Vecinos y milicianos de una ciudad kurda de Siria expulsan a las tropas de El Asad
La población de Derik, situada en el kurdistán, fuerza la salida del ejército del régimen de su territorio
José Miguel Calatayud
Derik, El País
“¡El Asad se ha ido! Estoy muy feliz, hasta ahora ni siquiera teníamos tarjetas de identidad”, dice Abdi Karim, de 56 años, con la cara cansada pero con una gran sonrisa. Karim es miembro de las Unidades de Protección Popular (YPG, en kurdo), una milicia dedicada a proteger áreas y ciudades kurdas. “Tenemos los rifles para proteger a la gente, solo para proteger”, repite mirando su viejo AK-47.
Los residentes de Derik (conocido en árabe como Al Mālikiya) y las YPG forzaron hoy la marcha de esta ciudad de las últimas tropas y policías del régimen del presidente Bachar el Asad. Derik está situada en el Kurdistán sirio en el noreste del país, en un área rica en recursos petrolíferos y cercana a las fronteras con Turquía e Irak.
Karim habla a través de una ventana del edificio de la Seguridad Política, uno de los cuerpos armados del Gobierno sirio, el último edificio abandonado hoy por los hombres de El Asad pero en el que aún no permiten entrar a los periodistas.
En la calle, un camión emite a todo volumen música kurda, prohibida por el régimen, y cientos de personas cantan y bailan. Un hombre pinta con spray la cara de El Asad en su retrato oficial en una entrada al edificio.
Entre la gente, hay muchos hombres y mujeres jóvenes miembros de las YPG, vestidos con chalecos militares y armados con rifles AK-47, aunque también se ven al menos dos lanzagrandas, un rifle de francotirador y una ametralladora.
Las comunidades kurdas inciden en la igualdad de géneros y, en un momento dado, son siete chicas jóvenes las que hacen guardia frente a una de las entradas del edificio de la Seguridad Pública, dos de ellas apostadas en el tejado y todas con rifles AK-47. “Este es un momento de gran felicidad”, comenta una con una sonrisa nerviosa y antes de decir que no puede hablar sin permiso.
Entre la multitud, ondean diferentes banderas del Partido turco de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, en kurdo), de Abdullah Ocalan, su fundador y encarcelado en Turquía desde 1999, y de la región autónoma kurda de Irak, todas ellas también prohibidas por el Gobierno.
En Siria, viven unos dos millones de kurdos, alrededor del 10 por cien de la población y discriminados por el régimen sirio, que los encarcelaba por hablar su idioma y no les concedía los mismos derechos que a otros ciudadanos.
Desde el inicio del actual conflicto en Siria, en marzo del año pasado, el Gobierno de El Asad ha ido aflojando su control sobre las ciudades kurdas del norte y noreste del país, una región que además es rica en recursos petrolíferos.
En julio de este año, tropas del régimen empezaron a abandonar algunas de sus posiciones en la región y los partidos políticos kurdos y las YPG aprovecharon para llenar el vacío de poder y ganar una inesperada y deseada autonomía.
En Derik y en otras ciudades del Kurdistán sirio, ahora hay consejos populares en los Gobiernos locales, las YPG y otros grupos armados se encargan de la seguridad y han empezado clases en kurdo en las escuelas.
En los últimos días, esta milicia popular y los residentes de varias poblaciones kurdas han expulsado pacíficamente a los últimos elementos del Gobierno. La excepción fue la ciudad fronteriza de Ras al-Ain, más al oeste y que fue tomada el pasado jueves por los rebeldes del Ejército Libre de Siria (ELS). Esta ciudad está siendo bombardeada desde ese día por la aviación de El Asad, lo que ha causado la muerte de varios civiles.
“No es que la gente tenga miedo (del Gobierno), pero no quieren que los aviones o las tropas de Asad vengan aquí”, comenta Talat Unis, miembro del Partido de la Unión Democrática (PYD, en kurdo), la mayor agrupación política y la mejor organizada del Kurdistán sirio.
“Si el ELS viene aquí les diremos: ‘¿Qué hacéis aquí? No hay necesidad, queríamos echar a las tropas de El Asad y lo hemos hecho, no hay necesidad”, dice Unis.
