ANÁLISIS / Quien siembra hostilidad, recoge indiferencia

La cuestión europea se ha convertido en una seria amenaza para la supervivencia política del primer ministro británico, David Cameron

José Ignacio
Torreblanca, El País
Desde que llegara al poder en 2010, el primer ministro británico, David Cameron, ha ido enredándose progresivamente en la tela de araña europea. Habrá quien quiera buscar las culpas en el continente acudiendo a los manidos tópicos al uso (“los franceses nos odian”, “los alemanes nos envidian”) pero la realidad es que el mérito es exclusivamente del propio Cameron, que no ha perdido una oportunidad de perder una oportunidad de mejorar las relaciones entre el Reino Unido y la UE. A base de sucesivos manotazos, tanto dentro del Reino Unido como en sus relaciones con sus colegas europeos, ha terminado por comprometerse a convocar un referéndum sobre Europa que no tiene muchas posibilidades de ganar.


Con unas dobles elecciones a la vista en 2014, nacionales y europeas, la cuestión europea se ha convertido en una seria amenaza a su supervivencia política. Según las encuestas, tres de cada cuatro británicos sienten poca o ninguna vinculación con la Unión Europea, lo que no augura un buen resultado. Pero las complicaciones de Cameron no solo tienen que ver con una opinión pública gélida como un témpano respecto a la UE: dentro de su propio partido, un 63% de los militantes es partidario, sin más, de retirarse de la Unión y entre sus votantes Europa despierta una hostilidad tan manifiesta que, en un hipotético referéndum, sólo un 29% votaría a favor de permanecer en la UE. Eso explica que quiera a toda costa evitar que ese referéndum se articule en torno a una pregunta sencilla y directa sobre si quedarse o marcharse en la UE. La contradicción es tal que, aquello que Cameron ha exigido a los nacionalistas escoceses (una pregunta clara sobre la independencia, no tres opciones confusas y difíciles de gestionar) es algo que no puede exigirse a sí mismo en relación con Europa, pues muy probablemente saldría derrotado.

Cameron tendría más posibilidades de lograr una victoria si lograra someter a los votantes la aprobación de una “relación mejorada” entre el Reino Unido y la UE previamente negociada entre ambas partes. El problema es que esa relación mejorada es muy difícil de llenar de contenido práctico pues el Reino Unido ya disfruta de un gran número de privilegios en su relación con la UE, estando ya autoexcluido de numerosos ámbitos (desde la libertad de circulación de personas a la política social pasando por el euro). Añadir más excepciones es teóricamente posible, pero su importancia sería marginal y difícilmente configurarían algo que pudiera ser descrito como una nueva relación con Europa que pudiera entusiasmar a los votantes y superar la desconfianza innata que tienen sobre todo lo europeo. Máxime cuando además la prensa y los eurofóbicos del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) harían trizas dicho acuerdo ante la opinión pública buscando rédito electoral.

Cameron olvida además la lección de su humillación en el Consejo Europeo de diciembre de 2011, cuando su amenaza de vetar el nuevo Tratado Fiscal si no se protegían los intereses de la City fue respondida por el resto de miembros con un Tratado intergubernamental que excluye al Reino Unido y que por tanto Londres no puede vetar. Durante décadas, la diplomacia británica ha trabajado con la filosofía de que los intereses del Reino se defendían mejor desde dentro que desde fuera de la UE. Paradójicamente, aunque el Reino Unido no era parte del euro, la bonanza económica asociada a su primera década de vida convirtió a la capital de un país que no era miembro del euro en el centro financiero de Europa. Ahora, la crisis del euro y los avances hacia una unión más completa, con un pilar bancario, fiscal y económico, van a poner fin a esa anomalía histórica. A partir de 2013, Cameron dedicará grandes energías a buscar una nueva relación entre Londres y Bruselas que evite la salida del Reino Unido de la UE pero, como es evidente, encontrará en el resto de líderes europeos una disposición muy pequeña a regalarle una gran victoria personal. Unos serán hostiles, los más indiferentes, y casi ninguno simpatizará con sus pretensiones. Pero eso no es lo central: al final del día, lo que los ciudadanos británicos voten en un referéndum no importará mucho. Cameron no parece entender algo tan fundamental como que el tiempo del Reino Unido como actor central en la UE ha llegado a su fin y que cada día que pasa, el Reino Unido es menos miembro de la Unión Europea. No es por tanto el Reino Unido el que decidirá si marcharse de la UE o quedarse, sino que es la UE la que, por la vía de los hechos, está dejando al Reino Unido fuera de la UE. Cameron puede retrasar o acelerar ese progreso pero no detenerlo.

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