Las mezquitas como campo de batalla
Los islamistas persisten en refugiarse en templos mientras la policía intenta impedir que acampen
David Alandete
El Cairo, El País
Es ya práctica habitual que los manifestantes islamistas, desesperados e iracundos, se encierren en una mezquita. Tras una nueva jornada de violencia, el viernes, en la que murieron al menos 173 personas en todo Egipto (83 en El Cairo), un millar de ellos entró en el templo de Al Fatah, en la céntrica plaza de Ramsés. Allí habían llegado al menos 20 cadáveres de fallecidos en el caos que engulló la calle. Los cuerpos salieron, reclamados por sus familiares, que temían que la policía o el Ejército los quemaran como sucedió el miércoles en la carga contra las acampadas en Ciudad Nasser y en la plaza Al Nahda. En su interior quedaron los islamistas, que, de nuevo, tuvieron que ser sacados a la fuerza.
Pasado el mediodía, alguien disparó desde el minarete de la mezquita. Hubo fuego cruzado con los soldados y los agentes de policía que habían cercado el templo. Fuera, una mujer gritaba desesperada: “Déjenme entrar, mi hijo está dentro”. No pudo superar la valla, ni la impenetrable fila de soldados armados con fusiles, uno de ellos con un cañón para lanzar botes de humo. En una escena ya común en El Cairo desde el golpe de Estado, cayeron disparos sobre la plaza sin que nadie supiera quiénes eran sus autores ni de dónde venían, en un caos general más propio de un Estado en anarquía que de un país, como dicen sus gobernantes, que esté siendo reconducido a la democracia.
Con los islamistas encerrados en la mezquita, fuera se había concentrado un grupo de civiles, muchos de ellos armados con palos, los menos con armas de fuego, que esperaban para recibir a los seguidores de la Hermandad dándoles lo que consideraban su merecido, si es que no se encargaban de ello los agentes o los soldados. “Estamos actuando contra el terrorismo”, dijo uno de los civiles, Bassem, de 23 años. “Los Hermanos Musulmanes no han admitido que han perdido el poder y ahora se dedican a atacar edificios públicos y a encerrarse en mezquitas. Son una amenaza a la seguridad, y tenemos que actuar contra ellos. El Ejército necesita nuestra ayuda”, añadió.
Los soldados miraban impertérritos sin levantar un dedo por detener o dispersar a esta nueva ola de vigilantes que han hecho de las calles de El Cairo su campo de batalla. Posteriormente la cofradía dijo que no había forma de que los encerrados en la mezquita accedieran al minarete y dispararan desde él a la multitud concentrada en la plaza. “El imán de la mezquita de Al Fatah confirma que el minarete tiene dos entradas y solo se puede acceder a él desde fuera de la mezquita, que está bajo control total del Ejército”, dijo la Hermandad en su cuenta oficial de la red social de Twitter.
De la mezquita salieron primero mujeres y niños. Los agentes fueron ganando terreno poco a poco. Emplearon durante la noche gas lacrimógeno, y fueron avanzando metro a metro, hasta dejar a varios cientos de islamistas encerrados en unas dependencias en su interior, a las que cortaron el acceso. Por la tarde, lograron entrar en ellas para llevarse detenidos a los parapetados en el templo. La víspera, en el Viernes de la ira, hubo más de mil detenidos, a los que acusan ahora de alterar el orden público y atacar edificios públicos.
“Creen que con el estado de excepción y todas estas cargas policiales van a acallarnos y nos van a robar el derecho a expresar nuestras opiniones”, dijo Islam Said Abdalá, de 34 años, que el viernes acudió a manifestarse en la plaza de Ramsés. Se refugió en la mezquita, pero logró abandonarla antes de que comenzara el cerco policial. “Estuve en las acampadas y acudiré a protestar a todas las manifestaciones. Ya nos han agredido y masacrado. ¿Qué más nos pueden hacer?”.
El objetivo de las fuerzas de seguridad es claro: no permitir que los islamistas vuelvan a acampar o parapetarse en torno a mezquita alguna. Ya murieron más de 600 personas en los asaltos del miércoles, tras más de seis semanas de acampada. Y el Gobierno interino quiere proyectar, a toda costa, la imagen de que Egipto vuelve a la normalidad, aunque las escenas vistas ayer en el centro de El Cairo indiquen que sucede exactamente lo contrario.
