Berlusconi agita el Gobierno del italiano Letta
Il Cavaliere amenaza con dinamitar su coalición con el centroizquierda
Pablo Ordaz
Roma, El País
Sin bolígrafo y sin reloj —pidió uno prestado y miró la hora en el teléfono móvil—, Enrico Letta se presentó ayer ante los corresponsales extranjeros acreditados en Roma y respondió a sus preguntas durante una hora y media. El primer ministro italiano se mostró amable y locuaz, salvo cuando las cuestiones se referían a los problemas judiciales de Silvio Berlusconi, su incómodo socio de Gobierno. En esos casos, Letta ponía cara de póker y solventaba el asunto con un par de frases del tipo: “Veo un Gobierno estable y concentrado sobre sus objetivos. No creo que haya consecuencias debido a casos externos, incluidos aquellos de carácter judicial”. Pero a solo unos metros de allí —la asociación de la prensa extranjera y el partido de Berlusconi comparten la Vía de la Humildad…—, la situación indicaba justo lo contrario. El político y magnate estaba convocando a sus fieles para, según informaba la prensa italiana, replantearse el apoyo al Gobierno.
Desde que nació este nuevo y extraño Gobierno de coalición entre el centroizquierda y el centroderecha —“hace solo 50 días, pero parece una vida”, reconoció ayer Letta—, Silvio Berlusconi se ha encargado de dejar claro que la llave la tiene él. Y que seguirá dándole cuerda o no al Ejecutivo en función de sus intereses. El tres veces primer ministro, de 76 años, aspiraba a que su contribución a la gobernabilidad de Italia le sirviera de parapeto para sus cada vez más acuciantes problemas judiciales. Pero el miércoles por la tarde confirmó que ni Enrico Letta ni el presidente de la República, Giorgio Napolitano, parecen dispuestos a mover un dedo para ahorrarle el calvario. El Tribunal Constitucional desbarató los intentos de la defensa de Berlusconi por anular el proceso Mediaset, en el que Berlusconi ya ha sido condenado en primera y segunda instancia a cuatro años de cárcel y cinco de inhabilitación en el desempeño de cargos públicos. Por tanto, a Il Cavaliere solo le queda esperar a que, antes de un año, se produzca la sentencia definitiva. Pero nadie piensa que Berlusconi, genio y figura, esté dispuesto a esperar sentado un fallo que supondría su triste final político.
De hecho, durante la jornada del miércoles, antes de que se produjera la decisión del Tribunal Constitucional negando el conflicto de intereses —los abogados alegaban que Berlusconi no se pudo defender bien en 2010 debido a sus obligaciones como primer ministro—, algunos dirigentes del Pueblo de la Libertad (PDL) advirtieron que si el fallo era contrario al jefe sus parlamentarios dimitirían en bloque y provocarían el desgobierno. Al parecer, Berlusconi templó gaitas. O tal vez solo puso a enfriar la venganza. En la tarde de ayer, diversos medios italianos coincidían en que el viejo político estaba organizando una reunión nocturna en el palacio Grazzioli, su lujosa residencia romana, para desenchufar al Gobierno.
Con este ambiente alrededor se presentó ayer Letta ante la prensa extranjera. Y salvo la incomodidad lógica ante la preguntas que se referían a su socio, la impresión que dio —y que se esforzó en dar— fue la de un estadista con ganas de serlo y con varias ideas muy claras. Entre las más urgentes, casi en el mismo peldaño que la lucha contra el desempleo juvenil, situó la de “hacer de Italia un país fiable”. El primer ministro pidió a los presentes que mirarán con atención las 80 medidas aprobadas recientemente por su gobierno, entre las que, dijo, “hay algunas verdaderamente revolucionarias”. Y puso un ejemplo: “La reforma de la justicia civil. Estoy acostumbrado a oír decir a los empresarios extranjeros. Me encantaría ir a invertir a Italia, pero el problema —más que los impuestos altos, más que el coste de los salarios— es que si no eres amigo de un amigo no consigues hacer las gestiones, no logras que las cosas salgan adelante. Todos hemos escuchado quejas de este tipo o la hemos dicho nosotros mismos. Necesitamos reglas que sirvan para todos. Y procesos civiles rápidos. Aquí utiliza la justicia en su favor el que hace más las cosas, no el que tiene la razón. Hay más de cuatro millones de juicios pendientes. De ahí que mi objetivo, tal vez el principal, sea trabajar por una Italia fiable. Y la fiabilidad parte del respeto a las reglas. Hay una palabra, scorciatoia [atajo], que debemos eliminar del diccionario…”.
