ANÁLISIS / Obama ante el espejo de Bush
“Esta guerra, como todas las guerras, tiene que terminar. Eso es lo que nos dice la historia"
Antonio Caño
Washington, El País
Barack Obama heredó de George W. Bush, no solo el cargo, sino un país y un mundo construidos de acuerdo a su visión. En los cuatro años y cuatro meses transcurridos desde la transferencia del poder, algunas de las expresiones más ofensivas de esa visión, como las torturas, las cárceles secretas o las detenciones ilegales, han sido eliminadas. Pero la presidencia de Estados Unidos se ha movido, esencialmente, en los mismos parámetros diseñados por la anterior Administración, los que se definen con el concepto general y vago de guerra global (o mundial) contra el terrorismo. En su discurso del jueves en la Universidad de la Defensa Nacional de Washington, Obama dio el primer paso serio para poner fin a esa época. “Esta guerra, como todas las guerras, tiene que terminar. Eso es lo que nos dice la historia, eso es lo que nuestra democracia nos demanda”, dijo el presidente, en la frase más significativa y rotunda de todo el mensaje.
Esa guerra está legalmente amparada por la ley de Autorización del Uso de la Fuerza Militar, aprobada inmediatamente después del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 y que da al presidente poderes prácticamente ilimitados para actuar contra cualquier amenaza a la seguridad de EE UU en cualquier punto del planeta. “Quiero implicar al Congreso y al pueblo norteamericano en la redefinición de esa ley y, en última instancia, en su revocación”, dijo Obama.
Esa es la ley que permitió la creación de la cárcel de Guantánamo y la que hasta hoy da cobertura legal al uso indiscriminado de los drones (aviones sin tripulación), las dos reminiscencias más evidentes de la guerra global contra el terrorismo, del mundo de Bush. Una de ellas, Guantánamo, es heredada; la otra, los drones, son la aportación particular de Obama, que tiene ahora que desprenderse de ambas para definir la nueva estrategia, el mundo post-Bush, que pretende dejar como legado.
No va a ser fácil. La guerra contra el terrorismo creó una estructura militar y unas prioridades de defensa que no son fáciles de cambiar de la noche a la mañana. EE UU ha actuado demasiado tiempo de una determinada manera como para dejar de hacerlo de repente. Ya existe una generación de estadounidenses que se ha hecho adulta en este mundo diseñado por Bush. La gran maquinaria militar que durante más de una década libró dos grandes guerras en Irak y Afganistán, y atacó de forma incesante objetivos en Pakistán, Yemen o Somalia, no puede convertirse de repente en un adalid de la paz.
Pero sí puede corregir el rumbo. “EE UU está ante una disyuntiva”, dijo Obama. “Tenemos que definir la naturaleza y el alcance de esta lucha o ella nos definirá a nosotros”. En palabras más crudas, EE UU tiene que acabar con la guerra contra el terrorismo o esa guerra acabará por destruir su sistema democrático. El caso de Guantánamo es el más claro. Como recordó el presidente, es espeluznante pensar que la nación que se proclama guardián de los derechos humanos mantenga retenidos dentro de 10 o 20 años más a un puñado de individuos que ni siquiera han sido acusados de algún delito.
Para corregir el rumbo es preciso, por tanto, cerrar Guantánamo, limitar el uso de los drones al mínimo verdaderamente justificado y recuperar el sistema de garantías y control que quedó maltrecho con la ley de Autorización.
No hay razones que justifiquen la prolongación de la doctrina de Bush. EE UU sufre y, con toda seguridad, seguirá sufriendo el castigo del terrorismo, como muchos otros países del mundo. Pero hoy no existe ninguna particularidad en ese terrorismo que impida que sea tratado con los instrumentos regulares de la ley, que sea afrontado, ojalá, con lo que algún día se conozca como la doctrina de Obama.
Antonio Caño
Washington, El País
Barack Obama heredó de George W. Bush, no solo el cargo, sino un país y un mundo construidos de acuerdo a su visión. En los cuatro años y cuatro meses transcurridos desde la transferencia del poder, algunas de las expresiones más ofensivas de esa visión, como las torturas, las cárceles secretas o las detenciones ilegales, han sido eliminadas. Pero la presidencia de Estados Unidos se ha movido, esencialmente, en los mismos parámetros diseñados por la anterior Administración, los que se definen con el concepto general y vago de guerra global (o mundial) contra el terrorismo. En su discurso del jueves en la Universidad de la Defensa Nacional de Washington, Obama dio el primer paso serio para poner fin a esa época. “Esta guerra, como todas las guerras, tiene que terminar. Eso es lo que nos dice la historia, eso es lo que nuestra democracia nos demanda”, dijo el presidente, en la frase más significativa y rotunda de todo el mensaje.
Esa guerra está legalmente amparada por la ley de Autorización del Uso de la Fuerza Militar, aprobada inmediatamente después del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 y que da al presidente poderes prácticamente ilimitados para actuar contra cualquier amenaza a la seguridad de EE UU en cualquier punto del planeta. “Quiero implicar al Congreso y al pueblo norteamericano en la redefinición de esa ley y, en última instancia, en su revocación”, dijo Obama.
Esa es la ley que permitió la creación de la cárcel de Guantánamo y la que hasta hoy da cobertura legal al uso indiscriminado de los drones (aviones sin tripulación), las dos reminiscencias más evidentes de la guerra global contra el terrorismo, del mundo de Bush. Una de ellas, Guantánamo, es heredada; la otra, los drones, son la aportación particular de Obama, que tiene ahora que desprenderse de ambas para definir la nueva estrategia, el mundo post-Bush, que pretende dejar como legado.
No va a ser fácil. La guerra contra el terrorismo creó una estructura militar y unas prioridades de defensa que no son fáciles de cambiar de la noche a la mañana. EE UU ha actuado demasiado tiempo de una determinada manera como para dejar de hacerlo de repente. Ya existe una generación de estadounidenses que se ha hecho adulta en este mundo diseñado por Bush. La gran maquinaria militar que durante más de una década libró dos grandes guerras en Irak y Afganistán, y atacó de forma incesante objetivos en Pakistán, Yemen o Somalia, no puede convertirse de repente en un adalid de la paz.
Pero sí puede corregir el rumbo. “EE UU está ante una disyuntiva”, dijo Obama. “Tenemos que definir la naturaleza y el alcance de esta lucha o ella nos definirá a nosotros”. En palabras más crudas, EE UU tiene que acabar con la guerra contra el terrorismo o esa guerra acabará por destruir su sistema democrático. El caso de Guantánamo es el más claro. Como recordó el presidente, es espeluznante pensar que la nación que se proclama guardián de los derechos humanos mantenga retenidos dentro de 10 o 20 años más a un puñado de individuos que ni siquiera han sido acusados de algún delito.
Para corregir el rumbo es preciso, por tanto, cerrar Guantánamo, limitar el uso de los drones al mínimo verdaderamente justificado y recuperar el sistema de garantías y control que quedó maltrecho con la ley de Autorización.
No hay razones que justifiquen la prolongación de la doctrina de Bush. EE UU sufre y, con toda seguridad, seguirá sufriendo el castigo del terrorismo, como muchos otros países del mundo. Pero hoy no existe ninguna particularidad en ese terrorismo que impida que sea tratado con los instrumentos regulares de la ley, que sea afrontado, ojalá, con lo que algún día se conozca como la doctrina de Obama.