Irak, un país en el alambre
Los problemas a los que se enfrenta el nuevo Irak son serios
El país sufre corrupción, paro, fragilidad democrática, y carece de servicios públicos mínimos
Ángeles Espinosa, El País
El parque de atracciones Al Zawra se llena los viernes por la noche de familias en busca de diversión para los pequeños y distracción para los mayores. Las luces de la noria cambian de color. Los tiovivos dan vueltas. Los gritos y risas de los niños han sustituido al tableteo de ametralladora que se había convertido en la banda sonora de Bagdad. De nuevo, es posible salir a la calle sin (mucho) miedo. Y los iraquíes no pierden un minuto para disfrutar esa sensación de recuperada normalidad que transmite la feria en el barrio de Mansur.
“Es cierto que la seguridad personal ha mejorado bastante, se han reducido los secuestros y ya casi no se oyen explosiones y tiroteos”, admite Karim A., mientras su hijo Hamudi insiste en montarse otra vez en el balancín y su mujer, Ruquiya, cuida de que la pequeña Amal no se aleje demasiado.
Hace dos o tres años la escena hubiera sido inimaginable en esta ciudad a la que la invasión estadounidense de 2003 transformó hasta dejarla irreconocible a base de alambradas, muros de hormigón y calles cortadas. La pareja celebró entonces la caída de Sadam Husein y a pesar de la violencia que les confinó a sus casas durante buena parte de la década, nunca perdieron la esperanza como lo prueba que se casaran en 2009 y se animaran a tener los dos críos. Sin embargo, ahora hablan de irse de Irak.
“Con los niños las cosas se ven de otra manera. Nos preguntamos si este país tiene futuro. La situación política es preocupante”, confía Karim mientras su mujer asiente con la cabeza. Ambos temen el regreso del sectarismo. Son profesionales con un alto nivel de inglés, quieren una buena educación para sus hijos y sospechan que las cosas no van a mejorar en el futuro inmediato. Como muchos iraquíes, están empezando a perder la paciencia.
Diez años y 122.000 muertos después, el nuevo Irak tiene poco que ver con aquel “modelo de democracia para la región” que les prometiera George W. Bush. La distancia entre las expectativas que se crearon y la realidad es enorme.
“Tenemos una paz, una seguridad y un sistema político muy frágiles. A pesar de la nueva Constitución y las dos elecciones, no se han puesto las bases para un sistema democrático sólido”, explica la activista social Hanaa Edwar. “Queda mucho por construir: el respeto de los derechos humanos, la igualdad de género, la justicia social… Está siendo un parto muy complicado”, resume de forma gráfica.
El sistema educativo está destrozado. El transporte público es una quimera. Gran parte de la población sigue sin agua potable
Más grave aún, en vez de “un país económicamente próspero que iba a arrastrar a los vecinos” como auguraba EE UU, Irak se ha convertido en el octavo más corrupto del mundo, según el índice que elabora anualmente Transparency International.
“Carecemos de Estado, las instituciones no funcionan, no se respeta la ley”, insiste Edwar: “Resulta amargo hablar de ello, pero sigue habiendo presos sin acusaciones claras, gente a la que se destituye sin compensación, jóvenes sin trabajo, corrupción y un absoluto colapso de los servicios públicos”.
La penuria de los servicios públicos es sin duda lo que más irritación causa entre los iraquíes. El sistema educativo está destrozado. El transporte público es una quimera. Gran parte de la población sigue sin agua potable. Y aunque el abastecimiento de electricidad se ha duplicado entre 2004 y 2012, no ha conseguido acabar con el desquiciante runrún de los generadores y el olor a gasoil que inunda la capital.
“Tenemos tres conexiones: a la red nacional, al generador del barrio y al nuestro familiar para cuando falla lo demás”, explica Saleh H., padre de dos chavales de 16 y 12 años, residentes en la calle de Palestina. “Sale carísimo”. Saleh tiene dificultades para llegar a fin de mes con las chapuzas que va empalmando desde que en 2003 cerró la fábrica de munición en la que trabajaba. Tampoco sabe cómo explicar la situación a sus hijos fascinados con las últimas consolas y móviles, que no les puede comprar.
“Se está agrandando la brecha entre ricos y pobres”, constata Edwar que recuerda que tres décadas de guerras han dejado 1,5 millones de viudas sin fuente de ingresos. Además, todavía hay 1,3 millones de desplazados que no han podido volver a sus casas, bien porque están destruidas o porque han sido ocupadas por familias de otra secta tras la limpieza que ha uniformado zonas que hasta hace unos años eran mixtas.
