Vecinos del oso polar
Los vecinos de Churchill, Canadá, se cruzan cada vez más con estos animales
El deshielo y el hambre los llevan tierra adentro
Suzanne Goldenberg
Churchill, El País
Solo dos días después de que un oso polar asaltara a dos personas en el centro de Churchill el agente rastrea con sus prismáticos la rocosa línea de la costa de la bahía de Hudson en busca de algún indicio. “Podría haber un oso, o varios, escondidos ahí mismo entre los sauces, y uno no se daría ni cuenta”, dice Bob Windsor, oficial de conservación de la región de Manitoba, al norte en Canadá. Ha recibido la noticia de tres avistamientos en el pueblo esa mañana. En un día típico de noviembre puede llegar a haber hasta 20.
Así es la vida en este pueblo de 800 habitantes en el que puede haber tantos osos polares como personas. Una convivencia que que se está volviendo muy peligrosa. La bahía de Hudson permanece cada año menos tiempo congelada. La temporada de hielo ha disminuido a ritmo de un día al año durante las últimas tres décadas, con lo que ha alterado la alimentación de los osos y su ritmo vital. La pérdida de hielo marino ha forzado a los animales a alejarse de la bahía donde cazan las focas, su principal fuente de alimento. Los científicos afirman que los osos hambrientos están adquiriendo comportamientos atípicos, como el canibalismo, y están llegando más lejos tierra adentro, donde se acercan cada vez más a las pequeñas comunidades habitadas.
El trabajo de Windsor es buscar osos. El oficial, equipado con una pistola de fogueo con bengalas, una bocina y un rifle de bolas de pintura, pasa día y noche persiguiendo osos polares en las afueras del pueblo y en la tundra. “A los osos que tratamos les enseñamos a temer a la gente”, explica. “Con cada ejemplar que perseguimos puede que estemos ayudando a la próxima persona que se cruce con él, porque reconocerá que se encuentra ante un humano y que es alguien al que debe temer”.
Pero la labor de Windsor se vuelve más difícil con el calentamiento del Ártico. Los vecinos de Churchill y los cazadores aborígenes del territorio autónomo de Nunavut hablan de un aumento de avistamientos de osos polares en sus territorios los últimos años. La mayoría de los encuentros entre los vecinos de Churchill y osos polares no han llegado a acabar en tragedia —como el caso de una mujer que lanzó una bolsa de comida a un oso para huir de él, y el del hombre que lo alejó de sus dos hijos pequeños al golpearle con la correa del perro—. Desde el inicio del año, y hasta la primera semana de noviembre, se han registrado 168 de estos incidentes sin daños. La mayoría de los osos involucrados eran machos subadultos. “Piense en ellos como adolescentes”, explica Daryll Hedman, director de conservación de Manitoba. “Son los jóvenes los que parecen meterse en problemas”. Una docena de osos que entraron en el pueblo y resistieron los esfuerzos de los agentes para expulsarlos fueron recluidos en la cárcel de osos que han instalado en las afueras del pueblo antes de ser devueltos a la naturaleza.
Pero en la madrugada del pasado 1 de noviembre, un oso polar intruso arrancó la oreja a una joven que volvía de una fiesta de Halloween. Después se abalanzó sobre un vecino que vino a socorrerla, y lo hirió de gravedad en la cabeza y el torso. El ataque ocurrió frente a una docena de testigos que gritaban, golpeaban cazos, encendieron bengalas y dispararon varias veces al oso. Sin efecto. “El corazón se me salía del pecho”, relata Didier Foubert-Allen, uno de ellos: “Disparé al oso unas cuatro veces hasta que me di cuenta de que no servía para nada”. El oso, ya sangrando, solo huyó cuando Foubert-Allen, corrió a por su camión y fue hacia el animal con las luces encendidas y haciendo sonar el claxon.
Los científicos predicen un aumento de esos encuentros entre personas y osos en todo el norte debido a la fusión del hielo marino. Y los gestores de la naturaleza ya se preparan. Los Gobiernos de EE UU y Noruega preparan una base de datos de ataques de osos en los cinco territorios polares: Alaska, Canadá, Groenlandia, Noruega y Rusia.
Hasta la fecha, hay 110 incidentes registrados de ataques de osos polares que han ocasionado heridas graves. James Winder, biólogo de la agencia de pesca y naturaleza de EE UU que lleva el registro, explica que el número debería ser comparado con los “miles y miles —probablemente decenas de miles— de encuentros no violentos con osos polares”. Hasta este otoño, Churchill tenía una historia bastante pacífica de convivencia con osos polares, con solo dos muertes atribuidas a estos animales desde 1717.