Los rebeldes del ELS y los kurdos comparten el objetivo de acabar con el régimen de El Asad pero entre ellos hay cierta tensión. Los partidos kurdos y las YPG temen que los rebeldes, predominantemente árabes, no aseguren la autonomía kurda en un hipotético futuro gobierno. Por su parte, los rebeldes han criticado la tibia actitud de los kurdos con respecto a las fuerzas del régimen.
A finales de octubre, estas tensiones explotaron en enfrentamientos que dejaron alrededor de 30 muertos en áreas predominantemente kurdas de la ciudad de Alepo, donde los rebeldes y las tropas de El Asad llevan varios meses enzarzados en fieros combates.
Una guerra que se alarga
Mientras tanto, en Derik la gente se había ido congregando en la llamada plaza del presidente, en la que se alza una estatua de Hazef el Asad, padre de Bashar y expresidente sirio antes que su hijo.
De nuevo el camión emitía canciones en kurdo a todo volumen y decenas de personas bailaban cogidas de la mano en grandes círculos. Varios cientos, incluyendo docenas de ellas en balcones y tejados alrededor de la plaza, animaban a un grupo de jóvenes que se habían subido a la estatua de Hazef el Asad y habían atado una cuerda a ella. El otro extremo estaba atado a una máquina excavadora, que empezó a tirar pero la cuerda no aguantó y se rompió. Entonces, los jóvenes empezaron a golpear con grandes martillos y a romper la estatua y el pedestal con para hacerlos más frágiles. La máquina excavadora probó varias veces más pero en todos los casos la cuerda se acabó rompiendo y finalmente la gente abandonó la plaza y dijo que seguirán intentándolo mañana.
La imagen ilustra la actual situación de la guerra en Siria. Los diferentes grupos opuestos al régimen ganaron algo de terreno y, en particular, los partidos kurdos y las YPG se están afianzando en el norte del país. Pero al mismo tiempo parecen no ser capaces de hacer caer al régimen, que resiste y que intenta usar las diferencias entre los rebeldes y otros grupos de la oposición para romper la resistencia.
Mientras tanto, la guerra ya dura casi 20 meses y se ha cobrado más de 30.000 vidas, la mayoría de civiles.
José Miguel Calatayud
Derik, El País
“¡El Asad se ha ido! Estoy muy feliz, hasta ahora ni siquiera teníamos tarjetas de identidad”, dice Abdi Karim, de 56 años, con la cara cansada pero con una gran sonrisa. Karim es miembro de las Unidades de Protección Popular (YPG, en kurdo), una milicia dedicada a proteger áreas y ciudades kurdas. “Tenemos los rifles para proteger a la gente, solo para proteger”, repite mirando su viejo AK-47.
Los residentes de Derik (conocido en árabe como Al Mālikiya) y las YPG forzaron hoy la marcha de esta ciudad de las últimas tropas y policías del régimen del presidente Bachar el Asad. Derik está situada en el Kurdistán sirio en el noreste del país, en un área rica en recursos petrolíferos y cercana a las fronteras con Turquía e Irak.
Karim habla a través de una ventana del edificio de la Seguridad Política, uno de los cuerpos armados del Gobierno sirio, el último edificio abandonado hoy por los hombres de El Asad pero en el que aún no permiten entrar a los periodistas.
En la calle, un camión emite a todo volumen música kurda, prohibida por el régimen, y cientos de personas cantan y bailan. Un hombre pinta con spray la cara de El Asad en su retrato oficial en una entrada al edificio.
Entre la gente, hay muchos hombres y mujeres jóvenes miembros de las YPG, vestidos con chalecos militares y armados con rifles AK-47, aunque también se ven al menos dos lanzagrandas, un rifle de francotirador y una ametralladora.
Las comunidades kurdas inciden en la igualdad de géneros y, en un momento dado, son siete chicas jóvenes las que hacen guardia frente a una de las entradas del edificio de la Seguridad Pública, dos de ellas apostadas en el tejado y todas con rifles AK-47. “Este es un momento de gran felicidad”, comenta una con una sonrisa nerviosa y antes de decir que no puede hablar sin permiso.
