Los rebeldes moderados sirios temen perder su país y su causa
Refugiados en Jordania, muchos milicianos heridos ven con temor el ascenso de milicias yihadistas
El régimen avanza mientras los opositores del Ejército Libre Sirio le acusan de crímenes de guerra
David Alandete
Ammán, El País
Quedan pocas esperanzas en este hospital lejos de Siria. Un centenar de heridos, muchos guerrilleros contra el gobierno de Bachar el Asad, ven como sus avances se esfuman y su país se les va de las manos. El Ejército Libre Sirio, con el que han luchado, va perdiendo terreno no sólo frente al régimen, sino también ante el ascenso de unas milicias yihadistas que campan a sus anchas en zonas que estos hombres tomaron con su sudor y sangre. Soñaron en su día con el apoyo de occidente, pero no fue más que una ilusión. Se sienten abandonados. No reconocen a su país. Y las ganas que tienen de volver al frente tras recuperarse, si se recuperan, se van diluyendo un poco más cada día.
“En occidente se fijan en las armas químicas y pactan con el régimen para destruirlas. Y mientras miran a otro lado, los niños y las mujeres mueren. El ejército del régimen ataca autobuses civiles, saquea casas y viola a mujeres”, dice postrado en una de las camas del hospital Nidal Mohamed el Barand, de 37 años. Fue herido de gravedad en combate en septiembre en la villa de Tafas, en la sureña provincia de Derá. Perdió un riñón y le han extirpado parte del hígado. “Luchamos solos, esa es la verdad”, dice, resignado. A pesar de todo, si puede, volverá a Siria. “No nos rendiremos y lucharemos hasta el último soldado”, dice.
El lunes el régimen anunció por vías oficiales que ha asegurado una carretera que une Damasco, la capital, con la costa meridional, que espera utilizar para evacuar sus arsenales químicos, que se ha comprometido a destruir antes de mediados de 2014 para evitar un ataque con misiles de Estados Unidos. El Asad avanza reforzado por milicianos extranjeros, sobre todo libaneses, de la guerrilla Hezbolá, e iraníes. El Barand asegura que él mismo con sus manos capturó a dos guerrilleros de Irán en Derá, y que los entregó a sus superiores. En el bando rebelde, grupos radicales islamistas como el Estado Islámico de Irak y Siria se nutren de yihadistas llegados desde lugares tan diversos como Chechenia, Yemen o Arabia Saudí.
“El Ejército Libre nos necesita”, dice Ali al Hamir. Sabe que no podrá regresar al frente. A sus 21 años perdió la pierna derecha en una explosión. Regresaba a casa a descansar tras la lucha. Quedó inconsciente y cuando despertó ya estaba en Jordania, donde le habían traído sus familiares, que hoy velan su cama. Financiando con dinero público kuwatí, este hospital opera desde hace nueve meses con médicos y enfermeros que también son refugiados sirios, en la segunda planta del centro médico Al Yazira en la capital jordana. Recibe a un centenar de heridos cada mes y en su quirófano se efectúan tres operaciones diarias.
“Para esta gente hay un límite que se ha superado. El régimen se ha comportado de forma especialmente brutal”, dice el doctor Mohamed Halabi, de 43 años, que huyó de Damasco a Ammán cuando vio que a varios colegas de profesión les arrestaba el régimen simplemente por atender a milicianos rebeldes. A un amigo suyo, también médico, un francotirador le mató cuando trataba de reanimar a un moribundo en la localidad de Zamalka. Antes de abandonar Siria los servicios secretos de El Asad habían detenido e interrogado a Halabi una treintena de veces. “No puede haber reconciliación cuando se ha servido de la ayuda de iraníes y libaneses para atacar a sirios. Y nosotros aún tenemos algo básico: la razón. Nuestra causa es la justa”, dice.
A este hospital llegan también civiles, que cuando se recuperan entran a formar parte de los más de 560.000 refugiados sirios en Jordania, donde no tienen derecho a trabajar, con sus vidas congeladas a la espera de ya no saben muy bien qué. “No volveré porque el ejército toma represalias contra los civiles”, dice Ahmad Majdad, de 45 años, que perdió un ojo y la memoria del ataque que se lo cobró, hace aproximadamente tres semanas. No sabe como será su vida en Jordania, pero dice que aunque sea miserable “será mejor que la destrucción que hay en Siria”.
No muy lejos, en otro cuarto, los enfermeros tratan a un herido que llegó solo y completamente desfigurado. Se le alimenta por un tubo. No puede hablar. Nadie sabe de donde vino ni donde está su familia, si es que tiene. En Siria se cuentan los muertos, más de 100.000, y los desplazados, seis millones. Pero nadie ha hecho aún un censo de mutilados y heridos como él, a quienes la guerra les ha arrebatado absolutamente todo, sin posibilidad de vuelta atrás.
