Bagdad vive atemorizada; espera lo peor
Bagdad, AP
"Alá, haz que triunfe nuestro ejército", afirma un creyente desesperado mientras se abre paso entre una multitud para llegar al ornamentado recinto de la tumba de un reverenciado imán chií en Bagdad. Otros en la mezquita de cristal y mármol leen el Corán o recitan súplicas sollozando.
"Rezamos por la seguridad de Irak y Bagdad", dice Mohamed Hashem al-Maliki, un chií, que está en cuclillas en la plaza de mármol afuera del santuario del imán Musa al-Kazim, en el norte de la capital iraquí.
"Vivo cerca, y puedo decir que desde hace mucho tiempo no había visto a la gente así de preocupada o triste", dice este iraquí de 51 años mientras lo escucha Zeinab, su hija de 10.
Aunque la capital de Irak no está bajo la amenaza inmediata de caer en manos de los milicianos suníes que han capturado una extensa franja del norte y oeste del país, los fracasos en el campo de batalla y la creciente violencia sectaria están convirtiendo a esta ciudad de siete millones de habitantes en un lugar repleto de ansiedad que espera el desastre.
El tráfico está lejos de tener la congestión acostumbrada. Muchas tiendas están cerradas y las que están abiertas hacen pocos negocios en una urbe donde las calles se vacían antes de que entre en vigor el toque de queda de las 10 de la noche. Los vuelos nacionales e internacionales que llegan están medio vacíos, mientras que los boletos para viajes a ciudades curdas relativamente seguras como Irbil y Suleimaniya están agotados hasta finales de julio para aquellos que pueden irse.
El número de retenes del ejército y la policía se ha incrementado, lo que ha provocado embotellamientos. Camionetas tipo pick up que transportan combatientes chiíes deambulan por la ciudad, incluidas las áreas suníes y mixtas, coreando cánticos religiosos. Un clima de guerra que recuerda los días de Saddam Hussein permea en la programación de las televisoras estatales, dominada por canciones nacionalistas, videos del ejército y la policía en acción, y retransmisión de mensajes del primer ministro Nuri al-Maliki, un chií.
Entrevistas con iraquíes que prometen luchar o declaran su disposición a morir por Irak son el pan de cada día, junto con imágenes de jóvenes voluntarios en los centros de afiliación o en camiones que los llevan a campamentos militares.
La capital iraquí casi no ha tenido pausas en la violencia durante más de tres décadas. Desde la guerra con Irán de 1980 a 1988, a la primera Guerra del Golfo por la invasión a Kuwait en 1991, hasta la invasión liderada por Estados Unidos en 2003 y los años posteriores de agitación. Éstos alcanzaron su punto más álgido en 2006 y 2007 con el derramamiento de sangre entre sunís y chiíes, que dejó miles de muertos, alteró el antiguo equilibrio sectario y convirtió a Bagdad en una ciudad predominantemente chií.
Los habitantes de Bagdad, suníes y chiíes por igual, son conocidos por su resistencia, pero temen a la amenaza que representa el Estado Islámico para Irak y el Levante, cuya interpretación de la ley islámica sharia es similar en su dureza a las hordas mongoles que saquearon la ciudad en el siglo XIII tiñendo, según la tradición, de rojo el agua del Tigris con la sangre de sus habitantes masacrados y de negro con la tinta de los miles de libros que tiraron al río.
"Alá, haz que triunfe nuestro ejército", afirma un creyente desesperado mientras se abre paso entre una multitud para llegar al ornamentado recinto de la tumba de un reverenciado imán chií en Bagdad. Otros en la mezquita de cristal y mármol leen el Corán o recitan súplicas sollozando.
"Rezamos por la seguridad de Irak y Bagdad", dice Mohamed Hashem al-Maliki, un chií, que está en cuclillas en la plaza de mármol afuera del santuario del imán Musa al-Kazim, en el norte de la capital iraquí.
"Vivo cerca, y puedo decir que desde hace mucho tiempo no había visto a la gente así de preocupada o triste", dice este iraquí de 51 años mientras lo escucha Zeinab, su hija de 10.
Aunque la capital de Irak no está bajo la amenaza inmediata de caer en manos de los milicianos suníes que han capturado una extensa franja del norte y oeste del país, los fracasos en el campo de batalla y la creciente violencia sectaria están convirtiendo a esta ciudad de siete millones de habitantes en un lugar repleto de ansiedad que espera el desastre.
El tráfico está lejos de tener la congestión acostumbrada. Muchas tiendas están cerradas y las que están abiertas hacen pocos negocios en una urbe donde las calles se vacían antes de que entre en vigor el toque de queda de las 10 de la noche. Los vuelos nacionales e internacionales que llegan están medio vacíos, mientras que los boletos para viajes a ciudades curdas relativamente seguras como Irbil y Suleimaniya están agotados hasta finales de julio para aquellos que pueden irse.
El número de retenes del ejército y la policía se ha incrementado, lo que ha provocado embotellamientos. Camionetas tipo pick up que transportan combatientes chiíes deambulan por la ciudad, incluidas las áreas suníes y mixtas, coreando cánticos religiosos. Un clima de guerra que recuerda los días de Saddam Hussein permea en la programación de las televisoras estatales, dominada por canciones nacionalistas, videos del ejército y la policía en acción, y retransmisión de mensajes del primer ministro Nuri al-Maliki, un chií.
Entrevistas con iraquíes que prometen luchar o declaran su disposición a morir por Irak son el pan de cada día, junto con imágenes de jóvenes voluntarios en los centros de afiliación o en camiones que los llevan a campamentos militares.
La capital iraquí casi no ha tenido pausas en la violencia durante más de tres décadas. Desde la guerra con Irán de 1980 a 1988, a la primera Guerra del Golfo por la invasión a Kuwait en 1991, hasta la invasión liderada por Estados Unidos en 2003 y los años posteriores de agitación. Éstos alcanzaron su punto más álgido en 2006 y 2007 con el derramamiento de sangre entre sunís y chiíes, que dejó miles de muertos, alteró el antiguo equilibrio sectario y convirtió a Bagdad en una ciudad predominantemente chií.
Los habitantes de Bagdad, suníes y chiíes por igual, son conocidos por su resistencia, pero temen a la amenaza que representa el Estado Islámico para Irak y el Levante, cuya interpretación de la ley islámica sharia es similar en su dureza a las hordas mongoles que saquearon la ciudad en el siglo XIII tiñendo, según la tradición, de rojo el agua del Tigris con la sangre de sus habitantes masacrados y de negro con la tinta de los miles de libros que tiraron al río.