Hermanos musulmanes: el poder vuelve a la sombra
Desde 1928 defienden una vida guiada por la ley del Corán. Alcanzaron el poder en Egipto pero el golpe del 3 de julio se lo arrebató
David Alandete
El Cairo, El País
Llegó a controlar Egipto, tras más de ocho décadas de silenciamiento y represión. Su misión fundacional es avanzar los principios del islam en la vida cotidiana. Cuando alcanzó la posición idónea para ello, el poder casi total, se desmoronó ella sola, porque entre todos la desmoronaron. Pocas veces se ha visto un ascenso y un derrumbe tan precipitados como los de los Hermanos Musulmanes de Egipto, una oscura cofradía de nutrida historia y gran predicamento, que mantiene sus resortes y maquinaria en una densa sombra. Ha sido extremadamente eficaz a la hora de exportar su modelo a la práctica totalidad del mundo árabe, pero a la primera ocasión en que ha podido ascender al poder en el país en que nació, se ha visto incapaz de gobernar con eficiencia y de evitar que sus enemigos ancestrales, desde los generales hasta los jueces, la empujaran al filo de la ilegitimidad, de nuevo obligada a refugiarse en mezquitas y reuniones secretas, de regreso a la resistencia. En esta ocasión, sin embargo, promete lucha. La hermandad ha saboreado durante casi un siglo la clandestinidad. Y si tiene algo claro ahora es que no quiere volver a ella.
El golpe de Estado del pasado 3 de julio abortó el Gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto, que acababa de cumplir un año. Desde entonces, miles de miembros y simpatizantes de la cofradía se han guarecido en las inmediaciones de la mezquita de Raba al Adauiya, en el distrito de Ciudad Nasser de El Cairo, en un campamento de resistencia que demuestra cuánto han cambiado sus circunstancias. El nuevo Gobierno ha encarcelado a algunos de sus líderes y ha dictado órdenes de arresto contra muchos otros, incluido su guía supremo. Estos sienten que los generales buscan descabezar su sociedad y condenarla de nuevo a la clandestinidad. Sin embargo, se niegan a volver a operar fuera de los márgenes de la ley, como en los largos años de Gamal Abdel Nasser, Anuar el Sadat y Hosni Mubarak.
“Estuve dos años y medio en la cárcel por ser miembro de la hermandad y siempre sentí que era Mubarak el que era un prisionero, y que yo era libre”, dice Essam el Erian, quien fue miembro, durante años, del consejo que rige la hermandad y ahora es vicepresidente de su brazo político, el partido Libertad y Justicia. “Hace años nos encarcelaban por el simple hecho de pertenecer a la hermandad. Hoy luchamos por nuestra libertad y la de todos los egipcios”. El Erian se halla refugiado, como los demás líderes de la hermandad, en Ciudad Nasser. Departen a puerta cerrada y reciben a los visitantes en edificios aledaños a la mezquita que puede ser su Numancia, protegidos por una milicia de fieles seguidores armados con palos y cadenas.
Es un capricho del destino político que un grupo temido en Occidente por sus ideales islamistas, comprometido con el avance de la ley musulmana, reputado por su eficiencia en la clandestinidad, en sus primeros años relacionado con atentados y magnicidios, y en el que militó uno de los padres de Al Qaeda, se presente ahora como defensor de la democracia y la legitimidad frente a un golpe de Estado militar apoyado tanto por las fuerzas laicas progresistas como por islamistas más extremos en su interpretación del Corán, como los salafistas.
“Los temores son infundados. Somos un movimiento de cambio social”, explica el actual portavoz de la hermandad, Gehad el Haddad. “No se nos puede llamar un movimiento político o religioso. Para la política tenemos al partido Libertad y Justicia, creado en 2011 para que los Hermanos Musulmanes pudiéramos centrarnos en nuestras actividades sociales. En lo que respecta a religión y preceptos, nos remitimos a la Universidad de Al Azhar [la institución teológica más importante del islam suní]. En ese sentido nos diferenciamos claramente de los salafistas, que tienen sus propios órganos doctrinales y emiten sus propias fetuas. Nosotros nos centramos en el cambio social a través de actividades de ayuda y caridad”.
La cofradía de los Hermanos Musulmanes fue fundada en 1928 por un pío profesor de escuela, Hasan al Banna, quien creyó que la mejor forma de acabar con la colonización británica y lograr la independencia egipcia era instigar un renacimiento religioso en la zona, avanzando una sociedad más islámica. Para ello creó una red de ayuda sanitaria, educativa y social al margen del Estado.