El régimen avanza mientras los opositores del Ejército Libre Sirio le acusan de crímenes de guerra
David Alandete
Ammán, El País
Quedan pocas esperanzas en este hospital lejos de Siria. Un centenar de heridos, muchos guerrilleros contra el gobierno de Bachar el Asad, ven como sus avances se esfuman y su país se les va de las manos. El Ejército Libre Sirio, con el que han luchado, va perdiendo terreno no sólo frente al régimen, sino también ante el ascenso de unas milicias yihadistas que campan a sus anchas en zonas que estos hombres tomaron con su sudor y sangre. Soñaron en su día con el apoyo de occidente, pero no fue más que una ilusión. Se sienten abandonados. No reconocen a su país. Y las ganas que tienen de volver al frente tras recuperarse, si se recuperan, se van diluyendo un poco más cada día.
“En occidente se fijan en las armas químicas y pactan con el régimen para destruirlas. Y mientras miran a otro lado, los niños y las mujeres mueren. El ejército del régimen ataca autobuses civiles, saquea casas y viola a mujeres”, dice postrado en una de las camas del hospital Nidal Mohamed el Barand, de 37 años. Fue herido de gravedad en combate en septiembre en la villa de Tafas, en la sureña provincia de Derá. Perdió un riñón y le han extirpado parte del hígado. “Luchamos solos, esa es la verdad”, dice, resignado. A pesar de todo, si puede, volverá a Siria. “No nos rendiremos y lucharemos hasta el último soldado”, dice.
El lunes el régimen anunció por vías oficiales que ha asegurado una carretera que une Damasco, la capital, con la costa meridional, que espera utilizar para evacuar sus arsenales químicos, que se ha comprometido a destruir antes de mediados de 2014 para evitar un ataque con misiles de Estados Unidos. El Asad avanza reforzado por milicianos extranjeros, sobre todo libaneses, de la guerrilla Hezbolá, e iraníes. El Barand asegura que él mismo con sus manos capturó a dos guerrilleros de Irán en Derá, y que los entregó a sus superiores. En el bando rebelde, grupos radicales islamistas como el Estado Islámico de Irak y Siria se nutren de yihadistas llegados desde lugares tan diversos como Chechenia, Yemen o Arabia Saudí.
“El Ejército Libre nos necesita”, dice Ali al Hamir. Sabe que no podrá regresar al frente. A sus 21 años perdió la pierna derecha en una explosión. Regresaba a casa a descansar tras la lucha. Quedó inconsciente y cuando despertó ya estaba en Jordania, donde le habían traído sus familiares, que hoy velan su cama. Financiando con dinero público kuwatí, este hospital opera desde hace nueve meses con médicos y enfermeros que también son refugiados sirios, en la segunda planta del centro médico Al Yazira en la capital jordana. Recibe a un centenar de heridos cada mes y en su quirófano se efectúan tres operaciones diarias.
“Para esta gente hay un límite que se ha superado. El régimen se ha comportado de forma especialmente brutal”, dice el doctor Mohamed Halabi, de 43 años, que huyó de Damasco a Ammán cuando vio que a varios colegas de profesión les arrestaba el régimen simplemente por atender a milicianos rebeldes. A un amigo suyo, también médico, un francotirador le mató cuando trataba de reanimar a un moribundo en la localidad de Zamalka. Antes de abandonar Siria los servicios secretos de El Asad habían detenido e interrogado a Halabi una treintena de veces. “No puede haber reconciliación cuando se ha servido de la ayuda de iraníes y libaneses para atacar a sirios. Y nosotros aún tenemos algo básico: la razón. Nuestra causa es la justa”, dice.
A este hospital llegan también civiles, que cuando se recuperan entran a formar parte de los más de 560.000 refugiados sirios en Jordania, donde no tienen derecho a trabajar, con sus vidas congeladas a la espera de ya no saben muy bien qué. “No volveré porque el ejército toma represalias contra los civiles”, dice Ahmad Majdad, de 45 años, que perdió un ojo y la memoria del ataque que se lo cobró, hace aproximadamente tres semanas. No sabe como será su vida en Jordania, pero dice que aunque sea miserable “será mejor que la destrucción que hay en Siria”.
No muy lejos, en otro cuarto, los enfermeros tratan a un herido que llegó solo y completamente desfigurado. Se le alimenta por un tubo. No puede hablar. Nadie sabe de donde vino ni donde está su familia, si es que tiene. En Siria se cuentan los muertos, más de 100.000, y los desplazados, seis millones. Pero nadie ha hecho aún un censo de mutilados y heridos como él, a quienes la guerra les ha arrebatado absolutamente todo, sin posibilidad de vuelta atrás.