ANÁLISIS / Obama se queda solo en la defensa del acuerdo con Irán
La Casa Blanca se enfrenta a la posible aprobación de sanciones en el Congreso y a una revuelta de sus aliados en Oriente Medio
Antonio Caño
Washington, El País
Barack Obama afronta el reto más importante de la política exterior de su presidencia, la reconciliación con Irán, en absoluta soledad, sin apoyos claros ni dentro ni fuera de Estados Unidos, obligado a demostrar en poco tiempo que existen garantías verificables de mantener el programa nuclear iraní bajo control y que no existe peligro inmediato para los principales aliados norteamericanos en Oriente Medio.
La posición de Obama tras la firma de acuerdo interino es bastante más incómoda que la de sus colegas europeos en Ginebra. El presidente norteamericano, no solo se enfrenta a una dura oposición de ambos partidos, incluido el suyo propio, en casa, sino que ve amenazada la arquitectura tradicional de influencia de EE UU en la región. Israel y Arabia Saudí, los dos pilares sobre los que se ha asentado la estrategia norteamericana, están en contra del pacto con Irán y reconsiderando sus relaciones con Washington.
En realidad, ambos focos de oposición están vinculados. El rechazo al acuerdo en el Congreso estadounidense es, en parte, reflejo de las quejas de Arabia Saudí y, sobre todo, de Israel. Al mismo tiempo, ambos países están decididos a plantar cara a Obama porque saben que cuentan con poderosos amigos en el Capitolio.
Aunque el compromiso firmado en Ginebra abre un periodo de seis meses para consolidar los acuerdos todavía provisionales, Obama no tiene un plazo tan largo para vencer la resistencia detectada en el Senado. Varios senadores, tanto demócratas como republicanos, han expresado su intención de discutir un nuevo paquete de sanciones a Irán a comienzos del mes próximo, en cuanto acabe el actual receso de Thanksgiving (Acción de Gracias).
Uno de los que se ha manifestado a favor de considerar esa opción es uno de los habituales aliados de Obama en otros aspectos de su agenda, el senador demócrata Charles Schumer, quien se ha quejado de que el acuerdo de Ginebra “carece de la necesaria proporcionalidad” y, por tanto, “aumenta la posibilidades de que demócratas y republicanos actuemos juntos para aprobar nuevas sanciones en diciembre”. “Fueron las fuertes sanciones, no el buen corazón de los líderes iraníes, lo que llevó a Irán a la mesa de negociaciones”, recordó Schumer.
De parte de los republicanos, la oposición al pacto con Irán estaba ya garantizada desde antes de anunciarse. El senador Mark Kirk, que encabeza la política de su partido en este asunto, ha declarado que el régimen islámico ha hecho solo “concesiones cosméticas” y que no puede aceptarse nada que no sea el “completo congelamiento del programa nuclear”. El senador John McCain ha calificado la política exterior de esta Administración como la peor que ha conocido en toda su vida.
Si la oposición del Congreso se concreta en la aprobación de nuevas sanciones contra Irán en los próximos días, Obama podría verse obligado a vetarlas para impedir que descarrile todo el proceso en marcha. Uno de los instrumentos de la Casa Blanca para evitar llegar a ese punto es tratar de aplacar la ira de Israel, lo que ha ya ha empezado a hacer con una llamada telefónica de Obama al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
El argumento principal de la Administración es el de que, a largo plazo, la seguridad de Israel se verá mejor garantizada por un acuerdo verificable que impida la construcción de armas atómicas en Irán que por un ataque militar que podría desencadenar duras represalias contra Israel sin asegurar que fuera destruida por completo la capacidad nuclear iraní.
Además de los beneficios para la seguridad en Oriente Medio, EE UU tiene por delante, en el caso de que este acuerdo prospere, una opción para remodelar la región, como se pretendió antes con la guerra de Irak, pero desde una posición mucho más realista y viable. Al margen de la alianza con Israel, que es irreversible y está fundamentada en principios que desbordan los intereses nacionales, EE UU lleva tiempo detectando un debilitamiento de su posición en Oriente Medio. La dependencia de Arabia Saudí se ha agudizado en los últimos años, al tiempo que otros aliados importantes, como Egipto, perdían relevancia por culpa de sus revueltas internas.
La necesidad de un reajuste de la posición de EE UU parece evidente, con o sin acuerdo con Irán. El acuerdo obtenido en Ginebra podría permitir abordar ese reajuste con la colaboración de Teherán. La posibilidad debería ser lo suficientemente atractiva como para que Obama pudiese encontrar aún aliados en el camino.
