ANÁLISIS / El perro que no ladró

Parece que los Gobiernos europeos han descubierto que tienen más que perder que ganar en este juego

José Ignacio Torreblanca, El País
Si el perro no ladró aquella noche es porque conocía al ladrón que robó el caballo, concluyó Sherlock Holmes en Estrella de plata, el cuento de Conan Doyle. Algo parecido parece estar pasándole a los servicios de inteligencia europeos, incluyendo los españoles. Estamos ante dos hipótesis: una, que no supieran que EE UU estaba recabando de forma sistemática millones de datos de los ciudadanos, lo que supondría haber incumplido la misión de protegerles que tienen encomendada por esos mismos ciudadanos; dos, que lo supieran pero que no hubieran hecho nada al respecto, lo que supondría una grave quiebra en la confianza que los ciudadanos depositan en ellos.


Cada día que pasa la segunda hipótesis es más plausible. ¿Por qué? Porque, por lo que estamos viendo, parece que los servicios secretos europeos no solo son consumidores de esos datos, sino que también han venido participando en su recolección, colaborando directamente con EE UU en el pinchado de los cables submarinos y en la interceptación de las comunicaciones mundiales. Sabíamos que el Reino Unido, como parte de los Cinco Ojos, lo hacía, pero ahora parece que España y Francia también lo han venido practicando.

El comunicado que la NSA hizo público ayer es cristalino: la agencia garantiza que hace todo lo posible por "minimizar" la posibilidad de que en su trabajo se "busquen, recojan, procesen, exploten, retengan o diseminen" datos que afecten a la privacidad de "ciudadanos estadounidenses". Nótese la doble ironía de esta retahíla: la primera, que la NSA intenta proteger la privacidad de sus ciudadanos pero no garantiza que siempre lo pueda conseguir (especialmente, suponemos, cuando sus datos salen de o entran en EE UU); la segunda es que el comunicado, al negarse a negar aquello de lo que se le está acusando estos días, confirma que respecto a los ciudadanos extranjeros su propósito podría ser el exactamente inverso, es decir, el de "maximizar" la obtención de datos y su almacenamiento.

Este comunicado debe ser leído en paralelo con el que Google ha hecho público a la luz de las revelaciones del Washington Post que señalan que la NSA habría logrado interceptar el tráfico de datos entre los servidores diseminados por todo el mundo que almacenan los datos de sus usuarios. El programa, denominado MUSCULAR en otra demonstración del ambiente jovial por los muchos éxitos en la interceptación que parece domina a la NSA, ha sido desarrollado en colaboración con los socios del GCHQ británico, nótese, si se quiere entender lo que está ocurriendo, con un Estado miembro de la Unión Europea. En el comunicado, Google niega haber facilitado voluntariamente acceso a la NSA a sus servidores, confiesa estar preocupada desde hace mucho tiempo por esta posibilidad y hace público que está invirtiendo desde hace tiempo en mejorar la encriptación de sus servidores. Este perro sí que ladra.

Todo esto nos lleva a un escenario bastante cínico pero bastante probable: que los servicios secretos involucrados en este juego, incluyendo el CNI español, estén diciendo la verdad cuando dicen que actúan dentro de la ley y que no interceptan datos y comunicaciones de sus propios ciudadanos... pero que dejan que los demás lo hagan y luego comparten la inteligencia obtenida de estos datos.

Para completar el puzle solo falta encajar la pieza que ha señalado Jorge Dezcallar, exdirector del CNI español y exembajador en Washington, acerca del sentido de las explicaciones recabadas por el Gobierno español al embajador de EE UU: si al Gobierno, después de haber consultado con el CNI, no le consta que España haya sido espiada, ¿de qué pide explicaciones a Washington? Y si lo sabía, pero, como dice la NSA, no se espiaba a ciudadanos españoles, sino a extranjeros, ¿por qué las pide?

Todo esto explicaría por qué este escándalo de las interceptaciones masivas se está viniendo abajo como un suflé. Algunos optimistas han querido ver aquí un "momento Sputnik" para la Unión Europea: como le ocurrió a EE UU en 1957 cuando vieron que la URSS se les adelantaba en la carrera por el espacio, los europeos se pondrían ahora manos a la obra y comenzarían a dotarse de las leyes de protección de datos, agencias de control e infraestructuras físicas para garantizar la privacidad de sus ciudadanos. Y no les falta razón: para una Comisión y Parlamento Europeo que han perdido la confianza de la ciudadanía europea y que están abocados a unas elecciones con un nivel de abstención catastrófico el año que viene, hay aquí una oportunidad de oro para reivindicar su utilidad. Pero no, parece que los Gobiernos europeos han descubierto que tienen más que perder que ganar si entran en este juego. Como han demostrado los sofocos, idas y venidas y contradicciones de estos días, este juego solo tiene dos resultados posibles: cara, pierdo yo; cruz, ganas tú. Así que si se mueven, no lo harán por voluntad propia sino por la presión de las empresas y de la ciudadanía europea.

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