Las minorías sirias se replantean su apoyo al régimen de El Asad
Los drusos que viven en los Altos del Golán han apoyado tradicionalmente a Damasco
Hoy, muchos de ellos hablan en contra del Gobierno, a pesar del riesgo que ello supone
David Alandete
Bukata, El País
Antes, nadie osaba hablar contra Bachar el Asad. La esperanza era, siempre, que los Altos del Golán, ocupados por Israel en 1967, fueran devueltos a Siria. Damasco defendía los intereses de la comunidad siria que allí reside, drusa, frente a la mayoría suní de su país de origen. Pero son ya más de dos años de guerra, y 80.000 muertos son muchos muertos. Del otro lado de la frontera llegan historias de ejecuciones y masacres. Y el apoyo antes unánime a El Asad ha quedado resquebrajado. Hoy hay ya quienes osan criticar al presidente y su Gobierno, con voces cada vez más altas, aun a sabiendas de que su atrevimiento puede poner precio a sus vidas.
Wiyam Amasha, de 31 años, está condenado a muerte. La Mujabarat, el servicio secreto sirio, le ha incluido en una lista negra, en la que se hallan cinco activistas en el Golán, por su difusión en Internet de imágenes y vídeos que muestran atrocidades del régimen contra los rebeldes, muchos de ellos drusos, en villas sirias que se hallan al otro lado de la frontera, a unos kilómetros de distancia.
La familia Amasha se decantó temprano en la revuelta a favor de apoyar a los opositores. Hace unos meses a su padre, Mahmoud, le atropellaron en las calles de esta villa de mayoría siria, según cree la familia de forma intencional, por sus críticas a El Asad. Estuvo ingresado dos semanas. “El de mi padre fue el tercer ataque contra mi familia, el más duro, el más violento, el que hirió en la carne”, dice Amasha en su casa, rodeado de banderas sirias, a escasos metros de la plaza central de la villa, que lleva el nombre de El Asad.
En 2011 Amasha fue liberado después de pasar 12 años en prisión por planificar el secuestro de un soldado israelí. Aun a día de hoy dice pensar y soñar con la libertad, aunque en esta ocasión es la de su pueblo y la de la tierra en la que vive. Su fin último es que los 20.000 sirios del Golán vuelvan a sentirse ciudadanos de pleno derecho de su país, 46 años después de la ocupación. “Esta es nuestra cultura. Nosotros nos oponemos a la ocupación, y aspiramos a la libertad del Golán. Y esa ansia de libertad se aplica ahora a la revolución siria. Queremos libertad, democracia, pluralismo”, añade.
Hace solo un año, Amasha hubiera sido un paria en Bukata. Pero hoy, cada vez más drusos del Golán encuentran difícil defender la legitimidad del régimen. Lo mismo sucede con otras minorías sirias, como los cristianos o los ismailíes. Ha sido un cambio tardío. Durante décadas, la familia El Asad, y su secta, la alauí, protegieron a las minorías de Siria frente a los avances de los suníes, que son el 74% de la población. Las incluyeron en el Gobierno, las convirtieron en élite. Cuando comenzó la revuelta, en marzo de 2011, esas minorías temían que con los opositores llegara el extremismo religioso. Pero parece que el régimen ha cruzado para muchos de ellos una línea de no retorno.
Hoy, miembros de un grupo llamado Movimiento Democrático Nacional se reúnen periódicamente en la localidad de Majdal Shams, también en el Golán ocupado, para decidir cómo reparten las donaciones que recaudan en viajes a lugares como Jordania. Buscan hospitales, villas dañadas y campos de refugiados que necesiten ayuda. Fauzi Abu Jabal, de 60 años, participa en esas reuniones. Cree que ha habido ya demasiados excesos, sobre todo por parte del régimen, aunque también en la oposición.
“Hoy, cada día hay una pequeña Hama”, dice, en referencia a la masacre de 1982, en la que Hafez el Asad, padre del actual presidente, ordenó aplastar una revuelta islámica. Los bombardeos en la localidad de Hama se saldaron con al menos 10.000 muertos. El Gobierno ordenó, literalmente, apisonar vecindarios enteros. “Los rebeldes luchan para crear un Estado en Siria. Hoy no hay Estado, lo que hay es una dictadura. Y en el futuro de ese nuevo Estado se halla la posibilidad de un Golán libre”, añade.
Han desertado incluso aquellos que en el pasado más se jugaron por el régimen. Nasr Abu Shahin nació en Damasco en 1967, el año en que su familia se mudó al Golán y en que Israel tomó militarmente ese territorio. Fue arrestado en dos ocasiones en los años 80 y 90 del siglo pasado, y pasó ocho años preso, por amasar información sobre los soldados y colonos israelíes en el Golán, y cruzar a Siria para entregársela al Gobierno. Hoy, con aquellos días a sus espaldas, no esconde su profunda decepción con el régimen.
“Se ha convertido en el Gobierno de una banda de matones contra el pueblo”, opina. “Sé de qué es capaz este régimen, porque he vivido con él, porque he trabajado para él. Conozco su mentalidad. Pervive exprimiendo a la gente, hasta su última gota”, añade. Tilda al régimen de “dictadura, que no respeta ni a su propia ciudadanía”.
Si estas minorías le dan la espalda, a El Asad solo le va quedando el apoyo incólume de su propio grupo, los alauíes, que son el 11% de la población. En los pasados meses, varios analistas occidentales han planteado la posibilidad de que, en caso de derrumbe, el régimen y sus fieles se refugien en lo que entre 1920 y 1946 fue el estado alauí dentro del mandato francés de Oriente Próximo, en torno a la ciudad de Latakia, en el norte costero de la actual Siria. El Gobierno no se ha pronunciado al respecto, pero en Damasco bien saben hoy que ese puede ser su último refugio.
