Londres busca socios en el norte y el este para una UE de Estados-nación
Cameron cuenta con el apoyo de la City y de los empresarios británicos
Walter Oppenheimer
Londres, El País
El camino hasta el referéndum de 2017 es largo y está plagado de obstáculos. Pero David Cameron cree que su discurso del pasado miércoles ha sido bien recibido en los lugares que él considera clave. Aunque con reticencias por el largo periodo de incertidumbre que supone el hecho de que haya que esperar tanto hasta el referéndum, la City y el mundo empresarial ha recibido bien su mensaje.
No podía ser de otra manera. En términos generales, tienen una visión coincidente de cómo ha de ser la UE: basada en el Estado-nación, en el mercado único, en la flexibilidad, en un equilibrio de competencias que huya del centralismo bruselense, con instituciones democráticas a las que se les pueda pedir cuentas, que no discrimine a los países que están fuera del euro y en la que los parlamentos nacionales tengan un papel más importante que ahora.
Incluso entre los empresarios británicos más europeístas sería difícil encontrar a alguien que pusiera objeciones a eso, a los cinco principios fundamentales en los que según Cameron se debe basar la UE. No diferirían mucho de los que podrían plantear los laboristas. O muchos otros gobiernos de la UE, empezando por los países escandinavos, los del Este de Europa y la propia Alemania.
El problema no va a estar en los principios generales, sino en los acuerdos concretos. Y eso va a depender en gran parte de las alianzas que los tories sean capaces de urdir en el futuro. Poco después de que hablara Cameron, el ministro del Foreign Office para asuntos europeos, David Lidington, se congratulaba ante los extranjeros acreditados por el eco de su discurso en países como Alemania, Holanda, Suecia o la República Checa.
Esos son los aliados naturales de los conservadores británicos en lo que no deja de ser un paso más para dejar claro que esta es la Europa de los Estados-nación. Pero, ¿será capaz el primer ministro de que acepten poner blanco sobre negro que donde los tratados hablan de “una nueva etapa en el proceso creador de una Unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa” se está refiriendo a los ciudadanos, como él cree, pero no a los Estados, como puede interpretar un federalista belga, por ejemplo?
Un asunto clave para Cameron es preservar la supremacía de la City. Ahí se encuentra con un dilema: él mismo defiende la necesidad de que la zona euro se integre más en términos de políticas fiscales y financieras, pero al mismo tiempo ha de impedir que eso signifique que los países del euro acaben cocinando acuerdos a espaldas de Londres y que se los acaben imponiendo.
De momento ha parado un primer golpe, al conseguir en diciembre que se aceptara su propuesta que los acuerdos de la unión bancaria tengan el doble apoyo de la zona euro y de la mayoría de los países que no están en el euro. Pero eso es un apaño que dejará de estar en vigor cuando haya solo haya cuatro o menos países fuera del euro. Y es impensable que los demás socios acepten darle el derecho de veto que supondría pedir el plácet británico a medidas de la zona euro cuando solo los británicos y quizá los daneses (los únicos con poder legal de quedarse fuera: los suecos se lo tomaron de hecho, pero no lo tienen de derecho) estén fuera.
La canciller Angela Merkel apuntó el jueves en Davos que la zona euro “no puede ser una tienda a la que no tenga acceso Reino Unido”. Pero eso es una cosa, y darle el veto a los británicos es otra muy distinta.
Ese es un aspecto clave para la City, admite Chris Cummings, consejero delegado de TheCityUK, un grupo de presión que defiende los intereses del sector financiero británico y que ha dado una cálida bienvenida a las propuestas de Cameron. “No creo que esté haciendo todo esto por la City, pero dicho eso, lo que más nos preocupa es la integridad del mercado interior”, explica.
Aunque otros se han declarado preocupados por la incertidumbre que puede crear el anuncio del referéndum, Cummings opina que ha sido un acierto plantearlo. “En el país había ya una gran incertidumbre sobre la cuestión de la pertenencia a la UE y el referéndum ayudará a aclarar esa incertidumbre, que no es buena a la hora de que los inversores tomen sus decisiones”, afirma.
Admite, sin embargo, que si las negociaciones fracasaran y los británicos acabaran decidiendo salir de la UE, tendría consecuencias muy negativas para la industria financiera británica. No solo porque dificultaría su acceso al mercado interior, sino porque Reino Unido perdería definitivamente cualquier capacidad de influir sobre la regulación financiera dentro de la zona euro, y eso podría afectar a Londres como capital financiera de Europa. “Por eso, cuando llegue el momento, haremos campaña con argumentos económicos, sin entrar en cuestiones políticas, para defender la permanencia en la Unión Europea”, explica Cummings. “Para la City es muy importante el acceso al mercado interior y es evidente que si estás en la mesa tienes más posibilidades de influir que si estás fuera”.
