Fracasa el último intento para evitar el ‘abismo fiscal’ en Estados Unidos
Obama se muestra aún “moderadamente optimista” de conseguir un acuerdo en el Senado o un voto a favor de su propuesta
Antonio Caño
Washington, El País
Después de que concluyera sin acuerdos concretos la reunión que Barack Obama sostuvo este viernes en la Casa Blanca con los cuatro líderes del Congreso, el presidente se manifestó “moderadamente optimista” de que aún pueda encontrarse una solución que evite el abismo fiscal, y pidió que, de lo contrario, sea sometida a votación en ambas cámaras su propuesta para evitar los efectos más perjudiciales de la crisis económica que se avecina.
A falta de 3 días para que el 1 de enero entre en vigor una masiva subida de impuestos y recortes de gastos que llevaría al país a la recesión, la incertidumbre continúa. Nadie se atreve a romper aún públicamente la baraja. Todos insisten en seguir negociando. Pero nada preciso salió de la esperada cumbre de este viernes, y el espectro de un monumental fracaso político de graves consecuencias económicas para Estados Unidos y el resto del mundo continuaba anoche su avance en Washington.
Obama dijo que los líderes demócrata y republicano en el Senado, Harry Reid y Mitch McConnell, respectivamente, se han comprometido a tratar de encontrar en las horas que faltan un arreglo bipartidista que pueda después ser aprobado también en la Cámara de Representantes. Ambos confirmaron que lo intentarán. Reid afirmó que “las próximas 24 horas serán decisivas” y McConnell añadió que se mostraba “esperanzado y optimista” sobre la posibilidad de una solución pactada.
Los dos dedicarán este sábado a buscar esa fórmula mágica, con el propósito de someterlo a votación entre el domingo y el último día del año en ambas cámaras del Congreso. La Cámara, impotente por la división entre los republicanos, se va a mantener inactiva, a la espera de una propuesta del Senado.
Si ésta no llega, si Reid y McConnell vuelven a fracasar, Obama les ha pedido que, al menos, permitan que sea votada una iniciativa de la Casa Blanca para mantener las deducciones fiscales a todos los ciudadanos con ingresos inferiores a los 250.000 dólares anuales y continuar las ayudas al desempleo a dos millones de personas que las perderían a partir del 1 de enero. Esas serían algunas de las consecuencias del abismo fiscal, dentro de un conjunto de recortes y elevación de tasas por un valor cercano a los 600.000 millones de dólares que entrarán en vigor casi de inmediato.
Este drama, que ha provocado ya la caída de la Bolsa de Nueva York un 2% en esta semana, que ha puesto en cuestión la gobernabilidad de la primera potencia mundial y que ha situado bajo mínimos el prestigio de la clase política norteamericana, se prolongará, por tanto, hasta el último segundo. Aún cabe un final feliz, pero éste está sometido a una serie de condiciones que lo hacen muy difícil.
La primera condición es que McConnell acceda a un acuerdo o renuncie a su derecho legal al obstruccionismo y permita que la propuesta de Obama sea sometida a votación en el Senado, donde podría pasar únicamente con el respaldo de los demócratas. Lo segundo es que Boehner la defienda en la Cámara de Representantes, donde ya tuvo que retirar una propuesta suya mucho más conservadora que sugería subir los impuestos a los ingresos por encima del millón de dólares. Y lo tercero es que, elevada a votación en la Cámara, todos los demócratas y al menos 26 republicanos se pronuncien a favor.
Por lo visto hasta ahora, ninguna de esas condiciones se da. McConnell no ha dado ni una sola muestra de querer poner en riesgo su futuro político echándole ahora una mano a Obama. En cuanto a Boehner, que se juega su reelección por sus compañeros en los próximos días como presidente de la Cámara, nada parece haber cambiado desde hace unos días rompió su diálogo con la Casa Blanca. Por último, ninguno de los republicanos que se necesitan que digan sí han manifestado que estén dispuestos a hacerlo.
Si se conserva cierta esperanza sobre el desenlace de los acontecimientos es porque los republicanos deben de ser conscientes de que, llegadas las cosas a este punto, estando en sus manos la decisión final para bajarles los impuestos al 87% de los norteamericanos a cambio de subírselos a los que ganan más de 250.000 dólares anuales, asumen una gran responsabilidad ante la nación. ¿Se negarán a votar una medida que puede evitar a este país y al mundo el trance de una crisis económica tan innecesaria? ¿No habrá al menos 26 que lo hagan?
En todo caso, aún con un arreglo de última hora, EE UU está obligado a afrontar de forma bipartidista desde principios del próximo año el problema de su déficit y de su deuda. En aproximadamente dos meses más el país alcanzará su techo legal de endeudamiento, de acuerdo a los cálculos del Departamento del Tesoro. Si se quiere evitar la suspensión de pagos, será preciso que el Congreso autorice nueva deuda, y para ello será necesario nuevamente negociar una amplia reforma presupuestaria sobre impuestos y gastos.
En su próximo discurso sobre el estado de la Unión, tras su toma de posesión, Obama presentará, probablemente, las líneas maestras de esa reforma. Pero después tendrá que confrontarla con la opinión de los republicanos, de los que es difícil anticipar en qué estado de ánimo estarán para entonces.