Los responsables de conservación de Churchill y Nunavut trabajan en un sistema de alerta temprana para detectar a los osos polares invasores, como radares o sofisticados marcadores en las orejas. El año pasado, pusieron un marcador en uno de los osos más molestos —un macho adulto conocido como Lardlass— con un transmisor VHF. El sistema estaba diseñado para enviar un mensaje de texto a los responsables de conservación si Lardlass se dirigía al pueblo, lo que permitía a la patrulla interceptar al intruso. Sin embargo, el transmisor se cayó y la patrulla oso perdió la pista del animal.
Algunos científicos americanos han propuesto a los residentes de Churchill que usen más a menudo un spray antiosos. Estos irritantes aerosoles son muy usados en áreas salvajes de Alaska y otras zonas donde hay riesgo de toparse con un oso pardo.
Temen que la situación se vuelva muy peligrosa. “Osos con estrés nutricional o desesperados por algo intentarán cosas arriesgadas”, dice Tom Smith, un biólogo en la Universidad Bringham Young, en Utah (EE UU), que estudia la interacción entre osos y humanos.
Los investigadores han hallado indicios de canibalismo en estos animales, que hasta entonces era desconocido, y más movimientos tierra adentro cuando normalmente no se alejaban más de ocho kilómetros de la costa. Se ha detectado recientemente el caso de un oso que viajó hasta 400 kilómetros al interior en busca de alimento. La agresividad con los humanos es una situación extrema, pero probable. “Cuando vemos que los osos atacan a gente es un signo de que estos animales están al límite”, afirma Smith.
Hasta el momento, Churchill aguanta. El pueblo está considerado como un modelo de coexistencia oso-humano. Los niños son adiestrados en la seguridad contra los osos, y en temporada alta Wilson y sus colegas realizan guardias de 24 horas. Y eso con un programa de solo 70.000 euros de presupuesto.
Las autoridades han acudido a los múltiples turistas que visitan la zona en tours especializados y a televisiones para patrocinar los caros traslados en helicóptero de los animales desde la cárcel de osos a la naturaleza. El pueblo seguirá viendo osos. Michael Spence, el alcalde, reconoce que es imposible garantizar que no vaya a haber otro ataque en el pueblo: “No puedes cerrar cada calle, no puedes vallar la comunidad”.
El deshielo y el hambre los llevan tierra adentro
Suzanne Goldenberg
Churchill, El País
Solo dos días después de que un oso polar asaltara a dos personas en el centro de Churchill el agente rastrea con sus prismáticos la rocosa línea de la costa de la bahía de Hudson en busca de algún indicio. “Podría haber un oso, o varios, escondidos ahí mismo entre los sauces, y uno no se daría ni cuenta”, dice Bob Windsor, oficial de conservación de la región de Manitoba, al norte en Canadá. Ha recibido la noticia de tres avistamientos en el pueblo esa mañana. En un día típico de noviembre puede llegar a haber hasta 20.
Así es la vida en este pueblo de 800 habitantes en el que puede haber tantos osos polares como personas. Una convivencia que que se está volviendo muy peligrosa. La bahía de Hudson permanece cada año menos tiempo congelada. La temporada de hielo ha disminuido a ritmo de un día al año durante las últimas tres décadas, con lo que ha alterado la alimentación de los osos y su ritmo vital. La pérdida de hielo marino ha forzado a los animales a alejarse de la bahía donde cazan las focas, su principal fuente de alimento. Los científicos afirman que los osos hambrientos están adquiriendo comportamientos atípicos, como el canibalismo, y están llegando más lejos tierra adentro, donde se acercan cada vez más a las pequeñas comunidades habitadas.
El trabajo de Windsor es buscar osos. El oficial, equipado con una pistola de fogueo con bengalas, una bocina y un rifle de bolas de pintura, pasa día y noche persiguiendo osos polares en las afueras del pueblo y en la tundra. “A los osos que tratamos les enseñamos a temer a la gente”, explica. “Con cada ejemplar que perseguimos puede que estemos ayudando a la próxima persona que se cruce con él, porque reconocerá que se encuentra ante un humano y que es alguien al que debe temer”.
