Olvidados entre El Asad y el desierto
Los 395.000 refugiados que han huido de la guerra en Siria hacia Jordania sobreviven en campamentos vallados sin apenas comida y sin atención médica
David Alandete
Zaatari (Jordania), El País
Quedarse en Siria significaba, para muchos, la muerte. Huyeron del infierno de la guerra y de los bombardeos incesantes del Gobierno, para verse ahora encerrados por vallas en medio del desierto, sin comida suficiente, con el agua racionada, faltos de atención médica decente y con poco más que hacer que esperar a que el régimen de Bachar El Asad caiga, como han caído ya más de 70.000 personas en el conflicto. Hay en Jordania 395.000 refugiados sirios, según el Gobierno. Este no les puede ofrecer toda la asistencia alimentaria y médica que necesitan, y ha pedido ayuda a la comunidad internacional para evitar una crisis humanitaria.
La vida en el campo de Zaatari no les es grata a los refugiados, que en su mayoría proceden de Deraa, la ciudad sureña de Siria en la que comenzó la revuelta en 2011. La frontera está a 22 kilómetros. Algunas noches, como la del viernes, en que cruzaron la frontera 2.851 personas, se oyen explosiones a lo lejos, la prueba de que el régimen resiste. Para entrar y para salir por los puestos de control de Zaatari se necesita un permiso. La comida -cajas con arroz, lentejas, aceite, azúcar y latas- se reparte cada 15 días. El agua potable se administra en bidones de plástico.
Pelal Hajali, de 22 años, cruzó la frontera con el pie destrozado. Casi lo perdió en un bombardeo del régimen. Huía "de los ataques, de los incendios y de las matanzas", según dice. Ahora va al hospital de campaña y no le dan más que analgésicos. No lo esconde: quiere irse. Le amarga sobre todo el no poder ducharse a diario. Pero no tiene adónde acudir fuera de este campo. "Y por lo que sé, El Asad podría quedarse en el poder 20 años", dice, con amargura.
Los privilegiados del campo viven en contenedores de metal. Son los menos. La inmensa mayoría duerme en tiendas de campaña donadas por Naciones Unidas, que hierven en el calor del día, son un coladero para el frío de la noche y parece que vayan a volar cuando soplan los vientos del desierto. Familias enteras duermen en esas tiendas. Para calentarse, no hay más remedio que encender por la noche una lámpara de gas, poco amiga de la lona. El martes una niña de siete años murió, después de que se incendiara la tienda en que dormía.
La mayoría de estos refugiados ya no tiene más posesión que estas tiendas, esparcidas por seis kilómetros cuadrados de desierto. Muchos huyeron a Jordania porque El Asad destrozó sus hogares con bombardeos. En julio de 2012 año se abrió formalmente este campo, con capacidad inicial para 30.000 personas. Hoy alberga a 1000.000, de los que un 75% son mujeres y niños.
“Esto no es un hogar. Estábamos mucho mejor viviendo en Siria”, asegura Mahdi Taani, de 42 años, que vive en uno de los contenedores de metal, de unos cinco metros cuadrados, junto a su familia, de nueve miembros. Comenzó a plantearse huir a Jordania cuando las explosiones fueron aumentando en frecuencia. Tomó la decisión al ver que los hijos de sus vecinos, niños muchos de ellos, morían en los ataques. "El Asad es cobarde de naturaleza. Acabará apeándose pronto", vaticina. "Durante 40 años vivimos con miedo en mi país. Por miedo no protestamos. Pero ese tiempo se ha acabado".
De la guerra en Siria han huido ya más de 857.000 personas. Jordania es el país que más desplazados ha recibido. Un tercio de ellos vive en tres campos de refugiados. El Gobierno está construyendo el cuarto. Un consorcio de organizaciones humanitarias ha pedido a la comunidad internacional ayudas para los desplazados por valor de 1.000 millones de euros, de los que sólo se ha recibido un 3%.
En esta villa de miseria el peor enemigo es el clima. En enero, una tormenta convirtió los caminos en lodazales. Vientos de 60 kilómetros por hora se llevaron por delante muchas viviendas. Cuando los cooperantes internacionales entregaban pan, la frustración de los refugiados se convirtió en rabia, y acabaron atacándoles con piedras y palos. Los disturbios son frecuentes, sobre todo cuando corresponde el reparto de las tiendas que tan precariamente protegen del frío y del calor.
"La comunidad internacional debe actuar. No sólo se puede depender de buenas intenciones. Y si no se hace nada ahora, ¿cuándo?", asegura Anmar Al Nimer Al Hmoud, coordinador del comité especial del Gobierno de Jordania para los refugiados sirios. "La economía de Jordania ya está por sí misma en una situación difícil. A medida que llegan más refugiados, las quejas de la ciudadanía van en aumento. Hay protestas sobre todo cuando hay revueltas en los campos. La policía destacada ha sido agredida, algunos agentes han resultado heridos. Ya se han oído incluso peticiones de castigo por parte de las tribus que viven cerca del campo".
La mitad de los residentes del campo tiene menos de 20 años. Entre las deplorables condiciones de vida y el mucho tiempo libre, nacen las ganas de volver a Siria. Hamad Haraki, de 19 años, no puede esperar a irse. Huyó a Jordania con su madre y cinco hermanos para asegurarse de que estos llegaban bien. Hoy pasa sus días recorriendo el campo sin más ocupación. Sueña con unirse al Ejército Libre Sirio. “Yo seré un mártir por la libertad”, asegura. Dice haber pedido el permiso de salida hace 15 días, pero aun no ha obtenido respuesta. En cuanto lo tenga cruzará la frontera de nuevo, y se dispondrá a dar la vida en la resistencia.