“En principio fueron causas misioneras, siempre islámicas. La gente conocía ya el Corán, y la idea era que viviera más de acuerdo con el islam y el ejemplo del profeta”, explica el letrado Mohamed Gharib Abdel Aziz, en la hermandad desde 1983 y miembro de su departamento jurídico. “Los fundadores llevaron esa labor caritativa, el servicio a los pobres, a ciudades y pueblos de Egipto, de forma gratuita o con bajo coste. Construyeron mezquitas, sufragaron hospitales islámicos y crearon centros educativos. La voluntad era tener una red de asistencia social de acuerdo con los principios del islam”.
Esa red es hoy más robusta que nunca, con una veintena de hospitales y cientos de escuelas y centros de atención social. No hay una estimación fiable de cuántos miembros tiene la cofradía, porque sus registros son secretos, por protección frente a los servicios de seguridad. Algunos analistas creen que tiene 600.000 personas. Otros consideran que su núcleo duro, los verdaderos cofrades, no superan los 100.000. Si se les pregunta a ellos o a sus líderes, la respuesta es la misma: “Ni siquiera nosotros lo sabemos, somos una organización muy fragmentada, centrada en la caridad”. Puede. Pero en ocho décadas alcanzaron laboriosamente los más altos rangos del poder.
La hermandad se inscribió oficialmente en los registros del Estado por primera vez en 1945, de acuerdo con una ley que regulaba las organizaciones caritativas. Nunca podrá librarse de los infaustos recuerdos de aquella infancia. A medida que crecía el número de cofrades, aumentaban las corrientes y divisiones internas. El propio Al Banna llegó a escribir en un punto que la sociedad debería considerarse “en guerra con cada líder, cada partido y cada organización que no trabaje para la victoria del islam”. Hubo quienes tomaron esa opinión al pie de la letra y a finales de los años 30 formaron una milicia secreta. En principio se fundó para luchar contra el flujo de judíos a la Palestina británica. En realidad participó en todo tipo de asesinatos selectivos dentro de Egipto, entre ellos el del primer ministro Mahmud al Nukrashi Pasha en diciembre de 1948.
Aquel magnicidio fue la gota que colmó el vaso para Al Banna, quien vio el peligro de la radicalización y en sus últimos años apostó decididamente por que la hermandad recurriera a medios pacíficos. De aquellos que cometieran atentados, el líder fundador dijo que no podían ser considerados “ni hermanos ni musulmanes”. Al Banna fue asesinado en febrero de 1949. Le sucedió Hasan al Hudaibi, quien sirvió de guía supremo en una gran travesía del desierto de la hermandad, hasta su muerte en 1973.
Nasser tenía sus razones para querer descabezar a la hermandad. Tras el alzamiento militar y la expulsión de los británicos en 1952, el coronel tomó las riendas del país. El 26 de octubre de 1954, durante un discurso en Alejandría para celebrar la independencia, un hojalatero afiliado a la cofradía le disparó ocho veces. Nasser salió ileso y con una determinación: suprimir a los Hermanos Musulmanes. Ilegalizó la cofradía. Ahorcó a seis miembros, entre ellos Mohamed Farghali, y encarceló a miles.
“Los Hermanos Musulmanes pasaron tantos años bajo asedio que tuvieron que recurrir a estructuras de organización muy eficientes, muy autoritarias, con estrictos controles desde la cima”, explica John Esposito, profesor en la Universidad de Georgetown y experto en la sociedad. “Es cierto que un grupo dentro de la hermandad recurrió a la violencia en respuesta al régimen autoritario de Nasser, pero durante más de 40 años ha funcionado dentro de la sociedad egipcia a pesar de sufrir represión, arrestos, prisión e incluso tortura. El argumento de que los Hermanos Musulmanes son terroristas, ovejas con piel de cordero, ha sido empleado por los líderes de Egipto, desde Nasser hasta Mubarak, para justificar su opresión contra los miembros del grupo. De ese modo se ha justificado ante otros países el nivel de represión empleado contra ellos. Mubarak empleó los ataques terroristas del 11-S para relacionarlos con Al Qaeda”.
Entre los encarcelados se hallaba Said Kutb. En prisión escribió un manifiesto en el que llamaba a un renacimiento armado del islam frente a los representantes de lo que él definió como el estado de ignorancia y primitivismo de los árabes antes de que se le revelara el Corán al profeta Mahoma. Para él la modernidad occidental, que conocía por una larga visita a América, era solo una parte más de ese atraso moral, toda una regresión indecente. Y si los líderes y ciudadanos egipcios renunciaban a los preceptos del islam y vivían de espaldas a él, eran ellos también objetivos legítimos en la lucha. Excarcelado y vuelto a encarcelar, las ideas de Kutb se convirtieron en una grave amenaza para Nasser, que ordenó que se le juzgara.