Pero la labor de Windsor se vuelve más difícil con el calentamiento del Ártico. Los vecinos de Churchill y los cazadores aborígenes del territorio autónomo de Nunavut hablan de un aumento de avistamientos de osos polares en sus territorios los últimos años. La mayoría de los encuentros entre los vecinos de Churchill y osos polares no han llegado a acabar en tragedia —como el caso de una mujer que lanzó una bolsa de comida a un oso para huir de él, y el del hombre que lo alejó de sus dos hijos pequeños al golpearle con la correa del perro—. Desde el inicio del año, y hasta la primera semana de noviembre, se han registrado 168 de estos incidentes sin daños. La mayoría de los osos involucrados eran machos subadultos. “Piense en ellos como adolescentes”, explica Daryll Hedman, director de conservación de Manitoba. “Son los jóvenes los que parecen meterse en problemas”. Una docena de osos que entraron en el pueblo y resistieron los esfuerzos de los agentes para expulsarlos fueron recluidos en la cárcel de osos que han instalado en las afueras del pueblo antes de ser devueltos a la naturaleza.
Pero en la madrugada del pasado 1 de noviembre, un oso polar intruso arrancó la oreja a una joven que volvía de una fiesta de Halloween. Después se abalanzó sobre un vecino que vino a socorrerla, y lo hirió de gravedad en la cabeza y el torso. El ataque ocurrió frente a una docena de testigos que gritaban, golpeaban cazos, encendieron bengalas y dispararon varias veces al oso. Sin efecto. “El corazón se me salía del pecho”, relata Didier Foubert-Allen, uno de ellos: “Disparé al oso unas cuatro veces hasta que me di cuenta de que no servía para nada”. El oso, ya sangrando, solo huyó cuando Foubert-Allen, corrió a por su camión y fue hacia el animal con las luces encendidas y haciendo sonar el claxon.
Los científicos predicen un aumento de esos encuentros entre personas y osos en todo el norte debido a la fusión del hielo marino. Y los gestores de la naturaleza ya se preparan. Los Gobiernos de EE UU y Noruega preparan una base de datos de ataques de osos en los cinco territorios polares: Alaska, Canadá, Groenlandia, Noruega y Rusia.
Hasta la fecha, hay 110 incidentes registrados de ataques de osos polares que han ocasionado heridas graves. James Winder, biólogo de la agencia de pesca y naturaleza de EE UU que lleva el registro, explica que el número debería ser comparado con los “miles y miles —probablemente decenas de miles— de encuentros no violentos con osos polares”. Hasta este otoño, Churchill tenía una historia bastante pacífica de convivencia con osos polares, con solo dos muertes atribuidas a estos animales desde 1717.
Los responsables de conservación de Churchill y Nunavut trabajan en un sistema de alerta temprana para detectar a los osos polares invasores, como radares o sofisticados marcadores en las orejas. El año pasado, pusieron un marcador en uno de los osos más molestos —un macho adulto conocido como Lardlass— con un transmisor VHF. El sistema estaba diseñado para enviar un mensaje de texto a los responsables de conservación si Lardlass se dirigía al pueblo, lo que permitía a la patrulla interceptar al intruso. Sin embargo, el transmisor se cayó y la patrulla oso perdió la pista del animal.
Algunos científicos americanos han propuesto a los residentes de Churchill que usen más a menudo un spray antiosos. Estos irritantes aerosoles son muy usados en áreas salvajes de Alaska y otras zonas donde hay riesgo de toparse con un oso pardo.
Temen que la situación se vuelva muy peligrosa. “Osos con estrés nutricional o desesperados por algo intentarán cosas arriesgadas”, dice Tom Smith, un biólogo en la Universidad Bringham Young, en Utah (EE UU), que estudia la interacción entre osos y humanos.
Los investigadores han hallado indicios de canibalismo en estos animales, que hasta entonces era desconocido, y más movimientos tierra adentro cuando normalmente no se alejaban más de ocho kilómetros de la costa. Se ha detectado recientemente el caso de un oso que viajó hasta 400 kilómetros al interior en busca de alimento. La agresividad con los humanos es una situación extrema, pero probable. “Cuando vemos que los osos atacan a gente es un signo de que estos animales están al límite”, afirma Smith.
Hasta el momento, Churchill aguanta. El pueblo está considerado como un modelo de coexistencia oso-humano. Los niños son adiestrados en la seguridad contra los osos, y en temporada alta Wilson y sus colegas realizan guardias de 24 horas. Y eso con un programa de solo 70.000 euros de presupuesto.
Las autoridades han acudido a los múltiples turistas que visitan la zona en tours especializados y a televisiones para patrocinar los caros traslados en helicóptero de los animales desde la cárcel de osos a la naturaleza. El pueblo seguirá viendo osos. Michael Spence, el alcalde, reconoce que es imposible garantizar que no vaya a haber otro ataque en el pueblo: “No puedes cerrar cada calle, no puedes vallar la comunidad”.