Una declaración de impotencia cierra la cumbre europea del espionaje
Bruselas teme un caudal de futuras revelaciones “con potencial desestabilizador”
Claudi Pérez
Bruselas, El País
“¿Cuál es el teléfono de Europa?”. Esa antigua y maliciosa pregunta del exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger resume perfectamente la tradicional actitud de Estados Unidos ante la complejidad del proyecto europeo. Parece que al final Washington dio con ese número: la sospecha de que sus servicios secretos llevan años espiando el móvil de la canciller alemana, Angela Merkel, desató una oleada de indignación en la cumbre europea y puso patas arriba la agenda, que por una vez no se vio monopolizada por la crisis del euro. Pero al final la bronca entre los Veintiocho —entre los que hay firmes aliados de Estados Unidos— no llegó a mayores: fue proporcional a la impotencia de la Unión para acordar nada más que una declaración tibia, en la que se alerta de que la “falta de confianza” en Washington puede perjudicar la lucha antiterrorista.
Ese inhabitual texto conjunto es un gesto relevante, aunque a la postre no está a la altura de la dureza de las declaraciones públicas de los últimos días: fuentes diplomáticas explicaron ayer que esa proclama de los socios europeos, que descartan cualquier tipo de represalia concreta, es en realidad una declaración de impotencia ante los recursos y la tecnología a disposición de los servicios secretos de EE UU.
Así están las cosas: las principales capitales continentales necesitan de los recursos y la tecnología norteamericana para conseguir resultados en su propia lucha antiterrorista. EE UU es imprescindible. Por eso la cumbre fue casi de guante blanco, pese a que la gravedad de los hechos hacía pensar en la posibilidad de una noche de cuchillos largos, según informaron dos altas fuentes presentes en la reunión.
La UE ha puesto en marcha dos grupos de trabajo que deberían llegar a conclusiones antes de fin de año sobre las relaciones entre los servicios secretos europeos y los norteamericanos y sobre todos los aspectos relacionados, como la protección de datos. Y centrará todos sus esfuerzos en impedir que episodios como el pinchazo del teléfono de Merkel se repitan. Pero no puede ir mucho más allá de las poco diplomáticas declaraciones públicas, destinadas básicamente al consumo interno: las competencias sobre esos asuntos son exclusivas de los Estados; no son europeas. Hay una cosa más que obliga a los Veintiocho a mantener la cabeza fría: dos altas fuentes de las instituciones comunitarias coincidieron al explicar que lo que más temen Bruselas y las grandes capitales es un caudal de futuras revelaciones “con un gran potencial desestabilizador, que podría complicar las relaciones transatlánticas”.
El resultado de esos condicionantes es una declaración conjunta que funciona, en realidad, como una iniciativa de Berlín y París para negociar un acuerdo con el que puedan colaborar a partir de ahora los servicios secretos de los dos países —cada uno por su lado— con los estadounidenses. A este nuevo marco se podrán sumar los socios de la Unión que lo deseen, siempre cada uno por su cuenta. Ni siquiera los aliados de Washington protestaron ante esa templada reacción: “Reino Unido apenas intervino en el debate y aceptó el texto final de la declaración sin tocar una sola coma”, según una de las fuentes presentes en la reunión.
Sí hubo algún que otro destello de nerviosismo. “[El presidente francés] François Hollande reclamó un código de conducta para los servicios secretos europeos al inicio de la cena del jueves, en la que se habló del espionaje. En ese momento, [el premier británico] David Cameron y otros mandatarios cuestionaron si el resto de líderes podían asegurar que sus servicios secretos no han violado las normas”, explicó otra fuente presente en las deliberaciones. Ese fue el único momento de auténtica tensión: “Hollande aseguró que nadie en Europa ha llegado a ese nivel de espiar a millones de personas, y Merkel le recordó a Cameron que sus servicios secretos comparten información con los de EE UU, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, en el denominado Grupo de los Cinco Ojos. Pero no hubo un sentimiento antiamericano en la cumbre”, abundó.
Los diplomáticos europeos ponen el acento en una parte del escándalo: “Hay que preguntarle a Washington si sobre los servicios secretos hay un auténtico escrutinio democrático, hasta el punto de que el presidente no esté informado de los acontecimientos. Los servicios secretos son importantes para nuestras democracias, pero ese escrutinio es fundamental para que las cosas no se nos vayan de las manos, ni en Estados Unidos ni en Europa”.
