Rusia bloquea un acuerdo del G-8 sobre una intervención en Siria
Obama y Putin sólo se pusieron de acuerdo en la necesidad de buscar una solución política
Antonio Caño
Enniskillen (Irlanda del Norte), El País
Ambos rígidos, solemnes, intercambiando una única y forzada sonrisa para estrecharse las manos al final del encuentro, el lenguaje corporal de Barack Obama y Vladimir Putin durante su entrevista de anoche en Lough Erne fue elocuente, no solo de la difícil relación entre estos dos personajes, sino del estrepitoso choque que Rusia y los demás países del G-8 han protagonizado hasta ahora en la cumbre celebrada en este bucólico paraje de Irlanda del Norte.
Obama y Putin solo se pusieron de acuerdo en la necesidad de contener la violencia en Siria y buscar una solución política, lo que dicho así, en el vacío, rodeado de otras múltiples discrepancias sobre cómo conseguirlo y en medio de la situación catastrófica que se vive en ese país en este momento, es, desde luego, un resultado muy pobre. “Estamos de acuerdo en empujar a las partes a la mesa de negociaciones”, dijo Putin. “Queremos intentar resolver el asunto por medios políticos, si es posible, y hemos dado instrucciones a nuestros equipos para una potencial reunión en Ginebra”, ratificó Obama.
Rusia ha dejado claro desde el primer minuto que condena tajantemente la decisión de Estados Unidos de armar a los rebeldes y que se niega a autorizar en la ONU la imposición de un espacio de exclusión aérea en ese país, lo que, unido al hecho de que Putin piensa, por su parte, seguir armando al régimen de Bachir al Asad, ha conducido a todos a un profundo derrotismo.
El primer ministro británico, David Cameron, reconocía que “existe claramente una gran diferencia entre la posición de Rusia y la del Reino Unido, Francia, Estados Unidos y otros”. Más pesimista aún, el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, advertía que, “a menos que se produzca un gran cambio de posición (de parte de Rusia), no va a ser posible conseguir un acuerdo”. Expresando abiertamente su frustración, el presidente francés, Francois Hollande, se preguntaba: “¿Cómo podemos decir que existen pruebas sobre el uso de armas químicas sin conseguir una condena unánime de parte de la comunidad internacional y del G-8?”.
Obama, que pretende dar un giro al estado actual de la guerra en Siria con su decisión de la pasada semana de entregar armamento a la oposición, mantuvo ayer varias reuniones bilaterales, incluida la de Putin, sin poder responder de manera positiva a la pregunta retórica de Hollande. Los líderes de EE UU, Alemania, Japón, Francia, Italia, Rusia, Canadá y el Reino Unido, tenían previsto continuar anoche las conversaciones en una cena, pero las perspectivas eran funestas.
Putin llegó a esta cumbre con una posición de total rechazo a la intención de Occidente de implicarse más directamente en el conflicto en apoyo de los rebeldes. En unas declaraciones tras el encuentro que sostuvo el domingo con Cameron, acusó a quienes entreguen armas a la oposición de “mancharse las manos de sangre”, y, en una cruda exposición de su visión del conflicto sirio, dijo: “¿A quiénes van a ayudar? ¿A esos que abren los cadáveres de sus víctimas y se comen sus entrañas? ¿Son a esos a quienes quieren a ayudar?”.
El presidente ruso aseguró que el único representante legítimo de Siria es el Gobierno de Bachir el Asad, y añadió que, mientras siga siendo así, Rusia, que le ha entregado poderosas armas ofensivas en los últimos años y meses, le seguirá apoyando.
En medio de este panorama, Cameron manifestó que “aún hay espacio para algunas coincidencias”. Las únicas fueron las mencionadas por Obama y Putin sobre una salida negociada. Pero esa solución pasa por la celebración de la conferencia de paz acordada el mes pasado por los Gobiernos de Rusia y EE UU, para la que todavía no se ha encontrado formato ni fecha por diversos desacuerdos.
Desde que el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, aceptó en Moscú esa conferencia, el Ejército de Asad ha mejorado considerablemente sus posiciones sobre el campo de batalla y ha hecho retroceder a la insurgencia, que ha perdido varias posiciones estratégicas y tiene dificultades para retener el control de la ciudad de Alepo.