David Alandete
Zaatari (Jordania), El País
Quedarse en Siria significaba, para muchos, la muerte. Huyeron del infierno de la guerra y de los bombardeos incesantes del Gobierno, para verse ahora encerrados por vallas en medio del desierto, sin comida suficiente, con el agua racionada, faltos de atención médica decente y con poco más que hacer que esperar a que el régimen de Bachar El Asad caiga, como han caído ya más de 70.000 personas en el conflicto. Hay en Jordania 395.000 refugiados sirios, según el Gobierno. Este no les puede ofrecer toda la asistencia alimentaria y médica que necesitan, y ha pedido ayuda a la comunidad internacional para evitar una crisis humanitaria.
La vida en el campo de Zaatari no les es grata a los refugiados, que en su mayoría proceden de Deraa, la ciudad sureña de Siria en la que comenzó la revuelta en 2011. La frontera está a 22 kilómetros. Algunas noches, como la del viernes, en que cruzaron la frontera 2.851 personas, se oyen explosiones a lo lejos, la prueba de que el régimen resiste. Para entrar y para salir por los puestos de control de Zaatari se necesita un permiso. La comida -cajas con arroz, lentejas, aceite, azúcar y latas- se reparte cada 15 días. El agua potable se administra en bidones de plástico.
Pelal Hajali, de 22 años, cruzó la frontera con el pie destrozado. Casi lo perdió en un bombardeo del régimen. Huía "de los ataques, de los incendios y de las matanzas", según dice. Ahora va al hospital de campaña y no le dan más que analgésicos. No lo esconde: quiere irse. Le amarga sobre todo el no poder ducharse a diario. Pero no tiene adónde acudir fuera de este campo. "Y por lo que sé, El Asad podría quedarse en el poder 20 años", dice, con amargura.
Los privilegiados del campo viven en contenedores de metal. Son los menos. La inmensa mayoría duerme en tiendas de campaña donadas por Naciones Unidas, que hierven en el calor del día, son un coladero para el frío de la noche y parece que vayan a volar cuando soplan los vientos del desierto. Familias enteras duermen en esas tiendas. Para calentarse, no hay más remedio que encender por la noche una lámpara de gas, poco amiga de la lona. El martes una niña de siete años murió, después de que se incendiara la tienda en que dormía.
La mayoría de estos refugiados ya no tiene más posesión que estas tiendas, esparcidas por seis kilómetros cuadrados de desierto. Muchos huyeron a Jordania porque El Asad destrozó sus hogares con bombardeos. En julio de 2012 año se abrió formalmente este campo, con capacidad inicial para 30.000 personas. Hoy alberga a 1000.000, de los que un 75% son mujeres y niños.
“Esto no es un hogar. Estábamos mucho mejor viviendo en Siria”, asegura Mahdi Taani, de 42 años, que vive en uno de los contenedores de metal, de unos cinco metros cuadrados, junto a su familia, de nueve miembros. Comenzó a plantearse huir a Jordania cuando las explosiones fueron aumentando en frecuencia. Tomó la decisión al ver que los hijos de sus vecinos, niños muchos de ellos, morían en los ataques. "El Asad es cobarde de naturaleza. Acabará apeándose pronto", vaticina. "Durante 40 años vivimos con miedo en mi país. Por miedo no protestamos. Pero ese tiempo se ha acabado".
De la guerra en Siria han huido ya más de 857.000 personas. Jordania es el país que más desplazados ha recibido. Un tercio de ellos vive en tres campos de refugiados. El Gobierno está construyendo el cuarto. Un consorcio de organizaciones humanitarias ha pedido a la comunidad internacional ayudas para los desplazados por valor de 1.000 millones de euros, de los que sólo se ha recibido un 3%.
En esta villa de miseria el peor enemigo es el clima. En enero, una tormenta convirtió los caminos en lodazales. Vientos de 60 kilómetros por hora se llevaron por delante muchas viviendas. Cuando los cooperantes internacionales entregaban pan, la frustración de los refugiados se convirtió en rabia, y acabaron atacándoles con piedras y palos. Los disturbios son frecuentes, sobre todo cuando corresponde el reparto de las tiendas que tan precariamente protegen del frío y del calor.
"La comunidad internacional debe actuar. No sólo se puede depender de buenas intenciones. Y si no se hace nada ahora, ¿cuándo?", asegura Anmar Al Nimer Al Hmoud, coordinador del comité especial del Gobierno de Jordania para los refugiados sirios. "La economía de Jordania ya está por sí misma en una situación difícil. A medida que llegan más refugiados, las quejas de la ciudadanía van en aumento. Hay protestas sobre todo cuando hay revueltas en los campos. La policía destacada ha sido agredida, algunos agentes han resultado heridos. Ya se han oído incluso peticiones de castigo por parte de las tribus que viven cerca del campo".
La mitad de los residentes del campo tiene menos de 20 años. Entre las deplorables condiciones de vida y el mucho tiempo libre, nacen las ganas de volver a Siria. Hamad Haraki, de 19 años, no puede esperar a irse. Huyó a Jordania con su madre y cinco hermanos para asegurarse de que estos llegaban bien. Hoy pasa sus días recorriendo el campo sin más ocupación. Sueña con unirse al Ejército Libre Sirio. “Yo seré un mártir por la libertad”, asegura. Dice haber pedido el permiso de salida hace 15 días, pero aun no ha obtenido respuesta. En cuanto lo tenga cruzará la frontera de nuevo, y se dispondrá a dar la vida en la resistencia.