El resurgir de la hidra terrorista

Frenados en Malí, los grupos islamistas radicales reaparecen con fuerza en Argelia y sueñan con golpear en todo el Sahel


Ignacio Cembrero
Argel, El País
El terrorismo islamista empezó en Argelia hace veinte años y ahora ha vuelto a Argelia. Pero, mientras tanto, ha infectado a buena parte de la franja del Sahel, empezando por Mauritania, Níger y, sobre todo, Malí. Ha vuelto además con una fuerza inesperada, golpeando una gigantesca planta gasística, una de las instalaciones mejor protegidas del país. Con su ofensiva para parar a Al Qaeda y sus secuaces en Malí, Francia ha impedido que tomen Bamako, una capital en el corazón de África, pero ha pisado un avispero. La onda expansiva de su intervención militar ya ha llegado a Argelia, empeñada en mantenerse al margen del conflicto. Probablemente sacudirá a los países del Sahel, que figuran entre los Estados más débiles y pobres del mundo.

A las autoridades argelinas les gusta decir que el terrorismo que aún padecen es “residual”. Su intensidad no guarda relación alguna con la actividad de aquellos años noventa, en los que supuso casi una guerra civil. Cada día había entonces decenas, a veces centenares, de muertos en los choques entre el Ejército y los Grupos Islámicos Armados (GIA). En una década hubo entre 150.000 y 200.000 muertos.

Desde 2007 los terroristas no han logrado golpear en Argel ni en las grandes ciudades. Solo cometen de vez en cuando atentados y se enfrentan con las fuerzas especiales en las montañas de Cabilia, al este de la capital y, muy esporádicamente, en el desierto del Sáhara. Pese a todo, Argelia padeció 938 atentados entre 2001 y principios de 2012, según el Centro de Estudios Estratégicos de África.

El GIA desapareció y, hasta ahora, el monopolio de la violencia lo tenía Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), fundada en 2006, cuando los salafistas argelinos en armas se declararon vasallos de Osama Bin Laden y éste les acogió. Abdelmalek Droukdel capitanea AQMI desde algún lugar remoto de Cabilia.

Los embates del Ejército argelino obligaron poco a poco a AQMI a emigrar al norte de Malí, un territorio casi sin ley en donde hizo además jugosos negocios: contrabando, inmigración irregular, escolta de los convoyes de narcotraficantes sin llegar a tocar la droga y, sobre todo, a partir de 2008, secuestros de occidentales. Los apresaba, casi siempre, en países circundantes y los trasladaba a su santuario maliense.

Para obtener la liberación de los tres rehenes europeos, dos de ellos españoles, capturados en Tinduf (suroeste de Argelia) en 2011, España e Italia pagaron 15 millones de euros. Por algo el general Carter Ham, que dirige el mando del Pentágono para África, aseguró el año pasado en Dakar que AQMI era la organización terrorista “más rica”.

Son los jefes terroristas argelinos que están en Malí “como Mojtar Belmojtar, Abu Zeid y algún otro, los que permiten a Droukdel seguir existiendo” en las montañas de Cabilia, aseguraba Louis Caprioli, exresponsable de la lucha antiterrorista en Francia, en un debate, el viernes, en la televisión France 5. Desde el norte de Malí envían a Droukdel armas y dinero. La guerra de Libia en 2011 y las ansias de autonomía o independencia de los tuaregs malienses han supuesto una combinación de factores que han estimulado el terrorismo. En el caos libio, AQMI ha comprado o robado armamento —a veces el mismo que Francia entregaba a los rebeldes para luchar contra Gadafi— mientras que muchos tuaregs regresaron de esa guerra a su casa, en Malí, armados hasta los dientes.

Por enésima vez los tuaregs capitaneados por Iyad Ag Ghali desenterraron, hace un año, el hacha de guerra contra el Gobierno central de Bamako, pero a su ofensiva se incorporaron esta vez AQMI y el Movimiento para la Unicidad de la Yihad en África Occidental (Muyao), un grupo terrorista que se estrenó, en octubre de 2011, secuestrando a los cooperantes españoles en Tinduf.

Un par de meses después los tuaregs islamistas de Ansar Dine (Los partidarios de la religión), y sus dos aliados terroristas se habían apoderado del norte de Malí, un territorio semidesértico, tan grande como España e Italia juntas, pero escasamente poblado. Cuando, el 9 de enero, esta Trinidad islamista empezó a avanzar hacia Bamako, la capital maliense, París se precipitó para impedírselo.

Ocho días después de esa intervención, un comando terrorista se apoderó, por primera vez, de una planta gasística, la de Tigantourine, y capturó a más de 600 rehenes. Difícilmente una operación de esta envergadura se planifica en una semana por mucho que el que la ordenó, el terrorista argelino Mojtar Belmojtar, apodado El Tuerto, diga que es una respuesta a la “agresión” francesa.

“La hidra de siete cabezas ha sido frenada en Malí, pero resurge con fuerza allí donde menos se la esperaba”, comenta un diplomático europeo acreditado en Argel. A lo largo de los próximos meses, la hidra reaparecerá con fuerza, probablemente, en otros lugares del Magreb y del Sahel, además de Argelia.

Belmojtar, el responsable de la toma de Tigantourine, lo dejó claro cuando hace un mes se escindió de la rama local de Al Qaeda: “Queremos extender nuestra área de operaciones a través de todo el Sahel / Sáhara”. “Mojtar quiere unirles a todos en un mismo combate”, recalca Pierre Vermeren, profesor de Historia del Magreb en la Sorbona.

Con el surgimiento del Muyao en 2011, la disidencia de Belmojtar en 2012, Al Qaeda en el Magreb está dejando de ser una organización piramidal. “La multiplicación de los grupos en la zona va a provocar una espiral terrorista para tratar de imponerse los unos a los otros” mediante sus “hazañas”, advertía la politóloga argelina Louisa Ait Hamadouche en el diario argelino El Watan.

A eso se añade que los terroristas se mueven con más libertad y reclutan adeptos a marchas forzadas. Las fronteras del Sahel siempre han sido porosas, pero no así las de Túnez y Libia, cuyas dictaduras las controlaban. Ahora “no tienen servicios de seguridad que ejerzan esa labor de prevención- neutralización del terrorismo y para vigilar sus inmensas fronteras”, sostuvo Louis Caprioli en el debate. “La primavera árabe ha desestabilizado a todo el aparato de seguridad anterior”, concluyó.

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