Hoy, muchos de ellos hablan en contra del Gobierno, a pesar del riesgo que ello supone
David Alandete
Bukata, El País
Antes, nadie osaba hablar contra Bachar el Asad. La esperanza era, siempre, que los Altos del Golán, ocupados por Israel en 1967, fueran devueltos a Siria. Damasco defendía los intereses de la comunidad siria que allí reside, drusa, frente a la mayoría suní de su país de origen. Pero son ya más de dos años de guerra, y 80.000 muertos son muchos muertos. Del otro lado de la frontera llegan historias de ejecuciones y masacres. Y el apoyo antes unánime a El Asad ha quedado resquebrajado. Hoy hay ya quienes osan criticar al presidente y su Gobierno, con voces cada vez más altas, aun a sabiendas de que su atrevimiento puede poner precio a sus vidas.
Wiyam Amasha, de 31 años, está condenado a muerte. La Mujabarat, el servicio secreto sirio, le ha incluido en una lista negra, en la que se hallan cinco activistas en el Golán, por su difusión en Internet de imágenes y vídeos que muestran atrocidades del régimen contra los rebeldes, muchos de ellos drusos, en villas sirias que se hallan al otro lado de la frontera, a unos kilómetros de distancia.
La familia Amasha se decantó temprano en la revuelta a favor de apoyar a los opositores. Hace unos meses a su padre, Mahmoud, le atropellaron en las calles de esta villa de mayoría siria, según cree la familia de forma intencional, por sus críticas a El Asad. Estuvo ingresado dos semanas. “El de mi padre fue el tercer ataque contra mi familia, el más duro, el más violento, el que hirió en la carne”, dice Amasha en su casa, rodeado de banderas sirias, a escasos metros de la plaza central de la villa, que lleva el nombre de El Asad.
En 2011 Amasha fue liberado después de pasar 12 años en prisión por planificar el secuestro de un soldado israelí. Aun a día de hoy dice pensar y soñar con la libertad, aunque en esta ocasión es la de su pueblo y la de la tierra en la que vive. Su fin último es que los 20.000 sirios del Golán vuelvan a sentirse ciudadanos de pleno derecho de su país, 46 años después de la ocupación. “Esta es nuestra cultura. Nosotros nos oponemos a la ocupación, y aspiramos a la libertad del Golán. Y esa ansia de libertad se aplica ahora a la revolución siria. Queremos libertad, democracia, pluralismo”, añade.
Hace solo un año, Amasha hubiera sido un paria en Bukata. Pero hoy, cada vez más drusos del Golán encuentran difícil defender la legitimidad del régimen. Lo mismo sucede con otras minorías sirias, como los cristianos o los ismailíes. Ha sido un cambio tardío. Durante décadas, la familia El Asad, y su secta, la alauí, protegieron a las minorías de Siria frente a los avances de los suníes, que son el 74% de la población. Las incluyeron en el Gobierno, las convirtieron en élite. Cuando comenzó la revuelta, en marzo de 2011, esas minorías temían que con los opositores llegara el extremismo religioso. Pero parece que el régimen ha cruzado para muchos de ellos una línea de no retorno.
Hoy, miembros de un grupo llamado Movimiento Democrático Nacional se reúnen periódicamente en la localidad de Majdal Shams, también en el Golán ocupado, para decidir cómo reparten las donaciones que recaudan en viajes a lugares como Jordania. Buscan hospitales, villas dañadas y campos de refugiados que necesiten ayuda. Fauzi Abu Jabal, de 60 años, participa en esas reuniones. Cree que ha habido ya demasiados excesos, sobre todo por parte del régimen, aunque también en la oposición.
“Hoy, cada día hay una pequeña Hama”, dice, en referencia a la masacre de 1982, en la que Hafez el Asad, padre del actual presidente, ordenó aplastar una revuelta islámica. Los bombardeos en la localidad de Hama se saldaron con al menos 10.000 muertos. El Gobierno ordenó, literalmente, apisonar vecindarios enteros. “Los rebeldes luchan para crear un Estado en Siria. Hoy no hay Estado, lo que hay es una dictadura. Y en el futuro de ese nuevo Estado se halla la posibilidad de un Golán libre”, añade.
Han desertado incluso aquellos que en el pasado más se jugaron por el régimen. Nasr Abu Shahin nació en Damasco en 1967, el año en que su familia se mudó al Golán y en que Israel tomó militarmente ese territorio. Fue arrestado en dos ocasiones en los años 80 y 90 del siglo pasado, y pasó ocho años preso, por amasar información sobre los soldados y colonos israelíes en el Golán, y cruzar a Siria para entregársela al Gobierno. Hoy, con aquellos días a sus espaldas, no esconde su profunda decepción con el régimen.
“Se ha convertido en el Gobierno de una banda de matones contra el pueblo”, opina. “Sé de qué es capaz este régimen, porque he vivido con él, porque he trabajado para él. Conozco su mentalidad. Pervive exprimiendo a la gente, hasta su última gota”, añade. Tilda al régimen de “dictadura, que no respeta ni a su propia ciudadanía”.
Si estas minorías le dan la espalda, a El Asad solo le va quedando el apoyo incólume de su propio grupo, los alauíes, que son el 11% de la población. En los pasados meses, varios analistas occidentales han planteado la posibilidad de que, en caso de derrumbe, el régimen y sus fieles se refugien en lo que entre 1920 y 1946 fue el estado alauí dentro del mandato francés de Oriente Próximo, en torno a la ciudad de Latakia, en el norte costero de la actual Siria. El Gobierno no se ha pronunciado al respecto, pero en Damasco bien saben hoy que ese puede ser su último refugio.