Adiós al centenario Metro bonaerense
Último viaje de unos vagones llegados a Argentina desde Bélgica para el primer suburbano sudamericano
Alejandro Rebossio
Buenos Aires, El País
En 1913, Buenos Aires fue la primera ciudad sudamericana en contar con servicio de Metro. Comenzaron a circular por entonces coquetos vagones fabricados por la empresa belga La Brugeoise, con asientos y revestimientos de madera y con espejos intercalados entre las ventanas. Esos mismos trenes siguieron funcionando 100 años, pero este viernes cumplieron su último viaje. El alcalde de Buenos Aires, el conservador Mauricio Macri, ha decidido jubilarlos y reemplazarlos por nuevos coches chinos que compró el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, su rival política. En ningún otro Metro del mundo seguían operando vagones tan antiguos.
Los viejos trenes solo funcionaban en la línea A del Subte, la que une los nueve kilómetros que separan la plaza de Mayo del barrio de Flores, en el oeste de la capital argentina. Tardaban 40 minutos para recorrer 15 estaciones. Habían sido remodelados en estas décadas para que pudieran seguir operando, pero mantuvieron el mismo aspecto externo e interno de siempre, con lámparas de luz mortecina, detalles típicos de principios del siglo XX y puertas que se abrían de forma manual. Al igual que el resto de los trenes del Metro porteño, marchaban con las ventanillas bajas, sin aire acondicionado y con el ruido del chirrido de las ruedas sobre las vías. Lo que los diferenciaba era el particular balanceo a los costados de los vagones de madera. Parecía que se desvencijaban, pero nunca ocurrió un accidente serio. Los porteños se subían a ellos con normalidad, pero para los turistas resultaban una atracción.
“Están iguales que hace 30 años. Hoy vinimos a pasear en ellos por última vez. Me traen recuerdos de cuando era chica y jugaba a adivinar las estaciones, como ahora hace mi hijo”, dice Paola, de 36 años, que aprovecha las vacaciones del verano austral para llevarle de paseo a lo que constituye la pasión del niño: los trenes.“Quiero tomar el nuevo”, dice Axel, de ocho años, con gafas y gorra verde, a su madre. A Paola le parece bien que los reemplacen: “No andan bien. El otro día tuvimos que hacer un transbordo a otro vagón porque se descompuso el que nos llevaba”. También está contenta con la decisión del municipio de usar los 55 coches viejos como bibliotecas en plazas de la ciudad.
“Las puertas nunca terminaban de cerrarse bien. El sistema de frenado era viejo. Había que hacerle mucho mantenimiento a los vagones”, comenta Gabriel, un empleado del Metro.
Algunas organizaciones vecinales, sin embargo, se han opuesto a jubilar lo que consideran un patrimonio histórico. Hasta la presidenta Fernández pidió que se recompusieran para que continuaran en funcionamiento. Su Gobierno compró por 100 millones de dólares los 45 modernos coches chinos, pero fue Macri quien decidió retirar los belgas. El kirchnerismo también se quejó de que el alcalde haya dispuesto el cierre de la línea A a partir del sábado y durante dos meses para acondicionarla a los nuevos trenes.
Alejandro Rebossio
Buenos Aires, El País
En 1913, Buenos Aires fue la primera ciudad sudamericana en contar con servicio de Metro. Comenzaron a circular por entonces coquetos vagones fabricados por la empresa belga La Brugeoise, con asientos y revestimientos de madera y con espejos intercalados entre las ventanas. Esos mismos trenes siguieron funcionando 100 años, pero este viernes cumplieron su último viaje. El alcalde de Buenos Aires, el conservador Mauricio Macri, ha decidido jubilarlos y reemplazarlos por nuevos coches chinos que compró el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, su rival política. En ningún otro Metro del mundo seguían operando vagones tan antiguos.
Los viejos trenes solo funcionaban en la línea A del Subte, la que une los nueve kilómetros que separan la plaza de Mayo del barrio de Flores, en el oeste de la capital argentina. Tardaban 40 minutos para recorrer 15 estaciones. Habían sido remodelados en estas décadas para que pudieran seguir operando, pero mantuvieron el mismo aspecto externo e interno de siempre, con lámparas de luz mortecina, detalles típicos de principios del siglo XX y puertas que se abrían de forma manual. Al igual que el resto de los trenes del Metro porteño, marchaban con las ventanillas bajas, sin aire acondicionado y con el ruido del chirrido de las ruedas sobre las vías. Lo que los diferenciaba era el particular balanceo a los costados de los vagones de madera. Parecía que se desvencijaban, pero nunca ocurrió un accidente serio. Los porteños se subían a ellos con normalidad, pero para los turistas resultaban una atracción.
“Están iguales que hace 30 años. Hoy vinimos a pasear en ellos por última vez. Me traen recuerdos de cuando era chica y jugaba a adivinar las estaciones, como ahora hace mi hijo”, dice Paola, de 36 años, que aprovecha las vacaciones del verano austral para llevarle de paseo a lo que constituye la pasión del niño: los trenes.“Quiero tomar el nuevo”, dice Axel, de ocho años, con gafas y gorra verde, a su madre. A Paola le parece bien que los reemplacen: “No andan bien. El otro día tuvimos que hacer un transbordo a otro vagón porque se descompuso el que nos llevaba”. También está contenta con la decisión del municipio de usar los 55 coches viejos como bibliotecas en plazas de la ciudad.
“Las puertas nunca terminaban de cerrarse bien. El sistema de frenado era viejo. Había que hacerle mucho mantenimiento a los vagones”, comenta Gabriel, un empleado del Metro.
Algunas organizaciones vecinales, sin embargo, se han opuesto a jubilar lo que consideran un patrimonio histórico. Hasta la presidenta Fernández pidió que se recompusieran para que continuaran en funcionamiento. Su Gobierno compró por 100 millones de dólares los 45 modernos coches chinos, pero fue Macri quien decidió retirar los belgas. El kirchnerismo también se quejó de que el alcalde haya dispuesto el cierre de la línea A a partir del sábado y durante dos meses para acondicionarla a los nuevos trenes.