“Se necesitan dos millones de viviendas en todo el país, al menos una cuarta parte de ellas en Bagdad”, señala Ghada al Siliq, una arquitecta que trabaja como consultora para el Ayuntamiento de la capital. “Las disputas políticas han frenado los proyectos, pero poco a poco los nuevos responsables están aprendiendo y empiezan a darse cuenta de que tienen que ir adelante con la parte técnica”, añade intentando mantener la esperanza.
Para ello nada mejor que acudir a la Facultad de idiomas de la Universidad de Bagdad en Bab al Moadam. Allí, tras superar un control policial y un estricto registro de acceso, se respira un optimismo sin parangón con respecto al resto de la ciudad. Shatha Kareem, la jefa del departamento de español, muestra con orgullo las aulas recién pintadas, la biblioteca y la televisión donde los 529 matriculados en esta lengua pueden ver el Canal 24 horas. Con más entusiasmo que medios, 18 profesores intentan que los estudiantes se enamoren de un idioma que en muchos casos no fue su primera elección.
“¿Cómo podemos conseguir una beca para viajar a España?”, es la pregunta que formulan los alumnos antes de acabar el primer curso. Sin duda el principal atractivo de aprender una lengua extrajera es la posibilidad de salir de un país en el que apenas un 40% de los adultos tiene trabajo (el 65% de ellos en el sector público).
“Están en una edad en la que creen que todo lo de fuera es perfecto, que si salen de aquí van a realizar todos sus sueños”, reconoce la decana de la Facultad y jefa del departamento de inglés, Sausen Faisal el Samir. Ella siempre intenta que no se vayan antes de acabar los estudios. “¿A qué van a dedicarse si no? ¿A servir hamburguesas en un McDonald’s? Eso también pueden hacerlo aquí”, apunta.
Pero es difícil. Muchos tienen familia o amigos fuera que les cuentan lo que se están perdiendo. Dos millones de iraquíes viven en el extranjero e incluso quienes han vuelto en los últimos años han dejado una puerta abierta en el país de acogida. Aunque a largo plazo todos aseguran que Irak va a salir adelante, el interregno puede ser muy largo. “Así que entre la élite cultural e intelectual, la cuestión ya no es si me iré sino cuándo se presentara la oportunidad”, advierte Al Siliq, la arquitecta.
“Los iraquíes estamos cansados de la guerra. ¡Queremos vivir una vida normal como el resto del mundo!”, concluye El Samir, la decana. Es lo mismo que desean Karim y Ruquiya para sus hijos.
El ‘mazo de Sadam’ se arrepiente
Peter Beaumont
Hace 10 años, Kadom al Jabouri se convirtió en el rostro de la caída de Bagdad. Su fotografía con un mazo mientras intentaba demoler la descomunal estatua de Sadam Husein en la plaza del Paraíso llenó las portadas de todo el mundo. Casi exactamente una década después, “el hombre del mazo” lamenta furiosamente aquella tarde y su simbolismo. “Lo que vino después fue una decepción”, dice este propietario de una tienda de repuestos de motos de 52 años,antiguo campeón de levantamiento de pesas. “Entonces solo teníamos un dictador. Ahora tenemos cientos”.
Jabouri pasó 11 años en la prisión de Abu Ghraib, durante el régimen de Sadam. Cuando se le pregunta por qué estuvo encarcelado, contesta simplemente que su crimen fue “semipolítico”. Fue liberado en 1996.
Lo que en realidad sucedió aquel día aún es objeto de debate. Un reportaje de Los Angeles Times sugirió que la caída de la estatua fue orquestada. Jabouri lo niega. El día del derrumbe de la estatua se ha quedado grabado en su memoria. “Estaba solo en mi tienda. Escuché que los americanos estaban en los suburbios. Cogí mi mazo y me dirigí a la plaza del Paraíso”, relató. “Los americanos llegaron 45 minutos más tarde. El comandante me preguntó si me hacía falta ayuda. Estaba solo yo al principio. Entonces fuimos 30. Después 300. Al final había miles de personas en la plaza. Lo hice por venganza, por lo que el régimen me había hecho, por los años que pasé en la cárcel”.
El arrepentimiento comenzó, cuenta, pasados dos años tras la ocupación de EE UU. “Con Sadam había seguridad. Había corrupción, pero nada parecido a lo de ahora. Muchas de las cosas básicas, como la electricidad y el gas, eran asequibles. No he visto progreso. Llegaron después las matanzas, los robos, y la violencia sectaria”.
Él culpa a los políticos iraquíes y a los americanos de lo que ha pasado en Irak. “No hay futuro. No existe mientras los partidos políticos que gobiernan el país continúen en el poder”. La realidad, vista por Jabouri y otros iraquíes con la ventaja de la retrospectiva, es que solo es el comienzo de lo peor, no su final.
