Riesgos de contagio, versión Chipre

Bruselas convoca de forma extraordinaria a los ministros para suavizar el rescate
Los líderes europeos han roto el principio inquebrantable de proteger los depósitos
Los otros dos casos potencialmente peligrosos son el de Italia y España

Claudi Pérez
Bruselas, El País
El caso griego es único. Las autoridades europeas han insistido una y otra vez en que Grecia es un caso “aislado y excepcional”: no se van a aplicar más quitas a los poseedores de bonos soberanos de un país del euro, hasta hace un par de años uno de los activos más seguros del mundo. Hay un producto financiero aún más seguro: los depósitos bancarios. Alguien que mete su dinero en un depósito no está especulando: generalmente está perdiendo dinero en términos reales, por la inflación. Ahora, los ministros de Finanzas de la zona euro deciden que Chipre también es un caso “aislado y especial” y le quitan el escudo a los poseedores de depósitos bancarios, a quienes habían prometido que nunca, en ningún caso perderían su dinero, siempre que en la cuenta tuvieran menos de 100.000 euros. Las razones pueden a llegar a entenderse: Chipre es un lavadero de dinero, hay que castigar a los rusos que han blanqueado allí capitales con la ayuda de los bancos y de las autoridades chipriotas, siempre tan dispuestas a mirar hacia otro lado. Pero ojo: esa es una caja de Pandora. Bruselas empieza a darse cuenta de eso con la previsible reacción en los mercados, y ha convocado una reunión por videoconferencia para rebajar el castigo a los ahorradores chipriotas con el objetivo de cerrar la dichosa caja pandoril a las 19.30 (hora de la capital europea). Puede que se celebre tras el voto en Chipre acerca del rescate, aseguran fuentes diplomáticas. Se trata de calmar las aguas.


Pero no es tan sencillo.

Los inversores tienen la mosca detrás de la oreja desde hace semanas. Hace al menos tres meses que corría por Bruselas el rumor (publicado por el Financial Times) de que los depositantes podrían sufrir una quita, que es lo que ha sucedido a pesar del inevitable cargamento de eufemismos: Europa aprueba un gravamen único sobre los depósitos que se parece muchísimo a lo que los anglosajones llaman haircut (corte de pelo, o quita). La salida de capitales extranjeros de Chipre se intensificó en cuanto aparecieron esos rumores, una y mil veces negados por las autoridades chipriotas y por las europeas. Pero ese era el elefante en la habitación. Y ahora hay que manejar las potenciales consecuencias de romper el tabú sagrado de que puede venir un huracán, de que un tsunami puede llevarse por delante tu banco, de que el Dioni puede llevarse el dinero a Brasil y aun así no pasa nada y el Estado te devuelve tu dinero hasta 100.000 euros.

La Comisión está intentando reducir el coste para los depositantes con menos de 100.000 euros. Pero los líderes europeos ya han cruzado el Rubicón y han dicho a los 300 millones de ciudadanos de Europa que el principio inquebrantable de proteger los depósitos de menos de 100.000 euros se puede cambiar si a los votantes alemanes (y a los finlandeses y austríacos, cuyos ministros son aún más duros que el alemán en las reuniones del Eurogrupo) no les gusta. “Las condiciones del rescate a Chipre son negativas para los depositantes de toda Europa, y no están claros los riesgos sobre la deuda soberana”, según una nota de Moody’s, la agencia de calificación siempre dispuesta a poner el dedo en la llaga a posteriori. Es fácil hacer amarillismo con la situación chipriota. Es complicado encontrar el equilibrio para que una crónica o una columna no desate la bestia. Pero la decisión tomada en la madrugada del viernes al sábado tiene potenciales consecuencias, según señalan los analistas. Son estas.

