“Estamos inundados desde Navidad”
Los vecinos de Somerset, la zona más devastada por las inundaciones en el Reino Unido, culpan al Gobierno de actuar mal y tarde y de negligencia medioambiental
Walter Oppenheimer
Langport, El País
Si uno se llevara una mantita y una tumbona podría aprovechar esas inesperadas horas de sol para echarse un rato y cerrar los ojos; entonces la mente le llevaría quizás a una mansa playa mediterránea en la que las olas suaves crean un relajante murmullo de agua arrastrada por la arena. Pero no es el Mediterráneo, no es una playa, no son olas rompiendo en la arena. Son las aguas del río Parrett, que se han salido de su cauce a las puertas de Burrowbridge y atraviesan la carretera A372. La policía la ha cortado al tráfico porque, un poco más adelante, el puente ha desaparecido de la vista. No es la única carretera cortada: Burrowbridge es hoy una isla en medio de los humedales de los Somerset Levels.
No es este precisamente tierra de secano. Casi todos los años se desbordan los ríos. La gente lo sabe, lo espera y hasta lo disfruta. Pero no cuando las inundaciones son un desastre anunciado que alcanza casas y granjas y dura ya dos meses. “Vivimos en humedales, estamos muy acostumbrados a las inundaciones, a ver llegar el agua en invierno. A lo que no estamos acostumbrados es a que alcance estos niveles durante tanto tiempo. Hace siete semanas que está así. Ocho ya”, se lamenta Mary Knight, una secretaria retirada de 68 años que se pasea con sus botas Wellington por lo que antes era un aparcamiento de Langport y es ahora un lago inmenso, salpicado de copas de árboles, que se extiende más allá de donde alcanza la vista.
Al igual que Burrowbridge, otras localidades, como Muchelney, se han convertido en islas. “Allí solo hay un par de casas inundadas, pero no pueden salir porque el agua es tan profunda que no la puedes vadear si no tienes un bote o un tractor. Pasa lo mismo en Moorland, en Forgate. Las cosas están muy difíciles. Estamos acostumbrados de vez en cuando a tener que irnos a otro sitio durante una o dos semanas, pero esto no es normal”. “Tengo una hermana en Burrowsbridge que está desconsolada porque nadie puede llegar hasta allí, el agua está muy cerca, el río está muy alto… Es terrible ver algo así porque no lo puedes controlar de ninguna manera. Lo único que puedes hacer es sentarte ahí y ver cómo sube el nivel del agua”, se lamenta Mary.
Acusa a las autoridades locales de haber permitido que se construyan viviendas en humedales destinados a inundarse tarde o temprano. Y, aunque se resiste a pensar que todo esto no habría pasado si los ríos se dragaran como antes, se queja de que nadie hiciera caso de la gente del lugar, que ya le vieron las orejas al lobo con las inundaciones del año pasado. “Todas sus peticiones para que dragaran el río fueron ignoradas y ahora el Gobierno y la Agencia de Medio Ambiente se echan la culpa el uno al otro. La agencia dice que quería dragar pero no tenía el dinero y el Gobierno dice que no les dieron el asesoramiento adecuado. Pero a la gente no le interesa esa discusión, no le interesa quién tiene la culpa, porque lo que quieren es poder volver a sus casas y volver a poner en marcha su negocio”. “Dios mío, ¿no habría sido todo mucho mejor si alguien nos hubiera escuchado hace un par de meses?”, se lamenta.
Roger y Violeta Deans, de 75 y 72 años, regentaban un pub hasta que años atrás lo tuvieron que cerrar por unas inundaciones. Llevan 25 años viviendo en la zona pero nunca habían visto nada igual. Roger, que lleva la voz cantante, cree que todo se habría evitado si se siguiera dragando los ríos, como hace 20 años. “No dragan el río desde hace 20 años porque dicen que no tienen dinero. Pero el gran problema es que la gente que se ocupa del medio ambiente le ha dado prioridad al bienestar de los animales en perjuicio del bienestar de la gente. Si haces las cosas bien puedes conseguir las dos cosas. Pero no puedes dar prioridad a los animales frente a la gente. Tienes que ayudar a los dos y nunca lo han hecho”, se queja, vehemente.
“La gente de aquí lleva años hablando de esto, advirtiendo de que este río era cada vez más peligroso, que cada vez iba más lleno. Antes venían grandes barcos a Langport. Así es como traían a las vacas antes de que hubiera carreteras y ferrocarril. Y ahora las cosas están tan mal que tendrán que gastarse millones”, se lamenta.
