El régimen sirio busca rehabilitarse en la conferencia de paz convocada por la ONU
El ministro de Exteriores de El Asad ofrece un intercambio de presos y un alto el fuego en Alepo
La oposición moderado ha sido empujada a una creciente irrelevancia por milicias islamistas
David Alandete
Jerusalén, El País
¿Qué mayor rehabilitación puede haber para un régimen al que hace un año se le contaban los días que acudir a una conferencia internacional convocada por Naciones Unidas, a dialogar con Estados Unidos, que en septiembre amagaba con atacarle con misiles? Además, sin casi oposición y tras haber filtrado que compartió inteligencia recientemente con Reino Unido, Francia, Alemania y España sobre islamistas radicales. Si el régimen sirio busca legitimidad, después de tantos éxitos bélicos, se la están facilitando. Tanto, que el secretario de Estado norteamericano se vio obligado este viernes a aclarar que negociar con Bachar el Asad no significa prometerle seguir en la presidencia.
“No hay solución política posible si El Asad no acepta una transición y si piensa que va a ser parte de ese futuro. No sucederá”, dijo este viernes John Kerry en Washington. Damasco ha intentado redefinir la conferencia que comenzará el miércoles en Suiza como un gran debate internacional sobre el yihadismo y su presencia en Siria. ¿No han muerto acaso 1.000 rebeldes en enfrentamientos entre ellos mismos en las pasadas dos semanas? El régimen sirio le ofrece ahora a Occidente estabilidad regional y mano dura contra el yihadismo. Y lo del avance de la democracia en el país queda ya en segundo plano.
Este viernes los opositores moderados de la Coalición Nacional Siria debatían en Turquía si participan o no en la conferencia de paz. Y el principal problema es que su decisión última era irrelevante. Frente al terreno que controla El Asad hay vastas extensiones de caos, terreno ganado por el Ejército Libre Sirio que luego han ido tomando a pedazos varias milicias yihadistas que se han aposentado en localidades como Raqa o Alepo. Y a esos radicales nadie los ha invitado a dialogar sobre el futuro de Siria en Suiza.
En Rusia, el ministro sirio de Exteriores, Wallid al Muallem, ofreció este viernes a los opositores un intercambio de detenidos y un alto el fuego en Alepo. Respecto a la conferencia de paz, se comprometió a “hacer los esfuerzos posibles para que sea exitosa y satisfaga las aspiraciones de los sirios y las órdenes directas del presidente El Asad”. Queda patente que el lenguaje empleado por el régimen sigue siendo el mismo: el de lo que ordene El Asad, el asedio a zonas rebeldes, abuso de armas prohibidas por la comunidad internacional y las represalias contra la población civil. En casi tres años de guerra han muerto 130.000 personas y nueve millones han abandonado sus hogares.
No es que el conflicto se haya enquistado. Se ha convertido en algo peor e insostenible, una afrenta a la comunidad internacional, de ahí que Kerry se haya visto obligado a aclarar que la postura oficial del gobierno norteamericano sigue siendo que El Asad abandone el poder. A los llamados rebeldes moderados, los de la Coalición Nacional y el Ejército Libre, que dicen luchar por ideales democráticos, sus aliados en Europa y Norteamérica no les han respaldado con el armamento necesario. Debilitados tras tantos meses de lucha, han ido perdiendo terreno frente a grupos como el Frente Al Nusra y el Estado Islámico de Irak y Siria, afiliados a Al Qaeda.
La irrelevancia de esa oposición considerada legítima y la inacción de Washington y sus aliados ha convertido a Rusia e Irán en los grandes actores de este conflicto. Teherán ha enviado a soldados de su Guardia Revolucionaria y de la milicia libanesa Hezbolá a luchar en Siria. Moscú ha entregado a El Asad armamento como drones y bombas guiadas, y en el plano diplomático ha logrado que se mantenga la convocatoria de la conferencia de paz de la semana próxima, aunque en lugar de un diálogo acabe siendo un monólogo del régimen sirio y sus advertencias sobre el yihadismo, pronunciado ante un Occidente que todavía duda sobre qué hacer.