Las fuentes consultadas temen que esto sea solo el principio, la punta del iceberg. “Lo que más temen los socios es que ese tempo sospechosamente perfecto en los anuncios de espionaje sobre el Elíseo y la cancillería, justo antes de la cumbre, dé paso a nuevas revelaciones con un grave potencial de desestabilización”, dijo una fuente europea. En la cumbre no faltaron las teorías de la conspiración para explicar todo el episodio: “Hay que preguntarse por qué sale todo precisamente ahora, por qué en este preciso momento”, aseguraba ayer en los pasillos del Consejo Europeo la presidenta lituana, Dalia Grybauskaite. Algunas fuentes apuntan a que Rusia, que ha dado cobijo a Edward Snowden —el exanalista que protagoniza las filtraciones—, quiere torpedear las negociaciones sobre un futuro acuerdo comercial entre Ucrania y la UE.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
“¿Cuál es el teléfono de Europa?”. Esa antigua y maliciosa pregunta del exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger resume perfectamente la tradicional actitud de Estados Unidos ante la complejidad del proyecto europeo. Parece que al final Washington dio con ese número: la sospecha de que sus servicios secretos llevan años espiando el móvil de la canciller alemana, Angela Merkel, desató una oleada de indignación en la cumbre europea y puso patas arriba la agenda, que por una vez no se vio monopolizada por la crisis del euro. Pero al final la bronca entre los Veintiocho —entre los que hay firmes aliados de Estados Unidos— no llegó a mayores: fue proporcional a la impotencia de la Unión para acordar nada más que una declaración tibia, en la que se alerta de que la “falta de confianza” en Washington puede perjudicar la lucha antiterrorista.
Ese inhabitual texto conjunto es un gesto relevante, aunque a la postre no está a la altura de la dureza de las declaraciones públicas de los últimos días: fuentes diplomáticas explicaron ayer que esa proclama de los socios europeos, que descartan cualquier tipo de represalia concreta, es en realidad una declaración de impotencia ante los recursos y la tecnología a disposición de los servicios secretos de EE UU.
Así están las cosas: las principales capitales continentales necesitan de los recursos y la tecnología norteamericana para conseguir resultados en su propia lucha antiterrorista. EE UU es imprescindible. Por eso la cumbre fue casi de guante blanco, pese a que la gravedad de los hechos hacía pensar en la posibilidad de una noche de cuchillos largos, según informaron dos altas fuentes presentes en la reunión.
La UE ha puesto en marcha dos grupos de trabajo que deberían llegar a conclusiones antes de fin de año sobre las relaciones entre los servicios secretos europeos y los norteamericanos y sobre todos los aspectos relacionados, como la protección de datos. Y centrará todos sus esfuerzos en impedir que episodios como el pinchazo del teléfono de Merkel se repitan. Pero no puede ir mucho más allá de las poco diplomáticas declaraciones públicas, destinadas básicamente al consumo interno: las competencias sobre esos asuntos son exclusivas de los Estados; no son europeas. Hay una cosa más que obliga a los Veintiocho a mantener la cabeza fría: dos altas fuentes de las instituciones comunitarias coincidieron al explicar que lo que más temen Bruselas y las grandes capitales es un caudal de futuras revelaciones “con un gran potencial desestabilizador, que podría complicar las relaciones transatlánticas”.
El resultado de esos condicionantes es una declaración conjunta que funciona, en realidad, como una iniciativa de Berlín y París para negociar un acuerdo con el que puedan colaborar a partir de ahora los servicios secretos de los dos países —cada uno por su lado— con los estadounidenses. A este nuevo marco se podrán sumar los socios de la Unión que lo deseen, siempre cada uno por su cuenta. Ni siquiera los aliados de Washington protestaron ante esa templada reacción: “Reino Unido apenas intervino en el debate y aceptó el texto final de la declaración sin tocar una sola coma”, según una de las fuentes presentes en la reunión.
Sí hubo algún que otro destello de nerviosismo. “[El presidente francés] François Hollande reclamó un código de conducta para los servicios secretos europeos al inicio de la cena del jueves, en la que se habló del espionaje. En ese momento, [el premier británico] David Cameron y otros mandatarios cuestionaron si el resto de líderes podían asegurar que sus servicios secretos no han violado las normas”, explicó otra fuente presente en las deliberaciones. Ese fue el único momento de auténtica tensión: “Hollande aseguró que nadie en Europa ha llegado a ese nivel de espiar a millones de personas, y Merkel le recordó a Cameron que sus servicios secretos comparten información con los de EE UU, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, en el denominado Grupo de los Cinco Ojos. Pero no hubo un sentimiento antiamericano en la cumbre”, abundó.
Los diplomáticos europeos ponen el acento en una parte del escándalo: “Hay que preguntarle a Washington si sobre los servicios secretos hay un auténtico escrutinio democrático, hasta el punto de que el presidente no esté informado de los acontecimientos. Los servicios secretos son importantes para nuestras democracias, pero ese escrutinio es fundamental para que las cosas no se nos vayan de las manos, ni en Estados Unidos ni en Europa”.
Las fuentes consultadas temen que esto sea solo el principio, la punta del iceberg. “Lo que más temen los socios es que ese tempo sospechosamente perfecto en los anuncios de espionaje sobre el Elíseo y la cancillería, justo antes de la cumbre, dé paso a nuevas revelaciones con un grave potencial de desestabilización”, dijo una fuente europea. En la cumbre no faltaron las teorías de la conspiración para explicar todo el episodio: “Hay que preguntarse por qué sale todo precisamente ahora, por qué en este preciso momento”, aseguraba ayer en los pasillos del Consejo Europeo la presidenta lituana, Dalia Grybauskaite. Algunas fuentes apuntan a que Rusia, que ha dado cobijo a Edward Snowden —el exanalista que protagoniza las filtraciones—, quiere torpedear las negociaciones sobre un futuro acuerdo comercial entre Ucrania y la UE.