Tahrir no se olvida de pedir cuentas
Jóvenes egipcios piden la purga de la policía y que se haga justicia a sus compañeros muertos
Ricard González
El Cairo, El País
Aunque el sangriento conflicto en la frontera de Egipto domina la actualidad, no es el único que vive el país árabe. Centenares de jóvenes revolucionarios y la policía libraron por tercer día consecutivo una batalla callejera en los alrededores de la plaza Tahrir. Los enfrentamientos se han cobrado varias docenas de heridos, alguno de ellos de gravedad, y según el ministerio del Interior, se ha arrestado ya a más de 120 personas.
Los disturbios se iniciaron el pasado lunes cuando varios miles de personas se concentraron en Tahrir para conmemorar el primer aniversario de la batalla de Mohamed Mahmud (calle situada junto a la plaza de Tahrir), uno de los episodios más violentos de la turbulenta transición egipcia. En aquella ola de enfrentamientos perdieron la vida más de 40 personas. La condena tanto dentro del país como a nivel internacional fue tan contundente que la Junta Militar se vio obligada por fin a fijar una fecha límite para la entrega del poder: el pasado 30 de junio.
La jornada no sólo fue de homenaje a las víctimas, sino también de reivindicación para exigir un juicio a los responsables políticos de la masacre, y una purga de los cuerpos policiales, intactos tras la caída de Hosni Mubarak.
Se han presentado numerosas denuncias contra el mariscal Husein Tantaui, el presidente de la Junta Militar que Morsi relevó como ministro de Defensa en agosto, pero no se ha abierto ningún proceso judicial. En todo caso, a partir de la experiencia de los juicios a responsables policiales durante la revolución, que han acabado todos con la absolución de los acusados, no hay demasiado margen para el optimismo de los activistas.
En una escena evocadora de los disturbios del año pasado, grupos de chicos encendían pequeñas fogatas en Tahrir para neutralizar el olor a gases lacrimógenos. Algunos se protegen con sofisticadas máscaras de gas, otros con mascarillas. “La policía ayer disparó con perdigones, pero hoy sólo está utilizando gases lacrimógenos”, cuenta Hazim, un joven estudiante de ingeniería que lleva pegada al cogote una careta de la película V de vendetta, convertido en un nuevo símbolo revolucionario mundial.
La batalla callejera se intensificó ayer, cuando circuló en Tahrir la noticia de la muerte del activista Salah Gaber, miembro del Movimiento 6 de Abril. En realidad, Gaber no murió, pero se encuentra en estado muy grave después de haber recibido el impacto de varios disparos con perdigones, uno de ellos en la cabeza, y el otro en los pulmones.
Probablemente, la indignación que ha despertado su dramática situación ha hecho que la policía actuara con mayor contención. Si bien la llegada al poder de un Gobierno electo no ha eliminado la brutalidad policial, sí ha hecho el Ministerio del Interior más sensible al sentir de la opinión pública. Durante el Gobierno de la Junta Militar, disturbios como lo de estos días se solían saldar con al menos una decena de muertos.
“El pueblo quiere la caída del régimen”, corean los activistas de Tahrir, el mismo lema que hizo caer a Mubarak, y que los vientos de la primavera árabe llevaron a otros países de la región. Y es que los manifestantes son muy críticos con el Gobierno del presidente Morsi. “Están intentando hacerse con el control de todas las instituciones del Estado, lo que resulta muy preocupante, y lo pretendemos evitar”, explica Hazim. Un corrillo de media docena de chavales asiente. Muchos temen que una dictadura religiosa de los Hermanos Musulmanes sustituya a la cleptocracia de Mubarak.
Precisamente, uno de los puntos calientes es la calle Qasr el-Ain, que conecta la plaza con la sede del Senado egipcio. Allí se reúne la Asamblea Constitucional, que se encuentra sumida en una profunda crisis. Durante la última semana, se han retirado los representantes de todos los partidos laicos, de las Iglesias cristianas, así como de varias instituciones de la sociedad civil, como los sindicatos. Todos ellos protestan por el control de la Asamblea que poseen los islamistas, y por la falta de garantías a las libertades individuales en el borrador provisional de la Constitución.