“Ha llegado la hora de que un musulmán dé su cabeza para proclamar el nacimiento del movimiento islámico”, dijo Kutb, dado a la grandilocuencia, al inicio del proceso, según los diarios de la época. Fue declarado culpable, casi sin derecho a la defensa. “He hecho la yihad durante 15 años antes de ganar el derecho a este martirio”, respondió cuando el Gobierno le ofreció la oportunidad de abjurar de sus creencias y librarse de la horca. Fue ajusticiado el 29 de agosto de 1966. Con su muerte nació un mito del islamismo radical.
Entonces un adolescente nacido en El Cairo había cumplido los primeros requisitos para unirse a la hermandad y quedó fascinado por las enseñanzas de Kutb. Se trataba de Ayman al Zawahiri, que sería uno de los fundadores de Al Qaeda, grupo terrorista que dirige ahora, tras la muerte de Osama bin Laden. Al Zawahiri dejaría eventualmente la hermandad y ha atacado ampliamente su voluntad de integrarse en las instituciones y participar en la política.
Lo cierto es que los líderes de la hermandad han experimentado un proceso de moderación a lo largo de las décadas y aún hoy día dicen que recurrirán siempre a medios pacíficos. “La violencia no entra en nuestros planes. Si hay violencia será porque la asumen grupos islámicos que no están afiliados a nosotros”, asegura Mohamed Beltagy, otro de sus líderes, que hoy sirve como secretario general de su partido político. “Si hay algo que la hermandad ha hecho en su historia es avanzar hacia la defensa de los sistemas democráticos. El poder lo ganamos en las urnas. Nos hemos distanciado de cualquier ideólogo islamista que promoviera la violencia. Pero la única respuesta que hemos recibido es un golpe de Estado”.
Durante los años de Sadat y Mubarak, a muchos líderes se les encerró durante largos años. Algunos fueron torturados. Paralelamente, los ideales de la sociedad se fueron extendiendo por el mundo árabe, bajo el lema fundacional de la organización: “Alá es nuestro objetivo, el profeta es nuestro líder, el Corán es nuestra ley, la yihad es nuestro medio, el martirio en el nombre de Alá es nuestro mayor anhelo”. En los territorios palestinos, miembros y simpatizantes de la hermandad fundaron el grupo islamista Hamás. Tomaron parte en las revueltas en Túnez y Libia. La cofradía ha sido una avanzadilla crucial en el levantamiento contra Bachar el Asad en Siria. El rey Abdalá II de Jordania teme su influencia, al igual que las monarquías del golfo Pérsico, que se han apresurado a apuntalar al Gobierno interino que rige Egipto tras el golpe con ayudas que superan los 9.300 millones de euros.
En Egipto, sin estar legalizada, la sociedad se alió con varios partidos para presentar a candidatos en diversas elecciones después de 1984. Tras la revuelta de la primavera árabe en 2011 y la caída de Mubarak, pasó a ganar todas las elecciones a las que se presentó en los primeros meses de la democracia. En las de la Cámara baja, celebradas entre noviembre de 2011 y enero de 2012, logró un 37,5% de los votos. Cuando se renovó el Consejo de la Shura, la Cámara alta, logró el 45% de las papeletas. En los comicios presidenciales, Mohamed Morsi logró el 51,73% de los votos en segunda vuelta.
Daban fruto en aquellos primeros meses de la democracia egipcia los largos años de intensa disciplina y organización y la simpatía granjeada en zonas rurales por la red de ayuda social, educativa y sanitaria de la hermandad. Desde la oposición se le recriminaba a Morsi que gobernara solo para los Hermanos Musulmanes. El Ejército y los demás partidos vieron con recelo cómo un grupo nacido, crecido y madurado en la clandestinidad acariciaba un poder casi absoluto. Morsi cometió sus errores, sobre todo el de proponer un proyecto de Constitución de corte islámico, con referencias a la sharía como fuente de legitimidad jurídica. Pero lo cierto es que llevó esa propuesta a las urnas, y aunque en el referéndum solo participó el 32,8% del electorado, el “sí” que él pidió ganó con un 63,8% de los votos.
“Las facciones opositoras interpretaron que Morsi estaba monopolizando el poder”, explica Carrie Wickham, profesora en la universidad norteamericana de Emory y que ha estudiado la hermandad durante 23 años. “Hay un largo historial de rencillas y desconfianza entre islamistas y seculares en Egipto. Estos últimos no vieron con buenos ojos que Morsi eligiera a miembros de la hermandad, o cercanos, para puestos de confianza. En otros países es normal que cuando un partido llega al poder ponga a su gente en el Gobierno, pero en este caso la democracia era aún demasiado joven como para que la oposición no entendiera los nombramientos de Morsi como un intento de la hermandad de monopolizar el poder”.
