El psiquiátrico de Alepo, un "vertedero" humano de la guerra
Alepo, AFP
El hospital psiquiátrico Dar al Ajaza de Alepo "es como un gran vertedero" humano donde unas 60 personas, con trastornos mentales o no, sobreviven en tierra de nadie entre los dos frentes de la guerra civil siria.
"No hay luz, no hay calefacción, no hay agua corriente en los baños (...) Si no fuera por la gente de este barrio, que les dan comida, hace muchísimo tiempo que habrían muerto de inanición", afirma Abu Abdu, uno de los tres únicos responsables del cento que siguen haciendo acto de presencia cotidiana.
"Cuando la guerra alcanzó esta ciudad del norte de Siria, todo el personal dejó de venir y los abandonó. Yo llevo más de cinco años trabajando con ellos, son parte de mi familia y no tengo intención de abandonarlos", agrega el enfermero de mediana edad mientras tiende un cigarro encendido a un anciano que se balancea frenéticamente y tirita de frío.
El internado, Omar Satut, lo toma y la da una larga calada. "Hace mucho que perdió la cabeza. Piensa que aún es oficial del ejército y que tiene que ir a luchar contra Israel. No se quita nunca sus pantalones de camuflaje. Así es feliz", comenta Abu Abdu.
El hospital Al Ajaza es un imponente edificio de dos plantas y más de 30 habitaciones repartidas entre dos grandes patios centrales, que a cielo abierto muestran la grandeza de la ciudad medieval... Pero la guerra lo ha dejado en una tierra de nadie, entre las fuerzas de Bashar al Asad y los rebeldes.
"En los últimos cuatro meses han muerto ocho personas; el último ayer por la mañana. Nosotros no podemos hacer nada más por ellos. Tratamos de cuidarlos lo mejor que podemos pero en estas condiciones lo raro es que no hayan muerto todos", se lamenta Abu Abdu.
"Hemos recibido varios impactos por la artillería del régimen. Cuando nos bombardean metemos a todos los pacientes en la misma habitación para que no estén nerviosos y tratamos de calmarlos", comenta el celador mientras muestra un enorme agujero dejado por un obús.
Un paciente, Walid Asiad, camina descalzo por el patio central del hospital. Sus pies chapotean sobre los charcos. Anda con los brazos cruzados sobre el pecho y de una de sus manos cuelga una pequeña taza de plástico blanca de la que nunca se separa. No habla con nadie. No mira a nadie.
"Pero aún no ha llegado lo peor", advierte Abu Abdu. "Cuando comiencen las heladas y a nevar será terrible. Me temo que muchos de ellos no sean capaces de sobrevivir al invierno". Este centro no solo da cobijo a enfermos mentales? En sus habitaciones es fácil toparse con ancianos que han perdido a toda su familia y no pueden valerse por sí mismos, a personas con síndrome de Down, a discapacitados físicos.
"Es como un gran vertedero donde nos vamos deshaciendo de todo lo que no nos gusta o nos resulta extraño. Lo mejor es encerrarlos y tirar la llave? Sin preocuparnos ni saber si llegarán vivos a mañana", comenta.
Tras cruzar una arcada y llegar a un segundo patio Abu Abdu nos advierte: "Aquí tenemos a los que están peor mentalmente y no podemos permitir que anden solos por el hospital".
Abre un pestillo que bloquea una doble puerta de cristal. El hedor que sale es nauseabundo. En una habitación de 10 metros cuadrados hay encerrados doce pacientes. Once están al fondo sobre tres colchones de espuma amarillenta y el otro tendido sobre una cama y cubierto por una manta de color negro con motivos verdes.
"Se llama Mahmut. Sólo puede mover los brazos ni el cuello? Solo articula sonidos y nos comunicamos con él mediante gestos". "Les lavamos todos los días, porque muchos de los que están aquí encerrados no son capaces de ir solos al baño por sí mismos", afirma Abu Abdu.
"Estos pacientes hace meses que no reciben su medicación y cada día están peor. Muchos han perdido definitivamente la cabeza y cuando tienen brotes violentos no podemos hacer absolutamente nada para calmarlos, salvo encerrarlos a solas en una habitación hasta que se cansen de golpearse?", comenta resignado, mientras vuelve a cerrar la puerta.
