Consulte en PDF la primera página de EL PAÍS, Edición Nacional, del 18 de agosto » El Gobierno interino de Egipto propone disolver los Hermanos Musulmanes
El primer ministro interino dice que ha propuesto disolver legalmente a la cofradía
Un portavoz de la presidencia califica a la sociedad islámica de "enemigo" del pueblo egipcio
David Alandete
El Cairo, El País
Hace un año tenía todo el poder en Egipto. Ayer, se hallaba peor incluso que durante los largos años de silenciamiento y represión que acabaron con la caída del régimen de Hosni Mubarak. La sociedad de los Hermanos Musulmanes se asoman a la clandestinidad más absoluta, perseguida por el gobierno, acosada en sus mezquitas, con sus líderes encerrados o desaparecidos, tildada formalmente por el gobierno de Egipto de enemigo a derrotar. Como culminación a un largo proceso de acoso y derribo, tras el golpe de Estado que el 3 de julio acabó con un año de gobierno islamista, el primer ministro de Egipto reveló este sábado que ha propuesto la disolución legal de la hermandad. La clandestinidad es, sin embargo, el medio natural de esa sociedad islámica. En ella vivió durante más de medio siglo, y por ella se reforzó hasta llegar al poder.
Fue Hazem Beblaui, primer ministro interino de Egipto, quien recomendó recientemente a su ejecutivo la disolución legal de la hermandad, según reveló este sábado su portavoz. “El gobierno está estudiando la idea”, dijo Sharif Shauki. “La reconciliación es solo para aquellos cuyas manos no estén manchadas de sangre”, añadió. Es una idea que posteriormente evocó el asesor estratégico de la presidencia Mustafá Hegazy, quien dijo en conferencia de prensa que Egipto ha quedado ahora “unido frente a un enemigo común”, en referencia a unos islamistas que, según añadió, “han creado un eje de terror, instigando violencia”. “Nos enfrentamos a una guerra iniciada por extremistas que a diario cometen actos de terrorismo”, añadió.
Preguntado por la posibilidad de prohibir la hermandad, como ya hiciera el presidente Gamal Abdel Nasser en 1954, Hegazy respondió: “No se trata de disolverlos, sino de legalizarlos de acuerdo con las leyes egipcias”. Es cierto que durante décadas, la hermandad operó en la sombra, acallada por Nasser y luego por Anuar el Sadat y Hosni Mubarak. Con las revueltas de 2011, sin embargo, creó su propio partido, Libertad y Justicia, y el 21 de marzo se registró formalmente como organización caritativa, después de que un juzgado hubiera recomendado su disolución ateniéndose a la prohibición de los años de Nasser. Hegazy obviaba ese registro, e insinuaba con sus declaraciones que, para el gobierno, las cofradía es todavía ilegal.
El acoso a la hermandad es hoy por hoy mucho mayor, más público y más organizado que en las décadas de regímenes autoritarios de la historia reciente de Egipto. Después de que unos miembros de la cofradía intentaran matarle a tiros, Nasser mandó ahorcar a seis de ellos, y encarceló a miles. Hoy, desde el golpe de Estado consumado el 3 de julio, han muerto ya más de 1.000 personas, en su mayoría en cargas militares contra islamistas. Entre los fallecidos se halla Ammar, el hijo del líder supremo de la hermandad, Mohamed Badie, que fue disparado el viernes en una concentración en la plaza Ramsés de El Cairo. En el desmantelamiento de los campamentos, el miércoles, falleció, junto a otras 600 personas, Asma, la hija del vicepresidente del partido Libertad y Justicia, Mohamed Beltagy.
Líderes como Jariat el Shater, el influyente número dos de la hermandad, han sido detenidos. En paradero desconocido, bajo custodia militar, se encuentra el presidente depuesto, Mohamed Morsi, y su círculo más cercano de colaboradores. La fiscalía le acusa de haber conspirado con organizaciones islamistas extranjeras, como el grupo palestino Hamas, para urdir su escape de prisión en 2011, en los últimos días de régimen de Mubarak. Además, el nuevo gobierno interino de Egipto ha congelado los fondos de numerosos líderes de la hermandad, y a buena parte de ellos les ha prohibido abandonar el país.
