El ministro japonés del haraquiri
Taro Aso pide a los ancianos “que se mueran pronto” para apoyar la reforma de la seguridad social
Georgina Higueras
Madrid, El País
Tiene 72 años, pero a Taro Aso, viceprimer ministro y ministro de Finanzas de Japón, no le tembló la voz cuando pidió a millones de compatriotas ancianos que se hagan el haraquiri para cuadrar las cuentas del país desarrollado más deficitario —la deuda supera el 200% del Producto Interior Bruto (PIB)—. Durante una reunión de expertos sobre la reforma de la seguridad social, Aso declaró que el sistema médico debe cambiar de manera que “se mueran pronto” muchos de los pacientes terminales que ahora utilizan “el dinero del Gobierno” para sus caros tratamientos.
La frase no fue fruto de un exabrupto, sino que el ministro continuó explicando su tesis a los boquiabiertos expertos. “A esos pacientes se les mantiene vivos incluso si desean morirse”, afirmó. “Yo no puedo dormir bien si pienso que estoy utilizando el dinero del Gobierno [para recibir un tratamiento muy caro]”, añadió.
El impertinente Aso, que ya en 2008 cuando era primer ministro habló de la murga que daban los “viejos chochos”, ha perfeccionado su vocabulario y en la reunión de esta semana se refirió a los enfermos como la “gente del tubo”.
La población japonesa es una de las más longevas del planeta. El 25% del total supera ya los 60 años. Desde 2007 ha comenzado a disminuir, y en 2012 se redujo en 212.000 personas, un récord que se bate cada año. Las menguantes cifras muestran que en la actualidad hay algo menos de 126 millones de japoneses y en 2060 no llegarán a 87 millones, según informó el Ministerio de Salud el 31 de diciembre.
El diario en inglés The Japan Times señala que el ministro-secretario del Gobierno, Yoshihide Suga, trató de apagar el incendio, afirmando que las palabras de Taro Aso habían sido “mal interpretadas”. Horas después, el díscolo ministro señaló que se trataba de un “punto de vista personal”. “Retiro lo que he dicho y pido se omita del acta de la sesión”, dijo a los periodistas.
Sus meteduras de pata son famosas, pero nadie espera que dimita. Aso representa a uno de los grandes linajes políticos de Japón —su tatarabuelo Toshimichi Okubo jugó un importante papel en la llamada Restauración Meiji por la que el Imperio del Sol Naciente se abrió a Occidente en 1868—. Tiene conexiones con los barones industriales a través de la mayor cementera del país que levantó su padre dentro del gigantesco conglomerado familiar, que incluye unas 70 empresas, desde minas a un banco, pasando por una compañía eléctrica. Es multimillonario y en los últimos 13 años ha ocupado las más diversas carteras. En 2001, al convertirse en ministro de Economía, declaró que lucharía por sacar a Japón de la crisis económica y convertirlo en el país ideal de los “judíos ricos”.
En septiembre de 2008, Taro Aso consiguió su objetivo de convertirse en jefe del Gobierno. Le duró solo un año. Al septiembre siguiente su formación, el Partido Liberal Democrático (PLD) que había gobernado Japón durante medio siglo, sufrió la mayor derrota de su historia. Los japoneses no le toleraron el nepotismo con que había gobernado. “He colocado a la gente adecuada en el sitio preciso”, dijo cuando formó su Gabinete con amigos sacados de los sitios más diversos.
Este manipulador nato, que se declara entusiasta de los manga (los cómics japoneses), es el principal soporte del primer ministro Shinzo Abe, quien, en septiembre pasado, dio con el apoyo de Aso un golpe de mano y se hizo con el liderazgo del PLD. Tres meses más tarde y tras una resonante victoria, el PLD volvió a gobernar Japón.
Defensor a ultranza de que el Gobierno invierta en grandes obras de infraestructura, Taro Aso es considerado, como Shinzo Abe, un halcón del PLD. Muy conservador y nacionalista, su política augura, en estos momentos de tensión por las distintas disputas territoriales con sus vecinos, unas difíciles relaciones con China y Corea del Sur. Estos países no han olvidado la brutalidad del Ejército imperial durante la colonización y las ofensivas desatadas desde finales del siglo XIX hasta su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Aso se vio obligado a pedir disculpas en 2007, tras afirmar que muchas de las 200.000 prisioneras coreanas, chinas, filipinas y de otras nacionalidades utilizadas como esclavas sexuales por el Ejército nipón “lo habían hecho de forma voluntaria”.
En 2005, dijo que China representaba una “amenaza considerable”, con sus 1.300 millones de habitantes, sus bombas nucleares y su “presupuesto militar que aumenta dos dígitos por año desde hace 17 años sin que se sepa qué uso van a darle”.
