España derrotó a Bolivia por 2-0 en Sevilla


Sevilla, As
Paul Newman explicaba su fidelidad con un razonamiento gastronómico: tener el solomillo en casa le quitaba las ganas de comer hamburguesas fuera. El argumento es brillante, pero tiene fisuras. Para evitar problemas conyugales, lo trasladaremos al fútbol. El solomillo de esta Selección campeona de Europa y del Mundo debería garantizar nuestra absoluta fidelidad. No hay mejor carne en el planeta. Sin embargo, al ver jugar a España, en algunos tramos de los partidos, echamos de menos la carne picada y el ketchup de sobre, la mancha amarilla de la mostaza industrial. Unos lo confiesan y otros no, pero la infidelidad es la misma.


En muchos sentidos, la relación de los aficionados con este equipo de fútbol recuerda a la de esos matrimonios prósperos a los que la felicidad provoca un cierto aburrimiento, una ligera somnolencia. Contra Bolivia (selección aseada) ocurrió de nuevo. El público no lo acusó porque Sevilla sólo se necesita a sí misma para pasar un buen rato. Pero entre los no sevillanos se notó la inquietud. España se pasó toda la primera parte tocando sin encontrar, produciendo poco peligro para tantísima posesión, repitiendo el guión de partidos vistos cien veces.

Lo cierto es que la Selección juega igual contra todos los equipos, humildes o poderosos, y a casi todos los gana. De manera que el problema podría no ser del equipo, sino de quienes miramos. En concreto, de nuestro paladar. Por alguna razón tenemos una irrefrenable querencia hacia el filete ruso y la albóndiga sospechosa.

En estas cavilaciones nos entreteníamos (había hambre) cuando el árbitro albanés pidió asilo en Sevilla. De ese modo puede entenderse el penalti que señaló en el minuto 49, por un empujoncito de Gutiérrez a Javi Martínez, algo más fuerte que una palmadita. Desde los once metros, El Niño dedicó el gol a Panenka. Torres pudo marcar alguno más, pero la mayor parte de las veces le pudo la ansiedad. La impresión es que debería pensar menos cuando se encuentra en posición de gol. Lo aconsejaba Bill Shankly: “Si estás en el área y no sabes qué hacer con el balón, mételo dentro de la portería. Luego discutiremos las opciones”.

Después de una primera parte que sólo estuvo animada por Cazorla, Pedro y la sobria aportación de Iturraspe, la segunda parte se animó más por la simple coincidencia de Iniesta, Silva y Cesc. A ellos se sumó Deulofeu en el minuto 79, con tiempo suficiente para dejarnos una perlita: caracoleo y pase al volcán.

El resumen es que España mejoró al reunir a los jugadores que definen su estilo de juego, esos que llamamos bajitos. Así lo confirmó el gol de Iniesta, un pase largo a la red, un alivio ante la perspectiva de otro marcador por la mínima. Somos lo que somos. Concretamente, solomillo. Usted perdone por las dudas, Míster Newman.

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