Ricard González
El Cairo, El País
Aunque el sangriento conflicto en la frontera de Egipto domina la actualidad, no es el único que vive el país árabe. Centenares de jóvenes revolucionarios y la policía libraron por tercer día consecutivo una batalla callejera en los alrededores de la plaza Tahrir. Los enfrentamientos se han cobrado varias docenas de heridos, alguno de ellos de gravedad, y según el ministerio del Interior, se ha arrestado ya a más de 120 personas.
Los disturbios se iniciaron el pasado lunes cuando varios miles de personas se concentraron en Tahrir para conmemorar el primer aniversario de la batalla de Mohamed Mahmud (calle situada junto a la plaza de Tahrir), uno de los episodios más violentos de la turbulenta transición egipcia. En aquella ola de enfrentamientos perdieron la vida más de 40 personas. La condena tanto dentro del país como a nivel internacional fue tan contundente que la Junta Militar se vio obligada por fin a fijar una fecha límite para la entrega del poder: el pasado 30 de junio.
La jornada no sólo fue de homenaje a las víctimas, sino también de reivindicación para exigir un juicio a los responsables políticos de la masacre, y una purga de los cuerpos policiales, intactos tras la caída de Hosni Mubarak.
Se han presentado numerosas denuncias contra el mariscal Husein Tantaui, el presidente de la Junta Militar que Morsi relevó como ministro de Defensa en agosto, pero no se ha abierto ningún proceso judicial. En todo caso, a partir de la experiencia de los juicios a responsables policiales durante la revolución, que han acabado todos con la absolución de los acusados, no hay demasiado margen para el optimismo de los activistas.
En una escena evocadora de los disturbios del año pasado, grupos de chicos encendían pequeñas fogatas en Tahrir para neutralizar el olor a gases lacrimógenos. Algunos se protegen con sofisticadas máscaras de gas, otros con mascarillas. “La policía ayer disparó con perdigones, pero hoy sólo está utilizando gases lacrimógenos”, cuenta Hazim, un joven estudiante de ingeniería que lleva pegada al cogote una careta de la película V de vendetta, convertido en un nuevo símbolo revolucionario mundial.
La batalla callejera se intensificó ayer, cuando circuló en Tahrir la noticia de la muerte del activista Salah Gaber, miembro del Movimiento 6 de Abril. En realidad, Gaber no murió, pero se encuentra en estado muy grave después de haber recibido el impacto de varios disparos con perdigones, uno de ellos en la cabeza, y el otro en los pulmones.
Probablemente, la indignación que ha despertado su dramática situación ha hecho que la policía actuara con mayor contención. Si bien la llegada al poder de un Gobierno electo no ha eliminado la brutalidad policial, sí ha hecho el Ministerio del Interior más sensible al sentir de la opinión pública. Durante el Gobierno de la Junta Militar, disturbios como lo de estos días se solían saldar con al menos una decena de muertos.
“El pueblo quiere la caída del régimen”, corean los activistas de Tahrir, el mismo lema que hizo caer a Mubarak, y que los vientos de la primavera árabe llevaron a otros países de la región. Y es que los manifestantes son muy críticos con el Gobierno del presidente Morsi. “Están intentando hacerse con el control de todas las instituciones del Estado, lo que resulta muy preocupante, y lo pretendemos evitar”, explica Hazim. Un corrillo de media docena de chavales asiente. Muchos temen que una dictadura religiosa de los Hermanos Musulmanes sustituya a la cleptocracia de Mubarak.
Precisamente, uno de los puntos calientes es la calle Qasr el-Ain, que conecta la plaza con la sede del Senado egipcio. Allí se reúne la Asamblea Constitucional, que se encuentra sumida en una profunda crisis. Durante la última semana, se han retirado los representantes de todos los partidos laicos, de las Iglesias cristianas, así como de varias instituciones de la sociedad civil, como los sindicatos. Todos ellos protestan por el control de la Asamblea que poseen los islamistas, y por la falta de garantías a las libertades individuales en el borrador provisional de la Constitución.