La Administración norteamericana cree que el régimen sirio llegaría actualmente a una reunión de esas características en una posición muy fuerte, por lo que es partidario de retrasarla hasta que se equilibre la situación militar. Al mismo tiempo, Obama ha establecido como condición que Asad no puede jugar ningún papel en el futuro de su país y tiene que abandonar la presidencia, algo a lo que se opone Rusia.
Así pues, el bloqueo de la situación es patente, y la incapacidad de EE UU y sus aliados europeos de marcar la iniciativa en un nuevo conflicto en Oriente Próximo, igualmente evidente. Putin ha encontrado en Siria una gran oportunidad de recuperar la influencia internacional que Rusia había perdido en los últimos años, y se comporta, claramente, como la figura que está con ventaja en este duelo diplomático.
La cumbre del G-8 intenta compensar el más que probable fracaso sobre Siria con otras iniciativas de índole económico que deberían quedar reflejadas hoy en una declaración final. Además del acuerdo para iniciar el mes próximo las conversaciones para un tratado de libre comercio entre EE UU y la Unión Europea, los líderes de las economías más desarrolladas intentan un compromiso para una mayor transparencia del sistema financiero, mediante la regulación de los actuales paraísos fiscales.
Esa es una de las iniciativas que Cameron, actual presidente del G-8, ha estado promoviendo con más energía. Aunque una declaración multilateral supondría un avance considerable, los paraísos fiscales existen en función de legislaciones que cada país tendrá que modificar por separado, lo que deja un espacio amplio para la incertidumbre.
La declaración final podría incluir también un mensaje, especialmente dirigido a Europa, y más precisamente a la canciller alemana, Angela Merkel, para que se impulsen de manera más decidida políticas de crecimiento económico que aceleren la creación de empleo. Aunque el diagnóstico que el G-8 hará de la marcha de la economía mundial será moderadamente positivo, se reconocerá que aún existen amenazas, sobre todo en Europa, que ponen en riesgo la estabilización y el progreso en todo el mundo.
Antonio Caño
Enniskillen (Irlanda del Norte), El País
Ambos rígidos, solemnes, intercambiando una única y forzada sonrisa para estrecharse las manos al final del encuentro, el lenguaje corporal de Barack Obama y Vladimir Putin durante su entrevista de anoche en Lough Erne fue elocuente, no solo de la difícil relación entre estos dos personajes, sino del estrepitoso choque que Rusia y los demás países del G-8 han protagonizado hasta ahora en la cumbre celebrada en este bucólico paraje de Irlanda del Norte.
Obama y Putin solo se pusieron de acuerdo en la necesidad de contener la violencia en Siria y buscar una solución política, lo que dicho así, en el vacío, rodeado de otras múltiples discrepancias sobre cómo conseguirlo y en medio de la situación catastrófica que se vive en ese país en este momento, es, desde luego, un resultado muy pobre. “Estamos de acuerdo en empujar a las partes a la mesa de negociaciones”, dijo Putin. “Queremos intentar resolver el asunto por medios políticos, si es posible, y hemos dado instrucciones a nuestros equipos para una potencial reunión en Ginebra”, ratificó Obama.
Rusia ha dejado claro desde el primer minuto que condena tajantemente la decisión de Estados Unidos de armar a los rebeldes y que se niega a autorizar en la ONU la imposición de un espacio de exclusión aérea en ese país, lo que, unido al hecho de que Putin piensa, por su parte, seguir armando al régimen de Bachir al Asad, ha conducido a todos a un profundo derrotismo.
El primer ministro británico, David Cameron, reconocía que “existe claramente una gran diferencia entre la posición de Rusia y la del Reino Unido, Francia, Estados Unidos y otros”. Más pesimista aún, el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, advertía que, “a menos que se produzca un gran cambio de posición (de parte de Rusia), no va a ser posible conseguir un acuerdo”. Expresando abiertamente su frustración, el presidente francés, Francois Hollande, se preguntaba: “¿Cómo podemos decir que existen pruebas sobre el uso de armas químicas sin conseguir una condena unánime de parte de la comunidad internacional y del G-8?”.