Toda la intervención de Letta estuvo salpicada de dos referencias constantes. La necesidad de robustecer la idea de Europa: “Lo he dicho en la reunión del G8. No es verdad que Europa sea un problema. Es todo lo contrario. La historia de Europa es una historia de éxito. Quiero que Italia se convierta en el país que trabaja más por los Estados Unidos de Europa”. Y la lucha contra el desempleo juvenil: “En los últimos cinco años, Italia ha tomado dos grandes decisiones de carácter social. La primera fue destinar todo el dinero posible para la protección del trabajo que había: 38.000 millones de euros para la caja de compensación salarial [un mecanismo de regulación del empleo, el dinero que los trabajadores dejan de recibir temporalmente de las empresas en apuros lo perciben a través de un fondo público]. Este dinero iba, lógicamente, para quien ya tenía trabajo, personas de más de 40 años, incluso de más de 60. La segunda medida, tomada al mismo tiempo, fue aumentar la edad de jubilación de modo radical. La reforma de las pensiones [puesta en práctica por Mario Monti] fue la más rigurosa que se ha hecho en Europa. ¿Cuál es la consecuencia? Pues que las empresas que tenían pensado contratar a jóvenes, se se han encontrado con la situación contraria: que tenían que mantener en sus puestos de trabajo a aquellos que estaban a punto de jubilarse. Ahora tenemos que destinar a los jóvenes todo lo que les hemos quitado”.
Son los planes de Letta, con el permiso de Berlusconi.
Pablo Ordaz
Roma, El País
Sin bolígrafo y sin reloj —pidió uno prestado y miró la hora en el teléfono móvil—, Enrico Letta se presentó ayer ante los corresponsales extranjeros acreditados en Roma y respondió a sus preguntas durante una hora y media. El primer ministro italiano se mostró amable y locuaz, salvo cuando las cuestiones se referían a los problemas judiciales de Silvio Berlusconi, su incómodo socio de Gobierno. En esos casos, Letta ponía cara de póker y solventaba el asunto con un par de frases del tipo: “Veo un Gobierno estable y concentrado sobre sus objetivos. No creo que haya consecuencias debido a casos externos, incluidos aquellos de carácter judicial”. Pero a solo unos metros de allí —la asociación de la prensa extranjera y el partido de Berlusconi comparten la Vía de la Humildad…—, la situación indicaba justo lo contrario. El político y magnate estaba convocando a sus fieles para, según informaba la prensa italiana, replantearse el apoyo al Gobierno.
Desde que nació este nuevo y extraño Gobierno de coalición entre el centroizquierda y el centroderecha —“hace solo 50 días, pero parece una vida”, reconoció ayer Letta—, Silvio Berlusconi se ha encargado de dejar claro que la llave la tiene él. Y que seguirá dándole cuerda o no al Ejecutivo en función de sus intereses. El tres veces primer ministro, de 76 años, aspiraba a que su contribución a la gobernabilidad de Italia le sirviera de parapeto para sus cada vez más acuciantes problemas judiciales. Pero el miércoles por la tarde confirmó que ni Enrico Letta ni el presidente de la República, Giorgio Napolitano, parecen dispuestos a mover un dedo para ahorrarle el calvario. El Tribunal Constitucional desbarató los intentos de la defensa de Berlusconi por anular el proceso Mediaset, en el que Berlusconi ya ha sido condenado en primera y segunda instancia a cuatro años de cárcel y cinco de inhabilitación en el desempeño de cargos públicos. Por tanto, a Il Cavaliere solo le queda esperar a que, antes de un año, se produzca la sentencia definitiva. Pero nadie piensa que Berlusconi, genio y figura, esté dispuesto a esperar sentado un fallo que supondría su triste final político.
