Mundial de Atletismo: Farah gana en 10.000 y vuela sobre los atletas africanos
Moscú, As
Mohammed ‘Mo’ Farah, británico y musulmán somalí, de Mogadiscio, el doble campeón olímpico en 5.000 y 10.000 metros en Londres, volvió a hacer su tradcional saludo de campeón, el ‘MoBot’, esta vez sobre la pista azulada del Estadio Luzhniki: con un tiempo final de 27:21.71, Farah dominó las cargas combinadas de las escuadras de Etiopía y Kenia, y se apuntó su primer título mundial sobre diez kilómetros. En 2011, en Daegu, Farah fue segundo en 10.000 y campeón en 5.000.
Desde hace dos años, Farah reside en Portland (Oregón), donde se entrena con con métodos y máquinas de alta tecnología a las órdenes de Alberto Salazar, leyenda estadounidense del maratón. “Entrenarme como lo hago ahora con Alberto me ha cambiado la vida”, describe Farah, que cubrió en 54,5 los últimos 400 metros.
Ante las tribunas a medio cubrir de un Luzhniki con menoes de media entrada, entre 30.000 y 40.000 espectadores (y eso, tirando por lo alto), con 27 grados una humedad relativa en torno al 58%, Farah supo seguir la estela y resistir el asalto de los africanos del Valle de Rift, los de Etiopía y Kenia, que buscaban una carrera a tope de rapidez para fundir la velocidad del británico, flamante récord de Europa de 1.500 con 3:28.81, el pasado 19 de julio, en Mónaco. Siempre con etíopes y kenianos tirando, los pasos por 3.000 y 5.000 metros fueron claramente mejores que los de la final de los Juegos de Londres. Tácticamente, Farah iba cediendo la iniciativa, pero…
A falta de1.500 metros, el campeón de Mogadiscio, que venía como embalado, rompió por pura potencia el bloqueo del Rift, lanzó el primer gran demarraje y tomó la cabeza. Ya no abandonaría las primeras posiciones. Finalizó explosivo y demoledor, sin dejar opción para el oro a los grandes lebreles africanos: Ibrahim Jeilan, de Etiopía, salió de la batalla con la plata entre los dientes, en 27:22.73. Paul Tanui, de Kenia, firmó el bronce en 27:22.61. Galen Rupp, el estadounidense que rueda junto a Farah en los entrenamientos de Portland, acabó cuarto: 27:24.39. Del sexto al noveno puesto, gente de Etiopía, Kenia y Eritrea: Kuma, Muchiri, Kipkemoi, Amlosom… todo acalorados y fundidos por el arreón final de Farah, que no corría una carrera de10.000 metrosdesde la final olímpica de Londres.
“Tenía la experiencia de hace dos años en la final de Daegu. Sabía que un montón de gente iría a desgastarme. Debía cubrirme de los ataques en cada movimiento y hacerme fuerte, atrincherarme. He entrenado muy duro para conseguir todo esto y he pasado mucho tiempo lejos de mi familia. Cuando volvía casa, hace un mes, mi hija ni siquiera me reconocía. Pero ha merecido la pena”. Todas estas cosas, y algunas más, dijo Farah en la zona mixta del Luzhniki. Pero la clave de la gran explosión del héroe de Mogadiscio, que hasta hace muy poco se inclinaba ante Jesús España, reside en Alberto Salazar, mito de las maratones de los años 80, y superviviente de un infarto masivo que lo puso en el umbral de la muerte: algo bastante mágico se trae entre manos Salazar en Portland, Oregón.
Mohammed ‘Mo’ Farah, británico y musulmán somalí, de Mogadiscio, el doble campeón olímpico en 5.000 y 10.000 metros en Londres, volvió a hacer su tradcional saludo de campeón, el ‘MoBot’, esta vez sobre la pista azulada del Estadio Luzhniki: con un tiempo final de 27:21.71, Farah dominó las cargas combinadas de las escuadras de Etiopía y Kenia, y se apuntó su primer título mundial sobre diez kilómetros. En 2011, en Daegu, Farah fue segundo en 10.000 y campeón en 5.000.
Desde hace dos años, Farah reside en Portland (Oregón), donde se entrena con con métodos y máquinas de alta tecnología a las órdenes de Alberto Salazar, leyenda estadounidense del maratón. “Entrenarme como lo hago ahora con Alberto me ha cambiado la vida”, describe Farah, que cubrió en 54,5 los últimos 400 metros.
Ante las tribunas a medio cubrir de un Luzhniki con menoes de media entrada, entre 30.000 y 40.000 espectadores (y eso, tirando por lo alto), con 27 grados una humedad relativa en torno al 58%, Farah supo seguir la estela y resistir el asalto de los africanos del Valle de Rift, los de Etiopía y Kenia, que buscaban una carrera a tope de rapidez para fundir la velocidad del británico, flamante récord de Europa de 1.500 con 3:28.81, el pasado 19 de julio, en Mónaco. Siempre con etíopes y kenianos tirando, los pasos por 3.000 y 5.000 metros fueron claramente mejores que los de la final de los Juegos de Londres. Tácticamente, Farah iba cediendo la iniciativa, pero…
A falta de1.500 metros, el campeón de Mogadiscio, que venía como embalado, rompió por pura potencia el bloqueo del Rift, lanzó el primer gran demarraje y tomó la cabeza. Ya no abandonaría las primeras posiciones. Finalizó explosivo y demoledor, sin dejar opción para el oro a los grandes lebreles africanos: Ibrahim Jeilan, de Etiopía, salió de la batalla con la plata entre los dientes, en 27:22.73. Paul Tanui, de Kenia, firmó el bronce en 27:22.61. Galen Rupp, el estadounidense que rueda junto a Farah en los entrenamientos de Portland, acabó cuarto: 27:24.39. Del sexto al noveno puesto, gente de Etiopía, Kenia y Eritrea: Kuma, Muchiri, Kipkemoi, Amlosom… todo acalorados y fundidos por el arreón final de Farah, que no corría una carrera de10.000 metrosdesde la final olímpica de Londres.
“Tenía la experiencia de hace dos años en la final de Daegu. Sabía que un montón de gente iría a desgastarme. Debía cubrirme de los ataques en cada movimiento y hacerme fuerte, atrincherarme. He entrenado muy duro para conseguir todo esto y he pasado mucho tiempo lejos de mi familia. Cuando volvía casa, hace un mes, mi hija ni siquiera me reconocía. Pero ha merecido la pena”. Todas estas cosas, y algunas más, dijo Farah en la zona mixta del Luzhniki. Pero la clave de la gran explosión del héroe de Mogadiscio, que hasta hace muy poco se inclinaba ante Jesús España, reside en Alberto Salazar, mito de las maratones de los años 80, y superviviente de un infarto masivo que lo puso en el umbral de la muerte: algo bastante mágico se trae entre manos Salazar en Portland, Oregón.