enteramos de lo que estaban haciendo las brigadas voluntarias, vinimos una veintena de mi grupo de autodefensa del Maidán”, cuenta: “Queremos combatir a los prorrusos para reconstruir un país más democrático”. Parasiuk, originario de Lviv (oeste del país) aún no es oficialmente miembro del Batallón Dniéper de voluntarios, pero ya ha trabajado con él en tareas que, dice, no puede revelar. Ante la pregunta de si no le molesta luchar codo a codo con los restos de su odiado Berkut pasea la vista sobre la mesa: “No sabían lo que hacían. Seguían órdenes crueles de sus superiores. Ahora la situación ha cambiado: ya no son el Berkut”.
La crisis de Ucrania ha reunido a los compañeros de cama más improbables: reformistas proderechos humanos y la extrema derecha del Sector de Derechas; activistas contra la corrupción y oligarcas como Ihor Kolomoisky (que en Dnipropetrovsk los sostuvo contra los partidarios de Yanukóvich); y, en el lado prorruso, jóvenes anticapitalistas, nostálgicos de la URSS y oportunistas en busca de una tajada de poder. Pero pocas alianzas sorprenden tanto como la de los voluntarios del Maidán y las fuerzas armadas que los reprimieron. El Ministerio de Interior despidió a los escuadrones directamente responsables de la matanza, pero fueron muchos los soldados ucranios que pasaron por la plaza para defender al Gobierno. El lunes en Dnipropetrovsk lo recordaba un grupo de familias de reclutas que se manifestaban pidiendo su vuelta a casa después de dos meses adicionales de servicio militar: “Nuestros niños sufrieron patrullando el Maidán. Ahora luchan en Slaviansk”, se quejaba una madre.
En el hospital militar, una rápida encuesta entre heridos del Ejército regular revela que para ellos no representa un conflicto compartir trincheras con los voluntarios del Maidán. Algunos de estos sí reconocen tener sentimientos encontrados, aunque vean claras las prioridades. Vadyn se sienta en un banco de madera podrida en unos viejos jardines donde está su cuartel. Tiene 48 años. En Donetsk era profesor de Economía y pasó tres meses en el Maidán local. Ahora es el segundo oficial del escuadrón Donetsk, perteneciente al Batallón Dniéper. “Cuando empezó la invasión rusa, me pusieron en la lista de enemigos de la República Popular de Donetsk. Intenté organizar un batallón, pero hace un mes unos amigos me llamaron una noche diciendo que mi mujer y yo teníamos que huir”, cuenta.
Mientras habla, tres hombres de su unidad lanzan cuchillos contra un árbol. No siempre aciertan; por eso dedican buena parte de su tiempo de ejercicio a buscar los cuchillos perdidos entre la maleza. Vadyn cuenta que no le molesta colaborar con las antiguas Berkut, pero tampoco le entusiasma. “No hay odio entre nosotros, aunque está claro que tampoco confianza. No hablamos de cosas importantes unos delante de otros, pero nos concentramos en que tenemos un enemigo común”.
En el escuadrón Donetsk incluso hay antiguos policías de la ciudad. Todos conviven en un instituto en ruinas en los mismos jardines. Los techos son altos y las ventanas están rotas, opacas por el polvo. Los hombres se agrupan en habitaciones con 10 camas, la ropa colgando de cada una como velas de veleros.
Vadyn reconoce que no están bien equipados, y que una parte importante de sus compañeros no tiene experiencia. Él hizo el servicio militar en la URSS. Los que saben más guían al resto en sus ejercicios de tiro en un polígono cercano. Cuando se le plantea si, como piden muchos defensores del Maidán, en el futuro estas milicias deben ser la base de las nuevas fuerzas de seguridad en lugar del antiguo ejército profesional, Vadyn sonríe con sarcasmo: “Primero salgamos con vida de ésta. Luego ya veremos”.
Al fondo, sus hombres presumen de unas camionetas con las que esperan luchar en Donetsk. “Regalo de Kolomoisky”, admiten entre risas. Extrañas alianzas en tiempos de guerra.