Los pasaportes robados sacan a la luz un agujero de seguridad fronteriza
Interpol lamenta que pocos países cotejen documentos con su base de datos
Naiara Galarraga
Madrid, El País
Pese a la espectacularidad de los saltos multitudinarios de vallas fronterizas, las muertes durante travesías por desiertos o por mar a bordo de cayucos, la gran puerta de entrada de los inmigrantes sin papeles suelen ser los aeropuertos internacionales. Es la vía que eligió el iraní Pouri Nourmohamadi, de 18 años, que viajaba en el desaparecido vuelo MH370 con un pasaporte robado a un turista europeo en Tailandia. El plan del joven era llegar a Fráncfort, en Alemania, según confirmó este martes Interpol. Allí le esperaba su madre. “Cuanta más información tenemos, más dados somos a concluir que no es un incidente terrorista”, declaró Ronald Noble, el secretario general de la agencia policial, en una comparecencia en Lyon.
El descubrimiento de que dos pasajeros —identificados ahora como Nourmohamadi y su compatriota Delavar Mohamadreza, de 29 años— viajaban con los pasaportes robados a un italiano y a un austriaco alentó la hipótesis de un atentado terrorista pero también sirvió para poner en evidencia una brecha en las medidas de seguridad implantadas tras el 11-S.
Tan pronto como se supo que dos de las personas incluidas en la lista de pasajeros del vuelo malasio que se evaporó el sábado nunca abordaron el aparato y que lo único que tenían en común era el robo de sus pasaportes en los dos últimos años durante unas vacaciones en Pukhet (Tailandia), Interpol recordó que pocos Gobiernos utilizan la base de datos de pasaportes robados y perdidos.
En los últimos años se han extendido los pasaportes biométricos pero viajar en avión implica también someterse a pesados controles de seguridad —sacar el portátil de la funda, quitarse el cinturón, tirar el agua...—, aunque resulta que, según Interpol, solo las autoridades de Estados Unidos, Reino Unido y Emiratos Árabes Unidos comprueban sistemáticamente que la persona que viaja con el pasaporte es su verdadero propietario. Las denuncias del italiano y del austriaco estaban en la base de datos de Interpol, pero nadie pidió nunca cotejarlos, según la agencia policial. Tampoco lo hicieron las autoridades malasias.
La base, creada un año después de los atentados contra las Torres Gemelas, contiene datos de 39 millones de pasaportes perdidos o robados. Pero Interpol se queja de que está infrautilizada y ofrece un dato: sostiene que el año pasado mil millones de pasajeros tomaron un avión sin que nadie comprobara si usaban un documento robado.
No parece casualidad que los dos pasaportes fueran robados en Tailandia. Es uno de los epicentros de la creciente industria de compraventa de este bien preciadísimo para terroristas, traficantes de drogas, de armas, de personas y jefes de redes de inmigración ilegal. Tailandia, con los millones de turistas europeos que recibe, es terreno fértil para la sustracción de documentos (en el último año y medio se denunciaron 66.000 robos de documentos tailandeses y extranjeros). Uno de los trucos típicos es exigirlo en depósito para alquilar una moto y decirle al ir a recogerlo que por error fue entregado a otro turista.
Tailandia es también el lugar donde fueron comprados los billetes de los iraníes hace unos días por un intermediario que buscaba los billetes más baratos a Europa, no una ruta o compañía concreta. Noble, de Interpol, describió el itinerario de los dos iraníes: viajaron de Catar a Malasia con su propia documentación pero abordaron con la robada el vuelo a Ámsterdam con escala en Pekín. Pouri iba luego a Fráncfort y Delavar, a Copenhague. Desde el sábado no hay una sola pista sobre el paradero de estos aparentes inmigrantes irregulares o el del resto del pasaje.
Naiara Galarraga
Madrid, El País
Pese a la espectacularidad de los saltos multitudinarios de vallas fronterizas, las muertes durante travesías por desiertos o por mar a bordo de cayucos, la gran puerta de entrada de los inmigrantes sin papeles suelen ser los aeropuertos internacionales. Es la vía que eligió el iraní Pouri Nourmohamadi, de 18 años, que viajaba en el desaparecido vuelo MH370 con un pasaporte robado a un turista europeo en Tailandia. El plan del joven era llegar a Fráncfort, en Alemania, según confirmó este martes Interpol. Allí le esperaba su madre. “Cuanta más información tenemos, más dados somos a concluir que no es un incidente terrorista”, declaró Ronald Noble, el secretario general de la agencia policial, en una comparecencia en Lyon.
El descubrimiento de que dos pasajeros —identificados ahora como Nourmohamadi y su compatriota Delavar Mohamadreza, de 29 años— viajaban con los pasaportes robados a un italiano y a un austriaco alentó la hipótesis de un atentado terrorista pero también sirvió para poner en evidencia una brecha en las medidas de seguridad implantadas tras el 11-S.
Tan pronto como se supo que dos de las personas incluidas en la lista de pasajeros del vuelo malasio que se evaporó el sábado nunca abordaron el aparato y que lo único que tenían en común era el robo de sus pasaportes en los dos últimos años durante unas vacaciones en Pukhet (Tailandia), Interpol recordó que pocos Gobiernos utilizan la base de datos de pasaportes robados y perdidos.
En los últimos años se han extendido los pasaportes biométricos pero viajar en avión implica también someterse a pesados controles de seguridad —sacar el portátil de la funda, quitarse el cinturón, tirar el agua...—, aunque resulta que, según Interpol, solo las autoridades de Estados Unidos, Reino Unido y Emiratos Árabes Unidos comprueban sistemáticamente que la persona que viaja con el pasaporte es su verdadero propietario. Las denuncias del italiano y del austriaco estaban en la base de datos de Interpol, pero nadie pidió nunca cotejarlos, según la agencia policial. Tampoco lo hicieron las autoridades malasias.
La base, creada un año después de los atentados contra las Torres Gemelas, contiene datos de 39 millones de pasaportes perdidos o robados. Pero Interpol se queja de que está infrautilizada y ofrece un dato: sostiene que el año pasado mil millones de pasajeros tomaron un avión sin que nadie comprobara si usaban un documento robado.
No parece casualidad que los dos pasaportes fueran robados en Tailandia. Es uno de los epicentros de la creciente industria de compraventa de este bien preciadísimo para terroristas, traficantes de drogas, de armas, de personas y jefes de redes de inmigración ilegal. Tailandia, con los millones de turistas europeos que recibe, es terreno fértil para la sustracción de documentos (en el último año y medio se denunciaron 66.000 robos de documentos tailandeses y extranjeros). Uno de los trucos típicos es exigirlo en depósito para alquilar una moto y decirle al ir a recogerlo que por error fue entregado a otro turista.
Tailandia es también el lugar donde fueron comprados los billetes de los iraníes hace unos días por un intermediario que buscaba los billetes más baratos a Europa, no una ruta o compañía concreta. Noble, de Interpol, describió el itinerario de los dos iraníes: viajaron de Catar a Malasia con su propia documentación pero abordaron con la robada el vuelo a Ámsterdam con escala en Pekín. Pouri iba luego a Fráncfort y Delavar, a Copenhague. Desde el sábado no hay una sola pista sobre el paradero de estos aparentes inmigrantes irregulares o el del resto del pasaje.