Al Sisi, el general que supo esperar

Abdel Fatá al Sisi orquestó el golpe de Estado contra Mohamed Morsi del 3 de julio
Cada movimiento suyo se lee con atención por si decide presentarse a las elecciones

David Alandete
El Cairo, El País
“¡Larga vida a Al Sisi!”. Hay una nueva adición a los artículos que los vendedores ofrecen en los tenderetes de las intrincadas calles del bazar cairota de Jan el Jalili. Se trata de las fotos del general Abdel Fatá al Sisi, vestido de uniforme de gala y con una hierática sonrisa. Cuando se pregunta a los comerciantes por el bazar Al Sisi apuntan con el dedo a la tienda situada en un primer piso y abarrotada de joyeros de madreperla, mientras gritan vítores y alaban elevada y profusamente al comandante y nuevo viceprimer ministro, criado en estas calles alrededor de la tienda de su familia, y que ahora tiene en sus manos las riendas de un país cuyo destino vuelve a depender de lo que decidan los generales.


El general Al Sisi, de 58 años, es un especialista en el arte de las apariencias. El momento decisivo en su carrera llegó en agosto del año pasado. Mohamed Morsi, recientemente elegido presidente de Egipto, renovó la cúpula militar del país y expulsó al veterano mariscal Hussein Tantaui de la comandancia de las fuerzas armadas y del ministerio de Defensa. El elegido para reemplazarle fue Al Sisi, que había dirigido el servicio de inteligencia militar y al que muchos, incluidos los islamistas, consideraban un devoto musulmán, incluso un hombre en la órbita de los Hermanos Musulmanes. Él se limitó a sonreír en los actos públicos, como en las fotos que de él se venden en El Cairo, cumpliendo órdenes hasta que llegó el momento de comenzar a darlas.

Tras su ascenso, Al Sisi le envió un telegrama a Morsi. Rezaba así: “Los hombres de las fuerzas armadas le garantizan a su excelencia su absoluta lealtad a Egipto y su gente, situándose tras sus líderes como guardianes de la responsabilidad patriótica”.

Los Hermanos Musulmanes, en el poder, pensaron que renovando su cúpula habían neutralizado el ejército. Nada más lejos. Cuando el autoritario estilo de gobierno de Morsi comenzó a generar rechazo en las calles, germinando en un verdadero levantamiento popular, Al Sisi no dudó en dar los pasos necesarios para neutralizar él mismo al presidente islamista. En su año como ministro de Defensa no había bajado en ningún momento la guardia, observando cada acción y discurso de Morsi, reuniéndose en secreto con políticos, activistas y líderes religiosos. Todos ellos le acompañaron el pasado 3 de julio en el solemne y televisado anuncio del golpe de Estado, agotadas ya todas las vías de diálogo y consumada la deposición de los islamistas.

Dos fueron las decisiones de Morsi que, según fuentes diplomáticas occidentales en Egipto, llevaron a Al Sisi a pasar a la acción. Por un lado, la intención, expresada el pasado noviembre, de darse poderes casi absolutos, sorteando la supervisión de la justicia. Por otro, la participación del presidente, en junio, en un acto de apoyo a la insurgencia siria, junto a diversos clérigos radicales suníes, que hablaron de yihad, o guerra santa, y de la necesidad de combatir a “infieles”. El día posterior a ese mitin, el ejército tuvo que recordar públicamente que su labor es defender a Egipto y sus fronteras, no apoyar insurrecciones en otros países.

Desde que anunciara el golpe, los retratos de Al Sisi se han visto en las manifestaciones contra los islamistas en todo el país. Sus idólatras muestran esas fotos junto a las de viejas glorias presidenciales como Gamal Abdel Naser o Anuar el Sadat. El general, prudente, ha evitado asumir todo el poder y ha apuntalado a un gobierno interino presidido por un juez, Adli Mansur. Ha evitado así el gran error de Tantaui, quien permitió que sus generales asumieran el poder de Egipto durante los 16 meses posteriores a la caída de Mubarak, convirtiendo la rabia contra el dictador en rabia contra los militares.

Según la voluntad de Al Sisi, en seis meses habrá elecciones legislativas y luego, presidenciales. Los egipcios observan y analizan cada movimiento del general con atención, y cuando el miércoles aparecieron fotos suyas apeándose de un coche con traje y corbata, sin uniforme, las redes sociales bulleron con la pregunta de si considera presentarse a unas elecciones que, dada su popularidad, podría ganar fácilmente.

Licenciado de la academia militar en 1977, Al Sisi es demasiado joven para haber participado en ninguna de las grandes guerras de Egipto contra Israel. En 2006 estudió brevemente en una escuela militar norteamericana, donde tomó un curso de guerra. En un trabajo elaborado sobre los gobiernos de Oriente Próximo, escribió unas palabras premonitorias: “Una cosa es afirmar que la democracia es una forma preferida de gobierno, y otra ajustarse a sus requerimientos y aceptar algunos de los riesgos que vienen con ella”. Riesgos, se entiende, como el de un gobierno islamista crispando a la nación.

En el bazar Al Sisi de Jan el Jalili atiende un familiar del general, que dice que no puede dar entrevistas. “Ya no podemos hablar”, informa, con cara de resignación, dando la impresión de que tiene en la retaguardia una larga retahíla de loas al nuevo hombre fuerte del país. El general exige silencio, también a los suyos. El familiar añade algo, antes de cerrar la puerta: “Sólo puedo decir que, conociéndolo, sabrá estar a la altura”.

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