David Alandete
El Cairo, El País
Es ya práctica habitual que los manifestantes islamistas, desesperados e iracundos, se encierren en una mezquita. Tras una nueva jornada de violencia, el viernes, en la que murieron al menos 173 personas en todo Egipto (83 en El Cairo), un millar de ellos entró en el templo de Al Fatah, en la céntrica plaza de Ramsés. Allí habían llegado al menos 20 cadáveres de fallecidos en el caos que engulló la calle. Los cuerpos salieron, reclamados por sus familiares, que temían que la policía o el Ejército los quemaran como sucedió el miércoles en la carga contra las acampadas en Ciudad Nasser y en la plaza Al Nahda. En su interior quedaron los islamistas, que, de nuevo, tuvieron que ser sacados a la fuerza.
Pasado el mediodía, alguien disparó desde el minarete de la mezquita. Hubo fuego cruzado con los soldados y los agentes de policía que habían cercado el templo. Fuera, una mujer gritaba desesperada: “Déjenme entrar, mi hijo está dentro”. No pudo superar la valla, ni la impenetrable fila de soldados armados con fusiles, uno de ellos con un cañón para lanzar botes de humo. En una escena ya común en El Cairo desde el golpe de Estado, cayeron disparos sobre la plaza sin que nadie supiera quiénes eran sus autores ni de dónde venían, en un caos general más propio de un Estado en anarquía que de un país, como dicen sus gobernantes, que esté siendo reconducido a la democracia.
Con los islamistas encerrados en la mezquita, fuera se había concentrado un grupo de civiles, muchos de ellos armados con palos, los menos con armas de fuego, que esperaban para recibir a los seguidores de la Hermandad dándoles lo que consideraban su merecido, si es que no se encargaban de ello los agentes o los soldados. “Estamos actuando contra el terrorismo”, dijo uno de los civiles, Bassem, de 23 años. “Los Hermanos Musulmanes no han admitido que han perdido el poder y ahora se dedican a atacar edificios públicos y a encerrarse en mezquitas. Son una amenaza a la seguridad, y tenemos que actuar contra ellos. El Ejército necesita nuestra ayuda”, añadió.
Los soldados miraban impertérritos sin levantar un dedo por detener o dispersar a esta nueva ola de vigilantes que han hecho de las calles de El Cairo su campo de batalla. Posteriormente la cofradía dijo que no había forma de que los encerrados en la mezquita accedieran al minarete y dispararan desde él a la multitud concentrada en la plaza. “El imán de la mezquita de Al Fatah confirma que el minarete tiene dos entradas y solo se puede acceder a él desde fuera de la mezquita, que está bajo control total del Ejército”, dijo la Hermandad en su cuenta oficial de la red social de Twitter.
De la mezquita salieron primero mujeres y niños. Los agentes fueron ganando terreno poco a poco. Emplearon durante la noche gas lacrimógeno, y fueron avanzando metro a metro, hasta dejar a varios cientos de islamistas encerrados en unas dependencias en su interior, a las que cortaron el acceso. Por la tarde, lograron entrar en ellas para llevarse detenidos a los parapetados en el templo. La víspera, en el Viernes de la ira, hubo más de mil detenidos, a los que acusan ahora de alterar el orden público y atacar edificios públicos.
“Creen que con el estado de excepción y todas estas cargas policiales van a acallarnos y nos van a robar el derecho a expresar nuestras opiniones”, dijo Islam Said Abdalá, de 34 años, que el viernes acudió a manifestarse en la plaza de Ramsés. Se refugió en la mezquita, pero logró abandonarla antes de que comenzara el cerco policial. “Estuve en las acampadas y acudiré a protestar a todas las manifestaciones. Ya nos han agredido y masacrado. ¿Qué más nos pueden hacer?”.
El objetivo de las fuerzas de seguridad es claro: no permitir que los islamistas vuelvan a acampar o parapetarse en torno a mezquita alguna. Ya murieron más de 600 personas en los asaltos del miércoles, tras más de seis semanas de acampada. Y el Gobierno interino quiere proyectar, a toda costa, la imagen de que Egipto vuelve a la normalidad, aunque las escenas vistas ayer en el centro de El Cairo indiquen que sucede exactamente lo contrario.