Crimea: sin fiesta, no hay champaña
Pilar Bonet, El País
“El champaña no es el pan ni la sal. El champaña no es un producto de primera necesidad, sino de alegría y de fiesta y este año, ni siquiera para el 8 de marzo hubo fiesta, porque la gente tiene miedo”. Lo dice Svetlana Nikonenko, la vicedirectora de la fábrica de vinos achampanados “Novii Svet” de Crimea. Nikonenko se refiere al día Internacional de la Mujer, que es una jornada feriada tanto en Ucrania como en Rusia.
Estamos en el despacho de Vladímir Seror, alcalde de la localidad de Sudak (al sudeste de Crimea) cuando éste, acompañado de Nikonenko, se dispone a participar en una videoconferencia por Skype con el gobernador de la provincia de Moscú, Andréi Boroviov. Desde sus respectivos ayuntamientos participan en la convocatoria otros tres alcaldes de localidades turísticas de Crimea. El objetivo es establecer cuáles son las ayudas más urgentes que la región circundante de la capital rusa puede prestar a estos municipios que pasan a estar bajo su tutela. El distrito de Sudak ( formado por la ciudad del mismo nombre y otros territorios vecinos, entre ellos Novii Svet) quiere un dispensario para trastornos infecciosos y un centro de preparación de comidas para atender a las residencias y balnearios municipales. El Gobernador de Moscú promete mandar a veraneantes a Sudak en el marco de sus programas sociales y el alcalde, controlar que los visitantes tendrán buena comida, alojamiento de calidad, buenas playas, buenos precios y, sobre todo, “seguridad”.
Seror , que fue elegido como jefe del consistorio hace tres años, es un dirigente popular en su distrito, que cuenta con casi 31.000 habitantes, en su mayoría rusos, según dice. A él acudieron en 2013 un total de 57.000 turistas (en 2012 fueron 62.500). Entre otras cosas, Seror ha hecho asfaltar los caminos y ha mandado construir un paseo marítimo con pavimento de granito (producido en la región ucraniana de Dniepropetrovsk) y barandillas y papeleras de hierro forjado (producidos en Donetsk). Jalonan el paseo las residencias de verano de las entidades estatales ucranianas, entre ellas las del ministerio de Defensa de Ucrania. Tal como están las cosas, no parece que los uniformados al servicio de Kiev tengan muchas posibilidades de disfrutar el paseo, que fue inaugurado el año pasado y que tiene una imponente vista sobre la fortaleza genovesa, la seña de identidad por excelencia de Sudak. Parte del mundo bizantino, Sudak acogió a los venecianos en el siglo XIII, a los genoveses en el siglo XIV y fue engullida por el imperio otomano a fines del siglo XV.
Deambulamos por el paseo marítimo acompañados de su constructor Serguéi Obchínnikov, que está especializado en la instalación de parques acuáticos y piscinas. El 20 de marzo, Obchínnikov, que tiene su base principal en Simferópol, acudirá a Moscú porque a él le fueron adjudicados en concurso los proyectos para construir el centro de infecciosos y el bloque culinario que ahora serán financiados con la ayuda rusa. En total, la región de Moscú da 40 millones de rublos a Sudak, es decir cerca de 1 millón de dólares. Con ese dinero, que sería insignificante en la localidad de Sochi, malcriada por el derroche de la Olimpiada, todavía se puede hacer mucho en Crimea. Otra cosa es lo que puedan pensar los habitantes de muchos de los destartalados pueblos de la región de Moscú. El alcalde de Sudak espera al turismo ruso y cree que este tiene ventajas respecto al ucraniano y al polaco. Los rusos gastan sin reparos, “no se traen ni las patatas ni la carne ni los macarrones de casa”, y “tampoco tratan de sacar el máximo partido de su dinero”.
