La participación decidirá las elecciones más reñidas en EE UU
Cualquier circunstancia puede contar en una jornada que se anticipa dramática
Antonio Caño
Washington, El País
El nivel de participación electoral decidirá el nombre del próximo presidente de Estados Unidos, que surgirá este martes de una de las elecciones más competidas de la historia. Barack Obama llega a la meta en una fase de crecimiento en las encuestas y con ventaja en los estados en los que se juega el resultado final, pero ésta es tan escasa y tan condicionada por otras variables que unos pocos miles de votos pueden marcar la diferencia en los distritos fundamentales.
El objetivo de ambas campañas en este momento es, por tanto, llevar a su gente a las urnas. Cualquier circunstancia, la situación familiar, el estado de la meteorología o, por supuesto, las previsibles dificultades en algunos centros de votación, pueden contar en una jornada que se anticipa dramática.
Obama está por delante en seis de los siete estados decisivos, pero por menos de cinco puntos, dos o uno en algunos casos, en encuestas que miden los probables votantes. Con que unos pocos de esos probables votantes encuentre obstáculos que les impidan convertirse en votantes efectivos, puede ser suficiente para que el resultado previsible varíe en el último momento.
El presidente tiene a su favor, en ese sentido, una mejor maquinaria de movilización del voto. El candidato de la oposición, Mitt Romney, cuenta con la ventaja de una participación tradicionalmente más constante de parte de los republicanos. Con familias más estables, de más edad, mayor poder adquisitivo y más alto nivel educativo promedio, el votante conservador es más fiel a las urnas que el demócrata.
En 2008, esa desventaja se compensó con el enorme entusiasmo a favor de Obama y la extraordinaria participación del voto juvenil. Ahora el grado entusiasmo, que iba favoreciendo a Romney durante todo el mes pasado, está igualado, según la última encuesta de NBC-Wall Street Journal, y los jóvenes, probablemente, van a votar menos.
Otros factores juegan, igualmente, en contra del presidente. El respaldo entre las mujeres ha bajado seis puntos con respecto a 2008. El apoyo global entre los votantes de raza blanca se ha desplomado hasta el 37%, once puntos menos que hace cuatro años. Solo hay un sector en el que Obama podría incrementar su votación, el de los electores origen hispano, entre los que su ventaja es actualmente de 48 puntos, once más que en 2008. Ese grupo puede acabar siendo vital si, como se prevé, aumenta su participación por encima de los diez puntos.
Los sondeos realizados entre la gente que ya ha votado en estos días muestran ventaja de Obama en la mayoría de los estados decisivos, pero en todos los casos por márgenes inferiores a los de 2008 y con el riesgo de ser superados hoy en las urnas. Eso obedece, en parte, a que, indiscutiblemente, el presidente ha perdido respaldo con respecto a su primera elección, pero también al hecho de que el Partido Republicano ha perfeccionado sus instrumentos de anticipación del voto, que en 2008 fueron muy ineficaces.
El principal estratega de la campaña demócrata, David Axelrod, reconocía ayer que “sí, lo van a hacer un poco mejor de lo que lo hizo John McCain, y nosotros puede que no lo hagamos tan bien como en 2008, pero lo vamos a hacerlo suficientemente bien como para ganar esta carrera”.
Esta ha sido, desde luego, una campaña muy diferente a la de hace cuatro años. Sobre todo porque no participaba en ella el mismo Obama de hace cuatro años, o el público no le ha escuchado con la misma devoción. Ese primer debate de Denver lo dejó brutalmente en evidencia. Pero tampoco el Partido Republicano, y las fuerzas que le apoyan, era el mismo partido abatido y resignado de 2008. Esta vez, incluso con un candidato en el que no creían, los republicanos han hecho todo lo que había que hacer para ganar las elecciones, incluida una de las facetas en las que parten con ventaja, gastar dinero.
Cada campaña han reunido, aproximadamente, mil millones de dólares, lo que supone una avance casi del doble por parte del candidato republicano respecto a McCain y una mejora de unos 200 millones de dólares por parte de Obama respecto a 2008. En el caso del presidente, más de un 30% de las donaciones son inferiores a los 20 dólares. En el de Romney, esas pequeñas cantidades representan el 10%.
Pero la diferencia fundamental no está ahí. La diferencia ha estado en el dinero que ha impactado esta vez en la campaña a través de los Comités de Acción Política, que, gracias a una decisión del Tribunal Supremo, pueden gastar de forma ilimitada. De los 840 millones que se han gastado por esa vía, un 69% ha sido a favor de Romney y un 28% por Obama, según la investigación hecha por dos reconocidas ONG. El principal donante de esta campaña ha sido el empresario conservador Sheldon Adelson, que ha dedicado 54 millones de dólares a hacer posible la victoria de Romney.