Obama, que pretende dar un giro al estado actual de la guerra en Siria con su decisión de la pasada semana de entregar armamento a la oposición, mantuvo ayer varias reuniones bilaterales, incluida la de Putin, sin poder responder de manera positiva a la pregunta retórica de Hollande. Los líderes de EE UU, Alemania, Japón, Francia, Italia, Rusia, Canadá y el Reino Unido, tenían previsto continuar anoche las conversaciones en una cena, pero las perspectivas eran funestas.
Putin llegó a esta cumbre con una posición de total rechazo a la intención de Occidente de implicarse más directamente en el conflicto en apoyo de los rebeldes. En unas declaraciones tras el encuentro que sostuvo el domingo con Cameron, acusó a quienes entreguen armas a la oposición de “mancharse las manos de sangre”, y, en una cruda exposición de su visión del conflicto sirio, dijo: “¿A quiénes van a ayudar? ¿A esos que abren los cadáveres de sus víctimas y se comen sus entrañas? ¿Son a esos a quienes quieren a ayudar?”.
El presidente ruso aseguró que el único representante legítimo de Siria es el Gobierno de Bachir el Asad, y añadió que, mientras siga siendo así, Rusia, que le ha entregado poderosas armas ofensivas en los últimos años y meses, le seguirá apoyando.
En medio de este panorama, Cameron manifestó que “aún hay espacio para algunas coincidencias”. Las únicas fueron las mencionadas por Obama y Putin sobre una salida negociada. Pero esa solución pasa por la celebración de la conferencia de paz acordada el mes pasado por los Gobiernos de Rusia y EE UU, para la que todavía no se ha encontrado formato ni fecha por diversos desacuerdos.
Desde que el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, aceptó en Moscú esa conferencia, el Ejército de Asad ha mejorado considerablemente sus posiciones sobre el campo de batalla y ha hecho retroceder a la insurgencia, que ha perdido varias posiciones estratégicas y tiene dificultades para retener el control de la ciudad de Alepo.
La Administración norteamericana cree que el régimen sirio llegaría actualmente a una reunión de esas características en una posición muy fuerte, por lo que es partidario de retrasarla hasta que se equilibre la situación militar. Al mismo tiempo, Obama ha establecido como condición que Asad no puede jugar ningún papel en el futuro de su país y tiene que abandonar la presidencia, algo a lo que se opone Rusia.
Así pues, el bloqueo de la situación es patente, y la incapacidad de EE UU y sus aliados europeos de marcar la iniciativa en un nuevo conflicto en Oriente Próximo, igualmente evidente. Putin ha encontrado en Siria una gran oportunidad de recuperar la influencia internacional que Rusia había perdido en los últimos años, y se comporta, claramente, como la figura que está con ventaja en este duelo diplomático.
La cumbre del G-8 intenta compensar el más que probable fracaso sobre Siria con otras iniciativas de índole económico que deberían quedar reflejadas hoy en una declaración final. Además del acuerdo para iniciar el mes próximo las conversaciones para un tratado de libre comercio entre EE UU y la Unión Europea, los líderes de las economías más desarrolladas intentan un compromiso para una mayor transparencia del sistema financiero, mediante la regulación de los actuales paraísos fiscales.
Esa es una de las iniciativas que Cameron, actual presidente del G-8, ha estado promoviendo con más energía. Aunque una declaración multilateral supondría un avance considerable, los paraísos fiscales existen en función de legislaciones que cada país tendrá que modificar por separado, lo que deja un espacio amplio para la incertidumbre.
La declaración final podría incluir también un mensaje, especialmente dirigido a Europa, y más precisamente a la canciller alemana, Angela Merkel, para que se impulsen de manera más decidida políticas de crecimiento económico que aceleren la creación de empleo. Aunque el diagnóstico que el G-8 hará de la marcha de la economía mundial será moderadamente positivo, se reconocerá que aún existen amenazas, sobre todo en Europa, que ponen en riesgo la estabilización y el progreso en todo el mundo.