Willy Caballero achica la mejoría del Real Madrid


Madrid, As
Regresó Bale, Morata fue titular y Cristiano amplió su cuenta de goles en dura pugna con Caballero y con el destino. Si la felicidad es que no te duelan las muelas, podemos afirmar que el madridismo fue feliz, incluso más que eso: disfrutó de la cantera, de la primera lluvia del otoño y del buen presagio que acompaña a cualquier victoria.


El partido, además, se presentó con sustanciosas novedades. Morata jugaba de titular, Cristiano de segundo delantero centro y Carvajal como lateral derecho del Leverkusen. ¿Mejorías? Varias. El juego se hizo más ágil por la banda derecha y el centro del ataque adquirió una mordiente inusual. Al tiempo que sumaba no pocos remates, Morata robó un saco de balones y presionó como si el mundo estuviera a punto de acabarse. Imaginen el gozo del Bernabéu: por fin un guerrero bien peinado.

Con todo, las mejores ocasiones del Madrid llegaron como casi siempre: al contragolpe. Lo hemos visto mil veces, un millón: contra equipos bien plantados en defensa, los goles llegan por error del contrario, por pura insistencia estadística o por simple empeño de Di María; no por coreografía táctica.

El Málaga, no obstante, no se replegó por estrategia, sino por supervivencia. Advirtió pronto que cada uno de sus avances le metía en un problema y subió cada vez menos. Resulta una evidencia que el equipo de Schuster se siente más cómodo en defensa, donde basta con ser puntual, aseado y tener buena memoria. Arriba, Portillo era un náufrago; El Hamdaoui, un holograma.

Con ese panorama, la victoria del Madrid no fue una cuestión de fútbol, sino de tiempo. El primer aviso lo dio Cristiano al aprovechar una indecisión de Tissone en la salida del balón; su disparo hizo temblar el larguero. Luego rozó el gol con un tiro cruzado y más tarde fue Caballero quien le dejó con la miel en los labios en otro disparo más ajustado. Algo le ocurría a Cristiano, más allá del nuevo tuneado capilar: dos líneas paralelas en el parietal izquierdo. Su peinado nos confirma que los guapos se cansan de serlo. Su ansiedad tiene un origen más difuso, quizá táctico, tal vez astrológico.

Mientras Morata y Carvajal excitaban al estadio con un entusiasmo no exento de buen fútbol, Caballero iba ganando protagonismo con una surtida colección de paradas, incluso a los remates en fuera de juego. El dulce nombre de Willy no hace honor ni a su talento ni a su porte. Debería reivindicar el Wilfredo original. Incluso añadirle el Don.

Tan acaparador estuvo Caballero, que lo mejor tuvo su firma y lo peor también. Su único error fue un balón centrado por Di María que acabó en gol sin que nadie lo tocara. Un fallo indiscutible, pero que se hizo perdonar a continuación con una sucesión de intervenciones por tierra, mar y aire que se cebaron en Cristiano y retrasaron la gloria del joven Jesé.

El segundo y postrero gol del Madrid respondió a la hospitalidad patria con los extranjeros extraviados. Cayó Bale dentro del área y el árbitro le ayudó a levantarse con un penalti terapéutico (anti protrusivo). El galés rentabilizaba así un cuarto de hora discreto y Cristiano, por fin, podía batir a Caballero. La felicidad es eso. O parecido.

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