Entre la multitud, ondean diferentes banderas del Partido turco de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, en kurdo), de Abdullah Ocalan, su fundador y encarcelado en Turquía desde 1999, y de la región autónoma kurda de Irak, todas ellas también prohibidas por el Gobierno.
En Siria, viven unos dos millones de kurdos, alrededor del 10 por cien de la población y discriminados por el régimen sirio, que los encarcelaba por hablar su idioma y no les concedía los mismos derechos que a otros ciudadanos.
Desde el inicio del actual conflicto en Siria, en marzo del año pasado, el Gobierno de El Asad ha ido aflojando su control sobre las ciudades kurdas del norte y noreste del país, una región que además es rica en recursos petrolíferos.
En julio de este año, tropas del régimen empezaron a abandonar algunas de sus posiciones en la región y los partidos políticos kurdos y las YPG aprovecharon para llenar el vacío de poder y ganar una inesperada y deseada autonomía.
En Derik y en otras ciudades del Kurdistán sirio, ahora hay consejos populares en los Gobiernos locales, las YPG y otros grupos armados se encargan de la seguridad y han empezado clases en kurdo en las escuelas.
En los últimos días, esta milicia popular y los residentes de varias poblaciones kurdas han expulsado pacíficamente a los últimos elementos del Gobierno. La excepción fue la ciudad fronteriza de Ras al-Ain, más al oeste y que fue tomada el pasado jueves por los rebeldes del Ejército Libre de Siria (ELS). Esta ciudad está siendo bombardeada desde ese día por la aviación de El Asad, lo que ha causado la muerte de varios civiles.
“No es que la gente tenga miedo (del Gobierno), pero no quieren que los aviones o las tropas de Asad vengan aquí”, comenta Talat Unis, miembro del Partido de la Unión Democrática (PYD, en kurdo), la mayor agrupación política y la mejor organizada del Kurdistán sirio.
“Si el ELS viene aquí les diremos: ‘¿Qué hacéis aquí? No hay necesidad, queríamos echar a las tropas de El Asad y lo hemos hecho, no hay necesidad”, dice Unis.
Los rebeldes del ELS y los kurdos comparten el objetivo de acabar con el régimen de El Asad pero entre ellos hay cierta tensión. Los partidos kurdos y las YPG temen que los rebeldes, predominantemente árabes, no aseguren la autonomía kurda en un hipotético futuro gobierno. Por su parte, los rebeldes han criticado la tibia actitud de los kurdos con respecto a las fuerzas del régimen.
A finales de octubre, estas tensiones explotaron en enfrentamientos que dejaron alrededor de 30 muertos en áreas predominantemente kurdas de la ciudad de Alepo, donde los rebeldes y las tropas de El Asad llevan varios meses enzarzados en fieros combates.
Una guerra que se alarga
Mientras tanto, en Derik la gente se había ido congregando en la llamada plaza del presidente, en la que se alza una estatua de Hazef el Asad, padre de Bashar y expresidente sirio antes que su hijo.
De nuevo el camión emitía canciones en kurdo a todo volumen y decenas de personas bailaban cogidas de la mano en grandes círculos. Varios cientos, incluyendo docenas de ellas en balcones y tejados alrededor de la plaza, animaban a un grupo de jóvenes que se habían subido a la estatua de Hazef el Asad y habían atado una cuerda a ella. El otro extremo estaba atado a una máquina excavadora, que empezó a tirar pero la cuerda no aguantó y se rompió. Entonces, los jóvenes empezaron a golpear con grandes martillos y a romper la estatua y el pedestal con para hacerlos más frágiles. La máquina excavadora probó varias veces más pero en todos los casos la cuerda se acabó rompiendo y finalmente la gente abandonó la plaza y dijo que seguirán intentándolo mañana.
La imagen ilustra la actual situación de la guerra en Siria. Los diferentes grupos opuestos al régimen ganaron algo de terreno y, en particular, los partidos kurdos y las YPG se están afianzando en el norte del país. Pero al mismo tiempo parecen no ser capaces de hacer caer al régimen, que resiste y que intenta usar las diferencias entre los rebeldes y otros grupos de la oposición para romper la resistencia.
Mientras tanto, la guerra ya dura casi 20 meses y se ha cobrado más de 30.000 vidas, la mayoría de civiles.