Irak y Siria prueban los límites de la estrategia de Obama
Irak, AFP
El resurgimiento de Al Qaida en Irak y en Siria muestra los límites de la influencia estadounidense en la región y de la estrategia de reducir la presencia militar en Medio Oriente adoptada por el presidente Barack Obama.
La toma de las ciudades de Faluya y Ramadi por los insurgentes, en su mayoría yihadistas del estado islámico en Irak y en el Levante (EIIL, ligado a Al Qaida), representa un desafío militar sin precedentes para el gobierno del primer ministro iraquí Nuri al Maliki.
Altos funcionarios estadounidenses, entre ellos el vicepresidente Joe Biden, dedicaron la semana pasada a comunicarse con Bagdad pa
ra instar a Al Maliki a reconciliarse con las tribus sunitas de la provincia de Al Anbar, la región del oeste de Irak en la que se sitúan Faluya y Ramadi, antes de lanzar una ofensiva para intentar recuperar estas dos ciudades.
Esta estrategia en dos tiempos es similar a la que los estadounidenses habían empleado antes de su retiro del país, a fines de 2011.
Pero en Estados Unidos las crisis en el extranjero son a menudo examinadas desde el prisma de la política interna, aun cuando los factores locales tienen un peso determinante.
Los conservadores ven en el resurgimiento de los extremistas la consecuencia del retiro expeditivo de las tropas estadounidenses.
En Faluya, en 2004, 95 soldados estadounidenses resultaron muertos y más de 600 heridos tras una de las ofensivas más sangrientas lanzadas por Washington desde el fin de la guerra de Vietnam.
La sangre estadounidense fue derramada en vano "por un gobierno que quiso abandonar el país (Irak) y no intentó consolidar los resultados obtenidos gracias al sacrificio" de los marines, protestó el senador republicano John McCain.
Sus detractores le reprochan a Obama no haber negociado un acuerdo para mantener en territorio iraquí una presencia residual que hubiera sido útil, según afirman, para conservar la influencia propia en el país y evitar el retorno de Al Qaida.
La Casa Blanca rechaza esa postura y sostiene que un pequeño contingente norteamericano nunca hubiera estado en condiciones de contener el tsunami extremista.
"Cuando había 150.000 soldados (estadounidenses en Irak), la violencia era enorme", recuerda el portavoz de la Presidencia, Jay Carney.
La opinión pública estadounidense, agotada por años de guerra, está del lado de Barack Obama, pero la posibilidad de una eventual guerra civil en Irak representaría una mancha en el balance del presidente, quien fue electo por primera vez en 2008 en base a la promesa de terminar con la guerra.
La ayuda militar de Washington a Bagdad se limita actualmente al envío de misiles Hellfire y de drones de vigilancia. Algunos parlamentarios temen que armas más pesadas, como helicópteros de ataque, sean utilizadas por Al Maliki contra grupos iraquíes diferentes a Al Qaida.
"Se trata de su combate", comentó el secretario de Estado John Kerry.
La presión política ejercida sobre Bagdad plantea otra interrogante: ¿cuánta influencia conserva Washington en la zona?
Para los adversarios del presidente, la negativa de Barack Obama a armar a los rebeldes sirios y su decisión de no lanzar una ofensiva contra el régimen de Bashar al Asad transmitieron un mensaje perjudicial de falta de compromiso.
"Lo que me parece extraño es que nuestra política exterior no se concentre en la amenaza creciente representada por Al Qaida", dijo el senador republicano Lindsey Graham, cercano a John McCain.
Ambos conservadores subrayan que Estados Unidos perdió una oportunidad única, al comienzo de la guerra civil siria, de respaldar a los rebeldes moderados, hoy superados por los grupos extremistas.
Los servicios de inteligencia de Washington temen que Al Qaida reclute en Siria a combatientes con pasaporte estadounidense a los que entrenaría para destinarlos a misiones "terroristas" en suelo estadounidense.
James Comey, el director del FBI, dice que sus servicios están afinando su táctica para actuar en este contexto. "Estamos intensamente concentrados en esta misión", señaló.