La cofradía se registró como una organización no gubernamental el pasado 21 de marzo, después de que un juzgado recomendara su disolución ateniéndose a la prohibición de Nasser en 1954. Un ejemplo de los grandes desafíos a las que se enfrentaba: los jueces rescataban órdenes de Nasser para suprimirla. Fue un momento revelador del dilema que vivía la hermandad, que culminaría en su expulsión del poder el 3 de julio. Era la sociedad mejor organizada del país, una fuerza formidable capaz de ganar una elección tras otra y con uno de sus líderes presidiendo la nación, pero hasta hace cuatro meses no estaba registrada ni rendía cuentas ante el Estado. Sus ancestrales enemigos —Ejército, policía, poder judicial— no abandonaron su guerra de agotamiento.
Para regularizar su situación, los líderes de la hermandad recurrieron a una ley aprobada por el régimen de Mubarak en 2002, que prohíbe a las organizaciones sin ánimo de lucro tomar parte en actividades políticas. La hermandad, en la sombra, participa ampliamente en política. Controlaba los poderes ejecutivo y legislativo a través de su partido, del que ni siquiera finge distanciarse. Y su finalidad es avanzar y consolidar la sharía a través de cauces legales y jurídicos.
“Los líderes de la hermandad erraron a la hora de evolucionar de una sociedad secreta y clandestina a ser un eficiente órgano de gobierno. No pudieron culminar con éxito esa transición institucional, psicológica, ideológica y política. No estaban listos para un cambio tan repentino”, explica Khaled Fahmy, historiador en la Universidad Americana de El Cairo. “Cuando crearon su partido político, no dieron por cumplida la misión de la hermandad. Podrían haberlo hecho, clausurándola, y de ese modo podrían haberse centrado en gobernar el país. Pero dejaron que el partido fuera controlado por la hermandad en la sombra, algo que creó numerosos recelos”.
Mientras la plaza de Tahrir en El Cairo, centro de las manifestaciones contra Mubarak y, más recientemente, contra Morsi, clama contra los Hermanos Musulmanes y les llama “terroristas”, los cofrades mantienen que han ganado varias elecciones legítimamente y exigen que se les restituya en el poder. Cuando dicen que no van a desaparecer ni van a permitir que se les silencie, los generales deberían escucharles. Al fin y al cabo, los años de represión de Nasser, Sadat y Mubarak solo les hicieron más organizados, y también más fuertes.
Bajo la sombra del guía supremo
“Nuestra revolución siempre ha sido y será pacífica. Nuestro pacifismo es más fuerte que las balas y los tanques”. Muchos rumores habían recorrido Egipto sobre el paradero y destino de Mohamed Badie, el líder supremo de los Hermanos Musulmanes en Egipto. Que había sido detenido. Que había huido a Libia. Que se había refugiado, de nuevo, en la clandestinidad. “No huyo. No me escondo. Aquí me tienen”. Comparecía desafiante el 5 de julio, dos días después del golpe de Estado, en un escenario frente a la mezquita cairota de Raba el Adauiya, cuyas inmediaciones ha tomado una multitud islamista.
Badie, veterinario de profesión, fue elegido en el puesto en 2010, el primer guía supremo en sustituir a su predecesor cuando este decidió apearse. Pasó nueve años en prisión, de 1965 a 1974, en represalia por su militancia en la cofradía. Aquello solo le llevó a intensificar su actividad en ella cuando quedó en libertad. Desde su liderazgo, ha defendido el ingreso de la hermandad en la política nacional, dejando atrás los años de resistencia y funcionamiento en secreto. Bajo su tutela, los Hermanos Musulmanes llegaron a lo más alto en los poderes Legislativo y Ejecutivo en Egipto.
El desplome de la hermandad, con el toque de gracia del golpe de Estado, fue también en gran parte responsabilidad suya. No supo o no quiso distanciarse del partido Libertad y Justicia, brazo político de la agrupación, y muchos opositores ridiculizaron al presidente depuesto, Mohamed Morsi, como una mera marioneta suya. En muchos programas de televisión satíricos se ha emitido una y otra vez una grabación de una rueda de prensa en la que Morsi habla y Badie, a su izquierda, le susurra, o le dicta, lo que debe decir. Morsi obedece, solícito.
Ocho líderes ha tenido la sociedad de los Hermanos Musulmanes desde su fundación. El recuerdo del primero, el maestro Hasan al Bana, es el más intenso de todos. Los cofrades se refieren a él como mártir, pues fue asesinado en 1949. Su foto cuelga hoy por hoy junto a la de Morsi en la mezquita donde se han refugiado los islamistas en El Cairo, sobre el emblema de la cofradía, dos espadas cruzadas ante un Corán. Al Banna avanzó la idea de yihad, de revuelta para propagar el islam.
“La civilización occidental, que resplandeció durante un largo tiempo en virtud de su perfección científica, que subyugó al mundo con los resultados de su ciencia, está ahora en bancarrota y declive”, escribió en los años 30. Tras ciertos titubeos sobre la validez del uso de la violencia, acabó renunciando a ella, sentando un precedente que seguirían sus sucesores en el cargo. La hermandad, sin embargo, es diversa y no es inmune a divisiones y rencillas.