Georgina Higueras
Madrid, El País
Tiene 72 años, pero a Taro Aso, viceprimer ministro y ministro de Finanzas de Japón, no le tembló la voz cuando pidió a millones de compatriotas ancianos que se hagan el haraquiri para cuadrar las cuentas del país desarrollado más deficitario —la deuda supera el 200% del Producto Interior Bruto (PIB)—. Durante una reunión de expertos sobre la reforma de la seguridad social, Aso declaró que el sistema médico debe cambiar de manera que “se mueran pronto” muchos de los pacientes terminales que ahora utilizan “el dinero del Gobierno” para sus caros tratamientos.
La frase no fue fruto de un exabrupto, sino que el ministro continuó explicando su tesis a los boquiabiertos expertos. “A esos pacientes se les mantiene vivos incluso si desean morirse”, afirmó. “Yo no puedo dormir bien si pienso que estoy utilizando el dinero del Gobierno [para recibir un tratamiento muy caro]”, añadió.
El impertinente Aso, que ya en 2008 cuando era primer ministro habló de la murga que daban los “viejos chochos”, ha perfeccionado su vocabulario y en la reunión de esta semana se refirió a los enfermos como la “gente del tubo”.
La población japonesa es una de las más longevas del planeta. El 25% del total supera ya los 60 años. Desde 2007 ha comenzado a disminuir, y en 2012 se redujo en 212.000 personas, un récord que se bate cada año. Las menguantes cifras muestran que en la actualidad hay algo menos de 126 millones de japoneses y en 2060 no llegarán a 87 millones, según informó el Ministerio de Salud el 31 de diciembre.
El diario en inglés The Japan Times señala que el ministro-secretario del Gobierno, Yoshihide Suga, trató de apagar el incendio, afirmando que las palabras de Taro Aso habían sido “mal interpretadas”. Horas después, el díscolo ministro señaló que se trataba de un “punto de vista personal”. “Retiro lo que he dicho y pido se omita del acta de la sesión”, dijo a los periodistas.
Sus meteduras de pata son famosas, pero nadie espera que dimita. Aso representa a uno de los grandes linajes políticos de Japón —su tatarabuelo Toshimichi Okubo jugó un importante papel en la llamada Restauración Meiji por la que el Imperio del Sol Naciente se abrió a Occidente en 1868—. Tiene conexiones con los barones industriales a través de la mayor cementera del país que levantó su padre dentro del gigantesco conglomerado familiar, que incluye unas 70 empresas, desde minas a un banco, pasando por una compañía eléctrica. Es multimillonario y en los últimos 13 años ha ocupado las más diversas carteras. En 2001, al convertirse en ministro de Economía, declaró que lucharía por sacar a Japón de la crisis económica y convertirlo en el país ideal de los “judíos ricos”.
En septiembre de 2008, Taro Aso consiguió su objetivo de convertirse en jefe del Gobierno. Le duró solo un año. Al septiembre siguiente su formación, el Partido Liberal Democrático (PLD) que había gobernado Japón durante medio siglo, sufrió la mayor derrota de su historia. Los japoneses no le toleraron el nepotismo con que había gobernado. “He colocado a la gente adecuada en el sitio preciso”, dijo cuando formó su Gabinete con amigos sacados de los sitios más diversos.
Este manipulador nato, que se declara entusiasta de los manga (los cómics japoneses), es el principal soporte del primer ministro Shinzo Abe, quien, en septiembre pasado, dio con el apoyo de Aso un golpe de mano y se hizo con el liderazgo del PLD. Tres meses más tarde y tras una resonante victoria, el PLD volvió a gobernar Japón.
Defensor a ultranza de que el Gobierno invierta en grandes obras de infraestructura, Taro Aso es considerado, como Shinzo Abe, un halcón del PLD. Muy conservador y nacionalista, su política augura, en estos momentos de tensión por las distintas disputas territoriales con sus vecinos, unas difíciles relaciones con China y Corea del Sur. Estos países no han olvidado la brutalidad del Ejército imperial durante la colonización y las ofensivas desatadas desde finales del siglo XIX hasta su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Aso se vio obligado a pedir disculpas en 2007, tras afirmar que muchas de las 200.000 prisioneras coreanas, chinas, filipinas y de otras nacionalidades utilizadas como esclavas sexuales por el Ejército nipón “lo habían hecho de forma voluntaria”.
En 2005, dijo que China representaba una “amenaza considerable”, con sus 1.300 millones de habitantes, sus bombas nucleares y su “presupuesto militar que aumenta dos dígitos por año desde hace 17 años sin que se sepa qué uso van a darle”.