El hospital psiquiátrico Dar al Ajaza de Alepo "es como un gran vertedero" humano donde unas 60 personas, con trastornos mentales o no, sobreviven en tierra de nadie entre los dos frentes de la guerra civil siria.
"No hay luz, no hay calefacción, no hay agua corriente en los baños (...) Si no fuera por la gente de este barrio, que les dan comida, hace muchísimo tiempo que habrían muerto de inanición", afirma Abu Abdu, uno de los tres únicos responsables del cento que siguen haciendo acto de presencia cotidiana.
"Cuando la guerra alcanzó esta ciudad del norte de Siria, todo el personal dejó de venir y los abandonó. Yo llevo más de cinco años trabajando con ellos, son parte de mi familia y no tengo intención de abandonarlos", agrega el enfermero de mediana edad mientras tiende un cigarro encendido a un anciano que se balancea frenéticamente y tirita de frío.
El internado, Omar Satut, lo toma y la da una larga calada. "Hace mucho que perdió la cabeza. Piensa que aún es oficial del ejército y que tiene que ir a luchar contra Israel. No se quita nunca sus pantalones de camuflaje. Así es feliz", comenta Abu Abdu.
El hospital Al Ajaza es un imponente edificio de dos plantas y más de 30 habitaciones repartidas entre dos grandes patios centrales, que a cielo abierto muestran la grandeza de la ciudad medieval... Pero la guerra lo ha dejado en una tierra de nadie, entre las fuerzas de Bashar al Asad y los rebeldes.
"En los últimos cuatro meses han muerto ocho personas; el último ayer por la mañana. Nosotros no podemos hacer nada más por ellos. Tratamos de cuidarlos lo mejor que podemos pero en estas condiciones lo raro es que no hayan muerto todos", se lamenta Abu Abdu.
"Hemos recibido varios impactos por la artillería del régimen. Cuando nos bombardean metemos a todos los pacientes en la misma habitación para que no estén nerviosos y tratamos de calmarlos", comenta el celador mientras muestra un enorme agujero dejado por un obús.
Un paciente, Walid Asiad, camina descalzo por el patio central del hospital. Sus pies chapotean sobre los charcos. Anda con los brazos cruzados sobre el pecho y de una de sus manos cuelga una pequeña taza de plástico blanca de la que nunca se separa. No habla con nadie. No mira a nadie.
"Pero aún no ha llegado lo peor", advierte Abu Abdu. "Cuando comiencen las heladas y a nevar será terrible. Me temo que muchos de ellos no sean capaces de sobrevivir al invierno". Este centro no solo da cobijo a enfermos mentales? En sus habitaciones es fácil toparse con ancianos que han perdido a toda su familia y no pueden valerse por sí mismos, a personas con síndrome de Down, a discapacitados físicos.
"Es como un gran vertedero donde nos vamos deshaciendo de todo lo que no nos gusta o nos resulta extraño. Lo mejor es encerrarlos y tirar la llave? Sin preocuparnos ni saber si llegarán vivos a mañana", comenta.
Tras cruzar una arcada y llegar a un segundo patio Abu Abdu nos advierte: "Aquí tenemos a los que están peor mentalmente y no podemos permitir que anden solos por el hospital".
Abre un pestillo que bloquea una doble puerta de cristal. El hedor que sale es nauseabundo. En una habitación de 10 metros cuadrados hay encerrados doce pacientes. Once están al fondo sobre tres colchones de espuma amarillenta y el otro tendido sobre una cama y cubierto por una manta de color negro con motivos verdes.
"Se llama Mahmut. Sólo puede mover los brazos ni el cuello? Solo articula sonidos y nos comunicamos con él mediante gestos". "Les lavamos todos los días, porque muchos de los que están aquí encerrados no son capaces de ir solos al baño por sí mismos", afirma Abu Abdu.
"Estos pacientes hace meses que no reciben su medicación y cada día están peor. Muchos han perdido definitivamente la cabeza y cuando tienen brotes violentos no podemos hacer absolutamente nada para calmarlos, salvo encerrarlos a solas en una habitación hasta que se cansen de golpearse?", comenta resignado, mientras vuelve a cerrar la puerta.