David Alandete
El Cairo, El País
Llegó a controlar Egipto, tras más de ocho décadas de silenciamiento y represión. Su misión fundacional es avanzar los principios del islam en la vida cotidiana. Cuando alcanzó la posición idónea para ello, el poder casi total, se desmoronó ella sola, porque entre todos la desmoronaron. Pocas veces se ha visto un ascenso y un derrumbe tan precipitados como los de los Hermanos Musulmanes de Egipto, una oscura cofradía de nutrida historia y gran predicamento, que mantiene sus resortes y maquinaria en una densa sombra. Ha sido extremadamente eficaz a la hora de exportar su modelo a la práctica totalidad del mundo árabe, pero a la primera ocasión en que ha podido ascender al poder en el país en que nació, se ha visto incapaz de gobernar con eficiencia y de evitar que sus enemigos ancestrales, desde los generales hasta los jueces, la empujaran al filo de la ilegitimidad, de nuevo obligada a refugiarse en mezquitas y reuniones secretas, de regreso a la resistencia. En esta ocasión, sin embargo, promete lucha. La hermandad ha saboreado durante casi un siglo la clandestinidad. Y si tiene algo claro ahora es que no quiere volver a ella.
El golpe de Estado del pasado 3 de julio abortó el Gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto, que acababa de cumplir un año. Desde entonces, miles de miembros y simpatizantes de la cofradía se han guarecido en las inmediaciones de la mezquita de Raba al Adauiya, en el distrito de Ciudad Nasser de El Cairo, en un campamento de resistencia que demuestra cuánto han cambiado sus circunstancias. El nuevo Gobierno ha encarcelado a algunos de sus líderes y ha dictado órdenes de arresto contra muchos otros, incluido su guía supremo. Estos sienten que los generales buscan descabezar su sociedad y condenarla de nuevo a la clandestinidad. Sin embargo, se niegan a volver a operar fuera de los márgenes de la ley, como en los largos años de Gamal Abdel Nasser, Anuar el Sadat y Hosni Mubarak.
“Estuve dos años y medio en la cárcel por ser miembro de la hermandad y siempre sentí que era Mubarak el que era un prisionero, y que yo era libre”, dice Essam el Erian, quien fue miembro, durante años, del consejo que rige la hermandad y ahora es vicepresidente de su brazo político, el partido Libertad y Justicia. “Hace años nos encarcelaban por el simple hecho de pertenecer a la hermandad. Hoy luchamos por nuestra libertad y la de todos los egipcios”. El Erian se halla refugiado, como los demás líderes de la hermandad, en Ciudad Nasser. Departen a puerta cerrada y reciben a los visitantes en edificios aledaños a la mezquita que puede ser su Numancia, protegidos por una milicia de fieles seguidores armados con palos y cadenas.
Es un capricho del destino político que un grupo temido en Occidente por sus ideales islamistas, comprometido con el avance de la ley musulmana, reputado por su eficiencia en la clandestinidad, en sus primeros años relacionado con atentados y magnicidios, y en el que militó uno de los padres de Al Qaeda, se presente ahora como defensor de la democracia y la legitimidad frente a un golpe de Estado militar apoyado tanto por las fuerzas laicas progresistas como por islamistas más extremos en su interpretación del Corán, como los salafistas.
“Los temores son infundados. Somos un movimiento de cambio social”, explica el actual portavoz de la hermandad, Gehad el Haddad. “No se nos puede llamar un movimiento político o religioso. Para la política tenemos al partido Libertad y Justicia, creado en 2011 para que los Hermanos Musulmanes pudiéramos centrarnos en nuestras actividades sociales. En lo que respecta a religión y preceptos, nos remitimos a la Universidad de Al Azhar [la institución teológica más importante del islam suní]. En ese sentido nos diferenciamos claramente de los salafistas, que tienen sus propios órganos doctrinales y emiten sus propias fetuas. Nosotros nos centramos en el cambio social a través de actividades de ayuda y caridad”.
La cofradía de los Hermanos Musulmanes fue fundada en 1928 por un pío profesor de escuela, Hasan al Banna, quien creyó que la mejor forma de acabar con la colonización británica y lograr la independencia egipcia era instigar un renacimiento religioso en la zona, avanzando una sociedad más islámica. Para ello creó una red de ayuda sanitaria, educativa y social al margen del Estado.
“En principio fueron causas misioneras, siempre islámicas. La gente conocía ya el Corán, y la idea era que viviera más de acuerdo con el islam y el ejemplo del profeta”, explica el letrado Mohamed Gharib Abdel Aziz, en la hermandad desde 1983 y miembro de su departamento jurídico. “Los fundadores llevaron esa labor caritativa, el servicio a los pobres, a ciudades y pueblos de Egipto, de forma gratuita o con bajo coste. Construyeron mezquitas, sufragaron hospitales islámicos y crearon centros educativos. La voluntad era tener una red de asistencia social de acuerdo con los principios del islam”.