De hecho, durante la jornada del miércoles, antes de que se produjera la decisión del Tribunal Constitucional negando el conflicto de intereses —los abogados alegaban que Berlusconi no se pudo defender bien en 2010 debido a sus obligaciones como primer ministro—, algunos dirigentes del Pueblo de la Libertad (PDL) advirtieron que si el fallo era contrario al jefe sus parlamentarios dimitirían en bloque y provocarían el desgobierno. Al parecer, Berlusconi templó gaitas. O tal vez solo puso a enfriar la venganza. En la tarde de ayer, diversos medios italianos coincidían en que el viejo político estaba organizando una reunión nocturna en el palacio Grazzioli, su lujosa residencia romana, para desenchufar al Gobierno.
Con este ambiente alrededor se presentó ayer Letta ante la prensa extranjera. Y salvo la incomodidad lógica ante la preguntas que se referían a su socio, la impresión que dio —y que se esforzó en dar— fue la de un estadista con ganas de serlo y con varias ideas muy claras. Entre las más urgentes, casi en el mismo peldaño que la lucha contra el desempleo juvenil, situó la de “hacer de Italia un país fiable”. El primer ministro pidió a los presentes que mirarán con atención las 80 medidas aprobadas recientemente por su gobierno, entre las que, dijo, “hay algunas verdaderamente revolucionarias”. Y puso un ejemplo: “La reforma de la justicia civil. Estoy acostumbrado a oír decir a los empresarios extranjeros. Me encantaría ir a invertir a Italia, pero el problema —más que los impuestos altos, más que el coste de los salarios— es que si no eres amigo de un amigo no consigues hacer las gestiones, no logras que las cosas salgan adelante. Todos hemos escuchado quejas de este tipo o la hemos dicho nosotros mismos. Necesitamos reglas que sirvan para todos. Y procesos civiles rápidos. Aquí utiliza la justicia en su favor el que hace más las cosas, no el que tiene la razón. Hay más de cuatro millones de juicios pendientes. De ahí que mi objetivo, tal vez el principal, sea trabajar por una Italia fiable. Y la fiabilidad parte del respeto a las reglas. Hay una palabra, scorciatoia [atajo], que debemos eliminar del diccionario…”.
Toda la intervención de Letta estuvo salpicada de dos referencias constantes. La necesidad de robustecer la idea de Europa: “Lo he dicho en la reunión del G8. No es verdad que Europa sea un problema. Es todo lo contrario. La historia de Europa es una historia de éxito. Quiero que Italia se convierta en el país que trabaja más por los Estados Unidos de Europa”. Y la lucha contra el desempleo juvenil: “En los últimos cinco años, Italia ha tomado dos grandes decisiones de carácter social. La primera fue destinar todo el dinero posible para la protección del trabajo que había: 38.000 millones de euros para la caja de compensación salarial [un mecanismo de regulación del empleo, el dinero que los trabajadores dejan de recibir temporalmente de las empresas en apuros lo perciben a través de un fondo público]. Este dinero iba, lógicamente, para quien ya tenía trabajo, personas de más de 40 años, incluso de más de 60. La segunda medida, tomada al mismo tiempo, fue aumentar la edad de jubilación de modo radical. La reforma de las pensiones [puesta en práctica por Mario Monti] fue la más rigurosa que se ha hecho en Europa. ¿Cuál es la consecuencia? Pues que las empresas que tenían pensado contratar a jóvenes, se se han encontrado con la situación contraria: que tenían que mantener en sus puestos de trabajo a aquellos que estaban a punto de jubilarse. Ahora tenemos que destinar a los jóvenes todo lo que les hemos quitado”.
Son los planes de Letta, con el permiso de Berlusconi.