El populismo se consolida como refugio político de la crisis
El auge de la ultraderecha en Francia, Reino Unido y otros países inquieta a los expertos
Lucía Abellán / Claudi Pérez
Bruselas, El País
Cuanto más complejo es el mensaje, mayor es la tentación de simplificarlo. Los partidos extremistas parecen entender bien la inquietud ciudadana ante fenómenos poliédricos y la capitalizan con habilidad. En medio de una crisis para la que no existen recetas claras, las formaciones más populistas ganan terreno en Europa —y no solo en Europa— con mensajes sencillos: vuelta al orgullo nacional, odio al extranjero, en guardia contra la construcción europea. El recrudecimiento de esa marea en un país tan representativo de los valores de la UE como Francia ha disparado esta semana las alarmas.
El populismo lleva tiempo anidando en el Viejo Continente, pero la encuesta divulgada el pasado miércoles sobre las intenciones de voto de los franceses amplía la dimensión del problema. Si hoy se celebraran las elecciones europeas, previstas para mayo, la candidata más votada sería Marine Le Pen, del Frente Nacional. El sondeo, de Le Nouvel Observateur, otorga por primera vez a la líder ultraderechista un 24% de los votos, por encima del tradicional partido de centroderecha, la UMP, y muy alejado del Partido Socialista de Hollande, que cae al 19% tras año y medio en el poder.
El refugio del electorado en partidos que propugnan soluciones extremas responde a una mezcla de factores. El que más aglutina es, sin duda, el recelo hacia la inmigración. “Es el elemento principal: los extremismos llevan años creciendo y obedecen a cambios estructurales en la sociedad, que teme no poder integrar al diferente”, analiza Jamie Bartlett, responsable del programa de violencia y extremismo en Demos, una reputada casa de análisis londinense. Demos publicó hace poco un extenso trabajo sobre el retroceso democrático en la UE, entre otros motivos por la intolerancia hacia las minorías.
La hipótesis francesa se suma al triunfo de otros partidos radicales en distintos Estados miembros. En Grecia, el partido neonazi Aurora Dorada entró en el Parlamento en 2012 tras lograr el 7% de los votos en las elecciones. En Reino Unido, UKIP lleva tiempo marcando la agenda política al Gobierno de David Cameron, que ha endurecido las políticas relativas a la inmigración. Con una intención de voto cercana a uno de cada cinco electores, según un sondeo del mes de mayo, esta formación ultranacionalista ha crecido al calor del carisma de su líder, Nigel Farage, y de sus recelos hacia el extranjero.
En la práctica, ese seguidismo de la agenda extremista perjudica a los grandes partidos. Tanto en Reino Unido como en Francia, las grandes formaciones han intentado responder al descontento de la ciudadanía con medidas más duras frente a la inmigración. El resultado es que quienes suben como la espuma son los impulsores de ese ideario: la ultraderecha. “Hay un riesgo de que en las elecciones a la Eurocámara los partidos proeuropeos pierdan fuerza: el ascenso de los extremismos combinado con esa fragilidad de los europeístas es muy preocupante”, explicaba el jueves en Bruselas el expresidente del Gobierno español Felipe González. Los líderes de la UE han expresado una y otra vez su inquietud al respecto en los últimos meses.
“La principal causa de la creciente fortaleza de los partidos extremistas es el declive económico, que ha vuelto a los votantes enfadados con los partidos mayoritarios. Pero también ayudan otras causas, como la inmigración y la globalización, que tienden a incentivar el nacionalismo y la reacción al cambio”, explica Charles Kupchan, del think tank Council on Foreign Relations. Aunque resulta inevitable vincular el ascenso de estas opciones políticas a la crisis económica, no hay una relación de causalidad exacta. Los movimientos populistas vienen de lejos, y la crisis, corolario de la globalización de los últimos 30 años, actúa como un ácido corrosivo que les facilita el camino.
La prueba de ese vínculo no del todo claro con las estrecheces económicas es el papel que desempeña la ultraderecha en territorios prósperos como Austria o los países nórdicos. En Austria, un país que no ha dejado de crecer pese al retroceso generalizado del continente, el ultranacionalista Partido Liberal obtuvo hace unos días el 21% de los votos en las elecciones generales. Esa formación aupó al poder al fallecido Jörg Haider, aún presente en la memoria europea como el primer líder de la UE con un discurso abiertamente ultraderechista.
En el plano escandinavo, el Partido del Progreso, en Noruega, obtuvo el 16% de los votos en las elecciones del mes pasado. Aunque respecto a los comicios anteriores ha perdido una cuarta parte de los apoyos, mantiene una importante cuota de fidelidad, a pesar de sus discursos radicales y pese a que a esa formación perteneció Anders Breivik, el joven que asesinó a 77 personas en 2011.
Un porcentaje similar al de los radicales noruegos obtuvo el Partido del Pueblo danés. También los Demócratas Suecos duplicaron su presencia en las últimas elecciones (hasta el 10%) y los Auténticos Finlandeses van segundos en las encuestas, con el 19% de la intención de voto.
Todas estas formaciones se enfrentarán a un examen clave a finales de mayo, en las elecciones europeas. Más aun que los Parlamentos nacionales, la Eurocámara corre el riesgo de poblarse de diputados antieuropeístas. “Los ciudadanos perciben el voto a las europeas como una opción menos arriesgada de protestar y de dar un castigo a los partidos mayoritarios”, advierte Bartlett, el experto de Demos. “El riesgo es convertir la Eurocámara, si no en una institución ingobernable, sí en una especie de circo antieuropeísta que no haría ningún bien a Europa”, cierra José Ignacio Torreblanca, del ECFR.