Antonio Caño
Washington, El País
El nivel de participación electoral decidirá el nombre del próximo presidente de Estados Unidos, que surgirá este martes de una de las elecciones más competidas de la historia. Barack Obama llega a la meta en una fase de crecimiento en las encuestas y con ventaja en los estados en los que se juega el resultado final, pero ésta es tan escasa y tan condicionada por otras variables que unos pocos miles de votos pueden marcar la diferencia en los distritos fundamentales.
El objetivo de ambas campañas en este momento es, por tanto, llevar a su gente a las urnas. Cualquier circunstancia, la situación familiar, el estado de la meteorología o, por supuesto, las previsibles dificultades en algunos centros de votación, pueden contar en una jornada que se anticipa dramática.
Obama está por delante en seis de los siete estados decisivos, pero por menos de cinco puntos, dos o uno en algunos casos, en encuestas que miden los probables votantes. Con que unos pocos de esos probables votantes encuentre obstáculos que les impidan convertirse en votantes efectivos, puede ser suficiente para que el resultado previsible varíe en el último momento.
El presidente tiene a su favor, en ese sentido, una mejor maquinaria de movilización del voto. El candidato de la oposición, Mitt Romney, cuenta con la ventaja de una participación tradicionalmente más constante de parte de los republicanos. Con familias más estables, de más edad, mayor poder adquisitivo y más alto nivel educativo promedio, el votante conservador es más fiel a las urnas que el demócrata.
En 2008, esa desventaja se compensó con el enorme entusiasmo a favor de Obama y la extraordinaria participación del voto juvenil. Ahora el grado entusiasmo, que iba favoreciendo a Romney durante todo el mes pasado, está igualado, según la última encuesta de NBC-Wall Street Journal, y los jóvenes, probablemente, van a votar menos.
Otros factores juegan, igualmente, en contra del presidente. El respaldo entre las mujeres ha bajado seis puntos con respecto a 2008. El apoyo global entre los votantes de raza blanca se ha desplomado hasta el 37%, once puntos menos que hace cuatro años. Solo hay un sector en el que Obama podría incrementar su votación, el de los electores origen hispano, entre los que su ventaja es actualmente de 48 puntos, once más que en 2008. Ese grupo puede acabar siendo vital si, como se prevé, aumenta su participación por encima de los diez puntos.
Los sondeos realizados entre la gente que ya ha votado en estos días muestran ventaja de Obama en la mayoría de los estados decisivos, pero en todos los casos por márgenes inferiores a los de 2008 y con el riesgo de ser superados hoy en las urnas. Eso obedece, en parte, a que, indiscutiblemente, el presidente ha perdido respaldo con respecto a su primera elección, pero también al hecho de que el Partido Republicano ha perfeccionado sus instrumentos de anticipación del voto, que en 2008 fueron muy ineficaces.
El principal estratega de la campaña demócrata, David Axelrod, reconocía ayer que “sí, lo van a hacer un poco mejor de lo que lo hizo John McCain, y nosotros puede que no lo hagamos tan bien como en 2008, pero lo vamos a hacerlo suficientemente bien como para ganar esta carrera”.
Esta ha sido, desde luego, una campaña muy diferente a la de hace cuatro años. Sobre todo porque no participaba en ella el mismo Obama de hace cuatro años, o el público no le ha escuchado con la misma devoción. Ese primer debate de Denver lo dejó brutalmente en evidencia. Pero tampoco el Partido Republicano, y las fuerzas que le apoyan, era el mismo partido abatido y resignado de 2008. Esta vez, incluso con un candidato en el que no creían, los republicanos han hecho todo lo que había que hacer para ganar las elecciones, incluida una de las facetas en las que parten con ventaja, gastar dinero.
Cada campaña han reunido, aproximadamente, mil millones de dólares, lo que supone una avance casi del doble por parte del candidato republicano respecto a McCain y una mejora de unos 200 millones de dólares por parte de Obama respecto a 2008. En el caso del presidente, más de un 30% de las donaciones son inferiores a los 20 dólares. En el de Romney, esas pequeñas cantidades representan el 10%.
Pero la diferencia fundamental no está ahí. La diferencia ha estado en el dinero que ha impactado esta vez en la campaña a través de los Comités de Acción Política, que, gracias a una decisión del Tribunal Supremo, pueden gastar de forma ilimitada. De los 840 millones que se han gastado por esa vía, un 69% ha sido a favor de Romney y un 28% por Obama, según la investigación hecha por dos reconocidas ONG. El principal donante de esta campaña ha sido el empresario conservador Sheldon Adelson, que ha dedicado 54 millones de dólares a hacer posible la victoria de Romney.