Esa red es hoy más robusta que nunca, con una veintena de hospitales y cientos de escuelas y centros de atención social. No hay una estimación fiable de cuántos miembros tiene la cofradía, porque sus registros son secretos, por protección frente a los servicios de seguridad. Algunos analistas creen que tiene 600.000 personas. Otros consideran que su núcleo duro, los verdaderos cofrades, no superan los 100.000. Si se les pregunta a ellos o a sus líderes, la respuesta es la misma: “Ni siquiera nosotros lo sabemos, somos una organización muy fragmentada, centrada en la caridad”. Puede. Pero en ocho décadas alcanzaron laboriosamente los más altos rangos del poder.
La hermandad se inscribió oficialmente en los registros del Estado por primera vez en 1945, de acuerdo con una ley que regulaba las organizaciones caritativas. Nunca podrá librarse de los infaustos recuerdos de aquella infancia. A medida que crecía el número de cofrades, aumentaban las corrientes y divisiones internas. El propio Al Banna llegó a escribir en un punto que la sociedad debería considerarse “en guerra con cada líder, cada partido y cada organización que no trabaje para la victoria del islam”. Hubo quienes tomaron esa opinión al pie de la letra y a finales de los años 30 formaron una milicia secreta. En principio se fundó para luchar contra el flujo de judíos a la Palestina británica. En realidad participó en todo tipo de asesinatos selectivos dentro de Egipto, entre ellos el del primer ministro Mahmud al Nukrashi Pasha en diciembre de 1948.
Aquel magnicidio fue la gota que colmó el vaso para Al Banna, quien vio el peligro de la radicalización y en sus últimos años apostó decididamente por que la hermandad recurriera a medios pacíficos. De aquellos que cometieran atentados, el líder fundador dijo que no podían ser considerados “ni hermanos ni musulmanes”. Al Banna fue asesinado en febrero de 1949. Le sucedió Hasan al Hudaibi, quien sirvió de guía supremo en una gran travesía del desierto de la hermandad, hasta su muerte en 1973.
Nasser tenía sus razones para querer descabezar a la hermandad. Tras el alzamiento militar y la expulsión de los británicos en 1952, el coronel tomó las riendas del país. El 26 de octubre de 1954, durante un discurso en Alejandría para celebrar la independencia, un hojalatero afiliado a la cofradía le disparó ocho veces. Nasser salió ileso y con una determinación: suprimir a los Hermanos Musulmanes. Ilegalizó la cofradía. Ahorcó a seis miembros, entre ellos Mohamed Farghali, y encarceló a miles.
“Los Hermanos Musulmanes pasaron tantos años bajo asedio que tuvieron que recurrir a estructuras de organización muy eficientes, muy autoritarias, con estrictos controles desde la cima”, explica John Esposito, profesor en la Universidad de Georgetown y experto en la sociedad. “Es cierto que un grupo dentro de la hermandad recurrió a la violencia en respuesta al régimen autoritario de Nasser, pero durante más de 40 años ha funcionado dentro de la sociedad egipcia a pesar de sufrir represión, arrestos, prisión e incluso tortura. El argumento de que los Hermanos Musulmanes son terroristas, ovejas con piel de cordero, ha sido empleado por los líderes de Egipto, desde Nasser hasta Mubarak, para justificar su opresión contra los miembros del grupo. De ese modo se ha justificado ante otros países el nivel de represión empleado contra ellos. Mubarak empleó los ataques terroristas del 11-S para relacionarlos con Al Qaeda”.
Entre los encarcelados se hallaba Said Kutb. En prisión escribió un manifiesto en el que llamaba a un renacimiento armado del islam frente a los representantes de lo que él definió como el estado de ignorancia y primitivismo de los árabes antes de que se le revelara el Corán al profeta Mahoma. Para él la modernidad occidental, que conocía por una larga visita a América, era solo una parte más de ese atraso moral, toda una regresión indecente. Y si los líderes y ciudadanos egipcios renunciaban a los preceptos del islam y vivían de espaldas a él, eran ellos también objetivos legítimos en la lucha. Excarcelado y vuelto a encarcelar, las ideas de Kutb se convirtieron en una grave amenaza para Nasser, que ordenó que se le juzgara.
“Ha llegado la hora de que un musulmán dé su cabeza para proclamar el nacimiento del movimiento islámico”, dijo Kutb, dado a la grandilocuencia, al inicio del proceso, según los diarios de la época. Fue declarado culpable, casi sin derecho a la defensa. “He hecho la yihad durante 15 años antes de ganar el derecho a este martirio”, respondió cuando el Gobierno le ofreció la oportunidad de abjurar de sus creencias y librarse de la horca. Fue ajusticiado el 29 de agosto de 1966. Con su muerte nació un mito del islamismo radical.
