Tour: Gerrans se anticipa a Sagan y los favoritos no se pierden de vista
París, As
El periplo de tres días por Córcega nos permite extraer algunas conclusiones. La primera es que la isla merece una visita, un año sabático o un retiro permanente. Ayer el recorrido nos mostró desfiladeros impresionantes, adornados por calas idílicas al pie de los barrancos. Si los ciclistas no se dejaron caer por alguna curva sugerente (y hubo varias) es porque nadie aseguraba el aterrizaje sobre una toalla.
Tampoco faltaron los lugareños con sus particulares banderas nacionales, esas que muestran un rostro de perfil con una cinta en la cabeza. No es a Nadal a quien homenajean. Tampoco a Federer. Se trata de la cabeza de moro que adornaba algunos escudos en el Reino de Aragón (en su día de Tarazona a Nápoles) como recuerdo de batallas ganadas a los musulmanes. El Tour no sólo nos enseña geografía, también vexilología (la ciencia de las banderas) y asimismo términos insospechados.
La segunda conclusión, más deportiva, apunta al deseo de los favoritos por dejarse ver. Si camino de Ajaccio fue Chris Froome quien asomó (tan bravo como inconsciente), ayer aparecieron por la cabeza Contador, Valverde, Van den Broeck, Nairo Quintana o incluso Andy Schleck. La vigilancia entre los jefes fue tan estrecha que nadie se movió, excepción hecha de Pierre Rolland, que se comporta como si no hubiese sido octavo en el pasado Tour (décimo en el anterior). Rolland, hiperactivo estos días, se escapó en el último puerto para coronarlo en primera posición y conservar su maillot de rey de la Montaña. Contra sus afanes competitivos sólo se puede hacer un reproche estético: su apuesta por el culotte de puntos no le hace parecer un campeón de las cumbres, sino un enfermo de sarampión.
Centrados en la etapa, dos australianos fueron protagonistas de la última jornada disputada Córcega, isla a 13.140 kilómetros del atolón de los canguros. Durante más de tres horas y media, Simon Clarke y Simon Gerrans coparon la atención de las cámaras. El primero (mejor escalador de la pasada Vuelta), al formar parte de la escapada del día y coronar en cabeza los tres primeros puertos (de ahí el miedo de Rolland). El segundo besó la gloria (y a las azafatas) al vencer en un cerradísimo sprint al voraz Peter Sagan, nuevo maillot verde de la regularidad.
La internacionalidad del Tour hace que ya no nos sorprendan estos vientos australes. Además, a los australianos la obsesión les viene de lejos. Hace noventa y nueve años, Kirkham y Munroe fueron los primeros aussies en participar la carrera. En 1927 lo hizo Hubert Opperman con notables resultados: acabó 18º e inició su idilio con el público francés. Después de ganar la París-Brest-París (49 horas para completar 1.169 kilómetros) se ganó una fama comparable a la de los ídolos locales. Su carrera fue degenerando (como diría Belmonte) y acabó como ministro del partido laboralista australiano en los años 60.
La carrera, ya en Niza, vivirá hoy la crono por equipos. La noticia es que Froome no podrá contar con el impulso de Geraint Thomas, que ayer acabó a 9:15 minutos con traumatismo en el sacro. En el Tour no hay etapas de transición, en el Tour todo arruga. En eso se parece a la vida.
El periplo de tres días por Córcega nos permite extraer algunas conclusiones. La primera es que la isla merece una visita, un año sabático o un retiro permanente. Ayer el recorrido nos mostró desfiladeros impresionantes, adornados por calas idílicas al pie de los barrancos. Si los ciclistas no se dejaron caer por alguna curva sugerente (y hubo varias) es porque nadie aseguraba el aterrizaje sobre una toalla.
Tampoco faltaron los lugareños con sus particulares banderas nacionales, esas que muestran un rostro de perfil con una cinta en la cabeza. No es a Nadal a quien homenajean. Tampoco a Federer. Se trata de la cabeza de moro que adornaba algunos escudos en el Reino de Aragón (en su día de Tarazona a Nápoles) como recuerdo de batallas ganadas a los musulmanes. El Tour no sólo nos enseña geografía, también vexilología (la ciencia de las banderas) y asimismo términos insospechados.
La segunda conclusión, más deportiva, apunta al deseo de los favoritos por dejarse ver. Si camino de Ajaccio fue Chris Froome quien asomó (tan bravo como inconsciente), ayer aparecieron por la cabeza Contador, Valverde, Van den Broeck, Nairo Quintana o incluso Andy Schleck. La vigilancia entre los jefes fue tan estrecha que nadie se movió, excepción hecha de Pierre Rolland, que se comporta como si no hubiese sido octavo en el pasado Tour (décimo en el anterior). Rolland, hiperactivo estos días, se escapó en el último puerto para coronarlo en primera posición y conservar su maillot de rey de la Montaña. Contra sus afanes competitivos sólo se puede hacer un reproche estético: su apuesta por el culotte de puntos no le hace parecer un campeón de las cumbres, sino un enfermo de sarampión.
Centrados en la etapa, dos australianos fueron protagonistas de la última jornada disputada Córcega, isla a 13.140 kilómetros del atolón de los canguros. Durante más de tres horas y media, Simon Clarke y Simon Gerrans coparon la atención de las cámaras. El primero (mejor escalador de la pasada Vuelta), al formar parte de la escapada del día y coronar en cabeza los tres primeros puertos (de ahí el miedo de Rolland). El segundo besó la gloria (y a las azafatas) al vencer en un cerradísimo sprint al voraz Peter Sagan, nuevo maillot verde de la regularidad.
La internacionalidad del Tour hace que ya no nos sorprendan estos vientos australes. Además, a los australianos la obsesión les viene de lejos. Hace noventa y nueve años, Kirkham y Munroe fueron los primeros aussies en participar la carrera. En 1927 lo hizo Hubert Opperman con notables resultados: acabó 18º e inició su idilio con el público francés. Después de ganar la París-Brest-París (49 horas para completar 1.169 kilómetros) se ganó una fama comparable a la de los ídolos locales. Su carrera fue degenerando (como diría Belmonte) y acabó como ministro del partido laboralista australiano en los años 60.
La carrera, ya en Niza, vivirá hoy la crono por equipos. La noticia es que Froome no podrá contar con el impulso de Geraint Thomas, que ayer acabó a 9:15 minutos con traumatismo en el sacro. En el Tour no hay etapas de transición, en el Tour todo arruga. En eso se parece a la vida.