El resurgimiento de Al Qaida en Irak y en Siria muestra los límites de la influencia estadounidense en la región y de la estrategia de reducir la presencia militar en Medio Oriente adoptada por el presidente Barack Obama.
La toma de las ciudades de Faluya y Ramadi por los insurgentes, en su mayoría yihadistas del estado islámico en Irak y en el Levante (EIIL, ligado a Al Qaida), representa un desafío militar sin precedentes para el gobierno del primer ministro iraquí Nuri al Maliki.
Altos funcionarios estadounidenses, entre ellos el vicepresidente Joe Biden, dedicaron la semana pasada a comunicarse con Bagdad pa
ra instar a Al Maliki a reconciliarse con las tribus sunitas de la provincia de Al Anbar, la región del oeste de Irak en la que se sitúan Faluya y Ramadi, antes de lanzar una ofensiva para intentar recuperar estas dos ciudades.
Esta estrategia en dos tiempos es similar a la que los estadounidenses habían empleado antes de su retiro del país, a fines de 2011.
Pero en Estados Unidos las crisis en el extranjero son a menudo examinadas desde el prisma de la política interna, aun cuando los factores locales tienen un peso determinante.
Los conservadores ven en el resurgimiento de los extremistas la consecuencia del retiro expeditivo de las tropas estadounidenses.
En Faluya, en 2004, 95 soldados estadounidenses resultaron muertos y más de 600 heridos tras una de las ofensivas más sangrientas lanzadas por Washington desde el fin de la guerra de Vietnam.
La sangre estadounidense fue derramada en vano "por un gobierno que quiso abandonar el país (Irak) y no intentó consolidar los resultados obtenidos gracias al sacrificio" de los marines, protestó el senador republicano John McCain.
Sus detractores le reprochan a Obama no haber negociado un acuerdo para mantener en territorio iraquí una presencia residual que hubiera sido útil, según afirman, para conservar la influencia propia en el país y evitar el retorno de Al Qaida.
La Casa Blanca rechaza esa postura y sostiene que un pequeño contingente norteamericano nunca hubiera estado en condiciones de contener el tsunami extremista.
"Cuando había 150.000 soldados (estadounidenses en Irak), la violencia era enorme", recuerda el portavoz de la Presidencia, Jay Carney.
La opinión pública estadounidense, agotada por años de guerra, está del lado de Barack Obama, pero la posibilidad de una eventual guerra civil en Irak representaría una mancha en el balance del presidente, quien fue electo por primera vez en 2008 en base a la promesa de terminar con la guerra.
La ayuda militar de Washington a Bagdad se limita actualmente al envío de misiles Hellfire y de drones de vigilancia. Algunos parlamentarios temen que armas más pesadas, como helicópteros de ataque, sean utilizadas por Al Maliki contra grupos iraquíes diferentes a Al Qaida.
"Se trata de su combate", comentó el secretario de Estado John Kerry.
La presión política ejercida sobre Bagdad plantea otra interrogante: ¿cuánta influencia conserva Washington en la zona?
Para los adversarios del presidente, la negativa de Barack Obama a armar a los rebeldes sirios y su decisión de no lanzar una ofensiva contra el régimen de Bashar al Asad transmitieron un mensaje perjudicial de falta de compromiso.
"Lo que me parece extraño es que nuestra política exterior no se concentre en la amenaza creciente representada por Al Qaida", dijo el senador republicano Lindsey Graham, cercano a John McCain.
Ambos conservadores subrayan que Estados Unidos perdió una oportunidad única, al comienzo de la guerra civil siria, de respaldar a los rebeldes moderados, hoy superados por los grupos extremistas.
Los servicios de inteligencia de Washington temen que Al Qaida reclute en Siria a combatientes con pasaporte estadounidense a los que entrenaría para destinarlos a misiones "terroristas" en suelo estadounidense.
James Comey, el director del FBI, dice que sus servicios están afinando su táctica para actuar en este contexto. "Estamos intensamente concentrados en esta misión", señaló.