El referéndum escocés compromete el futuro político de Cameron
La consulta y las elecciones europeas marcan la política británica en 2014
Los conservadores enarbolan la fobia a la inmigración frente al auge del UKIP
Walter Oppenheimer
Londres, El País
El nuevo año político británico va a estar marcado por dos acontecimientos excepcionales. El 18 de septiembre de 2014, los escoceses votarán por primera vez en la historia para decidir si se quedan en Reino Unido o se convierten en un Estado independiente. Y, también por primera vez, las elecciones europeas de mayo, que en circunstancias normales los británicos nunca se toman en serio, prometen esta vez convertirse en un barómetro de las generales de 2015.
En un país que solo cree en su Parlamento y que asocia la Eurocámara con corrupción y despilfarro, las europeas suelen ser una buena ocasión para darle una patada al Gobierno votando por la oposición y otra patada a Gobierno y oposición juntos votando por un partido protesta. Esta vez, todo es diferente. La emergencia en 2013 del partido protesta más fiel a la cita con las europeas, el UKIP (siglas en inglés del Partido de la Independencia de Reino Unido), ha puesto tan nerviosos a los conservadores que el primer ministro David Cameron se ha escorado de forma espectacular a la derecha en política europea y de inmigración, únicos ámbitos de influencia del UKIP.
Ese es el tema que va a dominar en los medios y en la política británica en los próximos meses. Pero el asunto que de verdad tiene potencial revolucionario es el referéndum sobre la independencia de Escocia. Es un tema que la anglocentrista prensa londinense toca casi de puntillas. Primero, porque a pesar de su enorme impacto potencial para Inglaterra y Reino Unido, es una cuestión ante todo escocesa. Y, segundo, porque todas las encuestas hacen pensar que ganará el no, es decir, el apoyo a mantenerse en la unión.
Sin embargo, hay varios factores que invitan a la cautela antes de descartar por completo una victoria independentista. Uno, que el SNP (siglas en inglés del Partido Nacional Escocés) se transforma en las campañas electorales. Dos, que el electorado escocés tiene una alergia crónica a los conservadores británicos, sobre todo desde tiempos de Margaret Thatcher, y siente en estos momentos una gran aversión también por los dos partidos de ámbito nacional que han dominado la política escocesa: los laboristas (a los que achacan el origen de la crisis por el auge de las finanzas durante sus 13 años en el Gobierno) y los liberales-demócratas, a los que no perdonan su coalición en Londres con los conservadores.
Hay un tercer factor algo más alambicado que puede jugar a favor del independentismo: Europa. En principio, el debate europeo les es contrario, porque hay consenso en Bruselas en sostener en público que la independencia dejaría a Escocia fuera de la UE.
Pero si el líder independentista, Alex Salmond, convence a los escoceses de que esa es una posición táctica relacionada más con Cataluña que con Escocia y que en la práctica es imposible que se queden fuera de la UE, el debate daría la vuelta como un calcetín. Porque entonces el mayor peligro de acabar fuera de la UE no vendría de la independencia, sino de la unión, dado el compromiso de Cameron de convocar en 2017 un referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la UE si sigue en el Gobierno tras los comicios de 2015.
Las elecciones europeas del 22 de mayo, que coincidirán con unas municipales en las que se renuevan los distritos municipales de Londres, pueden ser un buen indicador de lo que puede ocurrir en 2015. El UKIP, que este año ha dado varios revolcones electorales a los tories, se ha convertido en una amenaza para Cameron. No tanto por su tradicional fortaleza en las europeas, sino porque acaben ayudando a los laboristas en 2015 a ganar escaños que en condiciones normales serían conservadores. Paradojas del obsoleto sistema electoral que los británicos decidieron mantener en el referéndum convocado en 2011.
El auge del UKIP ha llevado a David Cameron a intentar arrebatarle sus dos banderas de enganche: la fobia a Europa y la fobia a la inmigración. Y ha conseguido fundir ambas en una sola: la fobia a la inmigración europea y más concretamente a los trabajadores de Rumanía y Bulgaria, que desde el próximo 1 de enero podrán instalarse libremente en Reino Unido y cualquier otro país de la UE.
En la primera mitad de 2014, la política británica va a estar dominada por ese debate. Las casas de apuestas dan hoy favorito al UKIP para ganar las europeas. Un pronóstico arriesgado dada la permanente inestabilidad interna de ese partido y su desplome en los sondeos poco después de su éxito en las municipales de mayo.
El gran peligro para Cameron no es que gane el partido antieuropeo o verse relegado al tercer puesto. Su gran peligro es que ganen los laboristas y el UKIP quede segundo. Eso podría cuestionar su propia posición interna a tan solo un año de las legislativas.
Por eso Cameron no tiene ningún remilgo al extremar su retórica antieuropea y antiinmigración hasta el punto de acabar con una de las grandes tradiciones de la política británica en Europa y convertir a Reino Unido en un enemigo de próximas ampliaciones.
Algunos observadores, sin embargo, creen que el primer ministro no debería obcecarse demasiado con Europa y la inmigración. Crisis locales, como la que pueden padecer este invierno los servicios de urgencia de los deteriorados hospitales públicos, le pueden quitar más votos que el UKIP. Pero si lo que pierde es el referéndum de Escocia se le acabarán las preocupaciones: pasaría a la historia como el primer ministro que gestionó la muerte de Reino Unido. Quizás él aún no lo sabe, pero la carrera política de David Cameron puede acabar el 18 de septiembre de 2014.