Entonces un adolescente nacido en El Cairo había cumplido los primeros requisitos para unirse a la hermandad y quedó fascinado por las enseñanzas de Kutb. Se trataba de Ayman al Zawahiri, que sería uno de los fundadores de Al Qaeda, grupo terrorista que dirige ahora, tras la muerte de Osama bin Laden. Al Zawahiri dejaría eventualmente la hermandad y ha atacado ampliamente su voluntad de integrarse en las instituciones y participar en la política.
Lo cierto es que los líderes de la hermandad han experimentado un proceso de moderación a lo largo de las décadas y aún hoy día dicen que recurrirán siempre a medios pacíficos. “La violencia no entra en nuestros planes. Si hay violencia será porque la asumen grupos islámicos que no están afiliados a nosotros”, asegura Mohamed Beltagy, otro de sus líderes, que hoy sirve como secretario general de su partido político. “Si hay algo que la hermandad ha hecho en su historia es avanzar hacia la defensa de los sistemas democráticos. El poder lo ganamos en las urnas. Nos hemos distanciado de cualquier ideólogo islamista que promoviera la violencia. Pero la única respuesta que hemos recibido es un golpe de Estado”.
Durante los años de Sadat y Mubarak, a muchos líderes se les encerró durante largos años. Algunos fueron torturados. Paralelamente, los ideales de la sociedad se fueron extendiendo por el mundo árabe, bajo el lema fundacional de la organización: “Alá es nuestro objetivo, el profeta es nuestro líder, el Corán es nuestra ley, la yihad es nuestro medio, el martirio en el nombre de Alá es nuestro mayor anhelo”. En los territorios palestinos, miembros y simpatizantes de la hermandad fundaron el grupo islamista Hamás. Tomaron parte en las revueltas en Túnez y Libia. La cofradía ha sido una avanzadilla crucial en el levantamiento contra Bachar el Asad en Siria. El rey Abdalá II de Jordania teme su influencia, al igual que las monarquías del golfo Pérsico, que se han apresurado a apuntalar al Gobierno interino que rige Egipto tras el golpe con ayudas que superan los 9.300 millones de euros.
En Egipto, sin estar legalizada, la sociedad se alió con varios partidos para presentar a candidatos en diversas elecciones después de 1984. Tras la revuelta de la primavera árabe en 2011 y la caída de Mubarak, pasó a ganar todas las elecciones a las que se presentó en los primeros meses de la democracia. En las de la Cámara baja, celebradas entre noviembre de 2011 y enero de 2012, logró un 37,5% de los votos. Cuando se renovó el Consejo de la Shura, la Cámara alta, logró el 45% de las papeletas. En los comicios presidenciales, Mohamed Morsi logró el 51,73% de los votos en segunda vuelta.
Daban fruto en aquellos primeros meses de la democracia egipcia los largos años de intensa disciplina y organización y la simpatía granjeada en zonas rurales por la red de ayuda social, educativa y sanitaria de la hermandad. Desde la oposición se le recriminaba a Morsi que gobernara solo para los Hermanos Musulmanes. El Ejército y los demás partidos vieron con recelo cómo un grupo nacido, crecido y madurado en la clandestinidad acariciaba un poder casi absoluto. Morsi cometió sus errores, sobre todo el de proponer un proyecto de Constitución de corte islámico, con referencias a la sharía como fuente de legitimidad jurídica. Pero lo cierto es que llevó esa propuesta a las urnas, y aunque en el referéndum solo participó el 32,8% del electorado, el “sí” que él pidió ganó con un 63,8% de los votos.
“Las facciones opositoras interpretaron que Morsi estaba monopolizando el poder”, explica Carrie Wickham, profesora en la universidad norteamericana de Emory y que ha estudiado la hermandad durante 23 años. “Hay un largo historial de rencillas y desconfianza entre islamistas y seculares en Egipto. Estos últimos no vieron con buenos ojos que Morsi eligiera a miembros de la hermandad, o cercanos, para puestos de confianza. En otros países es normal que cuando un partido llega al poder ponga a su gente en el Gobierno, pero en este caso la democracia era aún demasiado joven como para que la oposición no entendiera los nombramientos de Morsi como un intento de la hermandad de monopolizar el poder”.
La cofradía se registró como una organización no gubernamental el pasado 21 de marzo, después de que un juzgado recomendara su disolución ateniéndose a la prohibición de Nasser en 1954. Un ejemplo de los grandes desafíos a las que se enfrentaba: los jueces rescataban órdenes de Nasser para suprimirla. Fue un momento revelador del dilema que vivía la hermandad, que culminaría en su expulsión del poder el 3 de julio. Era la sociedad mejor organizada del país, una fuerza formidable capaz de ganar una elección tras otra y con uno de sus líderes presidiendo la nación, pero hasta hace cuatro meses no estaba registrada ni rendía cuentas ante el Estado. Sus ancestrales enemigos —Ejército, policía, poder judicial— no abandonaron su guerra de agotamiento.