Antonio Caño
Washington, El País
Barack Obama afronta el reto más importante de la política exterior de su presidencia, la reconciliación con Irán, en absoluta soledad, sin apoyos claros ni dentro ni fuera de Estados Unidos, obligado a demostrar en poco tiempo que existen garantías verificables de mantener el programa nuclear iraní bajo control y que no existe peligro inmediato para los principales aliados norteamericanos en Oriente Medio.
La posición de Obama tras la firma de acuerdo interino es bastante más incómoda que la de sus colegas europeos en Ginebra. El presidente norteamericano, no solo se enfrenta a una dura oposición de ambos partidos, incluido el suyo propio, en casa, sino que ve amenazada la arquitectura tradicional de influencia de EE UU en la región. Israel y Arabia Saudí, los dos pilares sobre los que se ha asentado la estrategia norteamericana, están en contra del pacto con Irán y reconsiderando sus relaciones con Washington.
En realidad, ambos focos de oposición están vinculados. El rechazo al acuerdo en el Congreso estadounidense es, en parte, reflejo de las quejas de Arabia Saudí y, sobre todo, de Israel. Al mismo tiempo, ambos países están decididos a plantar cara a Obama porque saben que cuentan con poderosos amigos en el Capitolio.
Aunque el compromiso firmado en Ginebra abre un periodo de seis meses para consolidar los acuerdos todavía provisionales, Obama no tiene un plazo tan largo para vencer la resistencia detectada en el Senado. Varios senadores, tanto demócratas como republicanos, han expresado su intención de discutir un nuevo paquete de sanciones a Irán a comienzos del mes próximo, en cuanto acabe el actual receso de Thanksgiving (Acción de Gracias).
Uno de los que se ha manifestado a favor de considerar esa opción es uno de los habituales aliados de Obama en otros aspectos de su agenda, el senador demócrata Charles Schumer, quien se ha quejado de que el acuerdo de Ginebra “carece de la necesaria proporcionalidad” y, por tanto, “aumenta la posibilidades de que demócratas y republicanos actuemos juntos para aprobar nuevas sanciones en diciembre”. “Fueron las fuertes sanciones, no el buen corazón de los líderes iraníes, lo que llevó a Irán a la mesa de negociaciones”, recordó Schumer.
De parte de los republicanos, la oposición al pacto con Irán estaba ya garantizada desde antes de anunciarse. El senador Mark Kirk, que encabeza la política de su partido en este asunto, ha declarado que el régimen islámico ha hecho solo “concesiones cosméticas” y que no puede aceptarse nada que no sea el “completo congelamiento del programa nuclear”. El senador John McCain ha calificado la política exterior de esta Administración como la peor que ha conocido en toda su vida.
Si la oposición del Congreso se concreta en la aprobación de nuevas sanciones contra Irán en los próximos días, Obama podría verse obligado a vetarlas para impedir que descarrile todo el proceso en marcha. Uno de los instrumentos de la Casa Blanca para evitar llegar a ese punto es tratar de aplacar la ira de Israel, lo que ha ya ha empezado a hacer con una llamada telefónica de Obama al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
El argumento principal de la Administración es el de que, a largo plazo, la seguridad de Israel se verá mejor garantizada por un acuerdo verificable que impida la construcción de armas atómicas en Irán que por un ataque militar que podría desencadenar duras represalias contra Israel sin asegurar que fuera destruida por completo la capacidad nuclear iraní.
Además de los beneficios para la seguridad en Oriente Medio, EE UU tiene por delante, en el caso de que este acuerdo prospere, una opción para remodelar la región, como se pretendió antes con la guerra de Irak, pero desde una posición mucho más realista y viable. Al margen de la alianza con Israel, que es irreversible y está fundamentada en principios que desbordan los intereses nacionales, EE UU lleva tiempo detectando un debilitamiento de su posición en Oriente Medio. La dependencia de Arabia Saudí se ha agudizado en los últimos años, al tiempo que otros aliados importantes, como Egipto, perdían relevancia por culpa de sus revueltas internas.
La necesidad de un reajuste de la posición de EE UU parece evidente, con o sin acuerdo con Irán. El acuerdo obtenido en Ginebra podría permitir abordar ese reajuste con la colaboración de Teherán. La posibilidad debería ser lo suficientemente atractiva como para que Obama pudiese encontrar aún aliados en el camino.