© Guardian News & Media 2013
El país sufre corrupción, paro, fragilidad democrática, y carece de servicios públicos mínimos
Ángeles Espinosa, El País
El parque de atracciones Al Zawra se llena los viernes por la noche de familias en busca de diversión para los pequeños y distracción para los mayores. Las luces de la noria cambian de color. Los tiovivos dan vueltas. Los gritos y risas de los niños han sustituido al tableteo de ametralladora que se había convertido en la banda sonora de Bagdad. De nuevo, es posible salir a la calle sin (mucho) miedo. Y los iraquíes no pierden un minuto para disfrutar esa sensación de recuperada normalidad que transmite la feria en el barrio de Mansur.
“Es cierto que la seguridad personal ha mejorado bastante, se han reducido los secuestros y ya casi no se oyen explosiones y tiroteos”, admite Karim A., mientras su hijo Hamudi insiste en montarse otra vez en el balancín y su mujer, Ruquiya, cuida de que la pequeña Amal no se aleje demasiado.
Hace dos o tres años la escena hubiera sido inimaginable en esta ciudad a la que la invasión estadounidense de 2003 transformó hasta dejarla irreconocible a base de alambradas, muros de hormigón y calles cortadas. La pareja celebró entonces la caída de Sadam Husein y a pesar de la violencia que les confinó a sus casas durante buena parte de la década, nunca perdieron la esperanza como lo prueba que se casaran en 2009 y se animaran a tener los dos críos. Sin embargo, ahora hablan de irse de Irak.
“Con los niños las cosas se ven de otra manera. Nos preguntamos si este país tiene futuro. La situación política es preocupante”, confía Karim mientras su mujer asiente con la cabeza. Ambos temen el regreso del sectarismo. Son profesionales con un alto nivel de inglés, quieren una buena educación para sus hijos y sospechan que las cosas no van a mejorar en el futuro inmediato. Como muchos iraquíes, están empezando a perder la paciencia.
Diez años y 122.000 muertos después, el nuevo Irak tiene poco que ver con aquel “modelo de democracia para la región” que les prometiera George W. Bush. La distancia entre las expectativas que se crearon y la realidad es enorme.
“Tenemos una paz, una seguridad y un sistema político muy frágiles. A pesar de la nueva Constitución y las dos elecciones, no se han puesto las bases para un sistema democrático sólido”, explica la activista social Hanaa Edwar. “Queda mucho por construir: el respeto de los derechos humanos, la igualdad de género, la justicia social… Está siendo un parto muy complicado”, resume de forma gráfica.
El sistema educativo está destrozado. El transporte público es una quimera. Gran parte de la población sigue sin agua potable
Más grave aún, en vez de “un país económicamente próspero que iba a arrastrar a los vecinos” como auguraba EE UU, Irak se ha convertido en el octavo más corrupto del mundo, según el índice que elabora anualmente Transparency International.
“Carecemos de Estado, las instituciones no funcionan, no se respeta la ley”, insiste Edwar: “Resulta amargo hablar de ello, pero sigue habiendo presos sin acusaciones claras, gente a la que se destituye sin compensación, jóvenes sin trabajo, corrupción y un absoluto colapso de los servicios públicos”.
La penuria de los servicios públicos es sin duda lo que más irritación causa entre los iraquíes. El sistema educativo está destrozado. El transporte público es una quimera. Gran parte de la población sigue sin agua potable. Y aunque el abastecimiento de electricidad se ha duplicado entre 2004 y 2012, no ha conseguido acabar con el desquiciante runrún de los generadores y el olor a gasoil que inunda la capital.
“Tenemos tres conexiones: a la red nacional, al generador del barrio y al nuestro familiar para cuando falla lo demás”, explica Saleh H., padre de dos chavales de 16 y 12 años, residentes en la calle de Palestina. “Sale carísimo”. Saleh tiene dificultades para llegar a fin de mes con las chapuzas que va empalmando desde que en 2003 cerró la fábrica de munición en la que trabajaba. Tampoco sabe cómo explicar la situación a sus hijos fascinados con las últimas consolas y móviles, que no les puede comprar.
“Se está agrandando la brecha entre ricos y pobres”, constata Edwar que recuerda que tres décadas de guerras han dejado 1,5 millones de viudas sin fuente de ingresos. Además, todavía hay 1,3 millones de desplazados que no han podido volver a sus casas, bien porque están destruidas o porque han sido ocupadas por familias de otra secta tras la limpieza que ha uniformado zonas que hasta hace unos años eran mixtas.