La oposición moderado ha sido empujada a una creciente irrelevancia por milicias islamistas
David Alandete
Jerusalén, El País
¿Qué mayor rehabilitación puede haber para un régimen al que hace un año se le contaban los días que acudir a una conferencia internacional convocada por Naciones Unidas, a dialogar con Estados Unidos, que en septiembre amagaba con atacarle con misiles? Además, sin casi oposición y tras haber filtrado que compartió inteligencia recientemente con Reino Unido, Francia, Alemania y España sobre islamistas radicales. Si el régimen sirio busca legitimidad, después de tantos éxitos bélicos, se la están facilitando. Tanto, que el secretario de Estado norteamericano se vio obligado este viernes a aclarar que negociar con Bachar el Asad no significa prometerle seguir en la presidencia.
“No hay solución política posible si El Asad no acepta una transición y si piensa que va a ser parte de ese futuro. No sucederá”, dijo este viernes John Kerry en Washington. Damasco ha intentado redefinir la conferencia que comenzará el miércoles en Suiza como un gran debate internacional sobre el yihadismo y su presencia en Siria. ¿No han muerto acaso 1.000 rebeldes en enfrentamientos entre ellos mismos en las pasadas dos semanas? El régimen sirio le ofrece ahora a Occidente estabilidad regional y mano dura contra el yihadismo. Y lo del avance de la democracia en el país queda ya en segundo plano.
Este viernes los opositores moderados de la Coalición Nacional Siria debatían en Turquía si participan o no en la conferencia de paz. Y el principal problema es que su decisión última era irrelevante. Frente al terreno que controla El Asad hay vastas extensiones de caos, terreno ganado por el Ejército Libre Sirio que luego han ido tomando a pedazos varias milicias yihadistas que se han aposentado en localidades como Raqa o Alepo. Y a esos radicales nadie los ha invitado a dialogar sobre el futuro de Siria en Suiza.
En Rusia, el ministro sirio de Exteriores, Wallid al Muallem, ofreció este viernes a los opositores un intercambio de detenidos y un alto el fuego en Alepo. Respecto a la conferencia de paz, se comprometió a “hacer los esfuerzos posibles para que sea exitosa y satisfaga las aspiraciones de los sirios y las órdenes directas del presidente El Asad”. Queda patente que el lenguaje empleado por el régimen sigue siendo el mismo: el de lo que ordene El Asad, el asedio a zonas rebeldes, abuso de armas prohibidas por la comunidad internacional y las represalias contra la población civil. En casi tres años de guerra han muerto 130.000 personas y nueve millones han abandonado sus hogares.
No es que el conflicto se haya enquistado. Se ha convertido en algo peor e insostenible, una afrenta a la comunidad internacional, de ahí que Kerry se haya visto obligado a aclarar que la postura oficial del gobierno norteamericano sigue siendo que El Asad abandone el poder. A los llamados rebeldes moderados, los de la Coalición Nacional y el Ejército Libre, que dicen luchar por ideales democráticos, sus aliados en Europa y Norteamérica no les han respaldado con el armamento necesario. Debilitados tras tantos meses de lucha, han ido perdiendo terreno frente a grupos como el Frente Al Nusra y el Estado Islámico de Irak y Siria, afiliados a Al Qaeda.
La irrelevancia de esa oposición considerada legítima y la inacción de Washington y sus aliados ha convertido a Rusia e Irán en los grandes actores de este conflicto. Teherán ha enviado a soldados de su Guardia Revolucionaria y de la milicia libanesa Hezbolá a luchar en Siria. Moscú ha entregado a El Asad armamento como drones y bombas guiadas, y en el plano diplomático ha logrado que se mantenga la convocatoria de la conferencia de paz de la semana próxima, aunque en lugar de un diálogo acabe siendo un monólogo del régimen sirio y sus advertencias sobre el yihadismo, pronunciado ante un Occidente que todavía duda sobre qué hacer.