Los conservadores enarbolan la fobia a la inmigración frente al auge del UKIP
Walter Oppenheimer
Londres, El País
El nuevo año político británico va a estar marcado por dos acontecimientos excepcionales. El 18 de septiembre de 2014, los escoceses votarán por primera vez en la historia para decidir si se quedan en Reino Unido o se convierten en un Estado independiente. Y, también por primera vez, las elecciones europeas de mayo, que en circunstancias normales los británicos nunca se toman en serio, prometen esta vez convertirse en un barómetro de las generales de 2015.
En un país que solo cree en su Parlamento y que asocia la Eurocámara con corrupción y despilfarro, las europeas suelen ser una buena ocasión para darle una patada al Gobierno votando por la oposición y otra patada a Gobierno y oposición juntos votando por un partido protesta. Esta vez, todo es diferente. La emergencia en 2013 del partido protesta más fiel a la cita con las europeas, el UKIP (siglas en inglés del Partido de la Independencia de Reino Unido), ha puesto tan nerviosos a los conservadores que el primer ministro David Cameron se ha escorado de forma espectacular a la derecha en política europea y de inmigración, únicos ámbitos de influencia del UKIP.
Ese es el tema que va a dominar en los medios y en la política británica en los próximos meses. Pero el asunto que de verdad tiene potencial revolucionario es el referéndum sobre la independencia de Escocia. Es un tema que la anglocentrista prensa londinense toca casi de puntillas. Primero, porque a pesar de su enorme impacto potencial para Inglaterra y Reino Unido, es una cuestión ante todo escocesa. Y, segundo, porque todas las encuestas hacen pensar que ganará el no, es decir, el apoyo a mantenerse en la unión.
Sin embargo, hay varios factores que invitan a la cautela antes de descartar por completo una victoria independentista. Uno, que el SNP (siglas en inglés del Partido Nacional Escocés) se transforma en las campañas electorales. Dos, que el electorado escocés tiene una alergia crónica a los conservadores británicos, sobre todo desde tiempos de Margaret Thatcher, y siente en estos momentos una gran aversión también por los dos partidos de ámbito nacional que han dominado la política escocesa: los laboristas (a los que achacan el origen de la crisis por el auge de las finanzas durante sus 13 años en el Gobierno) y los liberales-demócratas, a los que no perdonan su coalición en Londres con los conservadores.
Hay un tercer factor algo más alambicado que puede jugar a favor del independentismo: Europa. En principio, el debate europeo les es contrario, porque hay consenso en Bruselas en sostener en público que la independencia dejaría a Escocia fuera de la UE.
Pero si el líder independentista, Alex Salmond, convence a los escoceses de que esa es una posición táctica relacionada más con Cataluña que con Escocia y que en la práctica es imposible que se queden fuera de la UE, el debate daría la vuelta como un calcetín. Porque entonces el mayor peligro de acabar fuera de la UE no vendría de la independencia, sino de la unión, dado el compromiso de Cameron de convocar en 2017 un referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la UE si sigue en el Gobierno tras los comicios de 2015.
Las elecciones europeas del 22 de mayo, que coincidirán con unas municipales en las que se renuevan los distritos municipales de Londres, pueden ser un buen indicador de lo que puede ocurrir en 2015. El UKIP, que este año ha dado varios revolcones electorales a los tories, se ha convertido en una amenaza para Cameron. No tanto por su tradicional fortaleza en las europeas, sino porque acaben ayudando a los laboristas en 2015 a ganar escaños que en condiciones normales serían conservadores. Paradojas del obsoleto sistema electoral que los británicos decidieron mantener en el referéndum convocado en 2011.
El auge del UKIP ha llevado a David Cameron a intentar arrebatarle sus dos banderas de enganche: la fobia a Europa y la fobia a la inmigración. Y ha conseguido fundir ambas en una sola: la fobia a la inmigración europea y más concretamente a los trabajadores de Rumanía y Bulgaria, que desde el próximo 1 de enero podrán instalarse libremente en Reino Unido y cualquier otro país de la UE.
En la primera mitad de 2014, la política británica va a estar dominada por ese debate. Las casas de apuestas dan hoy favorito al UKIP para ganar las europeas. Un pronóstico arriesgado dada la permanente inestabilidad interna de ese partido y su desplome en los sondeos poco después de su éxito en las municipales de mayo.
El gran peligro para Cameron no es que gane el partido antieuropeo o verse relegado al tercer puesto. Su gran peligro es que ganen los laboristas y el UKIP quede segundo. Eso podría cuestionar su propia posición interna a tan solo un año de las legislativas.
Por eso Cameron no tiene ningún remilgo al extremar su retórica antieuropea y antiinmigración hasta el punto de acabar con una de las grandes tradiciones de la política británica en Europa y convertir a Reino Unido en un enemigo de próximas ampliaciones.
Algunos observadores, sin embargo, creen que el primer ministro no debería obcecarse demasiado con Europa y la inmigración. Crisis locales, como la que pueden padecer este invierno los servicios de urgencia de los deteriorados hospitales públicos, le pueden quitar más votos que el UKIP. Pero si lo que pierde es el referéndum de Escocia se le acabarán las preocupaciones: pasaría a la historia como el primer ministro que gestionó la muerte de Reino Unido. Quizás él aún no lo sabe, pero la carrera política de David Cameron puede acabar el 18 de septiembre de 2014.