Berlusconi amenaza con dejar caer al Gobierno tecnocrático de Monti
Il Cavaliere vuelve a cambiar y dice que será candidato a primer ministro
Pablo Ordaz
Roma, El País
Silvio Berlusconi está dispuesto a morir matando. Durante toda la jornada de hoy, primero en el Senado y luego en la Cámara de Diputados, su maltrecho partido, el Pueblo de la Libertad (PDL), puso en escena la amenaza de derribar al Gobierno de Mario Monti al ausentarse en sendas votaciones de una ley. A continuación, el anterior primer ministro ordenó a su secretario general, Angelino Alfano, que anunciara su enésimo cambio de parecer: volverá a ser candidato a la jefatura del Gobierno. La versión dada por el propio Berlusconi la noche del miércoles es que el país está mucho peor que hace año: “Y muchísimos me piden que salve a Italia”. Pero la realidad tiene más que ver con su propia desesperación.
Berlusconi está desesperado. A sus 76 años, y tras permanecer los últimos 20 en la cumbre del poder político italiano, lleva meses dudando sobre qué camino tomar: si volver a presentarse para, casi con toda seguridad, hacer un ridículo espantoso o jubilarse —hace unos meses anunció que lo iba a hacer, pero se desdijo de inmediato— y quedar más desprotegido ante los procesos judiciales. La tarde del miércoles, durante tres horas y media, el anterior primer ministro mantuvo una tensa reunión en el romano palacio Grazioli con los dirigentes de su partido. Estos intentaron convencerlo de que no se vuelva a presentar y él les acusó de no defenderlo públicamente, de acuchillarlo y dejarlo en la estacada.
Al término de la infructuosa reunión —en la que no se decidió si el PDL cambiará de nombre o si celebrará primarias para elegir un candidato—, Berlusconi se dejó caer con unas declaraciones en las que decía justo lo contrario de lo que había sucedido: “Muchísimos me piden que salve a Italia”. Il Cavaliere llegó incluso a añadir que se siente “asediado” por las peticiones de los suyos para que vuelva a ser candidato, dando a entender que, después de mucho pensarlo, no tendrá más remedio que sacrificarse: “La situación es hoy mucho más grave que hace un año, cuando dejé el Gobierno por sentido de responsabilidad y por amor a mi país. Hay un millón de parados más, la deuda aumenta, el poder adquisitivo se desploma, la presión fiscal está a niveles insoportables… No lo puedo consentir”.
Las posibilidad de que Berlusconi volviese a contaminar la vida política italiana hizo reaccionar a uno de los hombres fuertes del Gobierno. Corrado Passera, ministro de Desarrollo Económico, dijo en televisión: “Debemos dar la sensación de que Italia va hacia adelante. Todo aquello que pueda hacer imaginar al resto del mundo, a nuestros socios, que se vuelve para atrás no es bueno para Italia. Dicho esto…”. El ataque del ministro de Monti era lo que necesitaba Berlusconi —un maestro en hacer de la necesidad virtud— para reagrupar a los suyos y, unas horas después, montar el número en el Senado. Lo de menos era retirar la confianza a ley que se votaba —una serie de medidas destinadas a fomentar el crecimiento y recortar el coste de la política y de las administraciones locales—, lo importante era volver a dar la sensación de que no es un político desvalido esperando el golpe final de sus procesos pendientes. Lo consiguió.
Y de qué manera. El secretario del PDL, Angelino Alfano, anunció que el viernes subirá al palacio del Quirinale para comunicar la decisión de su jefe al presidente de la República, Giorgio Napolitano, quien se apresuró a pedir calma. El principal partido de la oposición, el Partido Democrático (centro izquierda), anunció que seguirá apoyando a Monti, pero aconsejó al primer ministro tecnócrata que subiera él también al Quirinale a recibir consejo de Napolitano. El resultado es que Berlusconi volvió a enfangar la vida política italiana por la misma razón de siempre: sus intereses personales.
Además de su triste perspectiva electoral —apenas un 15%—, Berlusconi se siente amenazado por las reformas gubernamentales que lo pueden dejar fuera de las instituciones, a merced de los jueces. Desde que dejó el Gobierno, el magnate de los medios de comunicación ha buscado infructuosamente un salvoconducto que lo blindara ante los procesos judiciales que aún tiene abiertos —entre ellos, el del llamado caso Ruby, la presunta inducción a la prostitución de menores—, pero no lo ha conseguido. Y esta es su venganza. Dos décadas después, todos siguen bailando al son del viejo tahúr de la política italiana.