Junto al turismo, el otro quebradero de cabeza del alcalde es la fábrica Novii Zvet, que está situada el el pueblo del mismo nombre, en una bucólica bahía a 6 kilómetros de Sudak. En su origen, esta fábrica de vinos achampañados que hoy es de propiedad estatal fue fundada por el príncipe ruso Lev Golitsin en 1878. Y los vinos de Golitsin fueron servidos en la coronación del Zar Nikolai II. Visitamos la fábrica, donde trabajan 250 personas, y las galerías donde el champaña se produce por el método de envejecimiento clásico, lo que supone, según nos dicen, un ciclo de tres años. “Una botella que aquí cuesta 10 dólares cuesta 20 dólares en Rusia, dice Nikonenko.
En 2012, Novii Zvet produjo 1,8 millones de botellas, de las cuales un tercio se vendieron en Rusia y el resto mayoritariamente en Ucrania, con pequeñas partidas en Lituania, Israel y Polonia. En 2013, se produjeron 1,5 millones de botellas y hubo una caída del consumo del 20%. Nikonenko lo atribuye a una saturación del mercado con champaña producido por métodos acelerados y la falta de cultura vinícola que permita apreciar un buen caldo de maduración natural.
El champaña no es solo un producto de fiesta, sino un producto global, por más que las uvas que están su origen sean de Crimea. La botella en el que se envasan las variedades de Novii Zvet vienen de la región de Zhitómir, y están producidas allí por una empresa suizo-ucraniana, el papel de la etiqueta es de Finlandia, el corcho de Portugal, los filtros vienen de la República Checa, y la maquinaria de Alemania o de Francia. La botella de champaña en sí misma es un ejemplo de la globalización. ¿Y Ahora? ¿Si Crimea pasa a depender de Rusia? ¿Qué pasará con esas botellas, con las etiquetas, con los corchos y con los clientes de Ucrania, que consumen el 60% del total (Rusia consume el 40% restante)? ¿Y qué será del concurso internacional de vinos achampañados que la directora de Novii Zvet, Yanina Pavlenko ( consideradea la viuda Clicot de Crimea) había ya popularizado y al que acudían vinicultores de los países europeos con tradición, como Francia, Italia, España, Alemania y Georgia?
“El champaña no es el pan ni la sal. El champaña no es un producto de primera necesidad, sino de alegría y de fiesta y este año, ni siquiera para el 8 de marzo hubo fiesta, porque la gente tiene miedo”. Lo dice Svetlana Nikonenko, la vicedirectora de la fábrica de vinos achampanados “Novii Svet” de Crimea. Nikonenko se refiere al día Internacional de la Mujer, que es una jornada feriada tanto en Ucrania como en Rusia.
Estamos en el despacho de Vladímir Seror, alcalde de la localidad de Sudak (al sudeste de Crimea) cuando éste, acompañado de Nikonenko, se dispone a participar en una videoconferencia por Skype con el gobernador de la provincia de Moscú, Andréi Boroviov. Desde sus respectivos ayuntamientos participan en la convocatoria otros tres alcaldes de localidades turísticas de Crimea. El objetivo es establecer cuáles son las ayudas más urgentes que la región circundante de la capital rusa puede prestar a estos municipios que pasan a estar bajo su tutela. El distrito de Sudak ( formado por la ciudad del mismo nombre y otros territorios vecinos, entre ellos Novii Svet) quiere un dispensario para trastornos infecciosos y un centro de preparación de comidas para atender a las residencias y balnearios municipales. El Gobernador de Moscú promete mandar a veraneantes a Sudak en el marco de sus programas sociales y el alcalde, controlar que los visitantes tendrán buena comida, alojamiento de calidad, buenas playas, buenos precios y, sobre todo, “seguridad”.