Es un cerco en toda regla. Pero a los Hermanos Musulmanes esta situación les resulta de todo menos desconocida. “Desde luego no es algo que nos venga de nuevas. Los Hermanos Musulmanes sabemos cómo movernos en la clandestinidad, bajo la represión de gobiernos autoritarios. Es nuestra zona de confort. Hemos vivido así durante muchos, muchos años”, explica el portavoz de la cofradía, Gehad el Haddad. “Pero esto ya no es sólo un problema que afecte a la hermandad. Es mucho mayor. Es un problema de legitimidad de un gobierno golpista, que busca erradicar cualquier oposición. Nosotros no callaremos hasta que se restaure la libertad, la democracia y la justicia”, añade.
La capacidad de resistencia de los Hermanos Musulmanes se ha forjado en sus muchos años en la sombra, durante los que crearon una sólida red de asistencia social, educativa y médica, organizándose en mezquitas y universidades, creando una estructura compuesta de células independientes, donde las bases tienen poca información de lo que sucede en los escalafones más elevados. Ese secretismo, impuesto durante décadas, perjudicó a estos islamistas cuando llegaron al poder, poco acostumbrados a la transparencia y a rendir cuentas ante el grueso de la población, a la que gobernaron durante poco más de un año, tras ganar las primeras rondas electorales a las que se presentaron tras la caída de Mubarak.
“Esa cultura de sufrimiento, de sobrevivir a la represión, de permanecer fuertes en estos tiempos de adversidad, le es familiar a la hermandad. Parece que regresan a su narrativa de permanecer fuertes, de ser fieles a su ideario y a sus principios, de no perder terreno y no llegar a compromisos con los nuevos gobernantes porque eso, para ellos, según su versión, supone aceptar la legitimidad de un golpe de estado que ven como algo ilegítimo”, explica Carrie Wickham, profesora en la universidad norteamericana de Emory, que ha estudiado la hermandad durante 23 años. “Si hay algo positivo de esta situación es ver cómo la hermandad se aferra a ideas como la legitimidad o la democracia, no actúan como ayatolás o talibanes, tratando de imponer la sharia (ley islámica)”.
Hasta hace sólo una semana, en el campamento alrededor de la mezquita de Raba al Adauiya, en El Cairo, resistía la cúpula de los Hermanos Musulmanes, apartada del poder, pero reforzada por el apoyo brindado por miles de islamistas, cuya presencia les servía de refugio. A diferencia de en los años de Mubarak, los islamistas aparecían desafiantes. Se resistían a volver a ser acallados, a regresar a la sombra. Pero las cargas recientes del Ejército, con al menos 700 muertos desde el miércoles, les han vuelto a hundir en un silencio que para ellos puede ser doloroso, pero no desconocido.
Un portavoz de la presidencia califica a la sociedad islámica de "enemigo" del pueblo egipcio
David Alandete
El Cairo, El País
Hace un año tenía todo el poder en Egipto. Ayer, se hallaba peor incluso que durante los largos años de silenciamiento y represión que acabaron con la caída del régimen de Hosni Mubarak. La sociedad de los Hermanos Musulmanes se asoman a la clandestinidad más absoluta, perseguida por el gobierno, acosada en sus mezquitas, con sus líderes encerrados o desaparecidos, tildada formalmente por el gobierno de Egipto de enemigo a derrotar. Como culminación a un largo proceso de acoso y derribo, tras el golpe de Estado que el 3 de julio acabó con un año de gobierno islamista, el primer ministro de Egipto reveló este sábado que ha propuesto la disolución legal de la hermandad. La clandestinidad es, sin embargo, el medio natural de esa sociedad islámica. En ella vivió durante más de medio siglo, y por ella se reforzó hasta llegar al poder.
Fue Hazem Beblaui, primer ministro interino de Egipto, quien recomendó recientemente a su ejecutivo la disolución legal de la hermandad, según reveló este sábado su portavoz. “El gobierno está estudiando la idea”, dijo Sharif Shauki. “La reconciliación es solo para aquellos cuyas manos no estén manchadas de sangre”, añadió. Es una idea que posteriormente evocó el asesor estratégico de la presidencia Mustafá Hegazy, quien dijo en conferencia de prensa que Egipto ha quedado ahora “unido frente a un enemigo común”, en referencia a unos islamistas que, según añadió, “han creado un eje de terror, instigando violencia”. “Nos enfrentamos a una guerra iniciada por extremistas que a diario cometen actos de terrorismo”, añadió.
Preguntado por la posibilidad de prohibir la hermandad, como ya hiciera el presidente Gamal Abdel Nasser en 1954, Hegazy respondió: “No se trata de disolverlos, sino de legalizarlos de acuerdo con las leyes egipcias”. Es cierto que durante décadas, la hermandad operó en la sombra, acallada por Nasser y luego por Anuar el Sadat y Hosni Mubarak. Con las revueltas de 2011, sin embargo, creó su propio partido, Libertad y Justicia, y el 21 de marzo se registró formalmente como organización caritativa, después de que un juzgado hubiera recomendado su disolución ateniéndose a la prohibición de los años de Nasser. Hegazy obviaba ese registro, e insinuaba con sus declaraciones que, para el gobierno, las cofradía es todavía ilegal.