Potencial pánico bancario en Chipre. Las autoridades chipriotas, con buen criterio, han decretado un corralito parcial: impiden a los ahorradores chipriotas sacar su dinero porque de lo contrario todo el mundo lo sacaría de sus cuentas para evitar el impuesto. La duda es qué sucederá cuando las autoridades levanten el bloqueo de las cuentas. Lo más probable es que los ahorradores extranjeros (principalmente rusos, que controlan el 30% de los 70.000 millones depositados en los bancos chipriotas) retiren su dinero de forma fulminante. Si eso ocurre, el impacto sobre la economía chipriota podría ser devastador. Se iniciaría el ya clásico círculo vicioso. La banca quebraría. Haría falta mucho más dinero.

Chipre es un país pequeño. Pero la clave en la crisis del euro es siempre el contagio: tampoco Lehman Brothers era el mayor banco del mundo y pasó lo que pasó. Lo más importante de este nuevo capítulo de la crisis del euro es si Chipre es de veras un caso aislado y especial —la letanía que repiten los mandamases de Bruselas y las capitales— o es un peligroso precedente para futuras crisis financieras. Porque en ese caso, en cuanto los ahorradores vean que existe la más mínima posibilidad de que se produzca una crisis en el banco del país en el que tienen depositado su dinero, saldrán pitando. En julio de 2011, Bruselas aseguraba tajantemente que el recorte de la deuda pública griega era un caso aislado y especial, y aun así eso no impidió un pánico general en la deuda de la periferia, incluida España. La fragilidad de los sistemas bancarios en varios países del Sur abre la puerta a que ahora pueda repetirse un episodio así, si la confianza se esfuma. En otras palabras: el Eurogrupo está jugando con fuego.

Aunque tal vez no sea para tanto. Un economista de un hedge fund anglosajón explica lo siguiente: “El caso chipriota tiene riesgos, claro. Pero soy optimista y no veo un contagio masivo. La razón es sencilla. A mediados de 2011, con Grecia, la UE no tenía un cortafuegos seguro para apoyar a Italia y España. Con la promesa del BCE de hacer todo lo que sea necesario, ese escudo sí existe ahora. Por eso lo más probable es que los ahorradores e inversores se mantengan en calma. Desde luego estamos en territorio inexplorado, especialmente con Italia en medio de una crisis política que impide que un eventual Gobierno italiano pudiera negociar las condiciones con el fondo de rescate europeo para que el BCE le diera apoyo si fuera necesario”.

Potenciales riesgos en Grecia. Tras el fallido primer programa, Grecia está inmersa en un segundo paquete de ayuda. Ha hecho grandes esfuerzos, pero su economía sigue en depresión y dista mucho de haber sacado la cabeza del lodazal. Si los inversores y ahorradores sospecharan que en algún momento puede haber una renegociación sobre las condiciones de ese segundo programa, no es descabellado pensar que el modelo chipriota podría activarse: se abriría la posibilidad de imponer una quita a los depositantes en Grecia. Ante esa posibilidad, muchos preferirán sacar el dinero de los bancos y guardarlo bajo el colchón. Y ahí empieza esa misma dinámica diabólica del círculo vicioso, que aparece en cuanto se esfuma la confianza. Ese capítulo, por las informaciones que llegan de Grecia, no ha llegado. Sin embargo, algún hedge fund ya recomienda activar protocolos de emergencia por si acaso. Las dinámicas con las crisis financieras son muy curiosas: todo parece normal hasta que cualquier chispa –una cola en un cajero en el telediario— enciende una peligrosa mecha.

Potenciales riesgos en la periferia. El Eurogrupo ya se encargó el sábado de prometer lo que todo el mundo sabía: que mejora las condiciones del rescate portugués e irlandés. Los otros dos casos potencialmente peligrosos son el de Italia, inmerso en una preocupante parálisis política y en una crisis económica que dura ya una década, y España. España sigue bajo programa de rescate financiero. Ya ha tenido un plan de reestructuración y capitalización que en teoría le blinda. Tiene acceso a préstamos ilimitados del BCE. El corralito ni está ni se le espera, a pesar de las voces alarma apocalípticas de Niño Becerra y compañía. Pero hay que ver de cerca qué sucede con las entidades nacionalizadas y con mayor estigma.

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