Los oligarcas mantienen el poder real

Trabajadores de empresas del uno de los principales magnates ucranio patrullan Mariúpol
La ciudad sufrió los peores choques entre prorrusos y el Ejército el pasado 9 de mayo

María Antonia Sánchez-Vallejo
Mariúpol, El País
Para que no queden muchas dudas de quien manda de verdad en el este de Ucrania —ni Kiev ni los separatistas, aunque ambos lo pretendan—, trabajadores de las dos plantas metalúrgicas locales de Metinvest, el holding perteneciente al oligarca Rinat Ajmétov, patrullaban este lunes los alrededores de la comisaría central de policía de Mariupol, donde el viernes perdieron la vida nueve personas, y 42 resultaron heridas, según cifras oficiales —las oficiosas elevan a 38 la primera cifra—, en un confuso episodio en el que colidieron fatalmente el Ejército y una masa de civiles.


A instancias del magnate, que pidió a los militares que se retiraran de la ciudad, como así han hecho, estos equipos de protección civil, formados cada uno por dos policías y ocho obreros, recorren desde el domingo las calles de Mariupol (500.000 habitantes) “para impedir los saqueos, y también cualquier provocación que pueda derivar en más violencia”, contaba este lunes el obrero Vasily Govorukha, en mono de trabajo, mientras despejaba de curiosos la entrada a la comisaría, un amasijo de ruinas propio de Beirut o Bagdad, y la policía acordonaba la manzana. “¡Fuera! Se ha descubierto un artefacto explosivo en el interior y es peligroso acercarse”, pedía a gritos un agente.

Desde el inicio de la ofensiva militar contra los milicianos prorrusos, que se habían hecho fuertes en un par de edificios oficiales, nadie parece controlar Mariupol salvo el vacío, la tensión y el miedo. Las barricadas que cortan el centro están en manos de un lumpen tambaleante por efecto del alcohol o las drogas; el Ayuntamiento es una cochambre de charcos, desperdicios y sacos terreros, vigilado por huraños activistas armados que acampan al raso para defenderlo. Entre ambos bandos ha habido combates de ratón y gato, como los que enfrentaron a militares y milicianos por el control del consistorio, cuando no exhibiciones fulgurantes de blindados. Hoy mismo, Kiev anunció que retiraba a sus fuerzas armadas de la ciudad “para evitar empeorar la situación”. Ajmétov manda, para eso es el hombre más poderoso de Ucrania.

Marina Litvinova, directora del diario Donbass, confirma “la anarquía” que se ha apoderado de Mariupol desde que Kiev y los prorrusos llegaran a las manos. “El transporte público casi no funciona; la mayor parte de las tiendas han cerrado y los dueños de muchas de ellas han retirado la mercancía para evitar saqueos”, cuenta Litvinova. “Antes uno se asomaba a la ventana para ver qué día hacía; hoy lo haces para comprobar únicamente si hay tiroteos”, concluye, pesimista. “Y lo peor es que el diálogo, la única vía para salir de esto, es imposible por la tensión emocional de la gente”.

Aunque fuentes de la Administración Provincial aseguraban este lunes que la ciudad, importante núcleo industrial y portuario al sur de la provincia de Donetsk, ha recobrado la normalidad, el estado de choque de sus habitantes era patente en la peregrinación constante ante el altar de iconos y velas que, coronado por dos cascos policiales carbonizados, franquea la comisaría atacada; una ofrenda de flores ante la que se congregan a diario numerosos testigos del asalto, pegados como lapas al duelo y el horror. Anastasia Volynets, ama de casa de 40 años, vio lo sucedido desde un bloque contiguo. “Unos 200 hombres armados, del Ejército, la Guardia Nacional y activistas del Sector de Derechas [grupo ultraderechista], pidieron a los policías que obedecieran a Kiev y dispersaran una manifestación [prorrusa] que bajaba por un bulevar cercano. Los policías se negaron y los militares atacaron la comisaría con ametralladoras y granadas. El edificio empezó a arder. El intercambio de fuego duró dos horas”, explica. ¿Cómo sabe que entre las fuerzas armadas había miembros del Sector de Derechas? “Por las banderas ucranias, los cascos, las botas y los uniformes… son paramilitares, es fácil distinguirlos”.

Desde el inicio de la ofensiva militar contra los milicianos prorrusos, que se habían hecho fuertes en un par de edificios oficiales, nadie parece controlar Mariupol salvo el vacío, la tensión y el miedo

Según fuentes gubernamentales, sin embargo, el ataque se produjo cuando el Ejército repelió el asalto de un millar de prorrusos, algunos provistos de armas automáticas, que intentaban proteger a un grupo de policías alzados contra Kiev; como viene siendo habitual en este conflicto, resulta imposible contrastar ambas versiones. Mientras, muchos ven en el incendio de la comisaría de Mariupol una repetición de Odesa en miniatura, “una nueva operación de castigo que sirva de advertencia a los rebeldes que no se rindan”, subraya Piotr Kassay, otro vecino de la zona que, como Volynets, votó a favor de la independencia en el referéndum del domingo. Curioso en una ciudad que contribuyó animosamente al Euromaidán de Kiev y cuyos partidarios se ocultan ahora bajo las piedras.

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