El acoso a la hermandad es hoy por hoy mucho mayor, más público y más organizado que en las décadas de regímenes autoritarios de la historia reciente de Egipto. Después de que unos miembros de la cofradía intentaran matarle a tiros, Nasser mandó ahorcar a seis de ellos, y encarceló a miles. Hoy, desde el golpe de Estado consumado el 3 de julio, han muerto ya más de 1.000 personas, en su mayoría en cargas militares contra islamistas. Entre los fallecidos se halla Ammar, el hijo del líder supremo de la hermandad, Mohamed Badie, que fue disparado el viernes en una concentración en la plaza Ramsés de El Cairo. En el desmantelamiento de los campamentos, el miércoles, falleció, junto a otras 600 personas, Asma, la hija del vicepresidente del partido Libertad y Justicia, Mohamed Beltagy.
Líderes como Jariat el Shater, el influyente número dos de la hermandad, han sido detenidos. En paradero desconocido, bajo custodia militar, se encuentra el presidente depuesto, Mohamed Morsi, y su círculo más cercano de colaboradores. La fiscalía le acusa de haber conspirado con organizaciones islamistas extranjeras, como el grupo palestino Hamas, para urdir su escape de prisión en 2011, en los últimos días de régimen de Mubarak. Además, el nuevo gobierno interino de Egipto ha congelado los fondos de numerosos líderes de la hermandad, y a buena parte de ellos les ha prohibido abandonar el país.
Es un cerco en toda regla. Pero a los Hermanos Musulmanes esta situación les resulta de todo menos desconocida. “Desde luego no es algo que nos venga de nuevas. Los Hermanos Musulmanes sabemos cómo movernos en la clandestinidad, bajo la represión de gobiernos autoritarios. Es nuestra zona de confort. Hemos vivido así durante muchos, muchos años”, explica el portavoz de la cofradía, Gehad el Haddad. “Pero esto ya no es sólo un problema que afecte a la hermandad. Es mucho mayor. Es un problema de legitimidad de un gobierno golpista, que busca erradicar cualquier oposición. Nosotros no callaremos hasta que se restaure la libertad, la democracia y la justicia”, añade.
La capacidad de resistencia de los Hermanos Musulmanes se ha forjado en sus muchos años en la sombra, durante los que crearon una sólida red de asistencia social, educativa y médica, organizándose en mezquitas y universidades, creando una estructura compuesta de células independientes, donde las bases tienen poca información de lo que sucede en los escalafones más elevados. Ese secretismo, impuesto durante décadas, perjudicó a estos islamistas cuando llegaron al poder, poco acostumbrados a la transparencia y a rendir cuentas ante el grueso de la población, a la que gobernaron durante poco más de un año, tras ganar las primeras rondas electorales a las que se presentaron tras la caída de Mubarak.
“Esa cultura de sufrimiento, de sobrevivir a la represión, de permanecer fuertes en estos tiempos de adversidad, le es familiar a la hermandad. Parece que regresan a su narrativa de permanecer fuertes, de ser fieles a su ideario y a sus principios, de no perder terreno y no llegar a compromisos con los nuevos gobernantes porque eso, para ellos, según su versión, supone aceptar la legitimidad de un golpe de estado que ven como algo ilegítimo”, explica Carrie Wickham, profesora en la universidad norteamericana de Emory, que ha estudiado la hermandad durante 23 años. “Si hay algo positivo de esta situación es ver cómo la hermandad se aferra a ideas como la legitimidad o la democracia, no actúan como ayatolás o talibanes, tratando de imponer la sharia (ley islámica)”.
Hasta hace sólo una semana, en el campamento alrededor de la mezquita de Raba al Adauiya, en El Cairo, resistía la cúpula de los Hermanos Musulmanes, apartada del poder, pero reforzada por el apoyo brindado por miles de islamistas, cuya presencia les servía de refugio. A diferencia de en los años de Mubarak, los islamistas aparecían desafiantes. Se resistían a volver a ser acallados, a regresar a la sombra. Pero las cargas recientes del Ejército, con al menos 700 muertos desde el miércoles, les han vuelto a hundir en un silencio que para ellos puede ser doloroso, pero no desconocido.