David Perran es aún más vehemente. Tiene una granja de ganado en Oath, en Burrowbridge, que ahora se ha convertido en una isla. “Estamos inundados desde Navidad. Llego hasta allí con el tractor”, explica. De momento, los edificios y el ganado están en secano, pero si el agua sube tendrán que trasladar a las vacas a otro sitio. “Todo se debe a la falta de mantenimiento”, vocea. “No es un problema de dinero. El dinero está ahí. Pero se lo gastan protegiendo la vida silvestre en lugar de gastarlo en lo que lo tendrían que gastar. No es que no tengan dinero, es que lo están desperdiciando. Se han gastado cinco millones en alimentar a los pájaros y los granjeros decimos que se podrían gastar ese dinero en limpiar el río”.
“Queremos que se acabe todo esto del conservacionismo porque se les ha escapado de las manos, es una locura”, sostiene. “Se ha construido en muchos sitios y el río tiene la mitad del caudal que tenía antes, pero siguen dando permisos para construir en zonas que saben que se van a inundar. Es una locura”, denuncia.
John White, en cambio, no pierde la calma. Para este hombre de mirada enigmática, que ganó buen dinero como “artista comercial” y parece dedicarse ahora sobre todo a la meditación, “vivimos tiempo de humildad”. “Creo que todo esto se debe al cambio climático porque cayeron 20 pulgadas [MEDIO METRO]de lluvia en los primeros días de enero, como nunca desde que empezaron los registros en 1910”, explica con inquebrantable convicción.
“Esta es sobre todo tierra agrícola que antes formaba parte de las marismas. Es una experiencia que nos ha de hacer más humildes; es bueno para la vida silvestre y creo que es un toque de atención. Tenemos que ver que somos vulnerables, que somos pequeños en comparación con la naturaleza, con la tierra. Y la gente no está a gusto cuando se siente vulnerable. Tenemos que entender nuestra situación y ser un poco más globo-céntricos y menos ego-céntricos. Esa es mi opinión”, concluye, antes de echarse a reír a carcajadas.
“Pueden hacer todo lo que quieran, pero nunca impedirán que se inunden los humedales porque es un fenómeno natural que ha venido ocurriendo desde hace cientos y cientos de años. Lo que pasa es que en los dos últimos años hemos tenido un tiempo realmente horroroso y el agua no tiene otro sitio donde ir. Cada año tenemos inundaciones, aunque no tan grandes como estas”, sostienen Jenny y Ray, un matrimonio de agricultores retirados que viven a las afueras de Langport y que prefieren ocultar su apellido.
Walter Oppenheimer
Langport, El País
Si uno se llevara una mantita y una tumbona podría aprovechar esas inesperadas horas de sol para echarse un rato y cerrar los ojos; entonces la mente le llevaría quizás a una mansa playa mediterránea en la que las olas suaves crean un relajante murmullo de agua arrastrada por la arena. Pero no es el Mediterráneo, no es una playa, no son olas rompiendo en la arena. Son las aguas del río Parrett, que se han salido de su cauce a las puertas de Burrowbridge y atraviesan la carretera A372. La policía la ha cortado al tráfico porque, un poco más adelante, el puente ha desaparecido de la vista. No es la única carretera cortada: Burrowbridge es hoy una isla en medio de los humedales de los Somerset Levels.
No es este precisamente tierra de secano. Casi todos los años se desbordan los ríos. La gente lo sabe, lo espera y hasta lo disfruta. Pero no cuando las inundaciones son un desastre anunciado que alcanza casas y granjas y dura ya dos meses. “Vivimos en humedales, estamos muy acostumbrados a las inundaciones, a ver llegar el agua en invierno. A lo que no estamos acostumbrados es a que alcance estos niveles durante tanto tiempo. Hace siete semanas que está así. Ocho ya”, se lamenta Mary Knight, una secretaria retirada de 68 años que se pasea con sus botas Wellington por lo que antes era un aparcamiento de Langport y es ahora un lago inmenso, salpicado de copas de árboles, que se extiende más allá de donde alcanza la vista.
Al igual que Burrowbridge, otras localidades, como Muchelney, se han convertido en islas. “Allí solo hay un par de casas inundadas, pero no pueden salir porque el agua es tan profunda que no la puedes vadear si no tienes un bote o un tractor. Pasa lo mismo en Moorland, en Forgate. Las cosas están muy difíciles. Estamos acostumbrados de vez en cuando a tener que irnos a otro sitio durante una o dos semanas, pero esto no es normal”. “Tengo una hermana en Burrowsbridge que está desconsolada porque nadie puede llegar hasta allí, el agua está muy cerca, el río está muy alto… Es terrible ver algo así porque no lo puedes controlar de ninguna manera. Lo único que puedes hacer es sentarte ahí y ver cómo sube el nivel del agua”, se lamenta Mary.
