La violencia policial mina el apoyo al nuevo Gobierno
Sectores de la sociedad egipcia buscan desesperadamente una tercera vía entre islamistas y militares
David Alandete
Jerusalén, El País
Los generales pidieron a las masas de Egipto que salieran a las calles para obtener de ellas un mandato claro para “enfrentarse a la violencia y al posible terrorismo”, según dijo el miércoles en un discurso el comandante del Ejército, Abdel Fatah al Sisi. No era el nuevo Gobierno interino quien lo pedía ni se trataba de una llamada del presidente Adli Mansur. La cúpula militar buscaba la misma legitimidad que había entendido recibir de las manifestaciones del 30 de junio, cuando 17 millones de personas pidieron la marcha de Mohamed Morsi. Entonces los generales depusieron al presidente. El resultado, en esta ocasión, ha sido una matanza de islamistas en su feudo de Ciudad Naser. Las bajas se cuentan a decenas y son más de 200 desde el golpe. Muchos egipcios comienzan a poner en duda la capacidad de los nuevos líderes de unir a una nación cuyas heridas son cada vez más profundas.
El día del golpe, 3 de julio, el Ejército se apresuró a nombrar a un presidente interino y a poner en marcha una hoja de ruta que debería culminar en elecciones legislativas y presidenciales, dando a entender que los generales no querían evitar los errores de 2011, cuando asumieron todo el poder de la nación solo para ver crecer la indignación popular por excesos diversos. “No es un golpe”, clamaban los detractores de Morsi en las calles del país, buscado darle legitimidad a la maniobra militar. Les quedaba, sin embargo, un gran problema pendiente: los islamistas habían tomado varias calles, sobre todo en El Cairo. Se negaban a escampar. Y en sus lemas y pancartas decían defender la democracia y la legitimidad de las urnas que eligieron a Morsi.
De momento, el Gobierno interino ha hecho poco al respecto, más allá de encarcelar a Morsi y a su círculo íntimo y dictar el arresto de líderes islamistas. Han sido los militares y la policía quienes han tratado de ponerle coto a los Hermanos Musulmanes, con cargas que se han saldado con numerosas víctimas. “Demuestra que no tienen legitimidad”, asegura Laila Musa, portavoz de la Alianza Contra el Golpe, un nuevo grupo radicado en las inmediaciones de la mezquita cairota de Raba al Adauiya, donde han acampado los islamistas. “De base, ya no tenían legitimidad, porque con la fuerza depusieron a un presidente democráticamente elegido”.
Hasta hace solo unos días, se veía en las calles de Egipto una mayoría de manifestantes opuestos a Morsi y a los Hermanos Musulmanes, enfrentados a un reducto islamista que se resistía a desaparecer, reforzado numantinamente en sus campamentos. Hoy hay quienes buscan desesperadamente una tercera vía. Muchos egipcios ven con recelo que las masas en Tahrir jaleen al Ejército cuando las sobrevuela con sus helicópteros y sus cazas, y que muchos de los manifestantes luzcan en pancartas la cara de un general, Al Sisi.
Alejados de las grandes marchas proislamistas o promilitares, algunos disidentes llaman a una renovación total del panorama político, a encauzar de algún modo la verdadera revolución, la que derrocó a Hosni Mubarak en 2011.
“Las masas en Tahrir y en Raba al Adauiya no representan a la revolución”, asegura Omar Robert Hamilton, disidente y líder del colectivo Mosireem. “La gente que acudió a Tahrir lo hizo para darle al Ejército un mandato de violencia y por lo tanto son cómplices, con conocimiento, de la masacre. Lo que vemos es cómo las élites derraman la sangre de sus peones para obtener logros. El movimiento original, la revolución por la justicia social, no tiene representación en esas masacres”. El Movimiento 6 de Abril, uno de los más activos en la revolución contra Mubarak, pidió ayer la dimisión del primer ministro.
En realidad, poco parecen haber cambiado las cosas respecto a años no muy lejanos. Las dos televisiones oficiales, en la mañana de ayer, mostraban documentales y programas ajenos a la matanza de islamistas. “La ciudadanía le da al Ejército y a la policía un mandato para enfrentarse al terrorismo”, decía en un rótulo en Nile TV. Era más una profesión de fe que una noticia.