Seror , que fue elegido como jefe del consistorio hace tres años, es un dirigente popular en su distrito, que cuenta con casi 31.000 habitantes, en su mayoría rusos, según dice. A él acudieron en 2013 un total de 57.000 turistas (en 2012 fueron 62.500). Entre otras cosas, Seror ha hecho asfaltar los caminos y ha mandado construir un paseo marítimo con pavimento de granito (producido en la región ucraniana de Dniepropetrovsk) y barandillas y papeleras de hierro forjado (producidos en Donetsk). Jalonan el paseo las residencias de verano de las entidades estatales ucranianas, entre ellas las del ministerio de Defensa de Ucrania. Tal como están las cosas, no parece que los uniformados al servicio de Kiev tengan muchas posibilidades de disfrutar el paseo, que fue inaugurado el año pasado y que tiene una imponente vista sobre la fortaleza genovesa, la seña de identidad por excelencia de Sudak. Parte del mundo bizantino, Sudak acogió a los venecianos en el siglo XIII, a los genoveses en el siglo XIV y fue engullida por el imperio otomano a fines del siglo XV.
Deambulamos por el paseo marítimo acompañados de su constructor Serguéi Obchínnikov, que está especializado en la instalación de parques acuáticos y piscinas. El 20 de marzo, Obchínnikov, que tiene su base principal en Simferópol, acudirá a Moscú porque a él le fueron adjudicados en concurso los proyectos para construir el centro de infecciosos y el bloque culinario que ahora serán financiados con la ayuda rusa. En total, la región de Moscú da 40 millones de rublos a Sudak, es decir cerca de 1 millón de dólares. Con ese dinero, que sería insignificante en la localidad de Sochi, malcriada por el derroche de la Olimpiada, todavía se puede hacer mucho en Crimea. Otra cosa es lo que puedan pensar los habitantes de muchos de los destartalados pueblos de la región de Moscú. El alcalde de Sudak espera al turismo ruso y cree que este tiene ventajas respecto al ucraniano y al polaco. Los rusos gastan sin reparos, “no se traen ni las patatas ni la carne ni los macarrones de casa”, y “tampoco tratan de sacar el máximo partido de su dinero”.
Junto al turismo, el otro quebradero de cabeza del alcalde es la fábrica Novii Zvet, que está situada el el pueblo del mismo nombre, en una bucólica bahía a 6 kilómetros de Sudak. En su origen, esta fábrica de vinos achampañados que hoy es de propiedad estatal fue fundada por el príncipe ruso Lev Golitsin en 1878. Y los vinos de Golitsin fueron servidos en la coronación del Zar Nikolai II. Visitamos la fábrica, donde trabajan 250 personas, y las galerías donde el champaña se produce por el método de envejecimiento clásico, lo que supone, según nos dicen, un ciclo de tres años. “Una botella que aquí cuesta 10 dólares cuesta 20 dólares en Rusia, dice Nikonenko.
En 2012, Novii Zvet produjo 1,8 millones de botellas, de las cuales un tercio se vendieron en Rusia y el resto mayoritariamente en Ucrania, con pequeñas partidas en Lituania, Israel y Polonia. En 2013, se produjeron 1,5 millones de botellas y hubo una caída del consumo del 20%. Nikonenko lo atribuye a una saturación del mercado con champaña producido por métodos acelerados y la falta de cultura vinícola que permita apreciar un buen caldo de maduración natural.
El champaña no es solo un producto de fiesta, sino un producto global, por más que las uvas que están su origen sean de Crimea. La botella en el que se envasan las variedades de Novii Zvet vienen de la región de Zhitómir, y están producidas allí por una empresa suizo-ucraniana, el papel de la etiqueta es de Finlandia, el corcho de Portugal, los filtros vienen de la República Checa, y la maquinaria de Alemania o de Francia. La botella de champaña en sí misma es un ejemplo de la globalización. ¿Y Ahora? ¿Si Crimea pasa a depender de Rusia? ¿Qué pasará con esas botellas, con las etiquetas, con los corchos y con los clientes de Ucrania, que consumen el 60% del total (Rusia consume el 40% restante)? ¿Y qué será del concurso internacional de vinos achampañados que la directora de Novii Zvet, Yanina Pavlenko ( consideradea la viuda Clicot de Crimea) había ya popularizado y al que acudían vinicultores de los países europeos con tradición, como Francia, Italia, España, Alemania y Georgia?