“Se necesitan dos millones de viviendas en todo el país, al menos una cuarta parte de ellas en Bagdad”, señala Ghada al Siliq, una arquitecta que trabaja como consultora para el Ayuntamiento de la capital. “Las disputas políticas han frenado los proyectos, pero poco a poco los nuevos responsables están aprendiendo y empiezan a darse cuenta de que tienen que ir adelante con la parte técnica”, añade intentando mantener la esperanza.
Para ello nada mejor que acudir a la Facultad de idiomas de la Universidad de Bagdad en Bab al Moadam. Allí, tras superar un control policial y un estricto registro de acceso, se respira un optimismo sin parangón con respecto al resto de la ciudad. Shatha Kareem, la jefa del departamento de español, muestra con orgullo las aulas recién pintadas, la biblioteca y la televisión donde los 529 matriculados en esta lengua pueden ver el Canal 24 horas. Con más entusiasmo que medios, 18 profesores intentan que los estudiantes se enamoren de un idioma que en muchos casos no fue su primera elección.
“¿Cómo podemos conseguir una beca para viajar a España?”, es la pregunta que formulan los alumnos antes de acabar el primer curso. Sin duda el principal atractivo de aprender una lengua extrajera es la posibilidad de salir de un país en el que apenas un 40% de los adultos tiene trabajo (el 65% de ellos en el sector público).
“Están en una edad en la que creen que todo lo de fuera es perfecto, que si salen de aquí van a realizar todos sus sueños”, reconoce la decana de la Facultad y jefa del departamento de inglés, Sausen Faisal el Samir. Ella siempre intenta que no se vayan antes de acabar los estudios. “¿A qué van a dedicarse si no? ¿A servir hamburguesas en un McDonald’s? Eso también pueden hacerlo aquí”, apunta.
Pero es difícil. Muchos tienen familia o amigos fuera que les cuentan lo que se están perdiendo. Dos millones de iraquíes viven en el extranjero e incluso quienes han vuelto en los últimos años han dejado una puerta abierta en el país de acogida. Aunque a largo plazo todos aseguran que Irak va a salir adelante, el interregno puede ser muy largo. “Así que entre la élite cultural e intelectual, la cuestión ya no es si me iré sino cuándo se presentara la oportunidad”, advierte Al Siliq, la arquitecta.
“Los iraquíes estamos cansados de la guerra. ¡Queremos vivir una vida normal como el resto del mundo!”, concluye El Samir, la decana. Es lo mismo que desean Karim y Ruquiya para sus hijos.
El ‘mazo de Sadam’ se arrepiente
Peter Beaumont
Hace 10 años, Kadom al Jabouri se convirtió en el rostro de la caída de Bagdad. Su fotografía con un mazo mientras intentaba demoler la descomunal estatua de Sadam Husein en la plaza del Paraíso llenó las portadas de todo el mundo. Casi exactamente una década después, “el hombre del mazo” lamenta furiosamente aquella tarde y su simbolismo. “Lo que vino después fue una decepción”, dice este propietario de una tienda de repuestos de motos de 52 años,antiguo campeón de levantamiento de pesas. “Entonces solo teníamos un dictador. Ahora tenemos cientos”.
Jabouri pasó 11 años en la prisión de Abu Ghraib, durante el régimen de Sadam. Cuando se le pregunta por qué estuvo encarcelado, contesta simplemente que su crimen fue “semipolítico”. Fue liberado en 1996.
Lo que en realidad sucedió aquel día aún es objeto de debate. Un reportaje de Los Angeles Times sugirió que la caída de la estatua fue orquestada. Jabouri lo niega. El día del derrumbe de la estatua se ha quedado grabado en su memoria. “Estaba solo en mi tienda. Escuché que los americanos estaban en los suburbios. Cogí mi mazo y me dirigí a la plaza del Paraíso”, relató. “Los americanos llegaron 45 minutos más tarde. El comandante me preguntó si me hacía falta ayuda. Estaba solo yo al principio. Entonces fuimos 30. Después 300. Al final había miles de personas en la plaza. Lo hice por venganza, por lo que el régimen me había hecho, por los años que pasé en la cárcel”.
El arrepentimiento comenzó, cuenta, pasados dos años tras la ocupación de EE UU. “Con Sadam había seguridad. Había corrupción, pero nada parecido a lo de ahora. Muchas de las cosas básicas, como la electricidad y el gas, eran asequibles. No he visto progreso. Llegaron después las matanzas, los robos, y la violencia sectaria”.
Él culpa a los políticos iraquíes y a los americanos de lo que ha pasado en Irak. “No hay futuro. No existe mientras los partidos políticos que gobiernan el país continúen en el poder”. La realidad, vista por Jabouri y otros iraquíes con la ventaja de la retrospectiva, es que solo es el comienzo de lo peor, no su final.
© Guardian News & Media 2013