David Alandete
Jerusalén, El País
Los generales pidieron a las masas de Egipto que salieran a las calles para obtener de ellas un mandato claro para “enfrentarse a la violencia y al posible terrorismo”, según dijo el miércoles en un discurso el comandante del Ejército, Abdel Fatah al Sisi. No era el nuevo Gobierno interino quien lo pedía ni se trataba de una llamada del presidente Adli Mansur. La cúpula militar buscaba la misma legitimidad que había entendido recibir de las manifestaciones del 30 de junio, cuando 17 millones de personas pidieron la marcha de Mohamed Morsi. Entonces los generales depusieron al presidente. El resultado, en esta ocasión, ha sido una matanza de islamistas en su feudo de Ciudad Naser. Las bajas se cuentan a decenas y son más de 200 desde el golpe. Muchos egipcios comienzan a poner en duda la capacidad de los nuevos líderes de unir a una nación cuyas heridas son cada vez más profundas.
El día del golpe, 3 de julio, el Ejército se apresuró a nombrar a un presidente interino y a poner en marcha una hoja de ruta que debería culminar en elecciones legislativas y presidenciales, dando a entender que los generales no querían evitar los errores de 2011, cuando asumieron todo el poder de la nación solo para ver crecer la indignación popular por excesos diversos. “No es un golpe”, clamaban los detractores de Morsi en las calles del país, buscado darle legitimidad a la maniobra militar. Les quedaba, sin embargo, un gran problema pendiente: los islamistas habían tomado varias calles, sobre todo en El Cairo. Se negaban a escampar. Y en sus lemas y pancartas decían defender la democracia y la legitimidad de las urnas que eligieron a Morsi.
De momento, el Gobierno interino ha hecho poco al respecto, más allá de encarcelar a Morsi y a su círculo íntimo y dictar el arresto de líderes islamistas. Han sido los militares y la policía quienes han tratado de ponerle coto a los Hermanos Musulmanes, con cargas que se han saldado con numerosas víctimas. “Demuestra que no tienen legitimidad”, asegura Laila Musa, portavoz de la Alianza Contra el Golpe, un nuevo grupo radicado en las inmediaciones de la mezquita cairota de Raba al Adauiya, donde han acampado los islamistas. “De base, ya no tenían legitimidad, porque con la fuerza depusieron a un presidente democráticamente elegido”.
Hasta hace solo unos días, se veía en las calles de Egipto una mayoría de manifestantes opuestos a Morsi y a los Hermanos Musulmanes, enfrentados a un reducto islamista que se resistía a desaparecer, reforzado numantinamente en sus campamentos. Hoy hay quienes buscan desesperadamente una tercera vía. Muchos egipcios ven con recelo que las masas en Tahrir jaleen al Ejército cuando las sobrevuela con sus helicópteros y sus cazas, y que muchos de los manifestantes luzcan en pancartas la cara de un general, Al Sisi.
Alejados de las grandes marchas proislamistas o promilitares, algunos disidentes llaman a una renovación total del panorama político, a encauzar de algún modo la verdadera revolución, la que derrocó a Hosni Mubarak en 2011.
“Las masas en Tahrir y en Raba al Adauiya no representan a la revolución”, asegura Omar Robert Hamilton, disidente y líder del colectivo Mosireem. “La gente que acudió a Tahrir lo hizo para darle al Ejército un mandato de violencia y por lo tanto son cómplices, con conocimiento, de la masacre. Lo que vemos es cómo las élites derraman la sangre de sus peones para obtener logros. El movimiento original, la revolución por la justicia social, no tiene representación en esas masacres”. El Movimiento 6 de Abril, uno de los más activos en la revolución contra Mubarak, pidió ayer la dimisión del primer ministro.
En realidad, poco parecen haber cambiado las cosas respecto a años no muy lejanos. Las dos televisiones oficiales, en la mañana de ayer, mostraban documentales y programas ajenos a la matanza de islamistas. “La ciudadanía le da al Ejército y a la policía un mandato para enfrentarse al terrorismo”, decía en un rótulo en Nile TV. Era más una profesión de fe que una noticia.