Walter Oppenheimer
Londres, El País
El camino hasta el referéndum de 2017 es largo y está plagado de obstáculos. Pero David Cameron cree que su discurso del pasado miércoles ha sido bien recibido en los lugares que él considera clave. Aunque con reticencias por el largo periodo de incertidumbre que supone el hecho de que haya que esperar tanto hasta el referéndum, la City y el mundo empresarial ha recibido bien su mensaje.
No podía ser de otra manera. En términos generales, tienen una visión coincidente de cómo ha de ser la UE: basada en el Estado-nación, en el mercado único, en la flexibilidad, en un equilibrio de competencias que huya del centralismo bruselense, con instituciones democráticas a las que se les pueda pedir cuentas, que no discrimine a los países que están fuera del euro y en la que los parlamentos nacionales tengan un papel más importante que ahora.
Incluso entre los empresarios británicos más europeístas sería difícil encontrar a alguien que pusiera objeciones a eso, a los cinco principios fundamentales en los que según Cameron se debe basar la UE. No diferirían mucho de los que podrían plantear los laboristas. O muchos otros gobiernos de la UE, empezando por los países escandinavos, los del Este de Europa y la propia Alemania.
El problema no va a estar en los principios generales, sino en los acuerdos concretos. Y eso va a depender en gran parte de las alianzas que los tories sean capaces de urdir en el futuro. Poco después de que hablara Cameron, el ministro del Foreign Office para asuntos europeos, David Lidington, se congratulaba ante los extranjeros acreditados por el eco de su discurso en países como Alemania, Holanda, Suecia o la República Checa.
Esos son los aliados naturales de los conservadores británicos en lo que no deja de ser un paso más para dejar claro que esta es la Europa de los Estados-nación. Pero, ¿será capaz el primer ministro de que acepten poner blanco sobre negro que donde los tratados hablan de “una nueva etapa en el proceso creador de una Unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa” se está refiriendo a los ciudadanos, como él cree, pero no a los Estados, como puede interpretar un federalista belga, por ejemplo?
Un asunto clave para Cameron es preservar la supremacía de la City. Ahí se encuentra con un dilema: él mismo defiende la necesidad de que la zona euro se integre más en términos de políticas fiscales y financieras, pero al mismo tiempo ha de impedir que eso signifique que los países del euro acaben cocinando acuerdos a espaldas de Londres y que se los acaben imponiendo.
De momento ha parado un primer golpe, al conseguir en diciembre que se aceptara su propuesta que los acuerdos de la unión bancaria tengan el doble apoyo de la zona euro y de la mayoría de los países que no están en el euro. Pero eso es un apaño que dejará de estar en vigor cuando haya solo haya cuatro o menos países fuera del euro. Y es impensable que los demás socios acepten darle el derecho de veto que supondría pedir el plácet británico a medidas de la zona euro cuando solo los británicos y quizá los daneses (los únicos con poder legal de quedarse fuera: los suecos se lo tomaron de hecho, pero no lo tienen de derecho) estén fuera.
La canciller Angela Merkel apuntó el jueves en Davos que la zona euro “no puede ser una tienda a la que no tenga acceso Reino Unido”. Pero eso es una cosa, y darle el veto a los británicos es otra muy distinta.
Ese es un aspecto clave para la City, admite Chris Cummings, consejero delegado de TheCityUK, un grupo de presión que defiende los intereses del sector financiero británico y que ha dado una cálida bienvenida a las propuestas de Cameron. “No creo que esté haciendo todo esto por la City, pero dicho eso, lo que más nos preocupa es la integridad del mercado interior”, explica.
Aunque otros se han declarado preocupados por la incertidumbre que puede crear el anuncio del referéndum, Cummings opina que ha sido un acierto plantearlo. “En el país había ya una gran incertidumbre sobre la cuestión de la pertenencia a la UE y el referéndum ayudará a aclarar esa incertidumbre, que no es buena a la hora de que los inversores tomen sus decisiones”, afirma.
Admite, sin embargo, que si las negociaciones fracasaran y los británicos acabaran decidiendo salir de la UE, tendría consecuencias muy negativas para la industria financiera británica. No solo porque dificultaría su acceso al mercado interior, sino porque Reino Unido perdería definitivamente cualquier capacidad de influir sobre la regulación financiera dentro de la zona euro, y eso podría afectar a Londres como capital financiera de Europa. “Por eso, cuando llegue el momento, haremos campaña con argumentos económicos, sin entrar en cuestiones políticas, para defender la permanencia en la Unión Europea”, explica Cummings. “Para la City es muy importante el acceso al mercado interior y es evidente que si estás en la mesa tienes más posibilidades de influir que si estás fuera”.