Pablo Ordaz
Roma, El País
Silvio Berlusconi está dispuesto a morir matando. Durante toda la jornada de hoy, primero en el Senado y luego en la Cámara de Diputados, su maltrecho partido, el Pueblo de la Libertad (PDL), puso en escena la amenaza de derribar al Gobierno de Mario Monti al ausentarse en sendas votaciones de una ley. A continuación, el anterior primer ministro ordenó a su secretario general, Angelino Alfano, que anunciara su enésimo cambio de parecer: volverá a ser candidato a la jefatura del Gobierno. La versión dada por el propio Berlusconi la noche del miércoles es que el país está mucho peor que hace año: “Y muchísimos me piden que salve a Italia”. Pero la realidad tiene más que ver con su propia desesperación.
Berlusconi está desesperado. A sus 76 años, y tras permanecer los últimos 20 en la cumbre del poder político italiano, lleva meses dudando sobre qué camino tomar: si volver a presentarse para, casi con toda seguridad, hacer un ridículo espantoso o jubilarse —hace unos meses anunció que lo iba a hacer, pero se desdijo de inmediato— y quedar más desprotegido ante los procesos judiciales. La tarde del miércoles, durante tres horas y media, el anterior primer ministro mantuvo una tensa reunión en el romano palacio Grazioli con los dirigentes de su partido. Estos intentaron convencerlo de que no se vuelva a presentar y él les acusó de no defenderlo públicamente, de acuchillarlo y dejarlo en la estacada.
Al término de la infructuosa reunión —en la que no se decidió si el PDL cambiará de nombre o si celebrará primarias para elegir un candidato—, Berlusconi se dejó caer con unas declaraciones en las que decía justo lo contrario de lo que había sucedido: “Muchísimos me piden que salve a Italia”. Il Cavaliere llegó incluso a añadir que se siente “asediado” por las peticiones de los suyos para que vuelva a ser candidato, dando a entender que, después de mucho pensarlo, no tendrá más remedio que sacrificarse: “La situación es hoy mucho más grave que hace un año, cuando dejé el Gobierno por sentido de responsabilidad y por amor a mi país. Hay un millón de parados más, la deuda aumenta, el poder adquisitivo se desploma, la presión fiscal está a niveles insoportables… No lo puedo consentir”.
Las posibilidad de que Berlusconi volviese a contaminar la vida política italiana hizo reaccionar a uno de los hombres fuertes del Gobierno. Corrado Passera, ministro de Desarrollo Económico, dijo en televisión: “Debemos dar la sensación de que Italia va hacia adelante. Todo aquello que pueda hacer imaginar al resto del mundo, a nuestros socios, que se vuelve para atrás no es bueno para Italia. Dicho esto…”. El ataque del ministro de Monti era lo que necesitaba Berlusconi —un maestro en hacer de la necesidad virtud— para reagrupar a los suyos y, unas horas después, montar el número en el Senado. Lo de menos era retirar la confianza a ley que se votaba —una serie de medidas destinadas a fomentar el crecimiento y recortar el coste de la política y de las administraciones locales—, lo importante era volver a dar la sensación de que no es un político desvalido esperando el golpe final de sus procesos pendientes. Lo consiguió.
Y de qué manera. El secretario del PDL, Angelino Alfano, anunció que el viernes subirá al palacio del Quirinale para comunicar la decisión de su jefe al presidente de la República, Giorgio Napolitano, quien se apresuró a pedir calma. El principal partido de la oposición, el Partido Democrático (centro izquierda), anunció que seguirá apoyando a Monti, pero aconsejó al primer ministro tecnócrata que subiera él también al Quirinale a recibir consejo de Napolitano. El resultado es que Berlusconi volvió a enfangar la vida política italiana por la misma razón de siempre: sus intereses personales.
Además de su triste perspectiva electoral —apenas un 15%—, Berlusconi se siente amenazado por las reformas gubernamentales que lo pueden dejar fuera de las instituciones, a merced de los jueces. Desde que dejó el Gobierno, el magnate de los medios de comunicación ha buscado infructuosamente un salvoconducto que lo blindara ante los procesos judiciales que aún tiene abiertos —entre ellos, el del llamado caso Ruby, la presunta inducción a la prostitución de menores—, pero no lo ha conseguido. Y esta es su venganza. Dos décadas después, todos siguen bailando al son del viejo tahúr de la política italiana.