Las razones del hastío contra Morsi

Detrás de las protestas contra el presidente egipcio, está el paro, la carestía de gasolina, el ascenso islamista y la sensación de que no está a la altura del cambio que alumbró la revolución

David Alandete
El Cairo, El País
El desempleo. La carestía de gasolina. El abuso de poder. La promoción y defensa de sus aliados islamistas. No hay una sola razón por la que cientos de miles de personas se hayan lanzado a las calles a protestar tras un año de la investidura del presidente Mohamed Morsi, exigiendo su marcha. Los motivos son un complejo entramado de desencuentros y decepciones, que han llevado a una heterogénea mezcla de egipcios al estado de indignación con el que han tomado las calles. Casi todos, sin embargo, coinciden en algo: Morsi no es digno de liderar desde el poder el proceso de transición que se abrió con las revueltas de 2011, que acabaron con 30 años de régimen de Hosni Mubarak.


El maltrecho estado de la economía es un poderoso revulsivo. El desempleo supera ya el 13%. Hay apagones de electricidad y escasez de algunos productos. “Las colas para llenar el depósito de gasolina son de dos horas. Es indignante, merecemos algo mejor”, dice Hassan Asagbi, de 42 años, que recoge firmas en la plaza de Tahrir para acabar con el mandato de Morsi. Incapaz de garantizar la seguridad en las calles, el presidente ha visto desmoronarse la entrada al país de turistas, que consideran que Egipto, a pesar de su riqueza cultural, ya no es un lugar vacacional idóneo.

A otros manifestantes les molesta especialmente el estilo de gobierno de Morsi. “No solo libera a terroristas. ¡Les pone en puestos de Gobierno!”, dice Mohairib al Masri, de 27 años. Se refiere al reciente nombramiento de Adel al Jayat, exmiembro del grupo terrorista Gama Islamiya, como gobernador de la provincia de Luxor. La presión de los empresarios y los opositores de Morsi obligó a Al Jayat a dimitir de su cargo siete días después de haber sido nombrado. El año pasado, el presidente intentó, sin éxito, aprobar un decreto que le hubiera otorgado poderes casi absolutos.

También está, entre las razones para estas protestas, el temor al avance del islamismo, es decir, que Egipto se convierta en avanzadilla de una toma de poder regional por parte de la sociedad de los Hermanos Musulmanes. Al fin y al cabo, Morsi militaba cuando llegó al poder en el partido Justicia y Libertad, brazo político de esa agrupación, que durante décadas fue suprimida y acallada por Mubarak. Hoy, que detenta el poder, es vista por muchos egipcios seculares y moderados como una amenaza a los nuevos valores democráticos del sistema político egipcio. En diciembre, Morsi logró aprobar una constitución de corte islamista, que la oposición le ha pedido sin éxito que derogue.

“El problema es que, con Morsi, los Hermanos Musulmanes han ascendido al poder. Ellos son el problema. Quieren instaurar un califato en Egipto, para seguir expandiéndolo en los demás países”, opina Ahmad Shafay, ingeniero agrícola de 35 años. De momento no ha habido ninguna medida de envergadura que dé evidencias de un plan de islamización por parte de Morsi. Lo que ha irritado a los manifestantes son detalles pequeños, como el que el pasado mes de septiembre una presentadora de televisión diera el parte de noticias en el Canal 1 de televisión tocada con un velo islámico que le cubría cabello y cuello.

Sobre todo, lo que más ha irritado a los opositores egipcios es lo que consideran una traición y abandono de los principios de la revolución iniciada en 2011. “Tres eran los principios de aquella revolución: pan, justicia y libertad. Morsi no ha cumplido ninguno. Ha tenido un año, y el país solo ha ido a peor. Debe marcharse”, dice Zaid Sultan, de 35 años, que resultó herido en las protestas contra Mubarak en 2011. Aquella revuelta encendió muchas ilusiones y prometió representatividad, respeto por las minorías y mejoras en las libertades civiles. Ahora, muchos de los egipcios que la protagonizaron consideran que su presidente, simplemente, no está a la altura.

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