Acusa a las autoridades locales de haber permitido que se construyan viviendas en humedales destinados a inundarse tarde o temprano. Y, aunque se resiste a pensar que todo esto no habría pasado si los ríos se dragaran como antes, se queja de que nadie hiciera caso de la gente del lugar, que ya le vieron las orejas al lobo con las inundaciones del año pasado. “Todas sus peticiones para que dragaran el río fueron ignoradas y ahora el Gobierno y la Agencia de Medio Ambiente se echan la culpa el uno al otro. La agencia dice que quería dragar pero no tenía el dinero y el Gobierno dice que no les dieron el asesoramiento adecuado. Pero a la gente no le interesa esa discusión, no le interesa quién tiene la culpa, porque lo que quieren es poder volver a sus casas y volver a poner en marcha su negocio”. “Dios mío, ¿no habría sido todo mucho mejor si alguien nos hubiera escuchado hace un par de meses?”, se lamenta.
Roger y Violeta Deans, de 75 y 72 años, regentaban un pub hasta que años atrás lo tuvieron que cerrar por unas inundaciones. Llevan 25 años viviendo en la zona pero nunca habían visto nada igual. Roger, que lleva la voz cantante, cree que todo se habría evitado si se siguiera dragando los ríos, como hace 20 años. “No dragan el río desde hace 20 años porque dicen que no tienen dinero. Pero el gran problema es que la gente que se ocupa del medio ambiente le ha dado prioridad al bienestar de los animales en perjuicio del bienestar de la gente. Si haces las cosas bien puedes conseguir las dos cosas. Pero no puedes dar prioridad a los animales frente a la gente. Tienes que ayudar a los dos y nunca lo han hecho”, se queja, vehemente.
“La gente de aquí lleva años hablando de esto, advirtiendo de que este río era cada vez más peligroso, que cada vez iba más lleno. Antes venían grandes barcos a Langport. Así es como traían a las vacas antes de que hubiera carreteras y ferrocarril. Y ahora las cosas están tan mal que tendrán que gastarse millones”, se lamenta.
David Perran es aún más vehemente. Tiene una granja de ganado en Oath, en Burrowbridge, que ahora se ha convertido en una isla. “Estamos inundados desde Navidad. Llego hasta allí con el tractor”, explica. De momento, los edificios y el ganado están en secano, pero si el agua sube tendrán que trasladar a las vacas a otro sitio. “Todo se debe a la falta de mantenimiento”, vocea. “No es un problema de dinero. El dinero está ahí. Pero se lo gastan protegiendo la vida silvestre en lugar de gastarlo en lo que lo tendrían que gastar. No es que no tengan dinero, es que lo están desperdiciando. Se han gastado cinco millones en alimentar a los pájaros y los granjeros decimos que se podrían gastar ese dinero en limpiar el río”.
“Queremos que se acabe todo esto del conservacionismo porque se les ha escapado de las manos, es una locura”, sostiene. “Se ha construido en muchos sitios y el río tiene la mitad del caudal que tenía antes, pero siguen dando permisos para construir en zonas que saben que se van a inundar. Es una locura”, denuncia.
John White, en cambio, no pierde la calma. Para este hombre de mirada enigmática, que ganó buen dinero como “artista comercial” y parece dedicarse ahora sobre todo a la meditación, “vivimos tiempo de humildad”. “Creo que todo esto se debe al cambio climático porque cayeron 20 pulgadas [MEDIO METRO]de lluvia en los primeros días de enero, como nunca desde que empezaron los registros en 1910”, explica con inquebrantable convicción.
“Esta es sobre todo tierra agrícola que antes formaba parte de las marismas. Es una experiencia que nos ha de hacer más humildes; es bueno para la vida silvestre y creo que es un toque de atención. Tenemos que ver que somos vulnerables, que somos pequeños en comparación con la naturaleza, con la tierra. Y la gente no está a gusto cuando se siente vulnerable. Tenemos que entender nuestra situación y ser un poco más globo-céntricos y menos ego-céntricos. Esa es mi opinión”, concluye, antes de echarse a reír a carcajadas.
“Pueden hacer todo lo que quieran, pero nunca impedirán que se inunden los humedales porque es un fenómeno natural que ha venido ocurriendo desde hace cientos y cientos de años. Lo que pasa es que en los dos últimos años hemos tenido un tiempo realmente horroroso y el agua no tiene otro sitio donde ir. Cada año tenemos inundaciones, aunque no tan grandes como estas”, sostienen Jenny y Ray, un matrimonio de agricultores retirados que viven a las afueras de Langport y que prefieren ocultar su apellido.