Antonio Caño
Washington, El País
Después de que concluyera sin acuerdos concretos la reunión que Barack Obama sostuvo este viernes en la Casa Blanca con los cuatro líderes del Congreso, el presidente se manifestó “moderadamente optimista” de que aún pueda encontrarse una solución que evite el abismo fiscal, y pidió que, de lo contrario, sea sometida a votación en ambas cámaras su propuesta para evitar los efectos más perjudiciales de la crisis económica que se avecina.
A falta de 3 días para que el 1 de enero entre en vigor una masiva subida de impuestos y recortes de gastos que llevaría al país a la recesión, la incertidumbre continúa. Nadie se atreve a romper aún públicamente la baraja. Todos insisten en seguir negociando. Pero nada preciso salió de la esperada cumbre de este viernes, y el espectro de un monumental fracaso político de graves consecuencias económicas para Estados Unidos y el resto del mundo continuaba anoche su avance en Washington.
Obama dijo que los líderes demócrata y republicano en el Senado, Harry Reid y Mitch McConnell, respectivamente, se han comprometido a tratar de encontrar en las horas que faltan un arreglo bipartidista que pueda después ser aprobado también en la Cámara de Representantes. Ambos confirmaron que lo intentarán. Reid afirmó que “las próximas 24 horas serán decisivas” y McConnell añadió que se mostraba “esperanzado y optimista” sobre la posibilidad de una solución pactada.
Los dos dedicarán este sábado a buscar esa fórmula mágica, con el propósito de someterlo a votación entre el domingo y el último día del año en ambas cámaras del Congreso. La Cámara, impotente por la división entre los republicanos, se va a mantener inactiva, a la espera de una propuesta del Senado.
Si ésta no llega, si Reid y McConnell vuelven a fracasar, Obama les ha pedido que, al menos, permitan que sea votada una iniciativa de la Casa Blanca para mantener las deducciones fiscales a todos los ciudadanos con ingresos inferiores a los 250.000 dólares anuales y continuar las ayudas al desempleo a dos millones de personas que las perderían a partir del 1 de enero. Esas serían algunas de las consecuencias del abismo fiscal, dentro de un conjunto de recortes y elevación de tasas por un valor cercano a los 600.000 millones de dólares que entrarán en vigor casi de inmediato.
Este drama, que ha provocado ya la caída de la Bolsa de Nueva York un 2% en esta semana, que ha puesto en cuestión la gobernabilidad de la primera potencia mundial y que ha situado bajo mínimos el prestigio de la clase política norteamericana, se prolongará, por tanto, hasta el último segundo. Aún cabe un final feliz, pero éste está sometido a una serie de condiciones que lo hacen muy difícil.
La primera condición es que McConnell acceda a un acuerdo o renuncie a su derecho legal al obstruccionismo y permita que la propuesta de Obama sea sometida a votación en el Senado, donde podría pasar únicamente con el respaldo de los demócratas. Lo segundo es que Boehner la defienda en la Cámara de Representantes, donde ya tuvo que retirar una propuesta suya mucho más conservadora que sugería subir los impuestos a los ingresos por encima del millón de dólares. Y lo tercero es que, elevada a votación en la Cámara, todos los demócratas y al menos 26 republicanos se pronuncien a favor.
Por lo visto hasta ahora, ninguna de esas condiciones se da. McConnell no ha dado ni una sola muestra de querer poner en riesgo su futuro político echándole ahora una mano a Obama. En cuanto a Boehner, que se juega su reelección por sus compañeros en los próximos días como presidente de la Cámara, nada parece haber cambiado desde hace unos días rompió su diálogo con la Casa Blanca. Por último, ninguno de los republicanos que se necesitan que digan sí han manifestado que estén dispuestos a hacerlo.
Si se conserva cierta esperanza sobre el desenlace de los acontecimientos es porque los republicanos deben de ser conscientes de que, llegadas las cosas a este punto, estando en sus manos la decisión final para bajarles los impuestos al 87% de los norteamericanos a cambio de subírselos a los que ganan más de 250.000 dólares anuales, asumen una gran responsabilidad ante la nación. ¿Se negarán a votar una medida que puede evitar a este país y al mundo el trance de una crisis económica tan innecesaria? ¿No habrá al menos 26 que lo hagan?
En todo caso, aún con un arreglo de última hora, EE UU está obligado a afrontar de forma bipartidista desde principios del próximo año el problema de su déficit y de su deuda. En aproximadamente dos meses más el país alcanzará su techo legal de endeudamiento, de acuerdo a los cálculos del Departamento del Tesoro. Si se quiere evitar la suspensión de pagos, será preciso que el Congreso autorice nueva deuda, y para ello será necesario nuevamente negociar una amplia reforma presupuestaria sobre impuestos y gastos.
En su próximo discurso sobre el estado de la Unión, tras su toma de posesión, Obama presentará, probablemente, las líneas maestras de esa reforma. Pero después tendrá que confrontarla con la opinión de los republicanos, de los que es difícil anticipar en qué estado de ánimo estarán para entonces.