Para regularizar su situación, los líderes de la hermandad recurrieron a una ley aprobada por el régimen de Mubarak en 2002, que prohíbe a las organizaciones sin ánimo de lucro tomar parte en actividades políticas. La hermandad, en la sombra, participa ampliamente en política. Controlaba los poderes ejecutivo y legislativo a través de su partido, del que ni siquiera finge distanciarse. Y su finalidad es avanzar y consolidar la sharía a través de cauces legales y jurídicos.
“Los líderes de la hermandad erraron a la hora de evolucionar de una sociedad secreta y clandestina a ser un eficiente órgano de gobierno. No pudieron culminar con éxito esa transición institucional, psicológica, ideológica y política. No estaban listos para un cambio tan repentino”, explica Khaled Fahmy, historiador en la Universidad Americana de El Cairo. “Cuando crearon su partido político, no dieron por cumplida la misión de la hermandad. Podrían haberlo hecho, clausurándola, y de ese modo podrían haberse centrado en gobernar el país. Pero dejaron que el partido fuera controlado por la hermandad en la sombra, algo que creó numerosos recelos”.
Mientras la plaza de Tahrir en El Cairo, centro de las manifestaciones contra Mubarak y, más recientemente, contra Morsi, clama contra los Hermanos Musulmanes y les llama “terroristas”, los cofrades mantienen que han ganado varias elecciones legítimamente y exigen que se les restituya en el poder. Cuando dicen que no van a desaparecer ni van a permitir que se les silencie, los generales deberían escucharles. Al fin y al cabo, los años de represión de Nasser, Sadat y Mubarak solo les hicieron más organizados, y también más fuertes.
Bajo la sombra del guía supremo
“Nuestra revolución siempre ha sido y será pacífica. Nuestro pacifismo es más fuerte que las balas y los tanques”. Muchos rumores habían recorrido Egipto sobre el paradero y destino de Mohamed Badie, el líder supremo de los Hermanos Musulmanes en Egipto. Que había sido detenido. Que había huido a Libia. Que se había refugiado, de nuevo, en la clandestinidad. “No huyo. No me escondo. Aquí me tienen”. Comparecía desafiante el 5 de julio, dos días después del golpe de Estado, en un escenario frente a la mezquita cairota de Raba el Adauiya, cuyas inmediaciones ha tomado una multitud islamista.
Badie, veterinario de profesión, fue elegido en el puesto en 2010, el primer guía supremo en sustituir a su predecesor cuando este decidió apearse. Pasó nueve años en prisión, de 1965 a 1974, en represalia por su militancia en la cofradía. Aquello solo le llevó a intensificar su actividad en ella cuando quedó en libertad. Desde su liderazgo, ha defendido el ingreso de la hermandad en la política nacional, dejando atrás los años de resistencia y funcionamiento en secreto. Bajo su tutela, los Hermanos Musulmanes llegaron a lo más alto en los poderes Legislativo y Ejecutivo en Egipto.
El desplome de la hermandad, con el toque de gracia del golpe de Estado, fue también en gran parte responsabilidad suya. No supo o no quiso distanciarse del partido Libertad y Justicia, brazo político de la agrupación, y muchos opositores ridiculizaron al presidente depuesto, Mohamed Morsi, como una mera marioneta suya. En muchos programas de televisión satíricos se ha emitido una y otra vez una grabación de una rueda de prensa en la que Morsi habla y Badie, a su izquierda, le susurra, o le dicta, lo que debe decir. Morsi obedece, solícito.
Ocho líderes ha tenido la sociedad de los Hermanos Musulmanes desde su fundación. El recuerdo del primero, el maestro Hasan al Bana, es el más intenso de todos. Los cofrades se refieren a él como mártir, pues fue asesinado en 1949. Su foto cuelga hoy por hoy junto a la de Morsi en la mezquita donde se han refugiado los islamistas en El Cairo, sobre el emblema de la cofradía, dos espadas cruzadas ante un Corán. Al Banna avanzó la idea de yihad, de revuelta para propagar el islam.
“La civilización occidental, que resplandeció durante un largo tiempo en virtud de su perfección científica, que subyugó al mundo con los resultados de su ciencia, está ahora en bancarrota y declive”, escribió en los años 30. Tras ciertos titubeos sobre la validez del uso de la violencia, acabó renunciando a ella, sentando un precedente que seguirían sus sucesores en el cargo. La hermandad, sin embargo, es diversa y no es inmune a divisiones y rencillas.