Lucía Abellán / Claudi Pérez
Bruselas, El País
Cuanto más complejo es el mensaje, mayor es la tentación de simplificarlo. Los partidos extremistas parecen entender bien la inquietud ciudadana ante fenómenos poliédricos y la capitalizan con habilidad. En medio de una crisis para la que no existen recetas claras, las formaciones más populistas ganan terreno en Europa —y no solo en Europa— con mensajes sencillos: vuelta al orgullo nacional, odio al extranjero, en guardia contra la construcción europea. El recrudecimiento de esa marea en un país tan representativo de los valores de la UE como Francia ha disparado esta semana las alarmas.
El populismo lleva tiempo anidando en el Viejo Continente, pero la encuesta divulgada el pasado miércoles sobre las intenciones de voto de los franceses amplía la dimensión del problema. Si hoy se celebraran las elecciones europeas, previstas para mayo, la candidata más votada sería Marine Le Pen, del Frente Nacional. El sondeo, de Le Nouvel Observateur, otorga por primera vez a la líder ultraderechista un 24% de los votos, por encima del tradicional partido de centroderecha, la UMP, y muy alejado del Partido Socialista de Hollande, que cae al 19% tras año y medio en el poder.
El refugio del electorado en partidos que propugnan soluciones extremas responde a una mezcla de factores. El que más aglutina es, sin duda, el recelo hacia la inmigración. “Es el elemento principal: los extremismos llevan años creciendo y obedecen a cambios estructurales en la sociedad, que teme no poder integrar al diferente”, analiza Jamie Bartlett, responsable del programa de violencia y extremismo en Demos, una reputada casa de análisis londinense. Demos publicó hace poco un extenso trabajo sobre el retroceso democrático en la UE, entre otros motivos por la intolerancia hacia las minorías.
La hipótesis francesa se suma al triunfo de otros partidos radicales en distintos Estados miembros. En Grecia, el partido neonazi Aurora Dorada entró en el Parlamento en 2012 tras lograr el 7% de los votos en las elecciones. En Reino Unido, UKIP lleva tiempo marcando la agenda política al Gobierno de David Cameron, que ha endurecido las políticas relativas a la inmigración. Con una intención de voto cercana a uno de cada cinco electores, según un sondeo del mes de mayo, esta formación ultranacionalista ha crecido al calor del carisma de su líder, Nigel Farage, y de sus recelos hacia el extranjero.
En la práctica, ese seguidismo de la agenda extremista perjudica a los grandes partidos. Tanto en Reino Unido como en Francia, las grandes formaciones han intentado responder al descontento de la ciudadanía con medidas más duras frente a la inmigración. El resultado es que quienes suben como la espuma son los impulsores de ese ideario: la ultraderecha. “Hay un riesgo de que en las elecciones a la Eurocámara los partidos proeuropeos pierdan fuerza: el ascenso de los extremismos combinado con esa fragilidad de los europeístas es muy preocupante”, explicaba el jueves en Bruselas el expresidente del Gobierno español Felipe González. Los líderes de la UE han expresado una y otra vez su inquietud al respecto en los últimos meses.
“La principal causa de la creciente fortaleza de los partidos extremistas es el declive económico, que ha vuelto a los votantes enfadados con los partidos mayoritarios. Pero también ayudan otras causas, como la inmigración y la globalización, que tienden a incentivar el nacionalismo y la reacción al cambio”, explica Charles Kupchan, del think tank Council on Foreign Relations. Aunque resulta inevitable vincular el ascenso de estas opciones políticas a la crisis económica, no hay una relación de causalidad exacta. Los movimientos populistas vienen de lejos, y la crisis, corolario de la globalización de los últimos 30 años, actúa como un ácido corrosivo que les facilita el camino.
La prueba de ese vínculo no del todo claro con las estrecheces económicas es el papel que desempeña la ultraderecha en territorios prósperos como Austria o los países nórdicos. En Austria, un país que no ha dejado de crecer pese al retroceso generalizado del continente, el ultranacionalista Partido Liberal obtuvo hace unos días el 21% de los votos en las elecciones generales. Esa formación aupó al poder al fallecido Jörg Haider, aún presente en la memoria europea como el primer líder de la UE con un discurso abiertamente ultraderechista.
En el plano escandinavo, el Partido del Progreso, en Noruega, obtuvo el 16% de los votos en las elecciones del mes pasado. Aunque respecto a los comicios anteriores ha perdido una cuarta parte de los apoyos, mantiene una importante cuota de fidelidad, a pesar de sus discursos radicales y pese a que a esa formación perteneció Anders Breivik, el joven que asesinó a 77 personas en 2011.
Un porcentaje similar al de los radicales noruegos obtuvo el Partido del Pueblo danés. También los Demócratas Suecos duplicaron su presencia en las últimas elecciones (hasta el 10%) y los Auténticos Finlandeses van segundos en las encuestas, con el 19% de la intención de voto.
Todas estas formaciones se enfrentarán a un examen clave a finales de mayo, en las elecciones europeas. Más aun que los Parlamentos nacionales, la Eurocámara corre el riesgo de poblarse de diputados antieuropeístas. “Los ciudadanos perciben el voto a las europeas como una opción menos arriesgada de protestar y de dar un castigo a los partidos mayoritarios”, advierte Bartlett, el experto de Demos. “El riesgo es convertir la Eurocámara, si no en una institución ingobernable, sí en una especie de circo antieuropeísta que no haría ningún bien a Europa”, cierra José Ignacio Torreblanca, del ECFR.